CAPÍTULO DOS
Algunos años antes
Hyram Clay era un hombre grande, lento para enojarse, pero también lento en reacciones. El primer puñetazo le rompió la mandíbula a pesar de estar bien telegrafiado, y se tambaleó hacia atrás, impresionado por el peso del golpe y el tamaño del hombre n***o acercándose a él.
“No soportaré más tus insultos”, dijo Cougan, flexionando los hombros y golpeando con el puño derecho las costillas de Clay. El gran hombre dejó escapar el aliento de su boca y un gancho de izquierda lo dejó en el suelo donde se sentó de espaldas, mirando con aturdida incredulidad la sangre que goteaba entre las grietas de las tablas de madera.
“Maldita sea, seguro que él es algo”, dijo Sterling Roose desde donde estaba sentado, con las largas piernas estiradas debajo de la mesa de ju
