Las dos semanas de práctica se fueron volando mientras todo marchaba de la mejor manera. Matías estaba tan satisfecho con el desempeño de la brillante chica, que inconscientemente había comenzado a separar la idea de Ligia con el ambiente laboral; más bien asociaba la idea de su asistente hacia lo afectivo, como si ella fuese una amiga embarazada a quien quería mucho y a la cual veía de vez en cuando. Esta fantasía comenzaba a gestarse secretamente en él, y al mismo tiempo cedía toda la trayectoria laboral a Gabriela, pues ya le había dejado de tratar como mensajera para darle un lugar de consejera.
Gabriela, por otro lado, estaba deslumbrada con la capacidad cognitiva de Matías y su experiencia. Se maravillaba al observar el proceso de escritura en el cual su jefe transformaba las ideas más sencillas en párrafos melódicamente redactados, vertiendo en cada texto la complejidad argumental necesaria para defender cualquier idea y la sencillez para expresar lo que se le ocurra. Sabía que la experiencia de trabajar a su lado la nutriría enormemente como escritora y editora, además sería una excelente marca a su expediente.
En su último día laboral, antes de que tomara su licencia por maternidad, Gabriela y Matías le obsequiaron a Ligia unos lindos vestiditos, con diseños muy parecidos entre sí y en talles para ella y su bebita. El gesto conmovió a la futura madre, que había entrado en su último trimestre y estaba susceptible a las emociones (además de un poco nerviosa), y soltó unas lágrimas mientras abrazaba a sus compañeros de editorial.
Hacía el mediodía Matías las invitó a comer.
— ¿Por qué nos miran raro?
—Matías nunca sale a comer con su asistente, —dijo Ligia. —además... hay rumores.
— ¿De que tu bebé es mía? Sí, ya me lo han preguntado. Y no los culpo Li, si estuvieses libre te aseguro que… —Sin dejarlo terminar, Ligia lo golpeó en la cabeza y lo amenazó con una denuncia por acoso laboral y s****l. Rieron tanto que los demás oficinistas del bar los miraron raro.
—No... ya saben, chismes de oficina... ustedes, que son novios. —Gabriela se comenzó reír y Matías les miró a ambas. —Pasan mucho tiempo juntos y muy cerca.
—No veo lo raro Li. Tú y yo hasta hoy inclusive, somos ambas asistentes de señor Matías, y como cualquier relación laboral entre asistente y jefe, la comunicación debe ser continua y fluida —defendió Gaby, entusiasmada de oír los rumores.
—Nunca me has tomado de la cintura y no te tengo apodos. Entran y salen juntos...
—Ligia, fuera de broma, estás casada. Además, nos llevamos bien.
—Gabriela te regaña mucho.
—Yo no soy regañona —Dijo la joven y Ligia asintió.
—Eres mandona cielo, lo siento.
—No nos comportamos como pareja. —Dijeron al unísono.
Ella siguió comiendo los camarones de su ensalada mientras Matías y Gabriela enumeraban infantiles razones por las cuales no eran, ni podían ser confundidos como amantes; ella sonreía demasiado, era la asistente paciente y amable; él es el jefe gruñón y mayor, solo le faltaba quedarse calvo, usar bigote mostacho y echar panza.
Ellos eran demasiado diferentes como para pasar la línea del trabajo al amor. Aunque Gaby con gusto rozaba constantemente los límites de la provocación.
......Dos semanas después......
Era la temporada del año más exigente para la editorial. Miles de archivos con plazos de entrega impostergables, aguardaban pasar de ser datos a textos concretos. El papeleo intermedio significaba, por lo menos, doblar la cantidad total de los archivos sin procesar. Matías exigía, y Gabriela respondía eficientemente.
—Gabriela, tráigame café fresco por favor.
—No.
—¿Perdón?
—Muévase, ¡vaya por el café!
—¡¿Qué dices?!
—Hoy no ha salido de la oficina, no ha editado nada y me ha enviado por todas partes, por lo tanto; levántese y vaya por las tazas de café para ambos.
Matías tiró casi todo lo que estaba sobre su escritorio, excepto el computador, caminó con furia hacia el escritorio de Gabriela. Ella le esperaba con las tazas de café.
—¡Lo logró! Presionarme, cansarme, quizá hasta esté molesta, pero le prometo que mañana estaré aquí temprano para que me haga infeliz.
Al borde del colapso interno, Gaby intentó calmar su respiración para que las lágrimas que había estado reteniendo desde unas horas atrás no se escaparan de sus ojos, Matías vació media taza de un sorbo.
—¿Quiere ir a cenar?
—No exactamente —Matías le dio otro sorbo al contenido de su taza.
—¿Quiere café?
—Quiero un Jack Daniells on the rocks en mi casa o no sé, en algún lugar fuera de aquí. Me da asco sentir que soy juzgada. ¡No le quiero escuchar!—Gabriela tomó sus cosas y le dejó con la taza de café.
En cuanto se cerraron las puertas del elevador Matías se rió al verla tan enojada, todo lo que había hecho a lo largo de los últimos días había valido la pena.
El joven acabó el café e iría por su móvil para ir directo a casa, a beber la copa de Whisky en honor a su molesta asistente, así que llamó a su mejor amigo quien le dijo que estaba muy ocupado y no podía verle. Ante la negativa su amigo Gabe, Matías se quedó un rato más en la oficina.
Observando el blanco del archivo que mostraba su computadora, se sentó escribir algo nuevo, bueno, creativo; pero nada salía de su cabeza más que la herida mirada de Gabriela, su eficiente asistente, y lo quebrado que sonaba el tono de su voz. El dolor que se escuchaba en las palabras de esa chica empezó a aturdirlo, peor que las bocinas de un embotellamiento. No podía concentrarse, estaba comprendiendo la explotación psicológica a la cual sometió a la sonriente Gabriela. Y todo esto era, creía él, sólo porque su ex volvía a la cuidad con su primo.
Todo estaba fuera de control en su vida, todo siempre estaba fuera de control; Matías constantemente se sentía en una calle con varias vías, seis o siete, pero todas sin salida, él no necesitaba una salida lo único que quería era un rayo de sol.
Tomó la llamada de su hermana menor.
—Hermanito, ¿vienes a cenar?
—Estoy cansado...
—¡Qué borde, pero te amo!
—Pilu, ¡No te metas en problemas! —Dijo y finalizó la llamada.