En casa y al fin libre de las tiranías del sostén y los tacones Gabriela masajeó su cabellera. Llamó a Lisa en espera de un buen y vitalizado consejo, uno de aquellos reanimadores pero se encontró con la respuesta simple y mediocre: "Renuncia". Era cierto que Matías se había pasado de la raya al tratarle como mensajera y gritarle cada vez que quiso algo, pero era un trabajo espectacular, increíble, ¿Qué tan bueno era dejarlo a la primera? ¿Qué haría luego... volver a la panadería? ¿Vivir del dinero de sus padres? Mientras se tomaba grandes sorbos de Whisky intentaba entender lo que su amiga quería decir, o mejor dicho, su insistencia para que dejara el trabajo.
Finalmente Gabriela prometió que lo que su amiga quería escuchar; "¡Lo haría!, renunciaría a su trabajo" y luego de unos minutos de conversar se despidieron. Pero era una promesa estúpida porque nadie dejaba el trabajo que le costó tanta repostería por un día malo.
Se sentía completamente contrariada, había algo en aquel lugar que le tumbaba el ánimo. Matías le hacía querer llorar, la depresión que proyectaba ese joven se le contagiaba por completo y eso le había llevado a aquel estado. La necesidad de limpiarse de aquella tristeza era imperiosa y Gabriela se purgó en llanto. Dejó lo que quedaba del whisky y todo se volvió una mezcla de oscuridad y lágrimas que duró toda la noche, la madrugada y parte de la mañana.
Hacia las siete, la joven Gaby se encontraba acariciándose la espalda como solía hacer de niña; La pena era fuerte, tanto que la había retrotraído hasta la infancia. Así que luego de ir al baño, se vistió automáticamente para salir de la casa e ir a la oficina de un médico pediatra que solía atenderle cuando niña, para pedirle un comprobante.
—¿Qué quieres que escriba? “Gabriela no se presentó antes, porque tiene retroceso, no se ha dado cuenta de que es un adulto; no puede venir a ver a su tío Gil (el pediatra) por un comprobante”. ¿Te parece o sigo?
—Por favor, Gil. No le digas a mamá y firma el papel.
—Tienes lo ojos hinchados, Gabita.— Comentó lo obvio. —¿Por qué llorabas, muñeca?
—Nada, solo...
—Gaby, bien sabes que nos tienes a nosotros. Me tienes a mí, a tu tía y a tus primos muñequita.
—Bien, pero...
—Cuéntame, ¿qué pasó?
—Le diré a mi tía que me haces llegar tarde —Anunció mientras se terminaba de arreglar el cabello para que el cubriera el rostro.
—Tú ganas muñequita. Tú ganas, pero te ves más bonita con una sonrisita.
—Gracias tío.
—Con gusto princesa.
Cuando llegó a la empresa, aparcó al lado del espacio que utilizaba usualmente, tomó una nota escrita a mano por Matías: Es el puesto del jefe, no lo use>>. Gabriela rodó los ojos y fue directo al área de descanso, para prepararle un café a Matías.
En cuanto las puertas del elevador se abrieron miró a Ligia sentada en su puesto, por lo que Gabriela intuyó que aún el trabajo era suyo, pero no pudo evitar preguntarse si era lo que quería, aquel lugar le hacía sentirse triste y Matías molesta. Cuando se acercó a Ligia se percató de que la misma llevaba pantalones de chantal, una camisa que parecía ser de su esposo y una enorme bolsa de palomitas dulces.
—Hola, lo siento.
—Me sacó de casa solo para que te llamara —Asintió con la cabeza.
—Estaba enferma.
—Se acaba de ir el jefe mayor y... eso lo pone... ¿tenso? —Confesó Ligia con miedo a que la chica se asustara y saliera corriendo. — Ya sabes, hombre y poder...
—¡¿En dónde has estado!?
—Son las 8:20 am, estoy enferma.
—Me voy... Soy una mujer más gorda, con hambre y sueño. Que te mejores Gaby, ¡Matías, déjame descansar!
Se quedaron en silencio mientras observaron a la mujer partir, Ligia seguía comiendo los dulces del paquete mientras las puertas se cerraban. Gabriela dejó su bolsa y la carpeta sobre el escritorio; pero Matías se acerca y le acaricia las mejillas y los ojos hinchados, de inmediato se da cuenta quién había provocado el llanto en la chica y se siente fatal. Ella, mirando hacia el suelo, le ofrece el café, Matías la toma y la pone sobre la mesa junto a las cosas de Gaby, la abraza y Gabriela comienza a temblar entre sus brazos como una flor del campo azotada por los vientos del invierno.
—Fui odioso y grosero. No has hecho nada mal. Me disculpo, me pasé. Puedes ir a dormir y vuelves el lunes.
—¿No me llevarás... a la... a la feria?
—¿Quieres ir?
—Sí.
—¿Por eso no has renunciado?
—En parte.
—¿Cuál es la otra?, Gabriela.
—Me caes bien, me recuerdas a mi papá y eso me pone triste.
—¿Me ves viejo?
—No, intimidante y seguro—Dijo con voz temblorosa.— Siempre sabes demasiado y la lista de libros, mi cerebro estalla de felicidad y...
—Estarás bien pequeña, solo necesitas descansar e ir a la feria, te daré una lista mañana.
Pequeña... Pequeña, Gabriela disfrutó durante horas repitiendo dentro suyo aquel apodo, incluso dormida saboreó aquellas palabras que Matías había dicho mientras él se recriminaba por haberlas utilizado.