Tanto Verity como Lane dieron vuelta en la cama toda la noche. Ninguno podía olvidar lo que le dijo al otro, ni lo que sucedió. Lane no se enojó con ella por tratarlo como un niño, ni porque le mintió. Al contrario, sintió que era la Verity que él conocía. Podía ser la esposa del gobernador y tener los títulos que tenía, pero continuaba siendo la misma chica de coletas de la que se enamoró cuando estaba en el peor momento de su existencia.
Lane despertó en la madrugada con el pecho cubierto de sudor. La luz el pórtico iluminaba su cama improvisada en el sofá. No quiso tocar nada de la abuela esa primera noche. Lane les tenía cierto pavor a los muertos, y más cuando eran de la familia. Sentía que en cualquier momento se aparecerían o tirarían de su sábana. Él sabía que eran miedos absurdos, pero lo sentía en los huesos.
Lane se recostó en los cojines y pensó en su abuela. Siempre la llamaba, o no siempre, pero se comunicaba con ella. Jamás le dijo que estaba enferma o a punto de morir. No le dijo que Verity se había casado ni que había tenido una hija. Le mintió sin razón, y en medio del dolor por perderla, se frotó el cabello y apretó sus pies al sofá. Su abuela era su ejemplo. Era la persona que más lo quería después de Verity, y le dolió que no confiase en él como para decirle que la mujer que amó toda la puta vida tenía a su hija.
Lane solo necesitaba comprobarlo, pero en su corazón cuando la vio, supo que ella era más que solo la hija de Verity con su esposo. Las mentiras de Verity no tuvieron un impacto en él. La conocía, no sabía mentir, y menos cuando se trataba de temas delicados. Lane se preguntó por qué la mentira si en algún punto se descubriría, y fue el necesitar saber que lo mantuvo despierto el resto de la madrugada hasta el amanecer cuando se levantó.
Su abuela mantenía la casa principal equipada de comida y todo lo que se necesitase, así que Lane hizo un café para no estar igual de loco que el día anterior. Se dio una ducha larga y se cambió la ropa. Tenía mucho que hacer ese día. El abogado de su abuela había hablado con él en el funeral y le dijo que Jodie había dejado un testamento. Esa tarde tendría que reunirse con el abogado en su despacho, y antes de eso debía localizar a Verity.
Era evidente que no vivía con su abuela, tenía un esposo. El problema era que él desconocía donde vivía. Lane suponía que ella trabajaba, así que pensó en preguntar si alguien sabía dónde encontrarla. Esa sería su tarea del día, así como la de Verity sería mantenerse cuerda hasta la cena. Ella tampoco había podido dormir en paz y a la mañana siguiente despertó ojerosa. La llegada de Lane sacudió su vida por completo y sentía que necesitaba paz después de caer en una tumba y casi decirle que era su hija.
Verity se levantó y preparó el desayunó. Le dijo a la mujer que la ayudaba en las labores de la casa, que se encargase de la ropa, que ella haría tostadas francesas para Maddie y unos huevos con jamón para su esposo. Verity se ató el cabello y respiró profundo cuando alcanzó dos sartenes. Cocinar evitaba que pensase, que recordase y que imaginase cómo hubiera sido su vida con Lane. Durante años se preguntó eso, y quería creer que hubiese sido una buena vida, pero luego recordaba al padre de Lane y comprobaba una vez más por qué Lane estaba mejor lejos de Vancouver.
Verity sintió las manos en su cintura y la piel de la barbilla de Marcell rozar su cuello. El hombre susurró un buen día ronco y le dijo que olía delicioso. Ella lo saludó y sintió el beso tibio de su esposo en el cuello y la mejilla antes de decirle que levantaría a Maddie para ir a la escuela. Verity revolvió los huesos con algo de tocino y perejil, queso del que Marcell le gustaba y un poco de leche. Era la manera en la que le gustaba que ella los hiciera.
Verity lanzó a Lane a la parte más remota de su cabeza y preparó la mesa para que desayunaran. Dejó todo en la cocina tibia mientras tomaba una ducha y buscaba la ropa para Marcell. Ella siempre escogía su ropa y él se la colocaba sin decir peros. Su esposa tenía mejor sentido de la moda que él, y con un beso apasionado le agradeció por estar siempre con él, por apoyarlo y por ser la mujer que él deseó tener a su lado siempre.
Verity le planchó las pocas arrugas que hizo con sus manos, y buscó su pantalón alto para ir a la escuela. Se ató el cabello en una coleta alta y apretó sus botones. Se miró en el espejo, se aplicó solo rubor, rímel y lápiz labial. Era simple y su piel era bella como para recargarla, además de que siempre le dijeron que sus pecas eran hermosas y que no se las cubriera, y sí, lo dijo Lane.
Maddie estaba lista cuando ella abrió la puerta de su habitación. Las mañanas eran caóticas y Verity le hizo dos trenzas de boxeador a Maddie mientras le decía a Marcell que sirviera la comida. Él era bueno en eso, y le gustaba. Sirvió los huevos para él, la tostada con frutas para Maddie y una avena para Verity. Marcell las llamó a la mesa cuando Maddie se pellizcó las mejillas para tener color. Verity odiaba que lo hiciera, pero tampoco la dejaba colocarse colorete ni nada en el rostro hasta los dieciséis.
Maddie alcanzó sus cubiertos como ella la enseñó y cortó la tostada. Nada de comer con los dedos en casa, y Verity llevó un bocado de avena a la boca justo cuando escucharon que el repartidor de periódico tocó a su puerta. Verity se levantó para saludarlo y recibir el periódico, y en la página trasera apareció la fotografía de Jodie y el memorial que hicieron para ella.
Decía cosas hermosas, y siendo una de las familias fundadoras, debían sacar una especie de recordatorio de todo lo que hizo en vida. Maddie lamió sus labios y miró a la mujer que vio en el ataúd. No sabía que era su abuela, pero siempre la sintió como una, y eso le recordó que había un hombre extraño en ese funeral, y que su madre habló con él. Maddie conocía a su madre, pero en ese momento la desconoció. Fue como si su alma hubiese volado.
—Mamá, ¿quién es el hombre de ayer? —preguntó.
Verity la miró por encima del periódico.
—Un viejo amigo.
—¿Y por eso temblabas cuando hablabas con él? —indagó.
Verity desvió la mirada a Marcell, quien giró hacia ella. Verity apretó el periódico, tragó saliva y sintió un puntazo en la cabeza.
—No es cierto —mintió Verity—. No estaba temblando.
Maddie masticó su tostada.
—Mamá, te vi. Te temblaban hasta los dientes.
Marcell mantuvo la mirada en ella con las cejas unidas. Marcell conocía el impacto de Lane en la vida de Verity. Era el padre de su hija, era su primer amor, pero suponía que al casarse con él, esos pensamientos y ese deseo había desaparecido. No esperó encontrarse con una mujer que temblaba por su ex mejor amigo.
—No, no, no —corrigió Verity regresando a la mesa y dejando el periódico a un lado para mirar a Marcel y Maddie—. No es cierto.
Maddie alzó un hombro y la señaló con el tenedor.
—A mí no puedes mentirme. Te conozco, mamá.
—Y yo a ti, y llegarás tarde, y también yo —dijo Verity cuando llevó la taza de la avena a sus labios y la bebió como si fuese agua, mientras Marcell la miraba como animal de zoológico que acababa de encontrar algo en un basurero—. Busca tu mochila, Maddie.
Maddie señaló detrás de ella.
—La tengo en la espalda.
—Entonces vámonos —dijo Verity, obviando la conversación.
Marcell la miró levantarse de la silla con prisa, tirar de la mano de Maddie para subir al auto e inclinarse para darle un beso a un Marcell que tenía cuatrocientas preguntas en la cabeza.
—Te veré en la noche —dijo Verity cuando lo miró a los ojos con cariño—. Suerte con tu… lo que sea. Adiós.
Marcell quiso decirle lo que era, pero Verity salió por la puerta como si le hubiesen dicho que estaba en problemas y que la castigarían. Verity subió apresurada al auto y le dijo a su chofer de siempre que ella iría sola ese día, que no debía cuidarla todo el tiempo, que no era la esposa de Elon Musk. Verity entró al auto y le dijo a Maddie que se ajustara el cinturón. Salieron del estacionamiento como si Maddie hubiera confesado que su madre asesinó a alguien, y fue tanta la fractura, que Maddie apenas pudo decir algo cuando su madre la dejó en la escuela ese día.
—Te veré en la noche —dijo Verity—. Te amo.
Maddie le dio un beso.
—También te amo, mamá, aunque me mientas.
Maddie azotó la puerta y corrió al interior. Verity soltó un suspiro y arrancó para ir a la escuela, y cuando iba por la vía, no se percató que Lane entraba a una de las cafeterías del lugar.
—Hola.
El hombre detrás del mostrador sonrió y salió para saludarlo.
—Lane Daniels —dijo el hombre cuando se acercó para abrazarlo y palmear su espalda—. Creí que nunca volvería a ver tu blanco trasero por aquí. ¿Estás aquí por tu abuela?
Lane se separó y asintió.
—Lamento mucho su muerte. Era una mujer muy querida —dijo y Lane miró alrededor del lugar—. ¿Y qué haces aquí? Sé que amas los pasteles, pero tenías tu repostera favorita.
Lane sonrió porque siempre bromeaban con eso en la preparatoria. Sus amigos le decían que no comía galletas ni muffin ni pasteles que no fueran los que Verity hacía. Lane pensó que lo habían olvidado, pero los buenos recuerdos no se olvidaban.
—Quería saber si sabes dónde vive o trabaja Verity.
El moreno alto de ojos claros miró a Lane y le sonrió. Conocía a Lane Daniels por estudiar cinco años con él, y también por ser parte del equipo de futbol americano de la preparatoria. Conocía sus movidas para conseguir mujeres, y también conocía ese apego insano que tenía con Verity. Él pensó que una de las razones por las que regresó a Vancouver fue por ella, y para recuperarla.
—Sé lo que piensas y esta casada, Lane, y no con cualquiera, sino con el gobernador —le dijo—. Ese hombre tiene poder.
Lane se rascó la nuca.
—No la busco para que seamos amantes —dijo moviendo los bíceps—. Solo quiero que me aclare un par de cosas.
—¿Sobre la niña?
Lane achinó los ojos y lo señaló con un dedo.
—¿Qué sabes sobre la niña?
—¿Yo? —chilló en un hilo de voz que agravó—. Nada.
Lane lo miró por unos segundos y el moreno fue detrás del mostrador para ofrecerle uno de los canolis recién horneados. Lane no dijo no, pero esa no era la razón por la que fue. Eso que él le dijo lo hizo sentir como si todos supieran la verdad menos él.
—Solo dime donde vive.
El moreno colgó los codos del mostrador.
—No puedo, pero sé que trabaja en la primaria Forest. Es maestra —dijo el hombre—. ¿Sabes dónde esta?
Lane terminó su canoli.
—Lo recuerdo —dijo colocando el puño—. Gracias, Bacon.
El hombre lo señaló con la mano y empujó su puño.
—¡Ya no me dicen así! —gritó.
Lane alzó las manos y caminó a la salida.
—Siempre serás Bacon para mí.
Lane salió de ese lugar con una mejor idea de lo que era Verity en ese lugar, y con un sitio al que pódela buscar. No estaba tan lejos de ese lugar, podía ir caminando. En todo ese pequeño camino pensó en qué le diría cuando llegara. No sería abusivo ni agresivo. Nunca lo fue con ella, y no lo sería en ese momento con la posible madre de su hija. Dios, estaba nervioso, y comprobando que nadie lo mirase del interior de la floristería que estaba en la acera por la que iba, se robó una rosa azul sin espinas y de tallo largo. No iba a conquistarla, pero las rosas eran un buen detalle.
Lane miró la escuela erigida sobre él, con su patio de juegos y la grama, y entró. Había una mujer en al vigilancia y Lane preguntó por Verity. La mujer le sonrió a Lane y le dijo que ella estaba en clase, y él suplicó poder verla. La mujer lo miró tan lindo, tan sexi y apetecible, que le dijo que haría una excepción por él.
—Gracias, preciosa —dijo sonriendo y guiñándole a medida que retrocedía—. Te deberé una rosa la próxima vez que venga a verte.
La mujer le sonrió y siguió las indicaciones que ella le dijo. Había dos niveles de salones, y Verity estaba en el último en la parte alta. El bullicio de los niños se escuchaba a medida que los pasos de Lane resonaban en el piso pulido. Lane respiró profundo cuando se asomó en la pequeña mira de la puerta y la miró a través del pequeño cuadrado de cristal. Era ella, estaba allí, y sin pensarlo mucho tocó la puerta y entró para que lo mirase.
Todas las miradas fueron a Lane y a la rosa que llevaba en la mano. Verity perdió fuerza en la tiza en su mano cuando miró a Lane sosteniendo una rosa igual que tantos años atrás.
—¿Podemos hablar, maestra Lee? —preguntó él.
Verity despegó los labios y su cabeza se confundió. No estaba acostumbrada a verlo, ni a escuchar su voz, y todo parecía tan sacado de un cuento, que Verity tembló como Maddie dijo que lo hacía cuando Lane tendió la rosa hacia ella y ella la sostuvo. El tallo era fino, raspado para quitarle las espinas, y la rosa estaba tan viva como eso que nació en ellos cuando eran unos niños.
—La maestra tiene novio —dijo uno de los niños.
Verity tembló cuando la voz la asustó.
—Qué lindo —dijo una de las niñas.
—No es su novio —replicó otro—. Tiene esposo.
—Y es el gobernador —soltó uno de ellos.
La niña que había dicho que era lindo llevó las manos a su boca.
—Oh por Dios, es su amante —soltó y comenzaron a gritar.
Lo que comenzó como algo lindo, rápidamente se convirtió en una tormenta de gritos y preguntas sobre la vida amorosa de la maestra. No podían creer que tuviera un amante tan rubio.
—Niños, por favor —pidió Verity—. Les dejé algo en el pizarrón.
La niña se cruzó de brazos y piernas.
—Lo siento, maestra, pero no puedo creerlo de usted.
Verity dio un paso hacia la niña de la primera fila.
—¿Qué no puedes creer, Valery?
—Que engañe al gobernador —dijo la niña cuando recordó quien era el hombre—. Es bueno. Me dio juguetes en navidad.
Verity sonrió nerviosa y se lamió los labios.
—No lo engaño. Es un amigo.
—¿Un amigo que le da rosas? —preguntó otro de los niños que estaba hasta el fondo—. Papá siempre lleva para mamá en sus aniversarios, y luego me envían a casa de la abuela y no sé por qué.
Lane soltó un suspiro y metió las manos en sus bolsillos. Verity movió las manos para que se callaran y la dejaran hablar.
—Niños, él es Lane Daniels, un gran amigo.
—¿No es su amante? —preguntó la niña de nuevo.
—No.
—Pero tampoco es su esposo.
—¡Lo sé! —gritó Verity antes de calmarse—. Es un amigo.
Los niños no entendían bien de qué se trataba, y continuaron.
—Mi mamá tuvo un amante —dijo otro de los niños.
—Papá tiene dos, y dice que es mejor porque le da dinero a mamá para que este linda y que así no le pide dinero a él.
Lane movió los pies y Verity sintió que estaba perdiendo el control de unos pequeños que estaban curiosos y enojados. Verity miró a Lane y él quería meterse bajo una piedra.
—¿Podrías irte antes de que mis niños me llamen adúltera?
—¿Qué es una adúltera? —preguntó la niña de enfrente.
Verity agrandó los ojos y miró a Lane.
—Sí, se salió de control y yo solo quería saber si podíamos hablar —dijo Lane—. Ahora hablan de amantes y adulterio.
Lane comenzó a retroceder a la puerta y Verity lo miró igual que cuando la metía en problemas siendo niños y huía para dejarla sola con el problema sin sentir que él saliese salpicado.
—Hablaremos cuando salga de clases, y llévate la flor del adulterio —dijo cuando empujó la rosa contra su pecho—. Adiós.
Verity le arrojó la puerta en la nariz a Lane y fue la segunda mujer que lo hizo. Esa vez dolió menos, o quizá se estaba acostumbrando, como fuese, salió del lugar y esperó afuera como un acosador hasta que la hora de almuerzo llegó. Verity solía comer con sus colegas, pero ese día miró a Lane asomado en los arbustos desde el piso superior, y sonrió, tomó su bolso y bajó.
—Serías un terrible espía —dijo ella cuando salió.
Lane salió de los arbustos como un mapache.
—Y por eso no lo soy.
Verity lo miró a los ojos y soltó un suspiro. Todo eso era una maldita locura, pero lo que tanto evitó, llegó como un huracán.
—¿Te quedaste esperando todas estas horas? —preguntó ella.
Lane metió las manos en los bolsillos de su chaqueta oscura.
—No sabía a qué hora saldrías. Incluso pensé que me evitarías —dijo y ella rodó los ojos y arrugó la nariz como lo hacía—. No me digas. La ventana del baño no era lo bastante grande.
—No. No soy tonta —dijo ella moviéndose y evitando su mirada por unos segundos—. No abría la puerta de emergencias.
Lane rio y miró como ella se sonrojaba. Le encantaba molestarla.
—No escaparás de mí, ni de nuestra conversación, y ya puedes recibirla —dijo sacando su rosa del bolsillo de su pantalón.
Verity miró de nuevo la roca y le tocó los pétalos. Lane era un bruto, pero era el único hombre que le dio una rosa azul.
—No me daban una desde la graduación —susurró recordando.
Lane inclinó la cabeza a un lado y también recordó.
—Deberían dártelas siempre.
Verity tocó los pétalos, movió su cabeza para quitarse los mechones sueltos de las mejillas y se miraron a los ojos. Eso que ella postergó, eso que él desconocía, estuvo frente a ellos en el momento justo en el que todas las mentiras caerían.
—Ahora, hablemos de Madeline —dijo Lane cuando Verity lo miró con ojitos de cachorro—. Dime la verdad. ¿Es mi hija?