Hace 3 años...
Mi primer día de trabajo, estoy muy muy muy nerviosa, espero poder hacerlo bien, sería muy malo que me despidieran el primer día.
Una empresa hotelera había solicitado un asistente y como papá tiene buenas conexiones por su trabajo me ayudó a conseguirlo, necesitaba dar mi mayor esfuerzo para no defraudar a papá.
–Ya me voy
Di un largo suspiro delante de mis padres.
–¿Estás segura, cariño? –mi madre acunó mi rostro con sus manos –no necesitas hacerlo, aquí tienes todo, tu tarjeta es ilimitada, no te vayas.
–Mamá –intente hablar mientras presionaba mi rostro –solo iré a trabajar y regresaré en la noche, no me estoy mudando a otro país.
–Lo sé, es que no quiero que te vayas –me dió un abrazo que casi me asfixia.
–Voy a regresar en la noche y les cuento todo.
–Está bien, pero si te sientes mal o te hacen algo, dejas ese trabajo y te vienes para la casa –me advirtió.
–No es la escuela, mamá –le aclaré.
–Dejala o se le hará tarde –intervino papá –te va a ir bien, eres muy inteligente.
Lo malo de ser hija única es que mis padres me trataban como si tuviera 5 años, en especial mi madre que era bastante sobreprotectora, mientras que papá me apoyaba después de unas tantas insistencias, había terminado mi maestría en finanzas y la empresa Wiles me había dado mi primera oportunidad de trabajo.
–¿Quieres que te llevemos? –ofreció mi madre.
–Mamá, eso sería raro –caminé a la puerta antes de que si lo hiciera –nos vemos en la noche.
Salí en mi auto y me dirigí a las oficinas, estaba cerca de casa y no demoraba mucho en llegar, al llegar me identifique en la entrada con seguridad y luego me indicaron subir el ascensor hasta llegar al último piso, al llegar a un escritorio había una señora bastante mayor de cabello canoso escribiendo en la computadora, no sabía qué hacer, saludarla o esperar, por suerte ella me vio y me saludo.
–Hola jovencita, tú debes ser la nueva asistente – me sonrió y pude respirar.
–Si, me dijeron que me presentara aquí.
–Espera aquí –me indicó –le avisaré al señor Wiles.
Note que al abrir la oficina se escucharon dos voces bastante fuertes y luego al cerrar ya no se escuchó nada, parece que estaban discutiendo dentro y eso no ayudó mucho a mis nervios, tal vez mamá tenga razón, todavía me puedo arrepentir y salir de aquí.
Di un paso atrás cuando la puerta se abrió nuevamente.
Mi oportunidad de irme, se fue.
–Ven conmigo –me indicó la anciana, pero antes de abrir, me advirtió –lamento si escuchaste algo, el hijo del señor Wiles tiene un mal temperamento y a veces suele ser algo grosero –se detuvo y se acercó otro poco –trabajarás con él, solo ten un poco de paciencia.
Ay no, me acaba de decir que mi jefe es malo con sutileza, bueno ya estoy aquí.
Al entrar estaban dos hombres, parece que dejaron de discutir; el señor Thomas Wiles era un hombre robusto de cabello castaño y ojos claros bastante mayor, pero tenía esa aura poderosa de haberse comido al mundo durante toda su vida, mientras que su hijo Sebastián Wiles era un hombre alto, delgado de cabello n***o y unos impresionantes ojos grises que fue lo primero que note, tenía un aura perspicaz y astuta algo que transmitía: siempre obtengo lo que quiero.
Las manos me sudaban y las pase varias veces por mi falda antes de que la señora hablará.
–Aquí está la jovencita –me miró un momento –no me dijiste tu nombre.
Eso me hizo sentir más nerviosa porque todas las miradas se fueron hacia mí.
–Bueno… yo soy Samantha Brooke –me presente –pero pueden decirme Samy
–Es la asistente que solicitó, señor Wiles –terminó de hablar la anciana.
–Gracias Miriam –habló el señor Thomas –es un placer tenerte aquí Samantha, por el momento estarás con Miriam aprendiendo las obligaciones básicas y trabajarás con mi hijo Sebastián en la oficina de al lado –indico señalando a su hijo –¿No es así, Sebastián?
El chico bufó y se dió la vuelta para salir de ahí sin mirar a nadie, pero antes de abrir la puerta la voz del señor Thomas lo detuvo.
–¡Ni un solo cigarrillo más en la oficina, Sebastián!
El chico siguió su camino y yo me quedé ahí sin saber qué hacer con las manos sudadas hasta que Miriam me indicó que la siguiera.
*****
Trabajé unos días con Miriam la asistente del señor Thomas Wiles y cuando dijo que estaba lista me traslade a la oficina de Sebastián, pues no era tan grosero como me lo había advertido, lo malo es que fumaba mucho, es decir demasiado y a veces me tomaba el tiempo para limpiar la oficina cuando él salía por algo porque apestaba a tabaco ¿Cómo podía fumar tanto?
–¿Sam? –dudó un día al entrar a su oficina y me pilló limpiando.
–Señor Wiles –me detuve escondiendo el trapo detrás de mí.
–¿Qué haces? –frunció el ceño.
Nunca me había llamado la atención y me estaba poniendo nerviosa porque podía ser la primera vez.
–Yo… vine a dejarle unos documentos –señalé el escritorio y él soltó una risa.
–Mientes muy mal –sonrió –Debes llamar a limpieza y no hacerlo tú
–Lo sé, lo lamento –baje la mirada con el trapo en mis manos –mejor me voy.
Salí de ahí antes de que cambiará de humor, solo lo había escuchado discutir con su padre, discutían por cualquier cosa, parecía más un problema familiar que de oficina.
Escuché mi teléfono sonar y respondí sin mirar la pantalla.
–Samy, gracias por contestarme, no me cortes la llamada por favor, por favor, solo quiero hablar contigo, escucharte…
Apreté mis manos cuando escuché la voz del otro, mi ex novio Malcom me había estado persiguiendo durante un año y era realmente agotador.
–No tengo nada que hablar contigo –corte la llamada.
Malcom era muy lindo conmigo y había aceptado ser su novia en la universidad, fue muy bueno hasta que comenzó a pedirme que me acostara con él, yo no quería, no me sentía bien cuando comenzaba a querer algo más y no teníamos mucho de conocernos; a lo mejor era una estupidez, pero pensaba que eso se tenía que dar de forma natural, cuando me sintiera en confianza; no creía que eso fuera una necesidad al principio de una relación y me sentí algo incómoda por la insistencia, la relación se acabó hasta que un día quiso obligarme y le pateé en la entrepierna.
Un día la señora Miriam me pasó felicitando por aguantar al hijo del jefe, yo no sabía que tenía que aguantar a excepción del olor a tabaco. Terminé mi jornada de trabajo y salí al estacionamiento.
–¡Samy! –escuché por detrás y sentí un escalofrío en mi espalda al escuchar la voz de Malcom.
–¿Qué haces aquí? –me di la vuelta viendo que alrededor, no había nadie, no quería problemas en mi trabajo, me estaba comenzando a gustar mucho.
–No me respondes las llamadas, así que una de tus compañeras me dió la dirección de tu casa y tú madre dijo que estabas trabajando aquí –explicó.
–Fuiste a mi casa –me sorprendió o más bien comenzaba a asustarme porque insistía tanto en seguirme, hasta ahora no había pasado de llamadas telefónicas y mensajes, pero que hubiera ido a mi casa y luego hasta aquí era extremo.
–Solo quiero hablar contigo, lamento lo que pasó así no soy yo y lo sabes –intentó acercarse y yo retrocedí, solo necesitaba llegar a mi auto para irme de aquí.
–Vete, Malcom –escupí
–Samy, te quiero mucho, por favor solo quiero que hablemos – siguió hablando y acercándose.
–No quiero tener que llamar a seguridad, solo vete –le señalé la salida.
–No lo harás –me apretó el brazo con su mano –vas a venir con…
–¡Oye! – escuché una voz y luego soltó mi brazo –¿Qué carajos crees que haces?
Sebastián sujetaba por el cuello a Malcom.
–Solo hablamos –respondió Malcom levantando las manos.
–Hablamos una mierda –Sebastian casi levanto a Malcom del suelo –crees que no he visto como la sujetabas ¿Quieres que te golpee?
–Es mi novia, solo quería llevarla a su casa –me miro – verdad Samy.
Mire a Malcom y luego a Sebastián, estaba por decir que si, pero por alguna razón sus palabras vinieron a mi mente: mientes muy mal.
–No es cierto –bajé la mirada y escuché un sonido, al volver a ver Malcom estaba en el suelo.
–Si te vuelves a acercar a ella, te vas a arrepentir.
–Pero yo soy…
–Me importa una mierda quien eres, lárgate o te pateare el culo.
Malcom se levantó y se fue, no lo volví a ver.
–¿Estás bien? –sentí su mano en mi brazo.
–Si, lo lamento mucho señor Wiles –baje la mirada para que no me viera llorar
–Ven, te llevo a tu casa.
–Estoy bien –me limpie las lágrimas, no quería que hiciera eso.
–Sam, ven conmigo, por favor –fijo sus ojos grises en mí y decidí seguirlo en silencio.
Subimos a su auto y coloque la dirección.
–¿Estarás bien sola? –preguntó de pronto
–Si… emm... no vivo sola –respondí y él solo asintió –quiero decir, vivo con mis padres.
Ay no, acabo de humillarme solita.
–Oh, que bien –musitó y me sentí algo incómoda.
–Suena ridículo, lo sé –moví mis dedos.
–No, yo también vivo con mis padres –respondió. Levanté la mirada hacia él con un poco de alivio.
–¿En serio? –casi me ilusioné cuando comenzó a reír.
–No, la verdad es que no –reía y por alguna razón me hizo reír también –No vivo con ellos desde… –paró de reír, su rostro se tornó serio y note que sus ojos bajaron a una cajetilla de cigarrillos que tenía cerca la palanca de velocidades –no, desde la universidad.
–Ya veo –murmuré.
Mis ojos siguieron sus manos directo a sacar un cigarrillo y encenderlo.
–Pero siempre tengo mi habitación en casa de mis padres –continuo
Decidí mirar por la ventanilla hasta llegar cerca de casa y no hablar más, parecía que algo le incómodo.
–¿Te molesta? –preguntó de pronto
–¿Qué?
–¿Te molesta esto? –señaló el cigarrillo. Si lo hacía, me ofendía el olor, pero quién era yo para decirle que no lo hiciera.
–Para nada –respondí y soltó una risa, note que apagó el cigarrillo.
–No se para que te esfuerzas en mentir –bufó –¿por eso limpias la oficina?
–No puedo decirle que deje de hacerlo, nadie puede –detuvo el auto y me vio a los ojos –las personas no cambian porque se los impones, sino porque quieren hacerlo.
–Lo recordaré –asintió
–Gracias señor Wiles.
Bajé del auto y se alejó por la calle hasta desaparecer. Esa fue la última vez que lo ví fumar.