ALANA
Siempre he tenido miedo de recibir esas llamadas en plena madrugada que te anuncian que algo malo le pasó a algún familiar cercano. Escuchar que Erik había tenido un accidente me había paralizado por completo.
Esa llamada indeseada me había tocado a mí. Lo único que hice en ese instante fue levantarme de inmediato de la cama con un malestar en el estómago que me quería hacer vomitar.
— ¿Un accidente? —pregunté con mi voz tambaleante.
— Sí señora Voinescu. —Me rectificó el oficial. Quería que todo fuera una broma, pero estaba diciendo la verdad, podía sentirlo.
— Deme todos los detalles por favor, voy en este momento para allá —fue lo único que dije.
Tomé un abrigo poniéndomelo sobre la pijama. Salí disparada a tomar mi auto mientras el oficial me daba todos los detalles.
Llegué al departamento de tránsito, por fortuna el accidente había sido un choque menor y habían arrestado a Erik por estar alcoholizado. Había corrido con mucha suerte.
Al menos las náuseas por la impresión habían casi desaparecido por completo en cuanto supe que estaba bien y que lo habían arrestado.
Entré al departamento de tránsito. Aparte de mí habían dos personas más que estaban sentados en al fondo. Me acerqué a la policía que estaba en la recepción.
— Buenas noches, o días —era de madrugada así que no sabía exactamente cómo saludar.
— Buenos días —me saludó la mujer con una seriedad extrema, que por un momento pensé que me estaba haciendo un favor al hablarme.
Traté de mantener la calma.
— Me hablaron porque han detenido a mi esposo.
Me observó por un momento mirándome de arriba a abajo como si me tratará de un bicho raro.
— Nombre —parecía robot.
— Erik Voinescu.
Tecleó algo en su computadora y por un momento se quedó viendo a la pantalla.
— Oh, ese señor Voinescu. ¿Quién es usted? —se recargó en su asiento.
— Su esposa —dije tajante. Su actitud grosera me estaba llevando al límite de la impaciencia.
Se quedó callada durante unos segundos sacudiendo la pluma que tenía entre sus dedos.
— Tome asiento. En un momento le llamamos.
— Quiero pagar su fianza y la multa del corralón, eso no debería esperar.
— Son las reglas nena —encogió sus hombros— toma asiento que tú esposo manejaba borracho y tiene una multa por daños a unas señalizaciones.
— Puedo pagar ahora mismo.
Dejó su pluma a un lado y se levantó de su asiento con una pose altanera.
— Hay personas delante de usted y tenemos que hacer el papeleo. —Mentía.
Sabía cómo funcionaban las cosas en ese lugar, pero decidí aguantarme el coraje. Era de madrugada y tener una discusión con “doña odio mi trabajo" me atrasaría en regresar a casa con Erik.
Me di la media vuelta y me fui a sentar en uno de los pocos asientos que estaban al fondo. No quería ver si cara de amargura y que me atrasara en pagar las fianzas.
Éramos solo unos cuantos que estábamos en tránsito, y tal parecía que les habían dado el mismo trato. Nos estaban haciendo esperar de manera ilógica. Odiaba la burocracia que algunas veces los departamentos gubernamentales tenían.
Me recargué en el respaldo de mi asiento intentando que el tiempo pasará rápido, cuando escuché que “doña odio mi trabajo" comenzó de nuevo a discutir con alguien diferente con la misma cantaleta de que había gente esperando y se fuera a sentar antes de pagar la fianza.
Moví la cabeza en negación al escuchar a la mujer, es que no había necesidad de tenernos ahí sentados.
El hombre caminó con serenidad en dirección hacia los asientos sentándose a una silla de distancia. Recargó su espalda en el respaldo de la silla, exhalando fuerte.
Ninguno de los dos habló. Vi cómo sacó su teléfono de su bolsillo y comenzó a mandar mensajes de texto. Me maldecía a mí misma, a tránsito, o “doña no me gusta mi trabajo", y a Erik, por el aburrimiento que tenía en ese momento y no ver más que a un extraño mandando un mensaje de texto como el mayor entretenimiento en ese momento.
— Estaba mandando un mensaje a mi vecino, que tiene a mi perro —habló el extraño de pronto.
No supe cómo reaccionar. Sentí como mi cara se encendía elevando la temperatura de mis mejillas.
— ¿Por qué me lo dices? —le pregunté.— ¿Me ves con cara de chismosa? —Alcé una ceja disimulando que lo estaba muerta en pena.
— Es imposible no ver que una mujer tan atractiva como tú me haya estado observando desde que “doña odio la vida" me mandó a sentar. —Se encogió de hombros.— Sin ánimos de ofender, es un cumplido con respeto.
Me llevé una mano a la boca para apagar la carcajada que me dio de la recepcionista. Al menos no era la única que pensaba de esa manera de ella.
— Creo que tenemos un punto en común. —Le dije señalando con la mirada a la recepcionista que tecleaba su computadora con odio.
— No se puede negar. —Sonreímos.
Nos quedamos en silencio durante un rato. Vimos que las otras personas que estaban esperando comenzaron a dormir y roncar, cabeceando.
— Creo que somos los únicos que han sobrevivido a no dormir —rompió el silencio el hombre— con suerte no se despiertan y nos pasan antes.
— Eso espero, aunque “doña odio mi trabajo" no creo que nos la ponga fácil. —Le desparramé en mi asiento. estirando las piernas. Tenía las pantuflas puestas.
— Veo que tengan sacado de la cama. A mí también. — Abrió su abrigo para presumir su pijama de franela.
— Al menos no soy la única con pantuflas. —Vi orgullosa mis pantuflas en forma de conejo. No voy a negar que algunas veces tenía gustos infantiles.— ¿A quién agarraron los de tránsito?
— A mi prometida, fue a festejar el cumpleaños de su amiga y parece que las agarraron por manejar pasadas de copas. Aunque pensándolo bien no he visto a ningún familiar de Claudia por aquí.
Volteó a ver hacia todos lados revisando la cara de los que estaban dormidos, esperando a ser llamados.
— Tal vez solo te llamaron a ti ¿por qué no vas a preguntar por ella? Puedes sacar a tu novia y a su amiga juntas.
— Tienes razón. Iré a preguntar por ella —se levantó de su lugar— “deseame suerte con doña odio la vida".
— Mucha suerte. —Le sonreí.
Vi cómo se paró nuevamente de su lugar para ir a discutir con la recepcionista, que en ningún momento se le había quitado el mal humor. Saqué mi teléfono dispuesta a ver algunos correos y avanzar con el trabajo de oficina, cuando vi que el extraño regresó con seriedad. Está vez se sentó a un lado mío.
— ¿Y bien? ¿“Doña odio mi trabajo" te facilitó las cosas? —le pregunté.
— Claudia nunca llegó a tránsito con mi prometida —me dijo con la vista perdida sobre el suelo.
Me quedé en silencio, tratando de darle su espacio.
— ¿Que tal si le hablas a Claudia?, —le sugerí,— ella podría darte una explicación. Tal vez tú prometida regresó sola.
— Sí, tienes razón, le voy a marcar.
Sacó su teléfono de inmediato y marcó el número. Esperó un momento paciente, hasta que contestaron la llamada.
— ¿Claudia? —preguntó el hombre. Espero un momento en el teléfono y no dijo nada más, solo asentía.
Colgó el teléfono.
— ¿Y bien? —le pregunté.
— Claudia sigue de fiesta. Se escuchaba la música a todo volumen, y solo me dijo que no me podía pasar a mi novia porque estaba en el baño. —Tragó saliva—me dijo que todo estaba bien.
Y era claro que nada estaba bien.
— Creo que tendré que esperar a que salga. Ella tendrá que darme una explicación. —Se encogió de hombros tratando de disimular su confusión.
— Creo que es lo mejor —le sonreí.
— ¡Voinescu! —gritaron.
Me levanté de inmediato de mi lugar.
— Creo que finalmente saldré de aquí —dije aliviada— un gusto platicar contigo.
— El gusto ha sido mío, me libraste de una batalla con el aburrimiento ¿cuál es tu nombre?
— Alana, Alana Voinescu. ¿Y tú?
— Nick, Nick Lax.
Le sonreí al extraño una vez más deseándole la mejor de las suertes. Tenía que averiguar lo de su prometida.
Por alguna razón Nick me había dejado con una sensación de bienestar. Era un tipo agradable.
Pagué la fianza e hice todo el papeleo para finalmente sacar a Erik de la cárcel. Cuando finalmente salimos el sol comenzó a salir. No dije nada, salvo limitarme a guiarlo hacia el coche.
Una vez que estuvimos dentro del auto, no pude evitar contener mi enojo.
— ¿Se puede saber qué ha pasado? —le pregunté.— Se supone que ibas a estar en una cena con los Smith y perdí toda la noche intentando sacarte de la cárcel.
— Se me pasaron las copas.
— ¿A las tres de la mañana?
— No hice nada malo Alana. Creo que estás exagerando. Si tienes dudas puedes marcar ahora mismo desde mi teléfono a los Smith y preguntarles. —Estaba molesto. Yo estaba molesta porque era la primera vez que hacía esto.
— Espero que no haya más veces como esta —me bajé del auto.
— No me amenaces Alana.
— No es amenaza, pero no pretendo pasarme la vida viniendo a pagar fianzas porque no puedes controlar el alcohol.
— Fueron negocios, y ellos aceptaron el trato. ¿A dónde vas? —preguntó Erik molesto.
— A recoger tus pertenencias, se me olvidaron. —Azoté la puerta del carro y me eché a andar.
Entré de nuevo a las oficinas de tránsito, por suerte “doña odio mi trabajo" se había ido y la persona que me atendió fue amable, dándome las cosas de Erik.
Vi a lo lejos que Nick iba en compañía de su prometida rumbo a la salida. Cruzamos miradas y solo me sonrió asintiendo con brevedad.
— Solo firme aquí y revise que todo lo que dice la lista esté en la bolsa —me dijo el empleado.
Comencé por revisar uno a uno los objetos, desde su teléfono celular hasta su cartera. Cada objeto estaba en su lugar, excepto una cosa que me había saltado y que estaba fuera de su lugar. Un encendedor de colección labrado y laminado en oro.
— Está todo en orden, gracias.
Me di la media vuelta y salí de ahí rumbo al auto. Erik se había acomodado en el asiento del copiloto, con la cara recargada sobre la pared a causa de la cruda que estaba teniendo en ese momento.
— Toma —le extendí sus pertenencias. Las tomó desganado, yo me quedé con el encendedor en la mano— Esto estaba dentro de tus pertenencias ¿qué es? —Se lo mostré.
— Un encendedor.
— Se qué es, pero no fumas.
— Me lo dio uno de los Smith. Tuve que aceptarlo por pura cortesía.
Me quedé un momento mirando a mi marido antes de arrancar el auto e ir a casa.
Erik fue el primero en subir a la recámara, mientras yo pasé a comer un poco de fruta antes de unirme a él. Estaba cansada y lo único que quería era dormir.
Estaba sola en la cocina mientras jugaba con el encendedor, pensando en qué tipo de noche los hermanos Smith estaban acostumbrados a tener como para emborrachar de esa manera a un socio.
Le di vueltas en el aire al encendedor cachándolo con mi mano. Dejé de hacerlo porque algo me llamó la atención Eran unas iniciales grabadas En la parte de abajo del artefacto.
N. L.
No coincidía para nada con el apellido Smith. Mi corazón tembló en angustia al ver que había cosas que no cuadraban. ¿Acaso me estaba engañando?