Besó a Xenia de nuevo y entonces dijo: —Ven… volvamos a casa. Creo que han pasado demasiadas cosas en un solo día. La tomó de la mano y la condujo con gran cuidado fuera de la caverna, hacia la luz del sol. Xenia encontró que le era imposible mirar hacia donde caía el agua de las cataratas. Como si comprendiera sin necesidad de palabras lo que ella estaba sintiendo, el Rey la hizo subir por el sendero, hasta que llegaron a los árboles. —No mires hacia atrás, mi amor— le dijo—, y recuerda, no ha pasado nada, excepto que viste las Cataratas Sagradas y te parecieron muy bellas. Miró a Xenia y añadió: —¡Y no tengo palabras para decirte lo hermosa que eres y lo mucho que te amo! Sus palabras iluminaron de nuevo los ojos de Xenia. —¿Cómo pude haber soñado siquiera que yo me iba a sentir