La asistente.

1165 Words
Me encantaba tener una doble vida nada típica, de día era la asistente contable de uno de los magnates más solicitados de toda España, de noche era bailarina en un bar de lujo. Nadie sospechaba de mi doble vida y me encantaba eso. Tenía mi trabajo de ensueños y otro pasatiempo que amaba, bailar. Simplemente fabuloso, disfrutaba mucho ser la asistente de Aran, era todo un caballero y muy pasional. Teníamos fogosos encuentros en el cuarto de archivos, éramos los amantes más calientes que nunca antes hubiese visto. Me llevaba casi siempre a comer, a cenar y a los eventos importantes que asistía. Teníamos claras las cosas y situaciones, no teníamos compromiso alguno. Simplemente nos usábamos mutuamente  para satisfacernos y brindarnos compañía. Me encantaba lo romántico que podía ser, lo perverso y sobretodo lo que me transmitía, pero estaba lejos de enamorarme de aquel hombre.  La alarma sonó, me levanté y tomé mi ducha matutina, prepare mi café bien cargado como me gustaba y me vestí con mi ropa de oficina. Me calcé mis tacones y tomé mi bolso junto con las copias de los balances que debía entregar. Salí conduciendo hasta el edificio, salude al guardia y subí en el ascensor. Fue entonces cuando me percate que llevaba un botón de mi camisa abierto dejando ver mi elevado busto, con razón todos parecían mirarme más de lo normal hoy. Lo arregle y caminé hasta mi oficina, al abrir la puerta lo vi, sentado en mi silla mirando la perfecta vista que tenía. —Buenos días, asistente—saludó con esa típica fogosidad en él—, Estaba pensando en qué no sé nada de ti. Más que tú primer nombre y teléfono. —No necesitas saber nada más—dije restándole importancia. —Creo que sí, no puedo tener de amante a una mujer desconocida—respondió. —¿Es por eso? Entonces dejemos las cosas así y continuemos el trabajo—admití en voz alta—, Aquí están los balances del mes, jefe.  —¿Así quieres jugar?—preguntó burlón—, Hoy estas ardiente, ven acá.—dijo mordiéndose el labio y tendiendo su mano hacía mí. —Creo que eso no pasará.—respondí, tomé  mi portafolio y una carpeta del escritorio mientras me inclinaba mostrándole mi pronunciado escote—, Tengo mucho trabajo, jefe. Sonreí con suficiencia al ver la cara que hizo y salí a buscar los estados de cuenta del mes, debían coincidir con el balance que había realizado o estaría en problemas. Mi teléfono sonó y vi en la pantalla el nombre de Hellen.  —¿Alo?—contesté. —¿Dónde estás?—preguntó apresurada. —En la oficina, ¿Qué sucede?—respondí. —¡Ven rápido al departamento!—anunció y colgó. Los vellos se me erizaron de la preocupación e intriga que me había dejado su llamada. Le envíe un mensaje a Aran, diciéndole que estaría ausente unas horas puesto que había ocurrido algo en casa y debía ir. Me respondió un "Avísame cualquier cosa". Salí más rápida que flash conduciendo como sino hubiese un mañana, al llegar estacione el auto y subí en el ascensor. Al llegar vi la puerta abierta de nuestro departamento y me angustie. Al entrar todo estaba hecho añicos, habían destrozado todo.  —Pero que mierda, ¿sucedió aquí?—articule. —¡No lo sé! Llegué y todo estaba así—dijo Hellen sumida en sorpresa y desesperación. Entré a mi habitación y estaba hecha un rebullicio al igual que todo el departamento, me asuste mucho y empecé a temblar. En el espejo de mi baño había una nota escrita con pintalabios.  "Esto es por ser una zorra, vuelve a meterte con mi marido y no respondo". ¿Marido? No salía con nadie, más que con...¡Aran! ¿¡Era casado y no me lo dijo!? Me sulfure y salí disparada del departamento al edificio  nuevamente, al llegar camine hasta la oficina de Aran y entré sin tocar. El hablaba por teléfono y me miraba sorprendido.     —Ya te devuelvo la llamada, debo atender algo—dijo para colgar, me acerqué a él y estampe mi mano abierta en su rostro.—, ¡Hey! ¿Qué te sucede? —¡Eres un maldito asqueroso! ¡Fuiste incapaz de decirme que eras casado!—reproché. —Dime, ¿Si te hubiera dicho que era casado hubieses estado conmigo?—preguntó. —¡Jamás! ¡No me meto con hombres casados, idiota!—reproché nuevamente, claro que Andrew fue la excepción.—, ¡Tú esposa destrozó mi departamento!  —¿Qué hizo qué?—preguntó con sorpresa. —¡Lo que escuchaste!—grité—, Espero que para cuando salga de aquí mi departamento este como nuevo.—le advertí.   —Me encargaré de eso, pero cálmate—respondió y fue lo último que escuché. Salí echa una furia, fui a buscar los estados de cuenta y regrese a mi oficina. Compare los balances y los estados y ¡sorpresa! no coincidían para nada. Me jale el cabello de desesperación. ¿Y ahora? ¿Qué haría? Mi primer mes de trabajo y no me cuadraba nada. Llamé al banco pidiendo una cita con algún asesor, iría personalmente a ver que estaba ocurriendo. Al llegar al banco conversé con la asesora de créditos y finanzas.  Llegamos al fondo de todo, los números eran claros, mi balance estaba perfecto. El dinero estaba siendo robado por otra persona, los datos eran confidenciales, por lo que solo Aran sabría de quien se trataba. Con mi orgullo a un lado entré nuevamente a su oficina y le presenté los documentos. —¿Qué es esto, Sarah?—preguntó sorprendido. —Los estados de cuenta del mes y el balance.—expliqué—, Como verá, no coinciden eso se debe a que alguien ha estado retirando el dinero de las cuentas. —¿Cómo? Pero, ¿Quién?—preguntó sorprendido mirando a la nada. —No lo sé, solo usted tendrá información de ello.—respondí. —¿Ahora me habla de usted?—preguntó ofendido—, ¿Qué sucede, cariño? —Lo trato como lo que es, mi jefe—respondí. —¿No me estarás hablando enserio?—volvió a insistir. —Debe ir al banco, la asesora lo está esperando para informarle mucho mejor del asunto—explique—, Sí me disculpa llegaré al fondo de esto por mi cuenta. Sus ojos se abrieron con sorpresa por mis palabras, pero no volvería a cometer aquel error de ser la segunda mujer de un hombre,  me había quedado la experiencia de Andrew. No estaba estable emocionalmente preparada para repetir aquel error. Así que no sería su amante, seguiría teniendo citas hasta que encontrará lo que busco. —Sarah, no hagas nada de eso—dijo con voz fría. —¿Por qué, jefe?—pregunté girándome hacía él.   —Estás despedida—respondió.
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