–¡Te amo! ¡Te amo...! La música llegó a un clímax de ritmo frenético y después se hizo lenta, suave. Algunas parejas de jóvenes gitanos se habían puesto a bailar. Toda la escena era de una belleza y una gracia inefables. Pero ya no sonaba la música que con su salvaje apasionamiento había hecho vibrar a Thea como nunca hasta entonces. Diríase que ahora la dulce melodía pretendía apagar el fuego que antes había encendido. Avergonzada al recordar lo que había sentido, percibió que Nikos la estaba mirando y comprendió que la había llevado allí para que se sintiera libre como el viento. Había revivido las sensaciones que él le había provocado la noche anterior con sus besos. Apartó su mano de la de él y la cruzó con la otra. Tenía miedo de sí misma. ¿Cómo podría resistirse a la seducción