—Gracias, Marcelo —le digo a mi guardaespaldas tomando su mano para salir de la camioneta.
—¿A dónde te llevo las maletas, Fina?
Le muestro una leve mirada y él se encoge de hombros. Suspiro e ignoro su gesto volteando mi vista hacia la entrada del castillo, donde veo al mismo hombre de anoche salir a mi encuentro.
Alessandro Ferretti, uno de los mejores abogados de Italia, o eso me ha dicho el internet. Es un hombre realmente apuesto. Alto, piel tostada, ojos verdes, cabellos castaños, engominado y bien peinado; sumamente elegante y con una sonrisa bastante encantadora.
Eso también me lo permitió ver el internet de cerca.
—Buenas noches, señora Barone. Bienvenida a su castillo.
Alzo mi ceja, pero igual le extiendo mi mano para estrechar la suya.
—Fiore —aclaro con una sonrisa—. Soy Serafina Fiore.
—Es la esposa de Daemon.
—No por elección —le digo sin dejar de sonreírle—. Esto no es un matrimonio real, señor Ferretti y ambos lo sabemos, así que, ¿para que las máscaras? El día en que me enamore de alguien, ese día haré uso de ese apellido con orgullo.
La mirada que Marcelo me muestra me causa gracia, pero la ignoro.
—Mientras esté casada con Daemon Barone, usted será tratada como la señora del castillo, será llamada por el apellido de su esposo y disfrutará de sus beneficios también. Cuando todo haya acabado y el divorcio sea una verdad, usted volverá a ser Serafina Fiore, ¿le quedó claro? —pregunta de manera pasiva, agresiva.
«¿Vale la pena discutir por esto?»
—Como sea —suspiro omitiendo la pregunta, guardándome claramente la respuesta—. ¿Podría, por favor, indicarle a mi hombre de seguridad, donde dejar mis maletas?
—Greta lo hará.
Ambos nos sonreímos, pero a leguas se nota que ninguno de los nos vamos a soportar. Nos invita a pasar, pero me niego informando que caminaré un poco por las vides antes de entrar. Receloso, accede a mi petición y le pide a Marcelo que lo siga para dejar las maletas en el recibidor.
—No se aleje demasiado de castillo, señora Barone. En las noches, es imposible notar si hay algún animal listo para morderla, o notar algún espectro observándola detrás de las sombras.
Frunzo mi frente al ver un atisbo de sonrisa en sus labios. No soy estúpida, y puedo comprender que se está burlando de mí, incluso, Marcelo también lo nota y no disimula para nada su disgusto.
—No se preocupe, a menudo ando armada —palmeo mi pequeño bolso cruzado a mi cuerpo—. Nos vemos ahora.
Le sonrío a él, y cuando veo a Marcelo, le doy un asentamiento de cabeza para luego darles la espalda y comenzar a caminar hacia las colinas donde están las vides. Abrazo mi cuerpo asimilando en lo que ahora se ha convertido mi vida de un día para otro.
No puedo borrar el asombro del rostro de mi padre de mi cabeza, cuando al llegar anoche a la mansión y le dije que me he casado totalmente enamorada con el heredero Barone. Estaba incrédulo, confundido. Aunque, no pudo ocultar la satisfacción ante la unión de ambas familias.
Los Barone, siempre han sido poderosos, no hay empresas, negocios y hasta emprendimientos, que crezcan como espuma cuando son direccionados por ellos. Es un linaje que ha tenido la bendición de los dioses y así sea vendiendo solo pasteles –como lo es la tía de Daemon– son los mejores de Italia. Por supuesto que quiso saber cómo, cuándo y dónde surgió todo este amor, a lo cual le mentí de manera garrafal.
“¿Lo viste a la cara, Serafina?” Me preguntó luego de pasar su conmoción, a lo que le respondí con otra mentira más; “Por supuesto, papá, es mi esposo, el hombre a quien amo”
Niego riéndome de eso. Su curiosidad se elevó queriendo saber cómo había quedado, a lo que tuve que mentirle una vez más; “Lo suficientemente hermoso como para encantarme”
«Patrañas»
Mi padre no es un hombre tonto, pero sí bastante pacífico y cree todo lo que yo le diga. Durante años, le creyó a mi hermana mayor, hasta que todo se volvió un caos y la verdad le estalló en la cara. La mía nunca le estallará, porque al aceptar este contrato de matrimonio, me he asegurado que eso jamás suceda.
Tomo aire a profundidad y lo dejo salir lentamente. Toco con la yema de mis dedos, una hoja de uva, sintiendo la suavidad, pero la poco aspereza de la textura de ella. Es tan verde, que demuestra vida aun bajo la luz de la luna. Desprendo una uva y la llevo a mi boca, la saboreo serrando mis ojos, disfrutando del exquisito sabor dulce de ella, del leve frío que la ha arropado, suspirando con éxtasis ante lo divino de la fruta.
«Sin duda, los dioses han tocado estas uvas»
Recuerdo la última vez que estuve caminando en medio de estas vides. Realmente fue bastante traumático para mí. Jamás creí que uno de los recolectores de uvas haría tal acto conmigo, tampoco creí que él me defendería como lo hizo. Esa tarde, fue mi última tarde aquí, fue la última vez que vi su hermoso rostro, la divinidad del mismo. Daemon era un hombre realmente perfecto, incluso, parecía un dios griego el cual caminaba y deslumbraba.
«O tal vez mi yo adolescente así lo endiosaba»
El caso es, que no había lugar donde él estaba y no fuese el centro de atención de todos. Demasiado perfecto para el mismo, demasiado inhumano también. Me pregunto qué le habrá pasado exactamente para que pasara a ser un hombre carismático y glorioso, al monstruo que ahora es.
Él tuvo un trágico accidente, recuerdo que todo salió en las noticias. Me conmovió demasiado porque creí que había muerto, ya que todos decían tantas cosas que no sabías a quién creerle. Para ese entonces, tenía apenas veinte años y ya había cortado toda comunicación con Gio, pero, aun así, la llamé. Recuerdo que la oí llorar por su único hermano por más de una hora; estaba aterrada. Luego de eso, no supe más de ella porque fue enviada a estudiar en Nueva York y yo no supe más de él, porque simplemente desapareció.
Giovanna y yo ya no somos amigas, las circunstancias nos separaron, pero hay días donde la extraño, hay días donde recuerdo nuestra niñez y adolescencia.
¿Sabrá que ahora soy la esposa de su hermano? De seguro se estará riendo de mí y de las ironías de la vida.
Una fuerte brisa fría me azota, mi cuerpo se estremece y siento como los vellos de mi nuca se erizan por completo. De repente, el instinto de supervivencia se activa en mí y decido volver a la penumbra del castillo. Me siento vigilada mientras avanzo, incluso, miro de lado y lado, buscando entre las vides algún animal o una persona, cayendo en la paranoia que ha sido sembrada en mí por Alessandro.
Me alejé más de lo que debería, lo sé, pero es imposible no sentirme atraída por el mismo viñedo.
Alzo mi cabeza en cuanto estoy cerca del castillo y me detengo en seco al ver el espectro que está inmóvil mirándome. Ahí, en el balcón, oculto detrás en la oscuridad, dentro de la gran sombra que hace la torre más alta, la cual llega al balcón, está él. Noto la silueta de su cuerpo, esa silueta oscura que me asegura que está ahí, mirándome, pero sin yo poder verlo por completo.
Los mitos son muchos, las habladurías dicen de todo, pero yo no he dejado de preguntarme desde hace cinco años, que tan mal quedó como para ocultarse y no dejarse ver más nunca por nadie.
Vuelve el recuerdo a mi cabeza de su belleza, de lo llamativo que era, y hasta de lo sexy que fue. De niña, siempre lo vi hermoso, pero cuando me volví más grandecita, lo comencé a ver con otros ojos, causando que mi cuerpo reaccionara distinto con cada leve mirada que me otorgaba, con cada sonrisa, incluso, oír su voz era para mí un detonante.
Sacudo mi cabeza echando a un lado esos recuerdos.
Decido apartar la mirada de esa sombra y sigo mi camino hacia el interior del castillo, mi nuevo hogar.
—Te he dejado todas las maletas en el recibidor, no me permitieron subirlas a tu habitación —me dice Marcelo en voz baja al verme—. No me gusta este lugar, Fina.
—¿Y crees que a mí sí? —alzo mi ceja mirándolo con molestia—. Pero no puedo permitirme verme expuesta y tú lo sabes.
—Yo te di la solución anoche, pero no la aceptaste.
—Huir no es una solución, Marcelo —le muestro una leve sonrisa conciliadora, evitando mostrar de más porque Alessandro nos está mirando—. Gracias por traerme.
—Es mi trabajo, y mañana estaré aquí antes de que los rayos del sol salgan. Mi deber es cuidarte, Fina y no permitiré que ese Mons.…
—Daemon, se llama Daemon Barone —le aclaro.
Alza su ceja y puedo ver el disgusto querer salir a flote, pero le resto importancia. Una cosa es que yo le diga así por haberme chantajeado con este matrimonio, pero otra muy diferente es que él use el apelativo para burlarse de su accidente y de lo que le pasó.
—Informales que estaré aquí mañana y todos los malditos días hasta que te divorcies.
Su sentencia es mordaz, pero no causa nada en mí. Conozco lo suficiente a Marcelo como pasar por alto sus actitudes infantiles.
Oigo el sonido de la puerta ser cerrada con fuerza, causando un eco incómodo en todo el salón, mientras una mujer madura junto a un hombre mayor y dos hombres adultos, me miran fijamente con interés. Suspiro y decido seguir con mi sonrisa intacta mientras Alessandro me escudriña con sus ojos achicados.
—Mi guardaespaldas tiende a ser un poco…
—Imbécil.
—Sí —le digo Alessandro sin dejar de sonreírle—. Pero es bueno en lo que hace… «Demasiado» Le p**o para que me cuide, así que él estará aquí cada día.
—No tiene la entrada permitida al interior del castillo, por órdenes de su esposo. Si desea venir cada día para estar afuera, bienvenido entonces.
«En serio quiero arrancarle las bolas a Alessandro»
Esto va a ser más estresante de lo que creí, pero por esta noche, decido ignorar al fiel mensajero con aires de grandeza .
—Mejor me presento —rompe el silencio la mujer de cabellos castaños y ojos color miel acercándose a mí. La he logrado divisar porque hoy, el recibidor está totalmente iluminado—. Me llamo Greta de Morreti, el ama de llaves y encargada de mantener el orden aquí adentro. Él es mi esposo, Luca Morreti y mis hijos, Lorenzo y Manolo.
Me acerco y le extendido la mano al hombre mayor y así al resto. Este me informa que es el capataz de toda la viña, así como me informa que su hijo mayor, llamado Lorenzo, es el segundo al mando cuando él no está, seguido de Manolo, el menor, quien es el tercero al mando cuando no está él o su primer hijo, aclarándome también, que ellos tres, al final son servidores de su señor Daemon, quien cuando aparece, ellos solo acatan a sus órdenes.
—Y ahora acataremos las suyas como la esposa del señor —exclama el viejo Luca sonriéndome—. Nos sentimos sumamente felices por ustedes. Les deseo muchas bendiciones en su matrimonio y que la prosperidad de los dioses los alcance y puedan llenar de vida este castillo con muchos herederos.
«¡¿Muchos qué?!»
Aun sonriendo, le doy una mirada rápida a Alessandro en busca de una explicación, pero él solo se mantiene tranquilo en su lugar, mirándome con ciertas ganas de reírse por el comentario.
«¿Qué les dijeron exactamente a estas personas?»
—Un placer conocerlos a todos, puedes llamarme solo Serafina, o Fina, si se les hace muy largo.
—Señora Barone está bien para todos.
«¡Por todos los cielos!»
—Señora Fiore, está bien para mí —aclaro, me miran confundidos y caigo en cuenta de mi burrada—. Aunque, supongo que debo de acostumbrarme a ser nombrada por el apellido de mi querido esposo, ¿no? —comento de inmediato.
Dejo salir una risa nerviosa, pero ellos no lo notan, así que se ríen de verdad por mi comentario tan encantador. Menos Alessandro, él sabe que estoy siendo bastante sarcástica.
—Greta, ¿Por qué mejor no llevas a la señora Barone a su habitación?
«Idiota»
—Claro que sí, señor Alessandro.
Me acerco para tomar una de mis maletas, pero él me lo impide.
—Manolo se encarga. Puede subir tranquila a su habitación, señora Barone.
Lo miro fijamente a los ojos. Juro por Dios que deseo arrancarle las bolas por ser tan imbécil conmigo sin razón aparente. Aunque, ahora que lo pienso, presiento que él sabe mi secreto, y de ser así, más le vale no estar tratándome como lo hace por eso, porque no voy a dudar en ponerlo en su lugar, pero no será hoy.
—Bien.
Suelto mi maleta y prosigo a seguir a Greta escaleras arriba. El sonar de mis tacones, se oye en cada paso dado causando que los cuatro hombres que dejamos atrás, me miren.
Hemos tomado las escaleras del lado izquierdo, ya que hay dos; una de lado a lado, que te invitan a subir al segundo nivel. Me doy cuenta, de que el lado izquierdo está iluminado, cuando el derecho está en penurias. Saber que hay algo de luz, me causa paz, porque anoche cuando llegué a este lugar, parecía el castillo del terror.
Las paredes con el papel tapiz, ahora sí se pueden admirar, así como el suelo alfombrado y los cuadros que decoran las paredes del corredor. Pinturas renacentistas que te dan a entender la antigüedad de este lugar, pero que, aun así, todo se ve tan conservado y hermoso. Los marcos de las puertas que hemos dejado atrás, son dorados, con un diseño bastante delicado pero imponente. Ahora que hay luz, y que puedo detallar las paredes, el suelo, los cuadros y cada escultura a un lado del corredor, siento que he remontado al pasado, en los tiempos de reyes y reinas, y hasta me imagino usando un vestido con un peinado perfecto y una tiara en mi cabeza.
—Hemos llegado, señora Barone —dice Greta sacándome de mis pensamientos—. Bienvenida a su habitación.
Abre ambas puertas blancas para mí, invitándome a pasar primero. Cuando mis ojos detallan el interior de la inmensa habitación, abro mi boca evitando el jadeo de sorpresa que quiere salir. He crecido con lujos durante toda mi vida, pero nada comparado a esto. Esto no es lujo, esto es arte, esto es sin duda una riqueza diferente a la que estoy acostumbrada.
«¡Ahora sí que me siento la reina de este castillo!»
La gran cama con dosel me saluda, junto a esas sabanas de seda con bordados que me invitan a acostarme en ella y no salir jamás de ahí.
El diván clásico estilo francés, con sus bordes dorados y cojines en marfil, me roban el aliento; la gran alfombra debajo de él, las amplias ventanas con cortinas largas en color champán y las puertas que dan al balcón de afuera, junto al gran candelabro de cristal que cuelga del alto techo, me dejan embelesada.
Creo que he encontrado mi lugar favorito en todo el castillo.
Hay dos puertas a un lado, donde Greta me informa que es mi vestidor, también me muestra el baño y válgame el cielo, esto es un baño traído del mismo olimpo. Huele a jazmín y a pesar de que es un castillo bastante antiguo tiene sistema de aire porque siento el frío dentro de la habitación.
—Es preciosa —musito encantada.
—El señor Daemon pidió que se le otorgara la segunda habitación más grande para usted.
Volteo a mirarla curiosa.
—¿Y cuál es la primera que es más grande que esta?
—La de él.
Asiento comprendiendo que no dormiremos juntos. Eso me hace sonreír, porque, ¿Cómo pretende que engendremos un hijo, si vamos a dormir por separado?
Yo misma me doy la respuesta a mi pregunta haciéndome reír bajo. Supongo, que mientras menos tengamos contacto, mucho mejor, así que, agradezco que exista entonces la inseminación artificial en estos tiempos.
—¿Desea cenar algo antes de dormir?
—No tengo hambre aún, gracias —le respondo tranquila—. Pero si me da hambre, saldré.
—Estaré en la cocina, queda bajando las escaleras, tomando el arco derecho que está en el recibidor, casi al final.
Asiento y le agradezco.
Greta sale de la habitación dejándome sola. Lo primero que hago, es tirarme en la cama de espaldas y suspiro en cuanto las suavidades de las sabanas tocan mi piel descubierta. Suspiro y me quedo mirando el candelabro en el techo, pensando en lo que ahora haré para ajustar mis asuntos. Debo ser inteligente, astuta y no levantar sospechas. Yo le di a Daemon lo que quería convirtiéndome en su esposa, me falta solo darle un hijo, pero mientras eso no ocurre, mi vida seguirá igual, mis asuntos no detendré y lo que hago, por supuesto que tampoco.
Él está encerrado aquí, pero yo no. Yo sí puedo salir y lo haré. Con ese último pensamiento, cierro mis ojos disfrutando del olor a jazmín que impregna toda la habitación y decido relajarme unos minutos.
Abro mis ojos al sentir el gruñir en mi estómago. Me estiro sin ánimos de levantarme, pero el hambre que siento me obliga a hacerlo. Aun con mi bolso colgando en mí, busco mi móvil para ver la hora.
«No puede ser»
Me levanto de golpe al ver que son las dos de mañana y me he quedado dormida. Bufo y me quito mi bolso, tirándolo en la cama junto a mi móvil.
«Necesito comer»
Estrujo mi rostro y con desgana, pero convencida de ir por algo de comida, salgo de mi habitación recordando la explicación de Greta para llegar a la cocina. Sé perfectamente que no la voy a encontrar sentada esperando por mí, pero sí sé que habrá un refrigerador lleno con mucha comida que ofrecerme.
Eso me basta.
Trato de hacer el menor ruido posible, por eso, me he quitado mis tacones antes y camino con cautela para no llamar la atención.
Llego al final de las escaleras y me doy cuenta de que el lado derecho, hacia la cocina, están las luces totalmente apagadas. Muerdo mi labio debatiéndome si vale la pena el reto, porque odio la oscuridad impuesta, pero los gruñidos en mi estómago me instan a sacrificarme.
Avanzo rápido, esta vez no soy cuidadosa porque quiero irme a mi refugio, así que cuando llego a la cocina, voy directamente hacia el gran refrigerador que deslumbra gracias a la luz de la luna que se filtra por las ventanas.
—A ver que tenemos aquí… —murmuro en cuanto la luz alumbra toda la cocina—. Esto me servirá.
Digo sosteniendo un envase de helado.
No es comida, pero al menos me ayudará a sobrevivir hasta el amanecer. Cierro ambas puertas y me volteo para buscar una cuchara. Veo en la mesa que está frente a mí el reluciente acero y me acerco curiosa para notar que hay un papel con mi nombre escrito. Cuando levanto la tapa, sonrío al ver mi cena en el plato más los cubiertos a un lado.
«Greta…»
Sonrío, vuelvo abrir el refrigerador para que me dé luz, ya que no sé dónde se encienden las luces y me siento a cenar lo que la mujer me guardó. No soy mal educada, así que no le dejaré la comida en la mesa, creo que ya hice suficiente con quedarme dormida y de seguro no oír que me llamaba.
Treinta minutos después y no hay nada en el plato. Me levanto y voy al fregadero, lavo mis manos y busco esa cuchara. Cierro el refrigerador y salgo de la cocina dispuesta a comerme el helado en mi habitación.
Satisfecha y bien despierta, avanzo con menos miedo que al comienzo. Subo las escaleras y corro hacia el lado iluminado. Oigo unos pasos detrás de mí y me detengo de inmediato. No veo a nadie, mi pulso se acelera y el temor que no sentía, se instala nuevamente en mí.
Decido regresar a las escaleras, pero no veo a nadie. Vuelvo a oír los pasos y como soy cobarde, pero curiosa, bajo con rapidez para ver de dónde vienen esos pasos.
No hay nada.
Decido regresar a mi habitación y subo otra vez las escaleras, pero esta vez corriendo, pero me detengo en seco cuando las luces se apagan y me priva de la claridad.
«Mierda, mierda, mierda»
—¿Husmeando, Serafina?
Su voz detrás de mí me dispara los nervios. Me giro casi que en cámara lenta porque lo he oído demasiado cerca, muchísimo diría yo.
—¿Daemon? —lo miro a detalle, tratando de encontrar sus ojos en medio del oro a su alrededor—. ¿Eres tú, Daemon?
—¿Por qué no estás en tu habitación?
«Por supuesto que sí es él»
—Tenía hambre —respondo y acorto la distancia llegando frente a él. Levanto mi cabeza debido a su altura, y aun con el temor carcomiéndome, decido accionar—. ¿Por qué tú no estás en la tuya?
—Eso no te importa.
«Cierto, realmente no me importa»
Levanto una de mis manos y decido intentar tocar eso dorado que brilla, queriendo quitarlo para poder verlo a la cara solo por curiosidad. Puedo notar el brillo en sus ojos, la intensidad de los mismos. Recuerdo que eran dorados, casi que dos círculos de fuego que lo hacían ver como un león. Alrededor de ellos, en lo poco que la máscara me permite detallar, veo un poco de su piel y está arrugada, o marcada, la verdad no lo noto bien. ¿Por qué está usando una máscara de oro? No lo sé, pero en cuanto sostiene con fuerza mi muñeca con su mano enguantada, sé que no podré matar mi curiosidad hoy.
Me estremezco un poco por el agarre, pero no le demuestro que me ha asustado su brusca acción.
—¿Quieres tener pesadillas?
—Solo quiero conocerte.
—Ya me conoces, Serafina.
—No esta versión de ti.
Trago grueso.
—Y jamás la conocerás —asegura apretándome más—. Ahora, vete a tu habitación y la próxima vez que te quedes dormida para la cena, cerraré tu puerta con llave para que no salgas en las noches a husmear lo que no te conviene, al menos que desees ser comida por el monstruo.
Me suelta con rabia y me da la espalda dejándome sola en medio del corredor. Oigo que baja las escaleras, el pisar de sus botas es firme y con fuerza, y cuando retumba el sonido de alguna puerta ser azotada, las luces de mi lado se encienden, permitiéndome ver nuevamente, pero sin disipar los latidos erráticos de mi corazón.