—Muy bien, milady. Romara y Caryl subieron a toda prisa la escalera. Era poco después del mediodía y, por lo tanto, toda la servidumbre estaba almorzando. La señora Fellows, con el resto de las doncellas, debía encontrarse en la cocina. Y como el bebé no estaba en casa, la niñera debía estar con ellas. Romara entró en su dormitorio y, tomando a Alexander de los brazos de su hermana, lo acostó sobre la cama. —Ve al cuarto del niño y reúne las cosas imprescindibles que él pueda necesitar— le dijo a Caryl—, podemos comprar el resto. Caryl la miró con ojos espantados, pero obedeció. Romara sacó entonces una pequeña valija del guardarropa y la llenó con unos cuantos vestidos que tanto ella como Caryl podían usar, pero que eran los menos ostentosos de los que poseían. Era una suerte que es