Los ojos de ella se agrandaron. El parecía tenerla aún bajo su hechizo y no pudo evitar preguntarle a su vez. —¿Cuán... to? —Esa es una de las cosas que quería decirte. Una de las razones por las que he estado tratando desesperadamente de encontrarte, todas estas semanas. —¿De verdad… querías… encontrarme? El sonrió y ella se dijo que tal vez su pregunta había sido casi ridícula. —¿Quieres que te diga— preguntó él en voz muy baja—, lo vacía y callada que se veía la casa sin ti? ¿Y cuánto detestaba estar solo? —¿Sin. . . mí? El lanzó un suspiro y, desviando la vista, miró hacia el lago: —Tal vez sea mejor que empecemos por el principio. Hay tanto que debemos decirnos, que creo que debemos partir del instante en que, debido a mi loco, mi irresistible deseo de venganza, nos casamos.
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