Capítulo 3

1004 Words
Una tarde sobrevino una tormenta que tomó desprevenida a la tropa y al mismísimo almirante que tenía ya varios años navegando ésas mismas aguas. Nunca vio una tormenta de ésa magnitud a tal punto en que medio del caos varios marineros cayeron por la borda incluyendo al almirante. Mis cadenas en pies, manos y cuello eran demasiado para mí, a pesar de que había recuperado mi estado, me era imposible liberarme. Sentí pena por aquel hombre que caía al agua, arrastrado por la corriente. Podía oler cómo su aroma se mezclaba con la loción salada del mar. Contemplé mis manos, era una inútil en aquellas tierras, no podía hacer nada para remediar la situación. Más sólo esperar que el caos acabara. De pronto, el barco se estampó contra algo, haciendo que todo y todos termináramos cayendo de bruces al piso. Otra vez las arcadas no daban su brazo a torcer, estaba vomitando a un costado de la cama. No entendía qué estaba sucediendo, menos aun cuando lo único que se oía era la liberación de una estampida que corría desesperadamente de la cubierta inferior hacia su libertad, en la que supuse que ya serían tierras firmes. Mientras recuperaba el aliento y me limpiaba el hilo de baba que me quedó colgando de los labios, escuché cómo abrían la puerta del camarote y el sólo verle me provocó cierta congoja. Prácticamente se arrastró hacia donde yo estaba, el agua había comenzado a drenar por el piso, y sus pasos se escucharon aún más torpes de lo esperado. Sostenía su brazo izquierdo con su mano derecha como si no quisiera que se le escapara o algo por el estilo. Evidentemente el dolor le era insoportable, pero aún así había llegado hasta allí por sus propios medios. Intercambiamos miradas unos instantes y a su preocupación sólo pude corresponderle con mi indiferencia. Aún lo odiaba. Por su culpa estaba dejando una parte de mí que me era demasiado importante, que en realidad, lo era todo. Iba a ayudar a todo un reino a crecer y expandirse, vestía un traje honorífico y prestigioso que cualquier ser humano desearía poder lucir. Era la segunda al mando, la mano derecha de una reina inteligente y sumamente gentil. Tenía una persona a quién entregarle mi corazón y un lugar al que llamar hogar. Y todo me fue arrebatado por un simple capricho de un desconocido. Fue entonces, cuando las palabras de Emilio revolotearon entre mis pensamientos. "Amar es perdonar" me había dicho aquella vez... No importaba cuánto me entristeciera pensando en lo que pudo ser, debía aceptar la realidad y seguir adelante. "Para encontrar tu camino deberás ayudar a otros en el suyo." Cayeron las pesadas cadenas que me aprisionaban y entonces comprendí que mientras me perdía entre mis pensamientos, aquel muchacho había ido hasta allí sólo para liberarme. En un pestañeo, dejó de verme frente a él, y se dio vuelta de inmediato al oír mi respiración próxima a su cuello. El filo de mi daga se paseó por su garganta y entonces por primera vez le dirigí la palabra. — ¿Ustedes están secuestrando personas en el Reinado del Sol? — indagué cortante. — Somos la rebelión. Ése rey ya no podrá ignorar nuestro pedido y deberá ceder. Jamás podrá contra nosotros. — informó orgulloso el almirante mientras el agua comenzaba a taparnos los pies. Tan pronto como lo oí confirmar mis sospechas le recordé que no estaba en una buena posición para pasarse de listo. Lo volteé en el aire sujetándolo del brazo y tras ejecutar la llave de judo, lo dejé estampado contra el piso. — Tenían razón... "Sin piedad"... ¿No? — dijo al recobrar la compostura en tanto el dolor cesó unos instantes y dejó de ser demasiado espantoso. No entendí a qué se refería, pero no me molesté en averiguarlo. Él sabía que era una asesina, lo supo desde el primer momento en que me vio acompañando a Ely en sus paseos o quizás desde que habíamos llegado a aquel reinado que sólo prometía buenos ratos y unas merecidas vacaciones. No sabía con precisión desde cuándo habíamos sido su objetivo, pero ahí estaba, lidiando con mí captor sólo para hacer rabiar a un estúpido rey que apenas se molestaba en buscarle. Ahora todo tenía sentido, la forma nerviosa en que se comportaba aquel rey de actitud titubeante. Ahora podía comprender mejor las esporádicas reuniones que sólo servían para no exponerse a sí mismo al peligro. Quizás en realidad, sí los estaba buscando y dedicaba la mayor parte de su tiempo a encontrar su paradero pero aún no daba con ellos. Terminé aclarando el panorama por mí misma y comprendí las penosas circunstancias en las que se encontraba su pueblo. Entonces comprendí aún más mi propio lugar en aquella historia. Volver con el cuello rebanado de éste sujeto me dejaría en una muy buena posición. Sólo tendría que cargar con su cabeza unos cuantos días hasta llegar al Reinado del Sol y entregarlo como trofeo. Sería ascendida y los lazos entre nuestros reinos serían más fuertes que nunca. Sólo debía cortar su cuello con mi daga. Un simple movimiento y entonces todo habría acabado, automáticamente sería la nueva jefa a cargo y nadie podría interponerse en mi camino nunca jamás. Sería la reina y señora de mi destino. Ya nadie podría decirme qué hacer o qué no. Nadie más que mí misma. De pronto un movimiento brusco de una ola estampándose contra lo que quedaba del barco me terminó tirando al piso haciendo que me estampara contra el escritorio, el agua de repente alcanzó la altura de nuestras rodillas y el movimiento ondulante me provocó una nueva arcada a la que no pude evitar responder. Cuando fui capaz de volver la vista hacia mi presa, éste todavía no se había ido. Ahora se encontraba ya de pie y se había quedado aguardando en silencio mientras sujetaba dolorosamente su brazo. Lo miré sin comprender, habría podido irse si hubiera querido. ¿Qué se suponía que estaba esperando?
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