Capítulo 2

509 Words
Pasaron un par de semanas para cuando la forastera al fin abrió sus párpados. Esos ojos de asesina, los podría reconocer donde fuera. A pesar de que le había salvado de morir ahogada, se había esmerado por ir a por él a rebanarle el cuello sin importarle que gracias a él ella aún seguía con vida. Sin embargo, no la culpaba. En el fondo ella tenía sus razones, pero a pesar de que la comprendiera perfectamente, su posición no le permitía hacer nada para remediarlo. Ella, al igual que el resto de la cosecha, era producto de una necesidad por lo que debía seguir hasta las últimas consecuencias, por el bien de su gente y de su ciudad. Sólo se limitó a auxiliar aquella alma que había terminado en sus manos. Mientras pasaban los días, creyó que terminaría por ver extinguida su vida, pero poco a poco fue retomando el color en sus mejillas y cuando menos lo esperó, la vio abrir sus ojos por unos instantes. Eran buenas señales pero no quiso arriesgarse. Cuando fue capaz de mantenerse despierta y recobrar el conocimiento, se dio cuenta de que sus movimientos eran limitados. No luchó innecesariamente y cedió a su apresamiento. Ya no estaba con el resto de las prisioneras, se dio cuenta de que era el cuarto del almirante a cargo, ése mismo sujeto que no sólo la había sacado del mar sino que además le había brindado su ayuda para recuperarse de una muerte segura. Había algo en ella que no le terminaba de cerrar. Era un círculo vicioso entre sus pensamientos y cada día al regresar a su camarote para asistirle se daba cuenta que no verla despertar, hacía que la angustia que sentía se acrecentara aún más. Fue por eso que cuando mostró signos de vida al moverse por sí misma, quedó perplejo y conmovido. Aunque ciertamente temeroso de recibir aquella mirada asesina como agradecimiento por haberla rescatada de su padecimiento. Así aprendió a vivir con la culpa que aquel par de ojos le reprochaban a diario y que no sabían hacer otra cosa más que destilar odio. No le había dirigido la palabra a pesar de que en varias ocasiones insistió en conocer algunas respuestas. Siendo la pregunta de cuál era su nombre la cuestionada con mayor frecuencia. Sin embargo, ella sólo se volteaba y no le volvía a dirigir la vista hasta el día siguiente. Había aprendido a no molestarla con preguntas, así que se limitó a ayudarla como mejor le parecía a medida que iba aprendiendo sus mañas. Aún no entendía por qué se molestaba tanto en una prisionera. Había algo que no le permitía tratarla como al resto. ¿Quería compensarla? ¿Sabía todo lo que le estaba arrebatando y por eso sentía culpable? O quizás... sólo quizás, en el fondo de su corazón, había comenzado a dedicarle algún que otro latido a ésa mujer a quien hoy socorría. La verdad era que ambos se hacían exactamente las mismas preguntas, pero ninguno se atrevió a siquiera pensar en las respuestas.
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