Capítulo 4

1080 Words
— No sabes nadar. Yo te ayudaré a llegar a la orilla. — dijo tomándome de la muñeca y arrastrándome por su camarote hasta que salimos de éste de la forma en que pudimos. La luz me dejó a ciegas. No había visto la luz directamente en varios días y sumándole el esfuerzo de mantenerme en pie me bajó la presión haciendo que me desplomara de la nada. Como un fideo tirado en el piso, sentí que tomaban de mi cuerpo con bastante esfuerzo, más del que hubieran preferido cargar. A pesar de ello, seguí aferrándome a mi daga sintiéndome la persona más débil del mundo. No podía creer cuán deplorable era mi estado, era aún peor a cuando Melly me encontró vagando en el desierto; y por un momento pensé atentamente en que mi cuerpo se deterioraba poco a poco con el correr de los años. El barco estaba hecho un caos, cada tabla que pisábamos se doblegaba y amenazaba con hacernos caer al precipicio. Perdí la cuenta de las veces que suspiró de espanto aquel hombre, porque de a ratos me desvanecía y no era capaz de mantenerme despierta lo suficiente como para saber qué estaba sucediendo. Sólo recuerdo cuando mis dedos se estremecieron al sentir cómo perdían el contacto con mi daga. Al instante, abrí mis ojos en redondo y a pesar de que me faltaba el aire me zafé de sus brazos y fui tras mi fiel aliada. Podría perder muchas cosas en mi camino, amigos, amores y familia, pero jamás perdería aquella arma que me definía a cada paso que daba. Empujé el agua hacia los costados con mis propias manos a pesar de no saber si estaba bien efectuar aquella clase de movimientos. Sólo sabía que debía llegar a ella antes de perderla de vista o sería mi fin. Con movimientos torpes y poco útiles alcancé a rozar su filo, pero entonces una mano me jalaba en la dirección opuesta a mi daga. Mientras ella caía al fondo del mar, un muchacho se empeñaba en arrastrarme hacia la superficie. Hice el último esfuerzo, me zafé de nuevo y como pude, terminé tomando con ambas manos a mi aliada. Su filo logró cortarme y a pesar de que la sangre se diluyó rápidamente, la herida era bastante profunda. Ya no tenía aire en mis pulmones, pero tenía mi daga entre mis manos, ahora podía morir en paz. Sin embargo, el destino se empeñaba en no entregarme tan fácilmente. El almirante, cuyos cabellos rubios brillaban a pesar de la oscuridad de esas profundidades, me sujetó de bajo de los brazos, ayudado de un dispositivo que pronto vino a nuestro rescate. Era una especie de gancho mecánico que nos arrastró hasta la superficie justo a tiempo para evitar que volvieran a colapsar mis pulmones. Tosimos hasta que sentí que caminar era más agotador que respirar y terminé desplomándome en la arena húmeda de la orilla al mar. Las piernas me temblaban y apenas podía mantener el equilibrio. Los oficiales ayudaron al almirante, ellos habían sido nuestros rescatistas al usar aquel instrumento como ayuda. Intenté levantarme y aprovechar la conmoción del momento para darme a la fuga. Como pude me puse de pie y con paso torpe avancé hasta que fui descubierta. El almirante vio mi vergonzosa huída y se dispuso a seguirme a pesar de que sus colegas insistieron en atender primero sus heridas. Dejó a los demás de lado y prácticamente corrió tan ridículamente como lo estaba haciendo yo mientras me internaba en la vegetación de la selva. Al correr al mismo tranco no me hubiera alcanzado nunca de no haber sido porque un secuaz suyo que estaba justo por el lugar vio con diversión aquella patética escena. De pronto, tenía frente a mí a un cavernícola. Un salvaje sin escrúpulos que no tenía códigos de ninguna clase. Un asesino a sangre fría como lo había sido yo hacía no muchos años atrás. Nuestros ojos se encontraron, los suyos no mostraron ninguna expresión más los míos permanecieron estupefactos. Aquel pedazo de carne sin escrúpulos miró mi vestimenta de esclava, parecía una bolsa de papas cubriendo mi traje de agente oficial de mi preciada Reina Ellie. Pero eso no lo sabía, sólo le importaba lo material del asunto. Miró a su supervisor y volvió la vista hacia mí, no quería perder más el tiempo y a pesar del miedo que podía provocarme su figura, no esperaría a que ése persistente teniente me arrebatara mi libertad. Fue por eso que seguí mi camino corriendo como podía, evadiendo aquel obstáculo por el costado. Sin embargo, no contaba con que aquel barril de alcohol reaccionara de ésa forma tan extraña y exasperante. Tanto el teniente como yo contuvimos el aliento frente a la situación que se nos presentaba. Aquel sujeto me levantó del suelo tomándome de la ropa a la altura del pecho, para que alcanzara a visualizar mi rostro con más detalle. Y entonces, el muy desgraciado se atrevió a acercar su boca a la mía. Desesperada al entender lo que tramaba grité desaforadamente, él tenía demasiada fuerza o yo estaba demasiado débil, lo que fuera que estuviera pasando no podía evitarlo por mí misma. — ¡Espera! ¡Ciro, detente! — le gritó el teniente igual de espantado que yo, quien estaba a mis espaldas. Al oír la voz de aquel hombre, pareció reaccionar, sus labios estaban tan próximos a mí que podía oler los litros de alcohol que había estado bebiendo hacía no más de un par de minutos atrás. Frunció el seño, mostrándose frustrado y bastante enfadado por la intromisión. Y entonces, después de dejarme inconsciente al transmitirme su desagradable aliento me tiró al piso como el costal de carne que quedaba de mí. Ante aquel golpe, dejó frío a su único espectador. El teniente no daba crédito de lo que estaba sucediendo. — ¡Ella es mía! Ya la marqué, así que olvídala. Es mía, solo mía. Quedó mudo ante la imposición de su amigo y sin comprender qué cosas estarían pasando por su cabeza, vio cómo se sentaba en el mismo lugar donde estuvo parado segundos atrás. Estaba en pésimo estado, el alcohol nunca fue su fuerte. Odiaba verlo ebrio. Se agarró la cabeza y vio al costado suyo que había prácticamente un c*****r y rio por dentro. Descubrió que no era el único desastre en aquella isla. Curiosamente, se durmió con ése pensamiento; mientras el teniente contemplaba aquella perturbadora imagen con aire melancólico. 
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