Capítulo 6

1136 Words
  Con cada golpe que encestaba, sentía que la ira dentro de mí se iba desatando cada vez más. Hacía tiempo que no veía heridas de ése calibre, la sangre me envalentonaba más y más, al punto de perderme de a ratos al dejar a mi instinto libre. Éramos la decepción de la humanidad, el repudio del mundo. Dos masas de fuego chocando e impactándose con golpes que destinaban a una muerte segura. No nos medíamos ni nos reteníamos, soltamos las fieras que éramos para dar por terminado el único trabajo que en toda nuestra vida nos había tomado más de diez minutos en acabarlo. Un golpe en la quijada y luego una patada voladora directamente a su sien con la intensión pura de hacerle sentir jaqueca por el resto de su vida. Aunque me auto-aplaudí al lograr aquella hazaña, me percaté que no había logrado moverlo ni siquiera unos centímetros. El sujeto era un costal de harina al que mis golpes sólo alcanzaban a hundirse y morir. Mi rabia se acrecentaba, me sacaba de quicio no poder encestarle el golpe certero. Fue entonces, cuando llegó el momento de evadir, al parecer el dolor había llegado tarde, pero el mensaje dictado por su cerebro finalmente fue procesado y reaccionó. Evadí su puñetazo, agachándome y al girar en redondo terminé por hacerle caer de bruces al suelo. Un alarido salió de su boca, con más insultos que dolor. Aprovechando su momento de debilidad tomé impulso y tras saltar sobre él, le encesté una patada con todas mis fuerzas sobre sus partes íntimas. Los espectadores quedaron atónitos al ver la escena, algunos corrieron la vista, no pudieron soportar siquiera verla. Comencé a reír como una desquiciada. Al fin lo había derrumbado. Era la vencedora de aquel encuentro y ahora, lo mejor de todo: era libre. Miré con recelo a mí alrededor. Mi sangre había despertado y mi cuerpo estaba en trance, desatando la furia contenida de muchos años en un breve instante. — ¡Maldita zorra! — me insultó el vagabundo arrastrándose en la tierra. — ¡Ja ja ja ja! — desaté mi risa transformándola en algo tenebroso para mis oyentes. De pronto, a más de uno se le heló la sangre y fueron testigos del momento en que mis cabellos comenzaron a tensarse al igual que mi postura. El monstruo dentro de mí se desató y ya no había marcha atrás. Había sido capturada, arrastrada por el mar y tras ser "salvada" me habían puesto a la altura del zángano del pueblo. Humillada en todos los sentidos me permití tomar venganza. Regresaría al reinado del Sol como la espléndida guerrera que juró proteger sus tierras al igual que a los Reinos de Ellie y Joy. Sería conocida por todo el territorio y haría que cada ser repugnante pagara por su atrevimiento al infringir las reglas. Comencé por destruir la fuente de agua al hacerle caer encima un pilar bastante debilitado donde estaba la luz. Los cortocircuitos hicieron que volaran chispas por doquier y el fuego no tardó en llegar. Dejé a un costado los cables pelados que derramaban centellas y el pasto simplemente hizo el resto. En menos de un parpadeo ardían casas y estallaban vidrios. Pero no se escuchaba ni un grito, no hubieron corridas desesperadas de personas, más sólo se quedaron contemplando algún que otro par de ojos como si estuvieran acostumbrados a lidiar con esa clase de rebeldía. No quise quedarme allí y fui por más, así que simplemente corrí en dirección al muelle y descubrí que estábamos en una isla. Fuera a donde fuera, en menos de unos minutos, había recorrido todo el territorio y quedé aún más enfurecida. ¿Cómo había terminado allí? ¿Cómo me había dejado arrastrar a ese punto remoto del planeta para estar encerrada junto a unos miserables? Yo que lo tenía todo ahora me veía reducida al nivel de la servidumbre. Mi ego brotó e hizo que de un golpe mi adversario retrocediera diez pasos, al pretender atacarme por la espalda. Lo había oído llegar hacía rato pero no quise arruinarle la sorpresa para así invertirle los papeles un poco más tarde. Perplejo por mis reflejos me demostró que no pretendía quedarse atrás. Frente al ojo ajeno y para nada entrenado, nuestros cuerpos se desvanecían cómo fantasmas a los qué temer. De a ratos se veían como estelas perdidas en el tiempo, nuestros reflejos al retener el ataque agresivo del otro quedándonos quietos por breves segundos que nos eran eternos, mientras hacíamos un esfuerzo sobrehumano para no ceder ni un centímetro y evitar así mostrar vulnerabilidad. No era difícil entender que nuestras fuerzas eran bastante similares, lo que nos volvía más agresivos al punto de la locura. No podíamos soportar la idea de ser igual a nuestro adversario. O éramos mejor o simplemente moríamos. No había empate. Jamás lo había habido y tampoco teníamos la intensión de aceptarlo. De pronto, como si fuésemos dos niños malcriados cruzamos los dedos de nuestras manos forcejeando cara a cara como luchadores de sumo para medir la fuerza bruta sin margen de error. Las patadas, los golpes directos así como las estampidas sorpresas no habían servido de nada. Ni los puñetazos en la cara que me hicieron volar por el aire un par de veces nos sacaban del combate. Demasiado fuertes, demasiado brutos y por sobre todo, éramos demasiados cabezas duras. Nuestros brazos temblaban por el tremendo esfuerzo al que estábamos sometiéndonos, pronto nuestros cuerpos cederían pero ninguno se rendiría hasta ver al otro desfallecer. La sangre hervía en nuestras venas y a pesar de que nuestros cuerpos amenazaban con socavar, seguíamos firmes sin intención de ceder ni por un instante. Fue entonces, cuando algunos de mis cabellos cayeron sobre mi frente y vi una silueta en sus labios. Algo tramaba, pero era demasiado tarde para reaccionar. El descuido de mi propia cabellera me jugó en contra por ese breve instante, haciendo que me costara demasiado. Cuando quise darme cuenta, él invirtió la situación a su favor al cerrar sus manos como puños que ahora me sujetaban de las muñecas. Fue un segundo, no, menos. Pero bastó para darme vueltas en el aire hasta marearme y cuando mi cuerpo tomó propulsión me expulsó a gran velocidad y literalmente planeé hasta estamparme contra un edificio que terminó desmoronándose junto a mi moral como guerrera. En un instante llegó él tras de mí y cuando quiso seguir con la pelea, se dio cuenta de algo. Su cuerpo ya no le respondía, tenía algo clavado en su espalda. ¿Una rama? Pues, la verdad era que sí lo era. Una rama envenenada clavada en su mismísima espalda pero que recién ahora venía a darse cuenta de su presencia, porque a causa del veneno que le había inyectado y que al fin estaba surtiéndole efecto.      
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD