Capítulo 5

1115 Words
Desperté a causa de un hedor nauseabundo que no pude tolerar ni en sueños. Con la cabeza aun dándome vueltas me levanté y entendí que estaba dentro de una jaula. ¿Yo? ¿Qué me vieron? ¿Cara de animal? Estos bastardos me las pagarían muy caro. Juré venganza mientras que un repentino ruido a mis espaldas me robó el aliento. Volví la vista hacia atrás y entonces observé a una masa voluptuosa que se retorcía en una esquina. De allí provenía el olor desagradable que a duras penas lograba soportar. Me quedé como una estúpida viéndolo desde aquella distancia. No podía ser lo que estaba pensando. No quería siquiera pensar en ésa remota posibilidad. Tan pronto abrió la boca para eructar volví a darme la vuelta para implorar piedad. — ¡Sáquenme de acá! — rogué a los cielos con la terrible impotencia de no poder romper por mí misma las rejas que me aprisionaban. Mi grito tomó por sorpresa a los transeúntes del lugar, alertó al almirante que asomó su cabeza por la ventana que daba al calabozo, mientras que me comía la angustia no pude evitar ver cómo una muchacha se quedaba viéndome jocosamente, como si disfrutara del momento. Su rostro se me hacía familiar, la había visto antes. Cuando mis neuronas hicieron conexión, la recordé en algunas imágenes que tenía del viaje en barco. En alguna ocasión tuve la oportunidad de verle, pero los recuerdos eran demasiado borrosos. No tuve tiempo de devolverle una mirada dispuesta a acribillarla desde la distancia, que su rostro se tornó molesto al notar que el almirante venía a mi rescate. Ése hombre era un verdadero tonto. — ¿A dónde crees que vas? — su voz, su hedor, su repulsiva presencia hizo que me volteara del espanto al percatarme de que había despertado de su trance. — ¡Bestia repugnante! — lo llamé al notar su cercanía —. No te me acerques o haré que te desangres en segundos. — ¿Me estás desafiando? ¡Luchemos entonces! La verdad era que no me esperaba para nada que aceptara mi desafío. Pero yo no era una persona que se volviera atrás con sus palabras. Jamás le daría la espalda a un enfrentamiento. Jamás. Lo miré ya no con ojos de espanto, sino con los de la asesina que en verdad llevaba dentro de mí. Lo miré como lo hubiera hecho Karina hacía años atrás cuando devastaba pueblos y asesinaba sin piedad junto a mi mentor Ariel. Él me devolvió la mirada. Podíamos reconocer a un asesino a sangre fría a kilómetros, no hacía falta ninguna clase de presentación, simplemente nos veíamos y lo sabíamos. ¿Por su forma de caminar? ¿Sus expresiones corporales o faciales? ¿Por su modismo al hablar? No importaba cómo lo identificaran los demás, nosotros podíamos ver su esencia, el aura negra que nos rodeaba y el pasado oscuro que nos definía hasta el presente quedaba reflejado en nuestros ojos, los que día a día perdían su brillo natural por causa de las decenas de víctimas que terminaban por encontrar su muerte en nuestras manos. El almirante vio la forma en que se desencadenaba la situación y sabía que no terminaría en nada bueno. Debía separar a esos dos a como diera lugar o si no lo lamentaría. En primer lugar, el nunca quiso dejarla allí, de no haber sido por... — ¿Qué crees que haces? — se plantó la mujer de mirada jocosa, reteniendo la mano del hombre que intentaba evitar una tragedia. — No hay tiempo para esto, Samanta. Si no hago algo, esos dos se matarán entre sí. — le explicó sin ánimos de ser interrumpido. Sin embargo, el semblante de aquella mujer no se dejó ignorar. Como siempre, ella tenía un poder casi absoluto sobre aquel almirante, quien se empequeñeció de golpe al darse cuenta a quién había sermoneado. Las llamas que despedían sus ojos pero más el aura que irradiaba hicieron retroceder a aquel hombre convertido en un niño tímido y sumiso, entregándole sin protestar la llave de la prisión en sus finas y delgadas manos. Ella podría ser de aspecto débil, pero si lograba que cualquier hombre hiciera lo que le ordenara, entonces, sin duda podía tener tranquilamente al mundo a sus pies. Mientras que la mujer llamada Samanta se cruzaba de brazos, yo luchaba a muerte con aquel perro vagabundo que no daba el brazo a torcer. Tan pronto como de sus labios dieron pié al desafío, desaparecí frente a sus narices para atacarlo por la espalda, lo derrumbaría de un solo golpe. Pero cuando mis puños iban directo a sus riñones, el muy astuto alcanzó a leer mi ataque y sonrió como un demente sin remedio. Estaba fuera de estado, hacía tiempo que Ely me había p*******o seguir mis prácticas y sólo lo hacía cuando tenía tiempo libre en el reino de Joy. Pero tampoco creía que podría haber perdido tanto mis reflejos. Porque cuando quise darme cuenta, aquel bochorno de hombre, me golpeó en la boca del estómago dejándome sin aliento tirada en el piso. Pero no se detuvo ahí, sino que sin esperar a que me recuperara, me zarandeó en el aire al sujetarme del uniforme tal y como lo había hecho la vez anterior. Fue entonces cuando escuché el crujido de mi cuerpo al atravesar las paredes de la precaria prisión. El muy infeliz prácticamente me usó para conseguir su libertad. Caí de bruces al suelo sobre una pila de montículos que no hacían más que echar una gran cantidad de polvo al aire. Hasta que se calmó la polvareda, ni el almirante ni la tal Samanta sabían con qué se iban a encontrar. Al contemplar aquel monstruo liberado, ambos espectadores temblaron como las cuerdas de una guitarra. Samanta sintió que ésta vez las cosas se le habían ido de las manos, pero su personalidad orgullosa jamás lo admitiría. Prefería lidiar directamente con las consecuencias de sus actos lavándose las manos al echarle la culpa a otro y ya. Ella estaba a punto de salir corriendo, al igual que el almirante, quien no se quedaría a tranquilizar la ira de aquel bárbaro; cuando de repente, vieron una segunda figura alzándose delante de la fiera que le había encestado un golpe brutal y sin escrúpulos. Me limpié la sangre de la quijada sin dejar de ver directamente a los ojos de mi retador. Otra vez la sonrisa jocosa en ella, la mirada temblorosa del almirante, los ojos de muerte en ambos asesinos que sonreían de la locura que llevaban dentro de sí y que sólo nosotros podíamos entender. La adrenalina despertó cada centímetro de mi cuerpo. Definitivamente, había regresado.
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