Capítulo 11

1045 Words
— ¿A quién hay que matar? — pregunté sin ánimos de escuchar una historia de trasfondo. Mi pregunta lo tomó desprevenido, Kai bajaba la guardia muy fácilmente. Samanta hizo oídos sordos a la pregunta, sabía que no le preguntaba a ella, y no quiso entrometerse en ése tema. Lo que me hizo pensar que era un asunto delicado. El vagabundo estaba distraído viendo las olas golpear el acantilado. No le importaba en lo más mínimo lo que estábamos hablando. Al menos no acotaría ninguna tontería por el momento. — Nuestra misión es llevar a las prisioneras sanas y salvas a la ciudad. Ustedes se encargarán de la seguridad y de proveerles la ayuda necesaria para soportar el viaje y evitar pérdidas por rezagadas. Normalmente suelen perderse al separarse del grupo, se desorientan y ya no volvemos a dar con ellas hasta que es demasiado tarde. — ¿Cuánto tiempo vienen haciéndolo? — su contestación hizo que me formulara cientos de preguntas. ¿Quiénes eran estos sujetos? ¿Terroristas? Su aspecto no lo parecía, pero las apariencias engañaban. Aunque el hecho de poder ver el aura me daba el lujo de no errar en la naturaleza de las personas, podía llegar a descubrir algo nuevo de ellas si sólo me dedicaba a oírlas hablar. A veces, las palabras que usamos nos definen más de lo que llegaríamos a aceptar. — Hace más un año. — dijo Kai, su expresión delataba que los números no eran lo suyo. — Un año y cuatro meses, para ser exactos. — intervino Samanta con la mirada fija al frente. — ¿Qué harán con ellas? — Las llevamos al Reino de Amiel. Él se encargará de cuidarlas como es debido. — Pfff…— fue un acto-reflejo pero de inmediato contuve la risa que me provocó ése nombre. En un pensamiento fugaz la imagen de un rey hecho de miel moviéndose graciosamente me hizo descostillar de la risa, pero tuve que mantener la compostura y disimular que moría de risa en mis adentros mientras ellos intentaban hablarme del tema con completa seriedad. Podía esperar cualquier término, pero no invocar aquel nombre dulzón para un ser al que debía enfocarme a exterminar. Con un nombre así, no debía de ser la gran cosa. — Creemos que ésta será la última colecta que haremos… — continuó hablando Kai intentando fingir que no me había visto esconder el rostro hacia un costado para evitar largar la carcajada. Para él era un tema serio. — ¿Dejarán de s********r personas? — quise saber luego de recobrar la compostura. — Por el momento, sí. Aunque deberemos tomar medidas más drásticas si no toman con seriedad las directivas de nuestro rey. — ¿Y qué pide exactamente tu rey? — El dominio del mundo. — comentó el almirante con discreción. Quedé perpleja ante sus palabras y él enmudeció, perdiéndose entre sus pensamientos en la tarea de evaluar, probablemente por milésima vez, la complejidad del asunto. — Ja, no pide nada. Yo hubiera pedido conquistar otros nuevos. Éste ya está podrido. — contesté finalmente, mientras volvía la vista hacia el frente. Habíamos llegado al pueblo que destrocé el día anterior. Aún había olor a quemado y varias casas destrozadas que ni se molestaron en arreglar. Era un lugar de paso, eso era evidente… lo que significaban malas noticias para mí, pronto estaríamos en el agua nuevamente. — ¿Quieres que lo mate? — le pregunté seriamente. Kai cerró la puerta de su improvisada oficina y tras sentarnos en torno a una mesa de algarrobo muy fina, explicó qué era lo que planeaba para nosotros. — No — negó prudente —. Como lo pactamos anteriormente, tu tarea consistirá en que todas las prisioneras lleguen sanas y salvas. Con la ayuda de Ciro, se encargarán de llevar a cabo ésa misión que terminará tan pronto como lleguemos a nuestro reino. Después de eso, podrás irte. Me encargaré yo mismo de llevarte hasta los territorios del Reino del Sol. — Pero, Kai…— intervino Samanta, pero él no la dejó continuar, mirándola por primera vez con rigurosidad. De inmediato cedió en su intromisión y dejó que Kai siguiera haciendo uso de la palabra. — Sólo tengo una pregunta. — asentí socavada y entonces plantee pesadamente el quid de la cuestión. — ¿Cuál? — inquirió nervioso. — ¿Estás de acuerdo con tu rey? Me refiero a la política de secuestros. — le cuestioné, aquí evaluaría sus ánimos al responder más que su respuesta. No me interesaba si le parecía bien o mal, haría lo que fuera necesario para regresar a mi hogar, pero antes debía asegurarme de que no estuviera lidiando con un traidor. — Es la única salida viable que encontró para que tomaran en serio sus ideas. — respondió con pesadez pero con decisión. Kai no apoyaba en lo más mínimo a su rey, pero aún así, hacía lo que éste le pidiese. Su juramento como Almirante no le dejaba alternativa y a pesar de las malas decisiones de su superior nunca le desobedeció. Lealtad, era todo lo que necesitaba saber de él. Su rey no era más que un niño caprichoso y patético jugando a ser poderoso. Si Ely supiera que existían personas como ésas y osaban llamarse “Reyes” estallaría de enfado. Todo lo que ella intentaba plasmar en su título de realeza caía a pedazos cuando se encontraba con sujetos como ésos. Eran la vergüenza de los que realmente profesaban con principio y consciencia el papel de protectores de su pueblo. El resto del día, Kai lo dedicó a explicarnos el recorrido del viaje que haríamos una vez que llegáramos a tierra firme. Un mapa que detallaba la geografía del mundo me hizo palidecer por unos instantes. No entendía nada de lo que éste representaba pero podía notar que la distancia que separaba el Reinado del Sol con aquella isla y el lugar a donde íbamos era demasiada extensa. Si quería rodear el mar jamás llegaría o lo lograría recién al cabo de algunos años. No tenía tanto tiempo para perder. Ely necesitaba mi ayuda para el proceso de expansión en su reino. Lamentablemente, al descubrir aquella verdad no hizo más que reafirmarme el tener que aceptar el trato que me ofrecían.
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