Capítulo 12

819 Words
Cuando terminó la reunión y todos los puntos estuvieron blanqueados, el almirante prácticamente nos echó de su oficina para ir a almorzar. Sólo restaba esperar la llegada del barco que nos rescataría de la isla para arribar en los territorios que se destacaban por un sinfín de infortunios. Era un terreno hostil, peligroso para cualquier ser vivo, pero principalmente para las personas que no conocían su verdadera historia. Antes de irme de la oficina del almirante no pude evitar quedarme examinando aquel mapa que me mostraba por vez primera la ubicación de un viejo lugar, remoto, alejado y por demás perdido. El Valle de la Estrella fue un pensamiento que atravesó veloz por mi mente y se liberó a partir de un suspiro interno que nadie jamás alcanzaría a comprender, a excepción de mi consciencia. Ya había pasado mucho tiempo encerrada como para volver a someterme al encierro de un comedor improvisado lleno de miradas inquisidoras. Ya tenía suficiente con los rostros de espantos por parte de las mujeres que asimilaban su aprisionamiento como forma de vida y hacían que el hecho de que fueran secuestradas no significara nada comparado con ver las atrocidades que mi persona podía causar en cuestión de unos instantes. Siendo ellas mismas víctimas de mis estados fuera de control. No las culpaba, pero en verdad estaba cansada, fastidiada de lidiar con ése tema en esos momentos. El sólo pensar que estaba rodeada de agua, hacía que deseara cortarle las cabezas a todos los que se atrevían siquiera a mirarme. Ése malhumor no podía llevarme a nada bueno, por lo que hice lo más sensato. Miré de reojo a Samanta cuando se paró prepotente en la puerta que daba al comedor. Sólo faltábamos nosotras, pero al parecer le divertía la idea de verme rendida frente a su caridad. Nada más deshonroso para un soldado de mala muerte que ser alimentado por un gusano chupasangre que me utilizaría sólo para fines propios y egoístas. Se suponía que debían ser mis fines egoístas y los de nadie más los que me movieran en aquel mundo despiadado. Pero no, hoy me enfrentaba a la realidad siendo extorsionada por un par de debiluchos que me tenían acorralada de la forma más ridícula habida y por haber. Aún no aceptaba sublevarme frente aquella mujer que por alguna extraña razón parecía bastante emperrada conmigo. No tenía ganas de soportar sus comentarios el resto de la velada y por eso no me resultó ninguna molestia el sólo hecho de ignorarla. Cuando se dio cuenta de que cambiaba de dirección, cambió su pose relajada y de suficiencia a una defensiva. > Por su expresión, ésa fue la línea de sus pensamientos. Pero ella no sabía ni una pizca de lo que ésta forastera era capaz de hacer con tal de preservar la calma interna. Porque una vez desatada la fiera que existía dentro de sí, nada, absolutamente nada podría detenerla. Además, el sólo fastidiarla me provocaba cierto placer que sólo yo podía entender. Se irritaba tan fácilmente, era inevitable querer molestarla con ésos pequeños actos de egoísmo individualista. Podía presentir que echaba humos del enfado contenido pero no se precipitó a gritar toda la lista de improperios que seguramente estaba repasando a gritos entre sus pensamientos. Volví mis pasos hacia la mar, decidida a almorzar donde el día anterior lo había hecho. Caminando en las playas terminé encontrándome con una deliciosa presa. Pude visualizarla a unos kilómetros. Se acercaba a la orilla presumiendo su velocidad. Tomé de mi daga y en lo que dejaba caer mi chaqueta al suelo, me desvanecí en el aire para llegar en escasos segundos frente a mi presa, que curiosamente se había quedado dando vueltas en redondo cerca de un sujeto que no paraba de gritar. En lo que la sangre comenzaba a esparcirse en el agua salada, los gritos cesaron y me di cuenta de que el joven que clamaba por algún Dios suyo, quedó flotando inconsciente sobre el agua. ¿Un golpe de calor? ¿Un calambre? ¿Qué carajos le había pasado para quedar así? Sin entender ni una pizca de lo que le sucedía, tomé de la cola a mi pez y del pie de aquel sujeto que flotaba con los ojos en blanco sobre el mar. Debía admitir que poder flotar de ésa manera, era una excelente forma de supervivencia. Pensé en preguntarle cómo lo hacía, aunque con verlo reaccionar al llegar a la orilla, donde un anciano lo ayudó a incorporarse, me hizo dar cuenta de que en verdad no me interesaba en lo absoluto. No quería aprender a flotar, lo que precisaba era salir de ésa isla a como diera lugar, por lo que debería buscar otros medios para lograrlo.
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