Amante

1062 Words
Despertar fue diferente a todos los días. Alexa ni siquiera se molestó en abrir los ojos. Se sentía cómoda y cálida; una respiración calmada rozaba su nuca, y un brazo fuerte la rodeaba por la cintura, mientras otro servía de almohada bajo su cabeza. Su espalda estaba contra un cálido pecho desnudo, haciéndola sentir protegida. Alexa se acurrucó más al cuerpo a su lado, buscando más calor. Pero... La boda... La noche anterior... La amante de Carrington... Alexa estaba casada con Henry Carrington, y quien estaba durmiendo a su lado era ese maldito. ¡Estaba haciendo cucharita con el idiota de su peor enemigo! ¡Ese imbécil no respetó el muro de almohadas! Con un chillido agudo, salió de los brazos de su esposo de forma brusca, despertándolo. —¡Mierda, enana! ¿Qué te pasa? —preguntó Henry, aturdido y con voz ronca por el sueño. —¡Henry, eres un estúpido! No respetaste el muro de almohadas, te dije que no lo cruzaras, y tú... tú me abrazaste como si... como si fuera tu maldito oso de peluche —se quejó Alexa, indignada. Carrington entrecerró los ojos, acostumbrándose a la luz que se filtraba por la ventana. —¿Yo soy estúpido? Tú eres una enana malagradecida. Estabas temblando de frío anoche, por eso te abracé. ¿Debí dejarte sufrir hipotermia? —se justificó Henry con un toque de burla en su voz. Alexa lo miró con el ceño fruncido. Henry no tenía camisa puesta; el infeliz tenía el abdomen tonificado, esos cuadritos... Los ojos de Alexa se quedaron pegados en la V que se perdía en la cinturilla de los pantalones de chándal n***o de Carrington. —¡Yo no tenía frío! —chilló Alexa—. ¿Acaso no tienes una maldita camisa de pijama? —gruñó, obligándose a desviar la mirada de los abdominales de Henry. —Agradece que usé el pantalón de pijama; suelo dormir sin nada —ronroneó Henry con una sonrisa de suficiencia—. Aunque te daría una vista para disfrutar. Henry se acomodó boca arriba, con ambos brazos detrás de la cabeza, irritando aún más a Alexa, que ya lo fulminaba con la mirada. —Puedes mirar todo lo que quieras, somos esposos, una sola carne —dijo, arqueando una ceja. —¡Una sola carne, tu trasero! ¡Sal de mi habitación, Henry! —exclamó Alexa con furia. Henry, sin inmutarse por el tono de su esposa, simplemente sonrió. Ya estaban acostumbrados a ese tipo de intercambios. —Nuestra habitación —corrigió Henry con calma—. Somos esposos, Alexa, y no tengo intención de salir. Alexa se quedó sin palabras, frustrada, intentando encontrar un insulto adecuado, pero se le habían agotado. Finalmente, tomó una almohada y se la lanzó a Henry, quien la recibió con una risa burlona. —Esa no es manera de tratar a tu esposo, Alexa. Es nuestro primer día de casados —dijo Henry, disfrutando claramente de la situación. —¡Que te jodan! —gritó Alexa, mientras se dirigía a la habitación con algunas prendas en la mano y estrellaba la puerta al cerrarla. Henry observó la puerta cerrarse tras la furia de su esposa y no pudo evitar sonreír. Sabía que había retirado el muro de almohadas anoche, consciente del frío que hacía y del temblor de Alexa. Le había gustado sentir el cuerpo de Alexa entre sus brazos, como si encajara allí perfectamente. Henry había revisado los informes económicos de su familia. La Compañía Carrington no estaba tan mal; con su habilidad para los negocios, se recuperarían en unos meses. Pero la situación de los Kingsley era grave, su empresa estaba al borde de la quiebra. Su padre le había pedido que se casara con Alexa como un favor a su viejo amigo Marco Kingsley, padre de Alexa. Para ser sincero, los padres de Henry siempre habían querido unir sus familias y sus empresas. Henry no se negó porque quería ayudar a los Kingsley, sino porque, a pesar de todo, sentía algo por Alexa. Era un secreto que guardaría para sí mismo, pues estaba seguro de que si Alexa lo descubría, se reiría de él. Le dijeron que ambas empresas estaban en crisis para asegurar que no se negara al matrimonio. Un rato después, Henry bajó a la cocina, vistiendo un traje n***o impecable. Allí encontró a Alexa usando la licuadora, preparando un batido con una mezcla de ingredientes inusuales: huevos, pepino, piña, espinaca, lechuga, arroz integral, ricota y semillas de chía. Henry la observó con escepticismo. —¿De verdad vas a tomar eso? —preguntó con una mueca de asco. —Sí, es saludable —respondió Alexa sin mirarlo, concentrada en su preparación. Encendió la licuadora, y la mezcla verde comenzó a tomar forma. —Parece que vas a tomar moco. —Cállate, Carrington. Eres un repugnante. Esto es para mantenerme en forma. Henry sonrió con malicia. —Es bueno que quieras mantenerte en forma para mí, cariño, porque si tu trasero se pone gordo, te dejaré antes de que cumplamos el año de casados —dijo con un tono engreído, esperando una reacción furiosa de Alexa. Sin embargo, lo que vio no fue lo que esperaba. El labio inferior de Alexa temblaba y sus ojos se llenaron de lágrimas. Esa frase hizo que Alexa se sintiera mareada. Era como escuchar las mismas palabras que Jack le había dicho cuando terminaron. "Lo siento, Alexa. Para ser una bailarina profesional, estás demasiado gorda. Dejaste de ser sexy. Fue tu culpa. No tuve más remedio que buscar a alguien que estuviera a mi altura." Era una mentira completa. Alexa se había descuidado un poco con las comidas, pero no estaba tan gorda como para verse poco atractiva. La mujer con la que Jack la engañó era una simple escoba vestida. Pero Alexa no iba a permitir que Henry viera su dolor. Era su enemigo, y llorar frente a él solo lo haría reír. Con un suspiro, corrió a las escaleras. —¡Vete a la mierda! —gritó mientras subía, pero su voz sonó más quebrada de lo que había anticipado. Henry observó a Alexa alejarse, sorprendido por la intensidad de su reacción. Al ver el dolor en su rostro y sus ojos a punto de llorar, se dio cuenta de que había cometido un grave error. Y lo había hecho en grande.
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