—¡Bájame, estúpido! —chilló Alexa, indignada y pataleando.
—¿Pero eso no es lo que querías? —respondió Henry, riendo.
—¡Bájame ya, idiota! —Alexa gritó agudamente. Henry finalmente entró en la sala, que era enorme y elegantemente amueblada. De repente, su agarre se aflojó y Alexa tocó el duro piso de baldosas de madera. Henry la había dejado caer deliberadamente, sin ninguna consideración.
—¡Aups, maldito imbécil! —chilló Alexa, adolorida. Henry se encogió de hombros, restándole importancia y respondió cínicamente:
—Me dijiste que te bajara, enana.
—No de esa manera, estúpido. ¡Me golpeé la cadera! Tendré moretones mañana —se quejó Alexa desde el suelo, mientras Henry la ignoraba por completo.
—La habitación principal es mía —dijo Henry con firmeza, corriendo hacia las escaleras.
—¡Sobre mi cadáver! —gritó Alexa, poniéndose de pie, adolorida, y lo siguió escaleras arriba. Las maletas de ambos estaban en la habitación principal.
—Saca tus maletas de aquí, Carrington —ordenó Alexa.
—¿Por qué debería hacer eso? —preguntó Henry, arqueando una ceja.
—¡Porque la habitación principal es mía! —exclamó Alexa, indignada.
—Dame una razón por la cual esta habitación debería ser tuya —dijo Henry, cruzándose de brazos frente a Alexa.
—Porque... porque sí. Yo bailo, y cuando regreso estoy cansada. Necesito una cama grande y cómoda para descansar mis músculos —explicó Alexa.
—Y yo voy a estar todo el día trabajando para recuperar mi patrimonio, y el tuyo también. ¿No crees que merezco más que tú? —preguntó Henry, muy serio.
—¡Claro que no! ¡Yo trabajo tanto como tú! —replicó Alexa.
—Ya basta de tonterías, Kingsley. Lo mejor es compartir la habitación —sugirió Henry.
—¡Eso nunca! —gritó Alexa.
—Somos un matrimonio, enana, y si tenemos visitas, no será raro que una pareja recién casada comparta la misma habitación —Henry la miró fijamente.
Alexa se mordió el labio inferior. Aunque Carrington tenía razón, su orgullo y el “odio” que sentía hacia él desde hacía 19 años le impedían ceder. Con el ceño fruncido y los puños apretados, maldecía a Carrington en su mente.
Henry, aún con los brazos cruzados, esperaba la respuesta de Alexa. Sabía que estaba siendo el blanco de todos los insultos mentales de la rubia, y eso le divertía. Aunque no mostraba su sonrisa, por dentro estaba muriendo de risa por la expresión de frustración de Alexa.
—Está bien, pero sal. Quiero cambiarme y ponerme una pijama —dijo Alexa finalmente.
Henry decidió dejarla en paz, asintió y, abriendo una de sus maletas, sacó su pijama y salió de la habitación. Alexa, aún refunfuñando, sacó de su maleta una pijama de seda rosa, su favorita, suave y cálida. Se despojó del apretado vestido y entró al baño. Bajo la ducha, logró relajarse mientras el agua corría por su cuerpo. Vivir con Henry, compartir la misma cama después de tantas disputas, era su karma. Carrington siempre había sido un idiota, y ahora tendría que llevar su apellido todo un año. "Alexa Carrington". Se suponía que ella llevaría el apellido "Cooper" de su ex, pero ahora estaba atrapada en este falso matrimonio. Cualquier cosa que le dijera Henry, Alexa lo mandaría a volar.
Después de 15 minutos, salió de la ducha, se vistió con su pijama y, como Carrington aún no había regresado, murmuró entre dientes:
—Ojalá te hayas caído por las escaleras.
Se acomodó en la enorme y cómoda cama matrimonial, y tras media hora sin escuchar ningún ruido, la curiosidad la llevó a levantarse con cautela. ¿Y si de verdad se había caído por las escaleras? Alexa se acercó sigilosamente y lo vio al doblar el pasillo: Henry estaba hablando por celular.
—Sí, yo también, mucho —dijo Henry con una voz dulce y tierna. Alexa intentó escuchar mejor.
Hubo un silencio, lo que le hizo suponer que la persona al otro lado de la línea estaba hablando.
—Compórtate bien, ¿sí? También te extraño mucho. Me voy a dormir. Te mando millones de besos. Adiós, mi niña —dijo Henry antes de cortar la llamada. Alexa se dio la vuelta para regresar a la habitación, pero la voz de Henry la detuvo.
—¿Ya estás lista? —preguntó Henry—. ¿No sabes que es de mal gusto escuchar conversaciones ajenas? —dijo Henry, mirando a Alexa con desdén.
Alexa abrió y cerró la boca sin saber qué decir.
—Oye, solo venía por un vaso de agua, no me interesa nada de lo que tengas que decirle a tu “niña” —respondió Alexa, con tono defensivo.
—¿Ah, no estabas escuchando? —Carrington arqueó una ceja, claramente escéptico.
—Lo que hagas con tus amantes no es asunto mío —masculló Alexa mientras se dirigía a la habitación, seguida por Henry.
—No tengo amantes, Alexa. Ella no es mi amante —dijo Henry con seriedad.
Alexa comenzó a construir un muro de almohadas en el centro de la cama.
—Créeme, Henry, cuántas amantes tengas, si tu “preciosa niña” es una de ellas, no me importa en lo más mínimo —gruñó Alexa antes de meterse bajo las sábanas—. Y no cruces el muro de almohadas, por favor.
Se arropó de pies a cabeza. Después de unos minutos, sintió el colchón hundirse a su lado. Carrington se había acostado en silencio. A Alexa no le importaba si Carrington tenía una amante o varias; no debería importarle si solo era un matrimonio falso. No era relevante con quién se acostara Henry; él solo era su enemigo. No tenía motivos para preocuparse por lo que hiciera con su vida. Estaban unidos por un contrato que duraría un año, y todo acabaría. Pero, a pesar de saberlo, sentía un dolor en el pecho y un nudo en la garganta.
La noche anterior, Alexa se durmió después de limpiar algunas lágrimas traicioneras que rodaron por sus mejillas. Según la rubia, las lágrimas no eran por Carrington, sino porque recordar que Henry tenía un amante le hizo pensar en cómo su relación con Jack terminó por una infidelidad. Carrington era un descarado al negar que “su niña” no era su amante. "También te extraño, besos muchos besos" solo se le dice a alguien realmente importante. Alexa no era ingenua, Carrington tenía a alguien más en su vida. Con ese pensamiento, logró caer en los brazos de Morfeo.