Selena sintió que sus piernas flaqueaban en ese momento y su loba gruñó en su interior, reprobando su comportamiento, por lo que ella prefirió no mostrar tal debilidad y pararse muy erguida.
Por suerte, tanto la ropa ancha que se había puesto, como la bata médica que utilizaba, eran de gran ayuda para que no se le notara su abdomen abultado debido a que, aunque el embarazo era reciente, el que sean gemelos hacía que fuera un poco notorio su estado, por lo que solo la ropa era su única ayuda para que no se enteraran todos de inmediato.
Se sentó junto a su jefa, la Dra. Mirella D’Francesco en la sala de reuniones, intentando mantener la compostura, no quería demostrarle a ese Alfa que lo recordaba, y suponía que él tampoco la recordaría a ella.
Fue solo una noche de placer, seguro él tenía muchos encuentros como el que tuvieron, seguro había hecho delirar de placer a miles de mujeres, y claro que no podría recordarlas a todas.
Aunque en un principio vio que la reconocía, también vio que él recupero la compostura al instante, por lo que de seguro incluso si la recordaba entonces ella tampoco es que le importara ni un poco. Solo fue otro numero más en su larga lista de amantes, de eso no le cabía duda.
Sin embargo, ahora que lo había vuelto a ver… ¿sería prudente decirle la verdad sobre su embarazo? Pero… era un tipo de un mundo totalmente diferente al suyo… ¿qué tal si la rechazaba por considerarle inferior? ¿Qué tal si la obligaba a abortar a sus cachorritos?
El corazón le latía muy rápido en el pecho, pero prefirió mejor no pensar en eso y prestar atención a la reunión de trabajo en la que estaba.
Primero lo primero, debía presentarse, por supuesto.
—Un placer, soy la Dra. Selena Monteverde—se presentó ella, de forma bastante simple, mientras extendía la mano con la mayor firmeza posible.
—El gusto es mío al conocer a una doctora tan guapa —saludó él, sonriéndole, y sin demostrar recordarla a pesar de esa chispa de reconocimiento que detectó antes en sus ojos—. Ya te dijeron mi nombre, pero, por si no lo recuerdas, yo soy el Dr. Derek Daurella —añadió, terminando de estrechar su mano con sutileza.
Respiró con más tranquilidad y la reunión continuó. Hablaron sobre los nuevos cambios que habría y luego empezaron a llegar médicos de las otras especialidades, lo que permitió que Selena pudiera ignorar el hecho de que el padre de sus gemelos estaba frente a ella y, más aún, las ganas que tenía su loba de agredirlo repentinamente.
¿Por qué se ponía tan agresiva frente a él? ¿Acaso en parte estaba resentida por su abandono? Eso no tenía sentido, ya que siempre supo que lo suyo fue cosa de una sola vez.
Entonces, por lo que dictaba la lógica, no debería resentirlo, pero… su loba no parecía estar de acuerdo con ella.
Después de unas horas de reunión, el nuevo jefe, el hombre responsable de embarazarla, se acercó a ella con toda la despreocupación del mundo para invitarla a almorzar, y la verdad ella no estaba del todo segura de rechazarlo, por lo que optó por aceptar la invitación.
Se sentaron en el cafetín exclusivo para médicos del hospital en una mesa algo privada y, después de pedir la comida, él soltó directamente:
—¡Vaya! ¿Quién diría que me encontraría en mi nuevo hospital a la mujer que invadió mi territorio un par de meses atrás?
La sonrisa en los labios del hombre, maliciosa y a la vez pervertida, le transmitía lo suficiente para demostrarle que él se sentía superior en ese momento, y también le hizo recordar ligeramente la increíble noche que había pasado con él. Su corazón se aceleró, al tiempo que instintivamente llevó la mano a su vientre.
Hmm, al menos al fin reconocía que sí la recordaba, cosa que, para ser honesta, la verdad la sorprendía un poco.
—Lamento lo ocurrido, doctor —se disculpó—, creo que eso ya lo sabe, sino no habría aceptado su invitación esa noche.
—Fue una buena noche, reconozco, cuando quieras podemos repetirlo —se burló—, aunque ahora supongo que podré tener a mi alcance a quien quiera. Hay muchas mujeres atractivas aquí, pero por lo menos contigo ya sé que me lo puedo pasar en grande.
Ella lo miró con indignación, sintiendo a su loba gruñir de forma agresiva.
Tenía ganas de saltarle encima y no precisamente a hacer algo erotico, una parte de ella quería morderlo y no para provocarle placer, sino para que le jurara que él era suyo y solo suyo…
Pero eso no tenía sentido, por supuesto.
Ella no era una fanática de dejarse guiar por sus instintos, era una profesional, se regía por el razonamiento, y no iba a arruinar su carrera por los impulsos bestiales que este hombre le provocaba.
—Pues haga como guste, Dr. Daurella, no es mi asunto —expresó con disgusto.
Definitivamente se encargaría de que ese hombre nunca se enterara de que ella iba a tener hijos suyos.
Eran muy diferentes, y ella podía mantener a sus hijos sola, no necesitaba de ninguna ayuda económica y menos de un hombre con un ego tan grande. No le importaba cuanto dinero tuviera, no lo necesitaba.
—Igualmente, supongo que me gustas lo suficiente para insistir un poco en que seas mía otra vez —habló encogiéndose de hombros y en ese momento llegó un mesero con la comida de ambos, interrumpiendo justo a tiempo el insulto que Selena estaba a punto de gritarle.
Derek empezó a comer como si nada pasara, pero ella sentía que había perdido el apetito, ¿qué clase de conversación era esa donde básicamente él le hablaba como si ella fuese un simple pedazo de carne sin ningún otro valor?
—¿No piensas comer? —le preguntó él y luego cortó un pedazo de carne un poco cruda para introducírselo a la boca, lo que repentinamente hizo que su loba jadeara con hambre.
En los últimos días había estado cocinando la carne bien para evitar cualquier posible infección para sus bebés, pero parecía ser que sus cachorros de repente le suplicaban carne medio cruda, por lo que se resignó y tomó los cubiertos para también darle un bocado a esa suculenta carne.
—¡Ah! ¡Delicioso! —expresó emocionada, dejando salir lo bien que se sentía matar ese antojo.
¿Sería otro impulso de su lado salvaje? ¿Sería por la presencia de Derek, acaso? Ugh, ninguna de las opciones le gustaba, la verdad.
Él la miró arqueando una ceja.
—Te puedo mostrar otras cosas deliciosas luego —le dijo él coquetamente.
Selena lo miró indignada y no le respondió nada más. Simplemente se limitó a comer lo más rápido que podía, no iba a aguantarse más a ese sujeto intentando coquetearle después de que prácticamente la había tratado como una especie de perra en celo sin valor alguno.
“Aunque él es increíble en la cama y la verdad pase mucho tiempo deseando tenerlo sobre mí otra vez” —pensó, reconociendo que le había encantado lo bien que se había sentido—. “Pero no voy a decirle nada, es un idiota”.
—Nena, no necesitas comer tan rápido.
—¿Cómo me llamó, doctor? —preguntó ella, enojada, haciendo énfasis en la palabra “doctor”.
—Nena.
—Dra. Monteverde para usted.
Derek simplemente rio, pareciendo estar disfrutando de su enfado. Qué idiota.
Selena terminó de comer cuando el hombre iba por la mitad de su plato y se levantó.
—Muchas gracias por la invitación, doctor, pero no necesito de sus invitaciones indecentes, estamos en nuestro lugar de trabajo y usted es solo mi jefe, nada más que eso —habló con indignación—. Ahora, si me permite, me retiro.
Quiso caminar para retirarse, pero en se momento se sintió muy mal, como si repentinamente fuese a desmayarse. Intentó agarrarse de la mesa, pero posicionó mal la mano y perdió estabilidad. Iba de bruces contra el piso, pero en ese momento, él la atrapó en el aire y la sentó ágilmente sobre sus piernas.
—¿Todo bien, nena?
—No me llames… —Pero no terminó de hablar, porque en ese momento no pudo contener el vómito, que salió propulsado hacia el piso junto a ellos.
Terrible momento para vomitar lo que había comido, no sólo porque estaban en un cafetín lleno de médicos, sino porque justo en ese momento se acercaba a ellos una mujer que los encontró en esa posición comprometedora, pese a que era obvio que Selena acababa de vomitar.
—¡¿Qué haces tú en las piernas de mi prometido?! —chilló la recién llegada; sin embargo, ella no escuchaba del todo claro lo que esa mujer decía, porque en ese momento su cabeza parecía dar vueltas.
No podía creer que justo todos los síntomas de embarazo posibles estaban apareciendo en ese momento.
Sin embargo, su loba gruñó de repente, y su mente pudo registrar unas palabras de todo lo que la mujer desconocida le estaba gritando ahora.
“Mi prometido”.
Genial, esto era lo único que le faltaba… resulta que el hombre que la había embarazado estaba comprometido… y ahora posiblemente su futura esposa la veía como su enemiga.
No le importaba, sin embargo, porque ella haría todo para proteger a sus cachorros, contra quien sea, incluso contra su propio padre.