El único día libre que tenía tras un largo mes de trabajo, y lo que más había deseado a la espera de este último, era permanecer en mi cama durmiendo, o quizás en el sofá viendo las malas películas que pasaban por la televisión, o sencillamente haciendo cualquier cosa que se me ocurriese, pero eso sí, tenía que ser algo muy lejos de la fastidiosa felicidad que emanaba el aura de Rhys.
Pero para mi desgracia, no logré hacer nada de aquello que anhelaba en mi interior, ni siquiera en lo más mínimo, dado que un ocurrente castaño con una sonrisa deslumbrante me había despertado muy temprano, para decirme los planes que tenía para ambos ese día.
—Iremos a una cita doble. —Anunció mientras lavaba los trastos, conmigo a su lado secándolos con un trapo para poder dejarlos relucientes en su respectivo lugar.
—¿Cómo que iremos? —bufé entre risitas nerviosas—. Eso me suena a manada.
—¡A ver, Lucy! —masculló con una expresión bastante seria, tanto, que me dejó petrificada en mi lugar ante su cambio repentino de actitud. —Una chica es para mí y llevará a un amigo para ti, es simple. Iremos a comer un helado, luego quizás unos tragos y si tenemos suerte, coronaremos. —dijo rápidamente, mientras continuaba con sus deberes—. Desde que estoy viviendo contigo no he tenido sexo con absolutamente nadie, estoy desesperado. ¿Puedes ayudar a este pobre hombre?
—Eres perturbador, ¿sabías? —murmuré con demasiado desagrado en mi tono de voz, aquel chico medio desquiciado definitivamente le faltaba un tornillo al ser tan sincero con sus ideas, sobre todo lo que sea que se le ocurriera hacer, no era ni un poco reservado con su forma de hablar.
Rhys no tenía pelos en la lengua, era directo con todo lo que mencionaba, yendo al grano siempre, hasta el punto de dejarme sin habla en diversas ocasiones.
—¿Hace cuánto no tienes sexo?
—¿Desde qué nací? —farfullé pensativa, no es que no hubiese mantenido relaciones en una ocasión, o varias, ya ni estaba segura de si a ese hecho se le podía denominar actos sexuales, pero no era precisamente con un chico y tampoco no era tan cercana a Rhys como para comentárselo, no había necesidad alguna de que supiera sobre mi vida personal.
—¡¿Eres virgen?!
—¿Tan raro es? —me carcajeé, entretenida con su expresión de espanto.
—¡Hoy tienes la gloriosa oportunidad de dejar de serlo, Lucy!
—No estoy interesada, si quieres ve tú y acuéstate con los dos.
—¡Ni hablar!
Y tras miles de palabrotas, discusiones innecesarias y empujones juguetones, terminó convenciéndome de arreglarme con mis mejores ropas, incluso se tomó la irritante molestia de darme consejos para dizque conquistar chicos y moverme, haciéndome parecer una mini imitación barata de él mismo.
Puse mis ojos en blanco al verme en el espejo, definitivamente quería devolverme a la cama, no obstante, él me tomó de la mano y me arrastró muy lejos de mis posibilidades.
Caminamos por unos cuantos minutos antes de detenernos unas cuadras más allá, en un bonito local de helados, debía admitir que aquel pueblo era bastante pequeño, tanto como para conocerse todos en el mismo, sin necesidad de poner mucho esfuerzo en ello.
Aquel decrépito lugar en el que había crecido, era tan anticuado como sus reducidos habitantes.
Por diversas calles habían ubicados viejos almacenes, que podía contar con los dedos de mis manos, debido a que eran los únicos que lograban permanecer en el tiempo, gracias a que pertenecían por generaciones a la misma familia, y milagrosamente jamás cerraban a pesar de las malas épocas.
No es que alguien se animara a montar algún negocio que les hiciera competencia, dado que quienes lo intentaban no duraban mucho tiempo en pie, antes de caer en bancarrota debido a la escasa clientela, quienes eran fieles a un mismo lugar hasta su muerte, así era este asqueroso lugar, lleno de familiaridad y camaradería, una que realmente yo no compartía con nadie.
Nos adentramos en la congelada estancia, que estaba invadida por risas y charlas de las diversas personas que se encontraban sentadas en diferentes mesas.
Anduve tras Rhys con cierto nerviosismo, éste, bastante alegre se detuvo frente a una mesa que ocupaban dos chicos que recordaba muy bien, una pelinegra guapa y un chico rubio antipático de varias noches atrás.
—¡Jack! —suspiraron emocionados, y tuve que contener mi expresión de desagrado.
Espera, ¿qué no se llamaba Rhys?
Ese tonto tendría un reprimenda muy pronto por haberme mentido respecto a su nombre.
—Chicos, ella es Lucy, espero que la traten tan bien como a mí — dijo con una amplia sonrisa, rodeándome los hombros con uno de sus pesados brazos, causando que ante su contacto, me ruborizara.
—¡Claro que sí!