Un desconocido en mi cama

810 Words
Y de esta estúpida forma, fue como terminé pagando la cuenta con mi propio dinero, la ridícula deuda de un completo extraño, que por alguna extraña razón sin sentido, terminé llevando a mi apartamento, dejándolo que durmiera en el sofá, dado que no tenía ni papeles, ni absolutamente nada más que una caja de cigarrillos y esa ropa que ya comenzaba apestar a borracho. Pero allí estaba yo, esperanzada de que no me robara más de lo que había hecho sin amenazas o se propasara conmigo, no se veía como un mal tipo, o eso intentaba pensar con todas mis fuerzas. Respiré profundamente, lo analicé por última vez al verlo descansar tan plácidamente, y me deje caer totalmente rendida sobre mi cama, después de haber cerrado con cerrojo la puerta del apartamento, asegurándome así de que no fuese tan grave el delito que aquel chico se le ocurriese cometer, mientras yo soñaba en cosas que a la mañana siguiente, ni recordaría. Al despertarme, definitivamente hubiera preferido que todo lo ocurrido solo fuese algo de mi imaginación, una horripilante broma de mi cerebro; no obstante, el chico estaba allí en mi cocina, preparando el desayuno, mientras, se bebía una taza de café. Me quedé hecha de piedra, ni siquiera una sola palabra le dije. Comimos en el sofá, cada uno muy lejos de otro. Y entonces, lo soltó de sopetón sobresaltándome con su masculina voz. —Dado que por tu culpa perdí todo lo poco que tenía, lo mínimo que puedes hacer es permitirme quedarme más tiempo. —¡Ni de coña! —grité, aterrorizada con sus ideas. —Pues no tienes opciones. —¡Puedo llamar a la policía para que te echen! —refunfuñé con una sínica sonrisa, poniéndome en pie de un salto. —Y yo les puedo decir que eres cómplice de ese chico idiota que me robó anoche. —¡No lo soy! —Pues no importa lo que digas, me quedaré y punto. —sentenció con una mirada fiera que me heló la respiración. Se levantó del sillón para acercarse lo suficiente y de ese modo, poder ponerme sus cálidas manos sobre mis hombros—. No hagamos esto aún más complicado, Lucy. Mis palabras no lograron salir, mi cuerpo no me respondía, quería sacarlo de mi casa a patadas, pero no era capaz, no era lo bastante valiente como para competir contra él, ya que sabía desde antes, que iba a perder de todas las maneras posibles. Por ende, y sin muchas ganas, terminé aceptando su estadía. Gracias al cielo logró ese mismo día el puesto de camarero en el bar de mala muerte, algo que desde mi punto de vista, fue demasiado fácil gracias a su espectacular forma de hablar. Obtuvo en un santiamén un cambio de ánimo en el jefe, que yo jamás hubiera podido, todo debido a sus ideas creativas y su aspecto, el cual atraía personas de todas las edades; era carismático y brillante, nada comparado conmigo. No solo eso me irritaba sobremanera, Rhys era una persona bastante desvergonzada ahora que lo pensaba más detalladamente. Detestaba que usara mi ropa, a pesar que había logrado comprarle unas en la tienducha cerca de mi apartamento, sin embargo, se aprovechaba de mi situación, me ponía entre la espada y la pared, no obstante, me había comenzado a acostumbrar solo un poco. A su risa escandalosa cuando veía algo gracioso en la televisión, a sus gritos de emoción cuando leía algún artículo en el periódico que era de su agrado, y a sus conversaciones tan estrambóticas como su personalidad. Entramos en el apartamento un poco agotados por tanto ajetreo, había sido una noche agotadora, pero llena de ganancias, tanto para el jefe como para ambos. Él se acostó en el sofá como de costumbre, después de haberse quitado gran parte de su ropa, quedando sólo en boxers y haciéndome sonrojar. Yo por mi parte me escabullí a mi habitación; la única que había realmente, me puse un pijama como siempre y caí rendida en cuestión de nada, no obstante, antes de que por lo menos hubiera tenido un buen sueño, Rhys apareció en mi puerta. —¿Puedo dormir contigo? —preguntó con nerviosismo en su voz. Lo observé espantado, creyendo por un momento que era algún espectro, pero él dio varios pasos en mi dirección permitiéndome reconocerlo mejor. —¿Qué haces aquí? —refunfuñe, cubriéndome la cabeza con la manta—. ¡Vete al sofá! —Está lloviendo muy fuerte, y tanto los truenos como los rayos, los odio. —Haz lo que quieras, Rhys —murmuré, cerrando mis ojos de nuevo, y lograr dormirme sin mucho esfuerzo. —Gracias, Lucy. Y ni corto ni perezoso, se acostó al otro lado de la pequeña cama dándome la espalda, ofreciéndome un poco de su calor corporal en aquella noche tan fría.
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