Dulce matrimonio (4)

2121 Words
La estación de trenes era ruidosa, en sus sueños Elena se sintió perdida, todo el tiempo miraba hacia atrás cuidando que sus maletas no se perdieran y caminaba muy cerca de su esposo, cuando las personas la miraban, se sentía una niña que había extraviado a su familia. Y contrario a sus recuerdos ese día caminó de forma resuelta doblándose y evadiendo a los transeúntes que iban en la dirección contraria como si lo hubiera hecho por un largo tiempo, un hombre levantó su maleta para pasarla por encima de las personas y ella se agachó antes de repetir el error de su sueño y llevarse un golpe en la cabeza que le dejó una pequeña cicatriz como recuerdo de su primera vez en un tren. – Su boleto, por favor. Cristián Johansen entregó los dos boletos con una sonrisa y al voltear vio que su esposa se disponía a entrar al tren y sentarse como si no fuera su primera visita a la ciudad, ese comportamiento lo hizo sentir confiado, acomodó su sombrero y subió al tren para sentarse – llegaremos al amanecer – le dijo con una sonrisa y de repente se dio cuenta – espero que esto no te moleste. Elena volteó a verlo sin comprender hasta que recordó su sueño, esa era su noche de bodas, su primera noche juntos y la pasarían en un tren – oh, ¡estoy bien! No era importante, en sus sueños el sexo jamás fue de su agrado, sí había que elegir, siempre prefería embriagar a su esposo y no hacerlo. – Te lo compensaré al llegar. Elena prefería que no la compensara, pero ya que lo había dicho – ¿qué tipo de compensación? Cristián pensó que había sido muy claro, él se refería a compensarla con su noche de bodas. – Quiero un adelanto de mi mesada. Inesperadamente, ella le pidió dinero – no será problema, como mi esposa recibirás una asignación mensual para gastos, puedes comprar todo lo que quieras. – Bien – miró por la ventana. Cristián abrió su maletín para sacar un libro y leer usando la luz del vagón, negándole a Elena una noche de sueño reparador después de una larga fiesta, al verlo ella se limitó a suspirar, se recargó sobre los cojines y miró por la ventana. Las nubes pasajeras cruzaron el cielo descubriendo una hermosa luna llena, tan brillante y tan amarilla como un foco de luz incandescente, sus dedos se deslizaron por el vidrio y escribió el nombre de la que, a partir de ese día, sería la persona más importante en su vida. ¡Elena! Una hora más tarde Cristián sintió sus ojos cansados, apagó la luz, corrió la cortina y se dispuso a dormir, y a roncar. A Elena le tomó un largo tiempo conciliar el sueño y cuando por fin lo logró una mano tocó su hombro provocándole un shock. – Estamos a punto de llegar. Se incorporó y se talló los ojos, luego buscó un pañuelo para limpiar la saliva que escurrió de su boca y miró a Cristián de reojo para que él no la viera. Ya había amanecido, el tren llegó a la ciudad y los dos bajaron. – Iré a revisar las maletas, espera aquí. Dejarla en la estación fue algo que también pasó en sus sueños y la experiencia fue aterradora, con tantas voces, gritos y personas era imposible no ser empujada y los escasos cuatro minutos que pasó esperando se sintieron como una hora. En esa ocasión respiró profundamente, dio dos pasos al frente o atrás para dejar que los otros pasajeros pasaran y de inmediato vio a Cristián que caminaba junto a un acomodador y ponía las maletas en un carrito. Su único problema, fue mantener el sombrero sobre su cabeza. Afuera de la estación la ciudad se presentó tal y como la recordaba, con los coches ruidosos, los edificios altos y los hombres con sombreros altos, en ese ambiente lo único que le resultó familiar, fueron los caballos. Cristián tomó su mano y la llevó al interior de un coche, tras subir las maletas el conductor miró hacia atrás y la saludó. – Buenos días señora, bienvenida a la ciudad. – Buenos días – respondió con desgana. El viaje hasta la mansión era de media hora, Elena tragó saliva, tenía sed, hambre y quería ir a un baño para lavarse la cara. Afuera las personas caminaban por la calle mirando letreros y un sitio en especial estaba abarrotado. – Es el teatro, tal vez podamos ir un día de estos. Elena sabía que no lo harían, en su matrimonio jamás hubo tiempo para un paseo, o una cita, así que no insistió y miró de reojo a Cristián poco antes de clavar la mirada sobre la caligrafía del sobre que estaba en sus manos y que fue guardado en su bolsillo interno izquierdo, muy cerca de su corazón. No recordó ese momento en sus sueños, tal vez porque pasó cada minuto mirando por la ventana, extasiada por la imagen de la ciudad y se perdió ese dato importante. Cristián volteó a verla – ¿te sientes bien? – Sí – contestó de prisa y evito seguir mirándolo. Lo que sí recordó de sus sueños, fue que Cristián dejó la mansión a pocos minutos de su llegada, ahora sabía la razón, Amelia debía estar en problemas, o quizá su hija, era lo mismo. El coche se desvió del camino y se dirigió a una gran mansión de tres pisos con pintura azul y ornamentos, exactamente igual a la de sus sueños. Bajó con la mano sobre su sombrero para que el viento no se lo arrebatara y echó un vistazo a la mansión que ya conocía por dentro y por fuera. – Señor, bienvenido, señora, bienvenida a la mansión Johansen. Elena bajó la mirada hacia los rostros que le eran tan conocidos y sus manos se apretaron. – Te presentaré, Robin es mi chofer, es muy amable, pero le gusta hablar mientras conduce. – Disculpe, señor. – E interrumpirme – bromeó Cristián – él es Dorian Price, mi mayordomo, Greta, mi nana y su hija Alicia, son las personas que cuidarán de nosotros – tomó su mano y le dio un beso – y ella es mi hermosa esposa, Elena Hamilton. Muy conmovedor, y lo fue para la Elena de su sueño, ella tomó esas palabras y las convirtió en una dulce esperanza que con el tiempo se transformó en una temida realidad, esas eran las personas que cuidarían de él y de Erika, no de ella – muchas gracias por la bienvenida. Caminar a la entrada y subir los escalones se sintió como volver a esa pesadilla y lo único que la hizo sentir mejor, fue saber que no sería por mucho tiempo. – Tomaremos el desayuno, ordenaré que lleven tus maletas a tu habitación. Asintió, en sus sueños la curiosidad fue más fuerte y preguntó por qué era ¡su habitación!, pero en esa ocasión se sintió alegre de saber que no tendría que compartir su cama más veces de las necesarias. Greta la acompañó – preparamos una de las habitaciones principales, tiene la mejor vista. La puerta se abrió y todo se repitió, igual que en su sueño, era difícil sorprenderse cuando todo lo que veía, ya lo había visto. – Acomodaré su ropa. – No hace falta, yo lo haré. – No me molesta. – Dije que yo lo haré. Greta la miró con una sonrisa nerviosa y se levantó llevándose a su hija Alicia con ella. Elena estaba sola y lista para la prueba de fuego, respiró profundamente, abrió el armario, se agachó hasta que sus rodillas tocaron el suelo, deslizó sus dedos sobre la base sintiendo cada muesca y se pinchó con un clavo salido – ah – justo como hizo antes, enterró las uñas en ese espacio ahora manchado con su sangre, se mordió el labio con fuerza y con un pequeño sonido separó la tabla falsa y encontró el compartimiento secreto. Respiró atrapando el aire con la boca y exhalando en un gemido profundo. En sus sueños se tropezó con ese compartimiento por accidente, su vestido cayó al suelo y ella se pinchó, quiso revisar y lo que terminó encontrando fueron fotografías de personas a las que no conocía, que estuviera ahí era su confirmación. Todo era real, su matrimonio, su infertilidad, las deudas, la amante y la hija de su esposo. Devolvió las fotografías y de su maleta personal sacó el cuaderno donde tenía todas sus notas, sí el compartimiento serviría para algo, eso sería para guardar su más preciada posesión. Tocaron la puerta justo cuando colocaba el libro y se apresuró a cubrirlo todo con sus vestidos. – Señora – le dijo Greta – el desayuno está listo, el señor la espera, dijo que era importante. – Sí, ya voy – se limpió las lágrimas y notó que Greta mantenía la puerta abierta – iré en un momento, necesito arreglarme. – El señor dijo que era urgente. – El señor me esperará, cierra la puerta. Esperó a escuchar los pasos de Greta alejándose, pero no los escuchó y supo por la sombra bajo la puerta que ella seguía ahí, de prisa escondió el libro y retocó su maquillaje para esconder sus lágrimas, después se acercó a la puerta y la abrió de golpe, Greta se inclinó hacia el frente y casi cayó al suelo. – Disculpe. – Tráeme agua. Se lavó la cara y las manos, usó el resto del agua para peinar un poco su cabello antes de salir de la habitación y bajar los escalones, ya sabía el motivo de la urgencia, Cristián terminó de leer la carta. – Mi madre está muy enferma, tengo que ir a verla. La madre enferma que no asistió a la boda, Elena no recordó con exactitud cuál fue la excusa que usó en sus sueños, pero sí recordaba todas las veces que su suegra enfermó y al conocerla descubrió que era una mujer ruda y fuerte como un roble que jamás se enfermaba, a menos que fuera para llamar la atención. – ¡Qué tenga un buen viaje!, por favor dígale que espero que se recupere para que pueda conocerla. Cristián se sorprendió por la respuesta – le diré. – ¿Por qué no se lleva a Greta? – No hace falta. – Ella podría cuidarla, yo no la necesito, prefiero que atienda a la señora. – Ella tiene sus propios sirvientes. – Pero, le escribió porque quiere verlo, ver dos rostros conocidos será mejor. Cristián miró hacia atrás y terminó accediendo – claro. Elena sonrió ante su pequeño triunfo y probó el desayuno – antes de irse, necesitaré dinero para gastos. – Por supuesto. El sol todavía no se ponía cuando Cristián dejó la mansión y Elena se preguntó si siquiera desempacó sus maletas, ella se limitó a despedirlo en la entrada y él la miró con tristeza en los ojos. – A mi regreso, te lo compensaré. – Lo esperaré con ansías – respondió al darse cuenta de que no siempre podía sonar apática y miró el coche mientras se alejaba con su esposo y la nana a la que tantas veces deseó asfixiar con la almohada mientras dormía. Estaba sola. – Quiero ver las escrituras de la casa – dijo al dar la vuelta. Dorian la miró sin comprender. – Ahora también es mía. – Ah, deben estar en el estudio, pero señora, cualquier cosa que quiera hacer necesitará la firma del señor. – Solo voy a verlas, no venderé la casa – sonrió – no todavía – pensó. Tarde o temprano la casa sería vendida y quería estar lista, en sus sueños Cristián se aferró a esa propiedad de forma testaruda, parecía que prefería caminar desnudo por la calle que venderla y Elena quería adelantarse, también quería revisar las otras propiedades para examinar su valor, entre más rápido pudiera pagar la deuda del conde, sería mejor. Lo que le recordó – necesito que vayas a la ciudad y contrates a un investigador privado. – Sí señora. Se recargó sobre el respaldo y se hundió en el cojín para mirar a su alrededor, en sus sueños ese lugar fue sagrado, así que lo miraba por primera vez, pero, aunque no conocía esa habitación sí conocía a su esposo y sabía que cuando las deudas llegaran, él comenzaría a cambiar los títulos de propiedad para dárselos a su amante y de esa forma, darle mes a mes un vestido nuevo a su hija mientras que ella, convertía un vaso de leche en su desayuno y un vestido viejo en su prenda de todos los días. Esa vez, no lo permitiría.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD