Los arreglos florales, las invitaciones, el decorado de la iglesia y el vestido.
Todo era igual, era como si hubiera llegado al final del día solo para revivirlo de nuevo.
– ¡Este me gusta!, ¿qué te parece?
– Es demasiado – respondió Elena y fue al final del libro – me gustan estas.
Julieta se sorprendió un poco al ver que su hija eligió el arreglo más económico y sencillo de todo el libro – cariño, el presupuesto para tu boda ya fue arreglado y el señor Johansen dijo claramente que podías pedir lo que quisieras.
– Quiero este.
Viendo a su hija actuar tan frugal Julieta se sintió conmovida, pero también le molestó, en su corazón sintió que ella aún no olvidaba el sueño que tuvo.
– Sobre las invitaciones – inquirió la tía Chloe.
– Algo sencillo – musitó Elena y desechó todos los planes que días atrás la habrían llenado de emoción – la felicidad de una pareja no se mide por la cantidad de flores en la iglesia – se levantó y miró la jarra vacía en la mesa – iré por más agua.
La abuela Karina Carter soltó un resoplido – ha estado tan apática desde ese día.
– Tal vez está nerviosa, todas lo estuvimos.
Camino a la cocina Elena escuchó los pasos de sus hermanas que corrían por los escalones cargando dos muñecas de porcelana – mira, llegaron en la mañana, las mandó el señor Johansen, ¡son perfectas! – le dijo Megan.
– Es obvio que estés emocionada, eres muy joven – dijo Ivón – yo soy muy mayor para estas cosas, pero no quiero ofender a mi futuro cuñado, así que la conservaré – mencionó mientras abrazaba la muñeca.
Elena sonrió – son lindas.
Las muñecas tenían rostros estéticos muy bien pintados y los vestidos tenían tantos detalles como se esperaría en un vestido de salón, pero lo que presionó su mente, fue que en sus recuerdos jamás hubo tales muñecas.
Pero sí hubo flores.
Justo después de descubrir la existencia de esa mujer y de escuchar las excusas baratas de Cristián, Elena recibió un gran ramo de flores como compensación.
La jarra vacía fue puesta sobre la mesa, no la volvió a llenar, en lugar de eso subió al segundo piso, entró corriendo a su habitación y buscó entre sus cuadernos y materiales hasta encontrar un diario y una pluma.
– Comenzó con el matrimonio – escribió y describió la iglesia con los arreglos florales, la luz atravesando los vitrales, los adornos, los invitados, la disposición de las mesas y el pastel.
¡Ese pastel!
Lo que más recordó de su matrimonio fue el pastel decorado con siete sabores diferentes de merengue y hojas alargadas, le pareció la obra maestra de un artesano y quedó tan maravillada que no quiso cortarlo, Cristián se burló de ella, le dio un beso en la frente y sujetó su mano para que juntos cortaran la primera rebanada.
Por años, esa escena fue el mejor recuerdo de su boda y sus ojos picaron.
– Y entonces, llegaron las deudas – escribió.
Cristián llevaba años esperando la muerte de su tío el famoso conde Varem, no tenía idea de que junto con ese título vendrían grandes deudas y después de irse a los confines del mundo para conseguir dinero, fue ella quien tuvo que dar la cara con los acreedores y mantuvo la frente en alto al convertirse en Lady Elena Hamilton, condesa de Varem.
– Fueron años difíciles – escribió al caer la tarde – y en el otro extremo del salón estaba ella, la viva imagen del amor eterno.
Lady Pamela, la esposa del barón Stone y una mujer que siempre estuvo rodeada de sus hijas, también, su mejor amiga.
Pamela fue siempre un hombro sobre el cual llorar y a diferencia de sus hermanas que tuvieron sus vidas, matrimonios e hijos a los cuales atender, Pamela siempre tuvo tiempo para hablar con ella y tratar todos los males de la vida.
Sonrió y apartó la pluma para mover su muñeca y los dedos que comenzaban a entumirse.
– Las canciones de cuna dejan de ser hermosas cuando no hay alguien para escucharlas – escribió.
Tres veces pensó que estaba embarazada y las tres veces un doctor enterró sus sueños.
En una ocasión tuvo todos los síntomas, vomitaba todas las mañanas, se sentía cansada y su periodo se suspendió por tres meses, con esperanza tejió zapatos pequeños, vestidos y cobijas, pasó tanto tiempo tejiendo y comprando la lana que no tuvo tiempo para preocuparse por otros detalles y en el cuarto mes se desmayó y el médico le dijo que no había embarazo, solo agua.
Los sirvientes la llamaron ¡loca!, ¡desquiciada!, y para no dejarlos en ridículo ella lanzó toda la ropa al fuego y danzó en rededor de la fogata como una autentica lunática.
Y entonces, llegó ella.
La hermosa hija.
Su mano se detuvo al escribir sobre ella e intentó ser parcial, Erika no podía estar con su padre porque él tenía una reputación que cuidar, su madre fue asesinada y al mudarse con su padre descubrió que él estaba casado con otra mujer, intentó ponerse en su lugar, pero la rabia la venció, arrugó la hoja y la destrozó en pedazos.
– ¡Elena!
– Estoy bien – respondió de prisa al escuchar la voz de su tía y empujó la puerta – estoy dibujando mi vestido tal y como lo imaginé, no pueden verlo.
– Entiendo, pero será mejor si vez los ejemplos, el vestido de tu abuela sigue en el ático.
– Si, lo pensaré – respondió y regresó a la cama – todo está mal.
Se estaba concentrando en sus sentimientos y las emociones detrás de su sueño, escribía la historia mezclando sus fantasías y contando los eventos como le habría gustado que ocurrieran, cuando lo importante eran los hechos, las deudas, los negocios que prosperaron y los que fracasaron, los socios que la traicionaron y los que le fueron leales, las acciones que tuvieron éxito y las que le causaron arrepentimiento, todo era importante porque todo cambiaba y podía convertirse en una muñeca de porcelana.
De nuevo tomó la pluma y pasó el resto de la tarde tomando notas, para cuando terminó ya era de noche y tenía hambre, sed, sueño y la muñeca entumida, pero estaba completo, su encuadernado, la bitácora de su sueño.
Tras mirar por la ventana y encontrar el cielo abierto y cubierto de estrellas pudo sentirlo, no había hombres esperando por ella, no era hermosa, ni graciosa o inteligente, los hombres que hablaban con ella quedaban desencantados y sin importar cuántas veces se pusiera delante de ellos y bailara, ninguno volvía por una segunda pieza, pero un día, en el futuro cuando cada palabra de ese libro se cumpliera, ella sería una mujer viuda, tomaría sus maletas, dejaría la villa atrás y se marcharía a un sitio lejano donde nadie la llamaría ¡lady!, y a nadie le importaría que fuera fea, simplona, pueblerina o estéril, en tanto tuviera los bolsillos llenos de dinero.
*****
Samuel Hamilton fue el primero en estar listo y durante largos minutos caminó de un lado al otro de la habitación esperando que su esposa, su cuñada y sus tres hijas estuvieran listas – ¡se hará tarde, mujer!
Y en el segundo piso todos corrían.
Román Hamilton, hermano menor del señor Hamilton, llegó a la mansión – ¿y mis sobrinas?
– Todavía no están listas.
Román resopló y se sentó a esperar junto con su hermano, poco después se convirtió en la segunda persona que deseaba abrir un camino en medio de la sala.
Diez minutos después Elena bajó junto con sus hermanas y caminaron por la entrada sin pavimentar, lo más importante era sostener el vestido de novia para que no se llenara de lodo y Julieta vio con horror a un pequeño cerdo – Sam, encárgate – reprendió a su esposo por quedarse en la sala sin ayudar en lugar de limpiar el camino.
Samuel se adelantó – Solin – nombró al cerdo que nació la mañana del despertar de aquel sueño y Elena constató otra concordancia – tiene mucho potencial – dijo su padre.
– Cuando nos lo comamos será delicioso – pensó Elena.
– Cuando nos lo comamos, será delicioso – dijo su padre con una gran sonrisa.
Subieron al único carruaje disponible, en la parte frontal el conductor solo vio como las cinco mujeres subían una tras otra después del señor de la casa y a su lado Román – a toda prisa.
Dentro, todos estaban tan apretujados que subían y bajaban junto con los baches del camino, Ivon cubría su cabeza con la mano para no golpearse con el techo por estar sentada en las piernas de su madre, la tía Chloe se abanicaba y Megan abrió la ventana para tener una corriente de aire o se ahogarían.
La persona más calmada era la novia.
– ¡Román!, ¡más rápido!, llegaremos tarde – dijo Julieta.
– Vamos tan rápido como podemos.
El sacerdote miró hacia el camino en espera de que el carruaje de la novia llegara y a su lado, Viola Karmer sostenía el ramo y sujetaba la mano de su hijo Richard de siete años mientras esperaba que la familia de su esposo Román Hamilton llegara.
Finalmente, el carruaje apareció y el sacerdote respiró profundamente, Elena bajó levantando su falda para caminar el tramo restante hasta la entrada de la iglesia donde Viola le dio el ramo y acomodó su velo.
– Llegan tarde – reclamó el sacerdote en caso de que algún integrante de la familia no lo supiera.
Megan e Ivon se colocaron detrás de Elena, el resto de la familia entró a la iglesia para ocupar su lugar en las bancas y dar el aviso de que la novia había llegado, la última en ir a sentarse fue Viola quien luchaba por mantener a su hijo quieto y las grandes puertas de la iglesia se abrieron.
Contrario al sueño de Elena, el pasillo de la iglesia estaba escasamente adornado y el vestido que llevaba no era tan llamativo o deslumbrante, lo único que se mantuvo fue la luz del sol que se filtraba entre los vitrales y que, en ese momento, no parecía importante, solo era luz y el sol simplemente brillaba todos los días, la Elena de su sueño sobrevaloró ese recuerdo.
Cristián Johansen esperó a que ella llegara y tomó su mano – los adornos son mucho más sencillos de lo que imaginé – le susurró.
– No me pareció correcto gastar su dinero de manera frívola, mi señor, debemos ahorrar cada centavo.
Cristián sonrió y se inclinó para darle un beso en la frente – no tienes que pensar de esa forma, muy pronto seremos marido y mujer, todo lo que es mío será tuyo, puedes gastarlo como quieras.
Palabras dichas por un hombre que esperaba a que su tío muriera para heredar una gran fortuna sin saber que lo único que heredaría serían sus deudas.
– Estamos aquí reunidos – dijo el sacerdote en voz alta para atraer la atención de todos – para unir a este hombre y a esta mujer en sagrado matrimonio.
A través del velo Elena miró el rostro de su esposo y lo encontró tan común como la última vez que miró, se sorprendió de que hubiera un momento de su vida en el que pensó que los hombres eran hermosos, atractivos o lindos, en realidad todos se veían de la misma manera y en algunos años, con la pérdida del cabello y el abuso del alcohol o el tabaco, todos serían mucho más parecidos.
– Acepto – dijo con pocas expectativas y al finalizar la ceremonia giró sobre sus talones, dejó que su velo fuera levantado y dio su primer beso sintiendo que sus labios eran presionados, y eso fue todo, nada memorable o digno de recordar.
La salida de la iglesia fue tranquila, así como la fiesta que le siguió, al igual que en sus sueños hubo una única cosa que atrajo su atención, ¡el pastel!
Elena ahorró en todo, menos en ese detalle, era de tres pisos con un decorado de listones en los costados como si fueran holanes de un vestido y encima de la cubierta, flores de merengue, treinta y seis de ellas y rodeadas de hojas, aquél era un pastel tan hermoso que la primera vez que lo vio no quería partirlo, en esa ocasión, tomó el cuchillo y presionó hasta tocar la base y conseguir la primera rebanada.
Sus hermanas esperaban ansiosas al igual que sus primas, tías y conocidos, a su alrededor algunas de sus viejas amigas usaban la ocasión para conocer a los hombres jóvenes que asistieron y la música era hermosa.
Y antes de continuar Julieta se levantó molesta – les dije que debían llegar temprano – se quejó.
Elena siguió su mirada y sus ojos se humedecieron, levantó su falda y corrió para envolver a su abuelo Thomás Gibson, no llegar a su funeral fue uno de los mayores arrepentimientos de su sueño y verlo con vida hizo que las lágrimas brotaran, no importaba que para todos se tratara de una pesadilla, aquellos quince años se sentían más reales que el resto de su vida.
– Mi pequeña – le dijo su abuelo con cariño y acarició su cabeza – no llores.
– Sigue siendo una niña – musitó la abuela al sonreírle y ayudó a limpiar sus lágrimas.
– Elena – dijo su madre interrumpiéndola de su reencuentro – es la hora, debes bailar con tu esposo.
Johansen tomó su mano y todos se apartaron.
Elena se talló los ojos conteniendo el sentimiento para volver a la realidad, no todo en su matrimonio fueron deudas, cuando la situación se estabilizó ayudó a sus hermanas a casarse, consiguió un médico para la enfermedad de su tía y logró que la casa de sus padres se quedara en la familia.
El ¡lady!, que se anteponía a su nombre le abrió muchas puertas y sosteniendo las manos de su esposo supo que era toda su motivación para casarse, en esa segunda oportunidad que la vida le dio, ¡lo haría bien!