Mientras se dirigía rumbo al norte, en el tren que había abordado en Calcuta, Vivian se sintió invadida por una honda sensación de alivio, de libertad. Sin poder explicárselo, de quien más deseaba huir no era del Príncipe, sino del Capitán Alexander. Recluida en su camarote, donde permanecía encerrada como prisionera voluntaria durante los últimos días del viaje, había analizado muchas veces los acontecimientos que culminaron con el desagradable incidente del Príncipe y llegó a la conclusión de que ella era, en cierto modo, la culpable de lo ocurrido. Aunque esto no alteraba su sentimiento de amargura hacia toda la humanidad, reconocía que había actuado equivocadamente. El desdén reemplazó a los sentimientos de humillación y cólera que al principio abrigara contra el Príncipe Kowa. Res