Había un fuerte olor a incienso y se percibía el canto de una hermosa voz. Las puertas, al abrirse, descubrieron un salón alargado, al fondo del cual, sentado a la usanza oriental en un trono bajo, se encontraba el abad o superior de Nyak-Tso. No habló ni hizo gesto alguno cuando avanzaron hacia él por el brillante suelo. La primera impresión que Vivian tuvo de él fue de inmovilidad y reposo absolutos. Era un anciano de cabello blanco, pero su rostro, insólitamente, no tenía arrugas. Su túnica era blanca y una estola preciosamente bordada cubría los hombros. Cuando se acercaron, Vivian lo miró a los ojos. Le parecieron llenos de luz, impregnados de bondad, más capaces de una penetrante observación. Sintió que bajo la profunda quietud de aquel hombre se ocultaban la fuerza y la resolució