—No tengas miedo. Soy yo... Vivian creyó que se había vuelto loca. Miró al hechicero, que mantenía la boca entreabierta y los ojos dilatados, y por fin descubrió que era Alec disfrazado. El corazón le dio un vuelco de alivio. No pudo decir nada a causa de la emoción; pero sus ojos se cuajaron de lágrimas y éstas rodaron por sus mejillas. Su boca tembló y sus manos se extendieron hacia él. —¡Ten cuidado!— le advirtió él en un susurro. —¡Oh, Alec, Alec!— murmuró ella—, ¿cómo supiste...? ¿Cómo nos has encontrado? —Eso no importa ahora— contestó él con rapidez—, no hay tiempo que perder. Tienes que salir de aquí y pronto. Sé lo que están planeando. Alec se inclinó sobre Tony y, con cuidado, lo puso boca abajo para examinar la herida de bala que tenía en la espalda. Sin decir nada, Vivia