Amaya
La presentación para mí fue un completo infierno.
No había forma de mentir al respecto, no cuando pasó el desastre que pasó.
Mi padre no solo había revelado el hecho de que me había tenido fuera del matrimonio, lo que era por sí mismo una expresión de querer marginarme ante el resto, sino que hizo una especie de formalización pública de que ellos me amparaban ante cualquier cosa, lo que significaba que debía ceñirme a unos preceptos que yo desconocía por completo.
Me sentía fuera de mí misma, fuera de mi propia piel.
Era un completo desastre, uno mucho mayor de lo que esperaba y estaba nerviosa, más luego de que informase que un mafioso de la Camorra, la mafia italiana más violenta de todas, se casaría con una de sus hijas. Eso, luego del anuncio de su paternidad respecto a mí, me incluía y significaba un mayor desastre de todo.
No quería terminar metida en un lío mucho más revuelto, pero la vida me había enseñado que lo que parece improbable, imposible, podía sucederme sin más.
No era la primera vez que estaba en una situación estresante, pero sí la primera en la que tenía que hacerle cara a toda la situación que significaba ser una mujer de la Yakuza, una que no tenía ni la más mínima idea de sí misma.
No quería estar involucrada en ese mundo, no quería tener nada que ver ni con un bando ni con otro, solo quería vivir mi vida en paz, lejos de todo y de todos. Así que cuando mi padre nos acercó para presentarnos al novio, tomé el silencio de Ima y Dai como una declaración de no aceptación, luego este hombre con una extraña máscara que le ocultaba parte de la oreja y la cara, sin tapar su ojo izquierdo, se acercó y me hizo saber, en su idioma, que era muy consciente de mi situación.
No sabía si correr de ahí o pensar que eso me descartaba de su elección.
Lo verdadero era esto: no tenía esperanza.
No podía ser ingenua respecto al tema, el tipo era problemático en más de un sentido, uno que terminaría siendo más que una condena. Por eso mismo, decidí morderme la lengua antes de explotar contra mi padre por traerme a un sitio en estas condiciones de ignorancia total. Era un imbécil de clase mundial nada más por atreverse a ello.
Su protección podía metérsela por donde no le da el sol.
—Bueno, espero que se conviertan en tortolitos —dijo Dai con una sonrisa maliciosa antes de irse.
Mi padre suspiró de manera entrecortada y lo vi con furia.
—¿Por qué no me dijiste nada de esto?
—Aquí no es el mejor momento para uno de tus reproches, suki —contestó mi padre con cansancio.
—Ni aquí ni en ningún lado —expresó una voz femenina con ira, al girar a ver quién era, me topé con la esposa de mi padre, era una mujer hermosa, elegante y muy regia que seguramente se sentía amenazada—. Las bastardas tienen que comportarse muchísimo mejor que el resto… Si los padres no las reclamaron, significaban que no tenían ningún valor y no se puede esperar que tengan los mejores pretendientes de todos.
Había atacado de forma directa, con saña.
—Bueno… Nunca pedí estar aquí, mucho menos que me engendraran, así que dele gracias a su marido por ello y por aceptarme ahora, supongo que tengo algún valor a esta altura —le contesté mordaz y me sonrió con molestia.
—Eres otro peón en su tablero, uno para el que tendrá un excelente uso —expuso y mi padre la vio con los ojos entrecerrados.
—Respeta, no sigas con este mal juego o terminarás muy mal. Amaya es mía y si no te da la gana de aceptarlo está bien, pero eso no quita el hecho de que es una realidad que no va a cambiar y ya el consejo la aceptó, así que vive con eso —dijo este en japonés.
—No me hables de respeto cuando obligaste a todos a aceptar a una bastarda que cuidaste del mundo y que, al parecer, tratas con un cariño con el que no tratas a tus hijas.
—Esa bastarda fue hecha con amor, no como un acuerdo...
Escuchar a mi padre decir eso fue como un golpe de realidad que no había vislumbrado antes.
—Y eso fue tu perdición, porque no dudo que terminará siendo otra zorra más que se meterá en los matrimonios de las personas... Tal vez hasta en el de sus propias hermanas, tiene un ejemplo deplorable que seguir.
Los miré desconcertada y la mirada de odio que ella me dio fue una de la que me quise alejar enseguida. Era un desastre de proporciones mayores.
—Detente, suki, ella no quiso decir nada de eso…
—¿Se te olvida que los puedo entender perfectamente? —le cuestioné y negué harta de toda la maldita situación—. Yo no pedí esto, y no puedo siquiera decir que no la entiendo cuando tú aún visitas a mi madre a sus espaldas.
Me alejé de ahí y fui directo al jardín.
Intenté tomar aire, enserio que sí, pero me costaba, así que dejé soltar las lágrimas retenidas por la sacada en cara de la realidad. Era una tan mala que no sabía por qué demonios mi madre había ayudado a todo esto, es que como mujer enamorada era lo peor.
Yo amaba a la madre, más cuestionaba mucho a la mujer enamorada que se entregaba por migajas. Esa era de la que vivía decepcionada, por lo que no aguanté y me limpié las lágrimas, entonces una mujer caminó hasta donde me encontraba. No la conocía, era alguien que sin duda alguna estaba curiosa, pero a diferencia del resto, tenía un buen semblante al respecto y no me miraba como si mereciera la extinción directa por ser bastarda.
—¿Es un poco duro?
La pregunta fue amable, así que la devolví con una respuesta honesta.
—Lo es cuando no tienes idea de lo que pasa por la cabeza de tu padre…
—Lo sé, lo he vivido —dijo con tristeza—, pero con mi hermano, que es tu padre.
La mención me hizo abrir los ojos con gran sorpresa.
—Eres la tía…Katsumi.
—Vaya, por lo menos veo que sí te habló de nosotros —dijo con lástima.
Eso me puso mucho peor porque confirmaba mis peores sospechas: no habló con nadie de mí.
—A veces, cuando era pequeña y le preguntaba por su familia, él me decía que vivían en Japón, que estaban bien y que algún día me la presentaría —contesté sin humor y ella supo atinar el compendio de mentiras—. Me habló de la abuela, me habló de su hermana menor, del hermano que perdió en el terremoto, de lo difícil que es criarse dentro de una cultura tan estructurada… Me habló de tanto, pero a la vez no me dijo nada.
Recalcarlo se sintió horrible.
Ella se acercó más a mí y me tomó de la barbilla.
—Tu padre te quiere mucho, Amaya, a su manera… Su forma de demostrarlo era haberte tenido oculta de este mundo el mayor tiempo que pudo, dejar que te criases fuera de estas costumbres, que saboreases la libertad de lo mismo —explicó y mi corazón comenzó a latir con fuerza—. Sé que tienes mucho por reprocharle, lo sé… Comparto mucho de eso, pero en todos mis años de vida, he aprendido que las decisiones de Hiroshi están basadas en el bienestar de la mayoría, que muchas veces se sacrifica más que el resto, así como hace cosas porque no tiene elección.
Yo no me lo compraba, no del todo al menos.
—Pero él… Me quitó mi vida, me trajo a un mundo que no quiero conocer…
—Si lo hizo es porque tiene razones de peso, Amaya. Si te mantuvo oculta fue su manera de protegerte, así que sacarte a la luz para que la Yakuza te proteja, significa que para él debes correr algún tipo de riesgo que no quiere asumir —expresó con seriedad—. No te pido que te ciñas a lo que los demás dicen, mucho menos que le hagas caso a lo que mi cuñada expresa desde el odio, quédate con lo que tu padre dice, con lo que te ofrece en medio de una situación que no puede solucionar.
—Pero yo no la pedí…
—Pero la tienes —contestó con una sonrisa triste—. Adáptate antes de que te consuma. No te dejes llevar por la ira, por la rabia, no ganarás más que fracasos y desilusiones.
Me dejó sola unos minutos más y me repuse, cuando entré, todos me vieron y entonces, el hombre de la máscara pidió un brindis. Mi padre lo acompañó, y, para mi completa consternación, el hombre dijo las palabras que sellaron mi destino.
Unas que sacudieron todo mi mundo.
—Es un placer anunciar que he elegido una novia… Amaya, acércate por favor —pidió el enmascarado que tenía una voz con la que había fantaseado la noche anterior, lo que me estaba volviendo por completo loca y estática; por eso Hiro me dio un pequeño empujoncito y miré a mi padre con miedo antes de ponerme a lado de ese hombre que no me quitó los ojos de encima—. Hiroshi, ¿me darías tu bendición para casarme con tu hija menor?
La multitud comenzó a murmurar y yo me quedé en shock.
Mi padre quedó un poco descolocado, pero lo supo contener con creces de cara a los demás. No sabía qué era lo que sucedía por su cabeza, pero lo que sea que lo tenía pensando no era algo muy bueno.