Amaya —Yo… les doy mi bendición —respondió y sentí la herida de la traición. El capo de la Camorra me tomó de las manos y me giró con una delicadeza infinita para que lo mirase. El hombre no era feo, era alto, algo rubio y con unos imponentes ojos verdes que destacaban sobre sus rasgos apuestos. Lo único que entorpecía la vista era la máscara, pero no era algo ni feo, ni estrafalario. No obstante, eso era lo que lo hacía intimidante ante el resto y cuando fijó su mirada en la mía, sentí como si me hubiesen aprisionado con fuerza, con una especie de magnetismo profundo que me puso en guardia. —Ore to kekkon shite kure. Lo dijo en una pronunciación dificultosa, pero que me sacudió los cimientos. Yo solo lo vi, no supe cuánto tiempo, pero fue mucho porque Hiro carraspeó, entonces él