Amaya Miré el cúmulo de máquinas con el ceño fruncido, mi madre, sin venirse a cuento, decidió hacer que los guardaespaldas italianos compraran computadoras de última categoría para los niños y la biblioteca. Eso era mucho considerando la cantidad de personas, por lo que no fue un módico gasto, pero los hombres lo hicieron sin chistar. —Esto fue demasiado, mamá… —No lo es, procura estar para los niños, me dijo Kendra que llamó a sus orientadores y todos, así como los representantes, quedaron en venir… Te extrañaron mucho —apuntó con orgullo. No era la primera vez que venía a la biblioteca o que chismeaba con Kendra, esas dos se podían dar la mano. Sin embargo, el hecho de que estaba para mí en ese momento tan duro, fue como una visión de lo triste que podía resultar ser todo. —Lo s