Soy Ignacio Brown, estaba concentrado revisando unas cosas en la computadora cuando la puerta se abrió, levanté la mirada por un instante para divisar quien había ingresado, cuando vi quién era regresé la mirada a la pantalla y la concentré en lo que estaba. Ella se acercó y lanzó sobre el escritorio una carpeta quien sabía que contenía.
—Necesito que revises esto y firmes—, demandó como si fuera mi jefa ¿Quién se creía esa mujer para darme órdenes?, ¿acaso olvidó que el único que mandaba aquí era yo?
—Lo haré después—, vocalicé siguiendo con la mirada puesta en la pantalla, al ver que continuaba ahí vociferé —Ahora no tengo tiempo, estoy muy ocupado, así que te pido de la manera más amable que salgas y me dejes solo.
—Es que tú nunca tienes tiempo—, le miré por un instante porque lo dicho me sonó a reproche, y no entendía porque esa mujer venía a reprochar mi falta de tiempo, cuando lo que más odiaba era que me acercara a ella —¡Quiero el divorcio! —, dijo. Ante aquellas palabras detuve el andar de mis manos, bajé la tapa de la laptop y la miré —Ahí está la solicitud del divorcio, quiero que firmes y de una vez por todas me dejes libre—, sonreí de medio lado porque me hacía gracia su petición. Agarré la carpeta y comencé a leer todo lo que decía ahí, mi sonrisa se hizo más notoria a medida que leía porque eso me parecía una estupidez —No quiero tu dinero, no quiero nada, solo quiero que me des el divorcio—, enarqué una ceja y dejé aquel papel a un lado. Sin darle una respuesta o objetar algo volví a levantar la tapa de la laptop para continuar en lo que estaba haciendo minutos antes de que ella ingresara.
—Sal de aquí—, solicité, pero ella levantó su mano y cerró la tapa de la laptop para obtener mi atención. Ante aquella actitud apreté mis dientes y la miré de manera fulminante —¿¡No estás entendiendo!? ¡Quiero que firmes el divorcio ahora y que me dejes libre! —. Levantó la voz y eso solo provocó que la ira dentro de mí se incrementara más, pues odiaba y detestaba que me gritaran, más si no eran mis padres, nadie se había atrevido hacerlo hasta ese día, que esa mujer tuvo la osadía de hacerlo.
Sin desconectar el contacto visual, asenté mis manos sobre la fina madera y refuté —¡La que no entendió y pareció no comprender que jamás existirá un divorcio entre nosotros, eres tú! ¡Sabes bien que nosotros no nos vamos a divorciar nunca! ¿Comprendes? ¡Nos casamos para toda la vida y solo la muerte nos podrá separar!
—¡Quiero el maldito divorcio! —, volvió a bramar —Él, regresó y quiero estar a su lado, para hacer eso debo divorciarme.
—¿Regresó? Y no decías que yo lo había asesinado, has pasado todos estos años acusándome de la muerte de aquel individuo, y ahora resulta que está vivo, que ha regresado y quieres irte con él.
—Me equivoqué, creí que lo habías asesinado, que lo habías desaparecido para así poder lograr tu objetivo—, dijo más serena —Pero ahora que está de regreso, no quiero perder ni un día más lejos de él—, volví a enarcar una ceja, seguido salí de entre el escritorio, caminando con los brazos cruzados me acerqué a ella, me detuve a su costado y procedí a recalcarle las cosas.
—Me alegra que ese infeliz haya regresado y te estés dando cuenta que no tuve nada que ver en su desaparición, es un placer para mí ver cómo te tragas tus acusaciones, cómo bajas la guardia ante la obstinación que te habías formado en esa cabeza, de que yo lo asesiné—, sus labios estaban fruncidos, y me miraba de la misma forma que siempre lo hacía, con odio —Pero... Que ese tipo haya regresado no quiere decir que vaya a darte el divorcio ¿Qué te hace pensar que te dejaré libre para que corras a sus brazos? ¿Acaso ese diminuto cerebro te empezó a fallar? —, sonreí de medio lado —No pierdas tu tiempo en hacerme esa petición, más si me lo pides de esa forma—, dije al dar la vuelta y regresar a mi asiento.
—¡Eres un miserable! —, dijo con la voz quebrada, estaba a punto de llorar, lo sabía porque la conocía muy bien, y sabía que así se ponía cuando iba a llorar.
—Di lo que quieras, pero nada me hará cambiar de opinión. No nos divorciaremos Ana Paula, ni intentes escapar porque dónde sea que te escondas te encontraré, y si estás con él no me temblará la mano para acabarlo. Piensa dos veces antes de traicionarme porque de lo contrario lo lamentarás—, me senté y levanté la tapa de la laptop —Espero sea la última vez que ingresas a mi despacho y levantas la voz, o peor aún, lanzarme cualquier cosa como lo hiciste hace un momento. Que no se te olvide quien soy y de lo que soy capaz de hacer.
—Si se quién eres. Eres un maldito mafioso que asesinó a mis padres, que me quitó mi libertad desde que era una niña.
—Me alegra que lo tengas claro, así no tengo que estártelo repitiendo cada día, y piensa dos veces antes de serme infiel, porque debes saber que eres mía y ningún miserable más pondrá sus manos sobre ti—, sentencié y le solicité se retire. No la miré, pero pude ver cómo limpiaba sus mejillas, también suspiró, y antes de irse comunicó.
—No sé cómo le voy hacer Ignacio Brown Linos. Pero algo si te aseguro y es que, me divorciaré de ti cueste lo que me cueste, acabaré con este absurdo matrimonio que es una farsa—, dijo, al dar media vuelta lanzó el portalápiz logrando que todos mis bolígrafos cayeran. Rodé los ojos ante su grosería. Inhalando y exhalando para apaciguar la ira que me provocó esa mujer, traté de serenarme. Después de que desapareció me levanté a servirme un trago, agarré una copa y caminé hasta la botella, vertí el licor en ella, al estar llena la llevé a mi boca y procedí a beberla de un solo, tras dejar la copa vacía la apreté entre mis manos, seguido la lancé con toda la fuerza que pude, en la pared. No pude controlarme ante el descaro de esa mujer, venir a decirme que amaba a otro y que su amante a regresado me enervó la sangre. Definitivamente no tenía vergüenza, menos respeto por mí. Era su esposo carajo, cómo se atrevía a decir tales cosas, al menos debía tener decencia al hablarme de su amante, era un completo descaro de su parte.
Ya calmado regresé al escritorio, levanté la tapa de la computadora y continué revisando los vídeos que observaba minutos antes de que esa mujer ingresara. Cuando estaba más concentrado que nunca llegó una empleada a interrumpirme, suspiré profundo y pasé mis dedos por ambas sienes.
—Señor, disculpe que lo moleste, pero la señorita Ana Paula está incontrolable. Se metió a su habitación, está destruyendo todas sus cosas—, entrecerré los ojos y me levanté, a pasos firmes me dirigí hacia las gradas, mientras subía jugaba con mis dedos con el botón de mi esmoquin, llegué hasta la habitación, al verme me lanzó un zapato, sin inmutarme me acerqué y la agarré dejándola amaneada con sus mismos brazos y de espalda a mí.
—¡Te odio! ¡Te desprecio! ¡Suéltame! ¡Infeliz!
—Te vas a calmar.
—¡No quiero! —, pataleó como una niña rebelde —¡Lo único que me daría calma es que, la puta que te parió se muriera! —, la tiré a la cama, al verme con el rostro carmesí fue retrocediendo cómo cangrejo, al asentar mis manos sobre el colchón y mirarla con ojos afilados inquirí
—¿Miedo? —, con una media sonrisa continué acercándome —Hace un momento parecías tener la valentía suficiente para enfrentarme ¿Qué te hizo apaciguar esa ira? —, le agarré el rostro entre mi mano y asenté su cabeza en el colchón, vi en sus ojos pavor y como una lágrima se desprendió des sus ojos —No vuelvas a nombrar a mi madre, ni siquiera en tus miserables sueños te atrevas a nombrarla—, me arrodillé al momento que la soltaba. Tras pararme arreglé mi traje y salí.