—¿Qué te parece si nos quedamos hasta que anochezca? —¿Segura? —indagó él al subir las manos por mi cintura. —Sí. Hace mucho que no me quedo hasta el anochecer. —Debía ser la niña a la que no se le negaban, así que moví las pestañas—. Pero podemos irnos si no quieres. Keith tardó unos minutos en procesar lo que sucedía. Tragué saliva y apreté mis labios, expectante ante lo que él respondería. Al final, cuando creí que no diría nada a favor o en contra, aplastó sus labios contra los míos y selló su decisión. —Contigo hasta el fin del mundo —afirmó con una sonrisa. Nos besamos más, nadamos otro rato y salimos cuando no sentía los dedos del pie. Al salir del agua, nos sentamos sobre los paños y comimos un poco de lo que había elegido para ese día. Keith compró dos bebidas en el restauran
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