La mañana siguiente, el Marqués partió de la plaza Berkeley de muy buen humor. Había dormido bien, y no se preocupó de que los miembros de la servidumbre hubieran estado despiertos toda la noche. El cochero había enviado, con las primeras luces de la mañana, un tiro de caballos al cuidado de cuatro mozos a fin de que el Marqués pudiera cambiar de caballos en Chelmsford. Su Señoria desayunó opíparamente, pero no bebió, como hacían muchos de sus contemporáneos, coñac o cerveza, sino café. El café se había vuelto tan popular en Londres que se habían abierto muchos salones para ir a tomarlo. También estaba desplazando al té como la bebida de moda entre las «damas de calidad», y ello hacía que muchos de los hombres de mayor edad se aferraran a la idea de que la cerveza o el coñac eran la be