N

4764 Words
Nunca: “Me desvelo porque se que las estrellas brillaran para mi toda la noche". Sus manos resultaban frías y temblorosas cuando miraba a través de la ventana. Podía verlo, como comenzaba a marcharse de ella. Al principio eran pensamientos, luego suspiros, se convirtieron en lágrimas y terminaron sin nada. Los latidos de su corazón eran cada vez mas lentos y su cabeza se hundia en una confusión terrible. "Se miraba por la ventana una historia de enamorados, abrazados por la calle mientras las farolas alumbraban el sitio donde se besaron". Aquellas estrellas comenzaban a brillar en la oscuridad de su habitación y de la noche. Sentía que los sueños que habían construido se estaban derrumbando, ella se estaba derrumbando y él parecía no darse cuenta mientras se marchaba a la tierra ajena. Ajena a Él y Él ajeno a Ella. Ajenos los dos, que terminaron tan lejos el uno del otro. ¡Y pensar que el la amaba! Una persona que miente no es capaz de amar por completo, en cambio, ella lo amaba porque era sincera con su corazón. Él su oscuridad, ella su luna. Ella su sol, él la noche. Él se va, ella se queda. Un corazón y una cabeza llena de mentiras. ¿A donde se fueron todas esas promesas de amor que nos hicimos algún día? ¿Cómo debe sentirse la mujer? Me gusta ver cómo mi cabello esta alborotado y algunos mechones escurren por mi frente hasta mis ojos. La piel desnuda de mi espalda se siente contenta cuando mi sonrisa pinta de color mi día. Me pongo un brassier de color n***o, mis bragas son de una tela muy suave y mi cuerpo sabe que estamos "muy contentas". Decidí que hoy intentaría ser diferente a los demás. Que mi ropa sería del color favorito de mí alma y que me pintaría con la sangre de mis raíces. ¡No me importaría nada más que sonreír en este día! Mi vecino de enfrente tenía puesta la música a todo volumen. ¡Era un fastidio! Domingo por la mañana, casi todo el mundo duerme y ese chico que se cree, que puede despertarnos porque sí. ¡Trame un plan! Deje abierta mi ventana, corrí la cortina y mi ropa interior sería el señuelo perfecto para llamar su atención. Segundos después de estar de pie bailando a lo tonto, escuché que él me chiflaba. Me acerque a la ventana. —¡Buenos días primor! —su voz me parecía linda. La música seguía sonando pero a un tono más bajo. —¡Buenos días muchacho! —sonreí. —Veo que te gusta bailar. ¿No te gustaría que fuera a tu habitación a bailar de cerca contigo? Su propuesta me pareció curiosa. —Suena bien, aunque lo que realmente me gustaría —mi tono de voz era coqueto— es que dejaras de poner tu maldita música a las 9 de la mañana. ¡No ves que la gente intenta dormir hasta tarde en domingo! Ponte tus audífonos y súbele a toda máquina, funde tus oídos en la basura que sueles escuchar. Y claro, jamás podría bailar contigo por que solo te gusta ver la piel. ¡Pedazo de marrano! Entonces cerré mi ventana. El semblante de mi vecino era sin expresión alguna. Él no tenía playera y su ropa interior era de color gris. ¡Me solté unas carcajadas! Terminé de vestirme. Me puse la faja tipo corset, me puse la blusa de manta, metí mi pies en las medias y coloque la falda esponjosa de satín. La tela estaba bordada entre lentejuela y chaquira, muy colorida me veía y me sentí contenta. Me pinté los labios, me hice un chongo y salí de mi habitación luciendo como una china poblana. ¡Hoy estaba ensayando para la fiesta de graduación! ¡Ese día me vería impactante para todo el mundo que me ha visto doler! Y por alguna estúpida razón mis compañeras me pidieron vestirme como mujer. Todas ellas se vestirían de hombres. Fue en la penumbra de la noche cuando decidí que quería estar desnuda para mí. Me quite el brassier, me deshice de mis bragas y terminé mirándome al espejo. Mi cabello me llegaba hasta la espalda, las luces neón de mi habitación me hacían brillar bien. Tenía las tetas redondas, mis coronillas estaban duras y ahí cuando la luz del sol no me alumbraba, decidí que era momento de abrir mi ser a la luz de la luna. ¡Mi cuerpo era perfecto! No iba permitir que nadie más estuviera adentró. ¡Nunca más! El frasco estaba lleno de dinero. Me sentía dichosa, llena de vida y no me incomodaba el hecho de estar enseñando mi desnudez al reflejo del espejo. Puse un poco de música y conecte mis auriculares, saque mi última botella de tequila y empecé a beber. Sacudí mi cabellera de acá para allá, sonreír era tan fácil para mí y las lágrimas de emoción no tardaron en aparecer. Mi ropa interior estaba tirada en el piso, mi cama estaba tendida y yo estaba celebrando el fin de este ciclo. ¡No más sexo por dinero! ¿Cuándo fue la última vez que sentiste inestabilidad emocional? El día comienza así. Suena la alarma y decides ignorarla. Te vuelves a dormir. Vuelve a sonar otra alarma. La ignoras. Vuelve a sonar nuevamente. La ignoras. Y eso se repite varias veces hasta que al fin logras despertarte y decides levantarte de la cama. Bostezas. Te rascas la mejilla izquierda, caminas al sanitario y tiras todos los rastros de la noche por el inodoro. Te acicalas un poco. —¿Ya despertaste? ¡Llegarás tarde a la escuela! Faltaba casi nada para la graduación. ¿Y después? ¿Que tendría que venir después? ¿Que hacer con mi vida? ¿Era el momento de madurar? ¿Intentar ser mejor que el pasado? La voz de tu mamá te hace reaccionar. Terminas de enjuagarte la cara. Te secas y sales para cambiarte de ropa. Te desnudas y frente al espejo hay un chico en ropa interior. Boxer color gris, una curva definida en el trasero. Un abdomen plano y los músculos un poco definidos. Se pone la camisa blanca, los pantalones grises, el cinturón y el suéter color azul marino. ¿En qué grado va ese muchacho? Sales de la habitación luciendo muy bien. Tu mamá te halaga y papá está listo para desayunar. Tus hermanas te miran con mucha atención y después de inspeccionarte con la mirada dirigen su atención a su desayuno. Huevos revueltos con salchicha, tortillas de harina recién hechas y un vaso de licuado de guayaba. ¡Delicioso! —¿Cómo te sientes de que ya casi te vas a graduar? —la pregunta de mi hermana me hace pensar. Mi mano sostenía una cucharada de cereal con leche. —Pues me siento normal. Un poco emocionado y nervioso. —¿Y vas a extrañar a tus amigas? —preguntó mi hermana. —No mucho porque prometimos que nos veríamos de vez en cuando. —¿Ya pensaste que quieres hacer este verano? De pronto sentí que todos estaban interesados en saber por mi y mis decisiones. ¡Que bonito! Aún a pesar de todos mis problemas ellos siempre estaban de curiosos con mi sentir. Sonreí. —Aun no. Bueno si. Un grupo de voluntarios irá a Morelos para reconstruir las casas de los que perdieron todo en el terremoto del 2017. —¿De que va ese grupo de voluntarios? —Pues ya sabes ma, toda actividad al aire libre, ayudar a los necesitados, aprender algunos oficios y creo que obtendré buena compañía, sobre todo eso. Mi papá me observo por algunos segundos. —¿Cómo se llama el lugar al que quieres ir de voluntario? —Jojutla. Creo se que llama así por el municipio y está en el estado de Morelos. —¿Y de verdad te gustaría ir? —preguntó una de mis hermanas. Me encogí de hombros y sonreí con un bocado de salchichas entre los dientes. —Supongo que sería algo divertido y aprendería cosas nuevas. Mi hermana escribía en su celular. —Yo creo que debería ir. A demás, nunca sueles salir de casa. ¡Diversifícate! Esta es tu oportunidad para lograr hacer más amigos. ¡Así que Eimy estaba de acuerdo! Mamá no estaba muy convencida. —¿Y es seguro que te vayas tan lejos? —¡Por supuesto! Además, no se va tan lejos. Morelos no está tan lejos de aquí. ¿O si? —pregunto mi hermana a papá. —Son como dos horas y media de distancia. No es mucho. Se supone que las opiniones de los demás me iban a ayudar a tomar una decisión. ¿Qué elegiría? ¿Iría al campamento o simplemente preferiría quedarme en casa el verano enteró? ¿Me querría conformar con estar aquí y dejar sin ayuda a los necesitados? ¡Seguro que esto me ayudaría a madurar emocionalmente! Terminé de desayunar. Tomé mis cosas y salí camino a la escuela. Era una ventaja el no tener que viajar mucho, mi escuela quedaba a diez minutos de mi casa. Algo curioso es que estaba en la punta de un cerro, así que todas las mañanas, durante tres años, me gustaba ver cómo el sol hacía brillar el rocío que caía sobre el pasto. Yo solía cruzar una vereda delgada en medio del campo, había flores de color rosa y los chapulines brincaban de acá para allá. ¡Todas las mañanas podría imaginar que las cosas mejorarían para mí! Llegué hasta la calle pavimentada, vi a la distancia como los demás alumnos entraban. Lizeth estaba ahí en la entrada, esperándome. *** He estado intentando ser sincero, pero la estoy regando cañón. No puedo negar que a veces las cosas no me importan y me da igual lo que piensan los demás de mi. ¡No estoy pa gustarle a todo el mundo! Entonces pienso y me acuesto. Mi mente empieza a bailar y la música es lo único que me hace moverme bien. Ahí, cuando yo pensaba que nada era importante, apareciste de forma repentina. Me encontraba bailando en la pista, todos me estaban mirando y aplaudían. Movía mi culo y me sacudía bien en la pista. La música me hacía sentir la euforia del momento. ¡Fui el placer que pagaba el alcohol! Entonces te acercaste a mi, me miraste fijamente y lo dijiste. —¿En que te has convertido? Tu boca se acerco a mi, invadiste mi espacio personal y empezamos a bailar. —¡Me he convertido en tu juguete! Y se trataba de eso. De estar para ti y vivir únicamente para ti. ¡Me quitaste mis ilusiones! Cuando la música dejaba de sonar y las luces se apagaban, yo volvía a mi jaula emocional. Me encerrabas en aquel cuarto oscuro y terminabas tocando más que mi boca. Tus manos se aprovechaban de mi alma, tus labios se deslizaban por mi cuello y tu cuerpo se unía a mí. con toda esa bebida que me hacia no recordar nada. ¡Resulta que mi corazón se volvió de lágrimas en mi alma de piedra! —¡Quiero que seas mío! ¡Sí! A veces me gustaría ponerle principio a mi muerte. Suena loco y realmente es un pensamiento bastante atrevido, un tanto depresivo y muy apropiado ante las circunstancias. Hay días en los que el tiempo me hace querer huir. Irme de casa. Dejar todo y seguir por otro rumbo. ¡He pensado en rendirme muchas veces! Me he equivocado más de lo normal y muchas veces ha sido a propósito el dejar de existir. Si. Yo mismo he estado cavando mi propia tumba. Antes de que me puedas enterrar, aquí estoy. Desnudando mi alma ante ti, porque decidí que quiero contarte sobre mí. Está es la historia. Esto es "mi carta de desahogo". El color de sus ojos es el resultado del choque entre la luz del sol y la oscuridad de la noche. Sus ojos arden de tanto llanto guardado. Soy el resultado de la inocencia y la maldad juntas.¿Llanto? Sí. El llanto es lo que me inunda, me he estado ahogando entre agua salada de mi mar de oscuridad, he estado navegando entre llanto y sollozó, entre risas y caricias, entré amor y compañías, entré dulces y mentiras. Últimamente he estado navegando entre cuerpos aparentemente desnudos. Si pudiéramos regresar el tiempo, seguro que no me habría subido a este barco que promete hundirse como el Titanic. ¡Pero así fueron las cosas! Yo no escogí subirme a este barco, sin darme cuenta ya estaba sobre ÉL. Más bien, ÉL estaba sobre mí. Me había robado la inocencia. Me había besado, me apretó a su cuerpo, sus manos me asustaron. Tenía seis años cuando ÉL me robó mi primer beso. ¡Ni siquiera me pidió permiso! Mis pensamientos en ese momento estaban muy alejados de caricias tan íntimas como lo es el besar a alguien. Pues no. ÉL no respeto mi inocencia. Aldo era su nombre y era mayor que yo. Me beso rápido y de forma repentina. ¿Por qué? No lo sé. Sólo me beso en los sanitarios de la escuela. No me asuste. No me enoje. Ni siquiera le dije algo. Solo intenté que pasará desapercibido, pero no fue así. Sin darme cuenta, yo estaba comenzando a navegar por esas aguas tan desconocidas. Compartíamos clase. Él estaba repitiendo el año, estábamos en primero de primaría. En el salón de clases comenzó a sentarse junto a mi, compartimos la mesa de trabajó. Mi error fue seguir confiando en mi inocencia pensando que nada malo pasaría. ¡Y paso! Me equivoqué. Besarme se volvió un hábito muy deseable para él. Me tomaba de las mejillas, pegaba sus labios a los míos y ¿que hacía yo? Le abrazaba sin miedo, le dejaba que me hiciera daño y no sentí nada de dolor cuando él me hizo aquello. Llegué a pensar que estábamos bien, le sonreía y le dejaba que me besara. Porque de alguna u otra forma, me llegó a gustar qué alguien como él me estuviera queriendo así, si es que a eso se le puede llamar "querer". Me convertí en lo que menos esperaba: Los demás niños comenzaron a tratarme de una forma tan cruel. Se burlaban de mí, me insultaban y me hacían sentir menos. Resulta que un día, uno de ellos descubrió lo que nadie sabía. Él nos había visto besándonos debajo de una mesa y eso fue la gota que colmo el vaso. ¡Ojalá todos los niños tuvieran la misma inocencia! Pensaba que lo que hacía no era malo. Pensé que él seguiría junto a mí. ¡No fue así! Entonces mi vida escolar dio un giro inesperado. Pase de ser el niño de buenas calificaciones a ser el que siempre jugaba, el que echaba desmadre y bromeaba con todos. Ya no me importaba tanto ser el mejor de la clase. Mis compañeros seguían tratándome mal, pero decidí que no me harían daño. Si ellos me decían "niña" decidí que sería "la niña". Si ellos querían "hacerme mal", les dejaría que me "hicieran "mal". Siempre dije que nunca dejaría que lo que los demás dijeran sobre mí, sería más importante que mis ideales. Nunca me gustó el futbol, pero siempre jugaba en la portería. No me gustaba que me trataran mal pero tampoco prefería estar solo a la hora del recreo, mejor me aguantaba todo el dolor. Me golpeaban, me azotaban, me ofendían, me manoseaban y hasta me usaban de forma muy simple y vacía. ¡Todo eso aguante porque quería demostrarles que yo era fuerte! ¿Fui fuerte? Siempre me junte con chicas y chicos variados. Un año con Daniela. Otro con Rubén. Con Nayeli. Con Rosi. Con Paola. Con Orlando. Con Luis. Con él Chino. Con la Cabra. Con la Negra. ¡Yo no era popular! Pero si era amigo de todos. Mi estancia en la primaria se pasó volando. Me iba bien. Me iba mal. Estaba en un punto intermedio. Era bueno en el dibujo y en la lectura. Me gustaba la clase de español y ciencias. Mis maestros eran buena onda conmigo. Mis padres, ellos sabían poco, más bien nada de todo lo malo que me pasaba. Pero ellos siempre han sido buenas personas. ¡Nunca les di señales de dolor! Ese fue un error mío. Era bueno escondiendo mis pesares. Entonces mis sentimientos comenzaron a cambiar. Orlando era el chico popular del salón y de toda la escuela. ¡Todas las chicas se morían por él! Admito que yo también llegué a estar perdido por él. ¡Me gustaba! De vez en cuando nos tocaba trabajar juntos, a veces él me ayudaba y yo a él. Nos llevamos bien porque después de todo éramos compañeros y amigos de escuela. Un día en la salida de la escuela, nos tocó estar despidiendo a los demás alumnos. La maestra nos formo en dos filas, una de cada lado en la entrada principal sin la necesidad de tomarnos de las manos. Orlando estaba junto a mí. Nuestros hombros se rozaban, la comisura de nuestra ropa se juntaba bien y entonces su mano me tomó. Su tacto empezó a juguetear con mi tacto, sus dedos empezaron a danzar con los míos y terminamos entrelazando nuestras manos. ¡Se sentía bien estar de la mano! A veces me preguntaba por lo sentimientos que yo tenía. ¿Él sentiría lo mismo? Por qué resulta que en varias ocasiones mis sueños fueron dedicados a un amor imaginario. ¿Él me quería? ¡Nunca lo supe realmente! Éramos dos chicos en primaria, nuestra inocencia aún no se había deteriorado tanto. Recuerdo que la escuela se puso difícil en el quinto grado. Tenía diez años y siempre fui el más pequeño de mis compañeros. Teníamos compañeros más grandes, algunos tenían trece o hasta quince años. La razón: su inteligencia era nula y por eso repetían el año por millonésima vez. ¡Que horror! Para ellos yo seguía siendo la niña, la basura, el objeto, su lugar de desahogó porque sí, ellos me trataban mal. Se burlaban de mí, me tocaban, me acosaban, me cogían en el rincón del salón y me hacían... me hacían ser muchas cosas para ellos. ¡Era su zorra! ¡Su golfa! ¡Era la prostituta del salón! Un día, uno de los más grandes me golpeó. Me negué a hacer lo que me pedía, no quise jugar a acariciarle, no quería jugar a ser la niña con él. Me aventó contra el pizarrón, no había nadie que pudiera ayudarme, era la hora del receso y el maestro había ido a la dirección. Me dio unos golpes, intenté defenderme, pero no pude. Su fuerza me hizo miserable. Cuando él se fue, no pude evitar soltarme a llorar. Me puse a llorar fuerte y tendido, sequé mis mejillas con las mangas de mi suéter y no me dieron ganas de salir. Nayeli y Orlando entraron a verme, se detuvieron frente a mí. Orlando se acercó más, se sentó a mi lado y paso su brazo por mi espalda. Me abrazo pegándome en su regazo. Mi tristeza desapareció cuando él me dio un beso en la mejilla. ¡Sentí bonito! Así mis sentimientos dudaban de lo que era real y mis sueños seguían pensado en ese amor imaginario. Por qué sí, quizá y el sentía algo por mí. A veces me buscaba en clase, se sentaba a mi lado y estudiamos juntos. Luego se acostaba entre mis piernas y me pedía que le acariciara el cabello. A veces él me hacía una que otra caricia en la piel y no me molestaba. Él nunca quiso sobrepasarse conmigo y siempre fue respetuoso, me defendía a veces. ¡A él no le importaba que los demás nos vieran! Después de todo él era él chico guapo, él popular, él fuerte y él más listo. ¿Que era yo para él? Entonces un día la primaria se acabó. Nos graduamos y terminamos lejos el uno del otro. ¿Él se acordará de mí? Porque yo sí. Hay días en los que aún le recuerdo y le sueño. La vida nos ha cambiado mucho, nuestros sentimientos e ideales se han transformado y hasta el día de hoy no le he vuelto a ver. —Si eres una niña, entonces quiero que seas mía. ¡Mi chiquito! —me dijo una vez. Y sí. Fui suyo durante seis años. Estaba enamorado de él y eso es algo que yo no pedí. Se dio y yo me encargue de alimentar mí amor imaginario. ¿Me quería? Nunca nos besamos, no quedamos en ser algo más. Su compañía fue algo que aún me hace sonreír. ¡A veces pienso en ese amor imaginario! Cuando entré a la secundaria sentía nervios, pero también estaba emocionado. Era una nueva oportunidad para borrar todo lo malo que me pasaba en la primaria. Al principio todo fue bien, mi escuela no era tan grande, de echo, una telesecundaria no era el tipo de escuela al que todos querían ir. Al ser una escuela pequeña, la cantidad de alumnos no superaba los cien. Todos se conocían, nos ubicamos entre si y sabíamos los múltiples rumores de cada alumno. ¡Yo tuve rumores! Él me causo rumores. Un chico de tercer grado comenzó a ser amable conmigo. Me trataban bien y yo nunca fui maleducado con él. De vez en cuando él me saludaba, ya fuera en el patio, en la cancha, en la tienda escolar... siempre me saludaba y me sonreía. ¡Sus compañeros percibieron su trato hacía mí! Él tenía pasado y seguro que si, también había sufrido como yo. Un grupo de tres chicos comenzaron a molestarme. Me acosaban y se burlaban de mí. Si. A veces me aterraba cruzarme con ellos a la hora del receso, me ponía nervioso y casi siempre intentaba ocultarme.Un día sin más descubrí que uno de ellos me miraba. De lejos. De cerca. Sus ojos estaban puestos en mí. Cristian era su nombre y digo era porque no se que fue de él. Él chico que era amable conmigo dijo a sus compañeros que yo le gustaba. Que me quería y que la ternura de mi mirada era algo que le hacía bien. ¿Te lo puedes creer? ¡La neta es que yo no me lo creo! De pronto en una clase él entro a mi salón, camino hacia mí y se sentó en la banca trasera. Mi profesora lo miró fijamente, pero él le hizo un ademán para que continuará. Su presencia me hizo sentir incómodo, decidí no mirarlo y concentrarme en la clase de matemáticas. Minutos después, sentí su respiración contra mi cuello. Se me erizo la piel y mis nervios se abrazaban entre sí. Su respiración se movió hacía mí oído y ahí cuándo decidí ignorarlo, él me susurro al oído: ¡Me gustas! Se levantó rápidamente y salió de mi clase. Lo vi marcharse a través de la ventana. ¿Realmente le gustaba? Después de unas semanas él no se presentó a la escuela y su hermana tampoco. Su papá estaba enfermo y falleció. La directora de la escuela nos pidió a todos los alumnos que fuéramos a darles el pésame. Así que fuimos, toda la escuela fue al funeral de su padre y pude verlo. Estaba triste y se veía cansado. Las flores decoraban la caja de madera en la que estaba el cadáver. Las personas se acercaban a él y le daban ánimo. Admito que nunca nadie es bueno al decir palabras cuando se pierde a un ser querido. Yo no conocía a su padre, pero lo conocía a él y eso importaba. Con todos los nervios e inseguridades de mi alma, me acerque para estar con él. Sus ojos estaban un poco rojos, sus mejillas tenían lágrimas. Quise decir algo, lo intente pero no pude. Sin pensarlo dos veces, le abrace. Pase mis brazos por su espalda y recosté mi cabeza en su hombro. Él correspondió. Sus brazos me rodearon y por unos segundos le serví de consuelo, de abrigo, de ánimo. Tras la muerte de su padre él no volvió a la escuela. Se mudó a otro estado, a una nueva escuela y a una nueva vida. No nos despedimos. Tampoco le he vuelto a ver, así que no se más de su vida. Mi primer año en la secundaria se pasaba rápido. Ahora era Cristian él que aveces se aparecía de repente cerca de mí. Dejo de molestarme, sus amigos también. Sus ojos eran bonitos, su piel era de color pálido y sus labios brillaban en color rojo. Sí. De un día a otro, él me parecía atractivo y sus miradas que me echaba me hacían creer que él sentía algo por mí. Es algo bien cierto que muchas veces nuestra mente nos traiciona. A veces nuestros pensamientos y sentimientos no serán correspondidos como a nosotros nos gustaría. Cristian nunca me dijo nada. Cuando llegamos a hablar, hablamos de cosas simples, triviales y nada más. Entonces él se fue y yo me quedé pensando en lo que pudo haber sido estar con él. ¿Qué pasó después? Un día me tocó ser el único chico de tercer grado y todo era genial. Diría que ese año fue algo muy bonito que me ayudó a ser lo que soy ahora. —Vamos a ensayar la escolta —dijo Maricruz—la próxima semana nos toca la guardia, así que necesitamos de tu ayuda. —¡Cuenta conmigo! —le respondí. Y es que Maricruz, mi mejor amiga de la secundaria (hasta el día de hoy), era la comandante. Solíamos salir a eso de la última hora de clases, seis chicas y yo a la cancha principal. La bandera pesaba un poco, era mi responsabilidad entrenar a la escolta de mi grupo para que ellas lo hicieran bien. Siempre solía entregar la bandera, tomar el firmamento y regañar cuando ellas marchaban mal. ¡Me gustaba estar con ellas! ¡Pues me jodieron la vida! Los demás grupos comenzaron a esparcir rumores sobre mi sexualidad. Que por que andaba en la escolta ya era una vieja, que en mi escuela no había escolta de hombres. Que luego vieron nuestros ensayos para la clase de danza y yo era el único chico de mi grado que sabía mover la cadera. Que estar en una clase con puras mujeres me convirtió en una nena para los demás. ¿Que pensaba sobre todo lo que decían de mí? Un día en la clase de danza el profesor Lecona nos hizo sentarnos en círculo. —Está vez antes de empezar a ensayar nuestro vals de graduación, quiero dedicar unos cuantos momentos a una reflexión. Nos pidió cerrar los ojos, nos hizo preguntas y en nuestra mente íbamos respondiendo. ¿Que es lo que más te gusta de vida? ¿Que es lo que más te causa daño? ¿Hay algo que haga sentir miserable? ¿Que harás con tu vida dentro de diez años? —¿Está mal que yo a veces me sienta como una basura? Mi pregunta le sorprendió. —¿Por que te sientes como una basura? Hablarlo a todo volumen era algo que me daba miedo, mis compañeras estaban allí escuchando y tener que desahogarme de esa forma me hizo sentir vulnerable. ¡No podía quedarme callado más tiempo! —Los demás chicos se burlan de mí, me tratan de forma cruel y hasta dicen cosas feas. Siempre me ha pasado esto y he estado aguantando demasiado. La neta siempre intento que todo se resbale, que nada me haga definir quien soy y me considero una persona fuerte. ¡Pero hay días en los que ya no aguanto! —¿Que cosas te dicen? —Que soy una niña, una mujer, una escoria y alguien muy desagradable. ¡Un puto! —¿Y lo eres? —No. No lo soy. —¿Y entonces? —¿Entonces que? —Deberías estar seguro de lo que eres. Que si ellos dicen cosas, déjalos que las digan. Si alguien te quiere intimidar, entonces ignora su tontería. ¡Este mundo no te va a aceptar por ser lo que eres! No todos te van a aplaudir y se vale que no le caigas bien a todos. ¡No permitas que los demás definan lo que eres! ¡Nunca lo permitas! Y somos desastre cuando la gente no logra etiquetarnos a su manera.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD