—Emely —llamó Ian de repente.
La joven tragó el pedazo de carne que estaba mascando, preocupada por su expresión seria.
—¿En qué horarios puedes ir a mi apartamento? —preguntó el joven.
—Bueno… —Emely lo pensó dos veces antes de responder— después de clases, pero en unas dos semanas salgo de clases, así que estaré libre todo el día.
—No te preocupes de ir todo el día —tranquilizó el joven—. Puedes ir unas horas al día, yo prácticamente no estoy en casa, así que sólo limpias y ya.
Eso no le estaba gustando a Emely, no le beneficiaba en lo absoluto. Su rostro la delató.
—Pero te pagaré el salario completo, el justo —aclaró Ian al verla con aquel semblante preocupado.
—¿El… completo, el mínimo? Ian, tampoco, —soltó una risa de vergüenza— no te preocupes.
—Dices que lo necesitas, ¿no?
—Sí…
—Irás todos los días, es lo justo —apoyó sus brazos en la mesa—. Tengo un gran desorden en mi apartamento en este momento, sabes que volví a mudarme y en dos meses… bueno… No soy la persona más organizada, realmente soy un desastre en mi apartamento. ¿Mañana puedes llegar y ayudarme a arreglar todo? Te pagaré el día completo, por aparte de tu sueldo, sé que eso también te puede ayudar para estos días, comprar la comida mientras resuelven su situación.
Los ojos de Emely se iluminaron y sonrió ampliamente.
—Sí, claro, dejaré tu apartamento como un espejo —soltó.
—Pero en realidad está bastante desorganizado —advirtió Ian.
—No importa, en serio, como te digo, soy muy buena, —sonrió con una enorme sonrisa— no te vas a arrepentir en lo absoluto de haberme contratado.
Ian desplegó una sonrisa satisfecha.
—Te voy a dar la mitad de adelantado ahora para que puedas llegar mañana preparada y no tengas ninguna excusa para faltarme —sacó su billetera de su pantalón y extrajo de ella varios billetes.
Los ojos de Emely se agrandaron, intentaba disimular su alegría, pero se le hizo complicado: se le había arreglado la noche y el día siguiente.
Ian le había dado cincuenta mil pesos, algo que la hizo meditar en que dijo “la mitad”, entonces, ¿le iba a pagar cien mil pesos por un día de limpieza? Esa era la mejor paga que le habían dado hasta el momento por limpiar casas.
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El joven llevó a Emely hasta la puerta de su casa, ya había anochecido y la madre de la joven la esperaba preocupada.
Emely entró a la casa después de despedirse de él y encontró algunas velas encendidas en la sala. La señora estaba encerrada en su cuarto, acostada en su cama. Una vela a su derecha, encima de la mesita de noche era la única responsable de dar luz.
—¡Mami! —llamó Emely con emoción—, ¡mami!, imagínate.
La mujer se levantó de la cama, tenía los ojos hinchados de tanto llorar. Emely se sentó a su lado, sacó de uno de los bolsillos delanteros de su pantalón los billetes.
—Conseguí trabajo —dijo la joven—. Mira, me dieron esto por adelantado.
—Emely, ¿dónde conseguiste trabajo?, ¿en qué?, ¿quién te dio trabajo? —preguntó la mujer preocupada.
—No te preocupes, no es nada malo —informó—. Es limpiando, sabes que es lo único que puedo hacer. Tengo un amigo —tornó su rostro serio—: no creas, no es nada malo.
—¿Un hombre?, ¿con quién vive?, ¿qué edad tiene?
—Mami, espera y te explico todo. Espera… —suplicó— Lo que sucede es que yo le comenté nuestra situación, es un buen muchacho, está estudiando en la universidad y… no es que viva mal. Él al verme llorar, quiso ayudarme, recién se acaba de mudar a un apartamento y… necesita que alguien lo ayude a arreglar todo, porque él dijo que, como no tiene mucho tiempo para limpiar, todo está desordenado. Lo hace para ayudarme, pero no es nada malo, mira que hasta me pagó por adelantado porque sabía que no tenía nada para mañana.
—Emely… —sollozó la mujer—, ¿por qué haces esto? No tienes que trabajar.
—Ay, mami, por favor, ¿qué querías que hiciera? —Emely dejó salir una lágrima y su voz se quebró—, tú no puedes con todo, necesitas ayuda. Yo también quiero ayudar. Por favor, déjame hacerlo, ¿sí? Ian no es malo, hasta me llevó a comer, me trajo porque sabía que no tenía pasajes.
—¿Tu tía no te los prestó?
—No… No estaba en su casa y tú sabes que ya nos está ayudando bastante con mi hermana.
—Ay, hija —la señora soltó el llanto—. ¿Qué hicimos para estar en esta situación?
—No lo sé, mami, no lo sé —Emely se calmó—. Pero mira que me salió esta oportunidad, al menos ya mañana vamos a comer y si todo sale bien, se nos va a componer un poquito la situación.
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Al día siguiente, por la tarde, era el primer día de trabajo de Emely, el día que conocería el apartamento de Ian.
Era un edificio bastante alto y de color blanco con azul cielo, en una zona que se estaba urbanizando, con casas modernas alrededor, espaciosas, con hermosos jardines y que mostraba que allí no podría vivir una persona cualquiera y mucho menos una como Emely y su madre que no tenían ni dónde caerse muertas.
En la entrada, el vigilante le preguntó qué se le ofrecía, algo que la hizo sentir acojonada al haber olvidado el número del apartamento. Por suerte, ella antes de llegar había llamado a Ian para informarle que iba en camino y para ese momento él estaba acercándose a la entrada.
Cuando entraron al ascensor, Ian la observó.
—¿Se te había olvidado la dirección? —le preguntó.
—Sí —respondió ella con risita nerviosa.
—Apartamento sesenta, sesenta —recordó Ian—. Es raro, porque te aprendiste mi número de teléfono muy rápido.
Las puertas del ascensor se abrieron y Emely se topó con un pasillo de paredes blancas, espacioso, con bastante luz, puertas de madera anchas y modernas. Caminaron hasta la segunda puerta del lado derecho, Ian abrió y la hizo pasar.
Era un apartamento bastante espacioso, pero había cajas por todas partes, ropa encima de los muebles y cajas de pizza, vasos, botellas. Era un completo desastre. Emely volteó a verlo con la boca entre abierta.
Ian sonrió con un poco de vergüenza.
—No me da tiempo para limpiar, como te dije —explicó—. Tampoco me gusta hacerlo, no estoy acostumbrado.
—Sí, se nota —soltó Emely—. ¿Por qué no buscaste a alguien que limpiara?
—Antes tenía una empleada que lo hacía tres veces en la semana, pero, sabes que me mudé y no volví a contratarla. Tampoco lo hacía bien, no sé, no me gustaba mucho el resultado, además, no soy de meter a cualquiera a mi apartamento, que conozcan mi privacidad, soy algo complicado en ese tema.
—¿Por eso soportabas el que ella hiciera las cosas mal?
—No las hacía mal, sólo no me gustaba que moviera las cosas de su lugar para ponerlas en otra parte, movía mis documentos o rompía cosas. Eso me molestaba mucho, pero era de confianza, la conocía de antes, por eso la soportaba.
—Bueno, si hago las cosas mal, por favor, dímelo —pidió Emely—. Quiero hacer todo a tu gusto, que no te arrepientas de haberme contratado.
Ian acentuó con la cabeza, sonriente. Después del joven mostrarle todo el apartamento, Emely comenzó a organizar. Con ayuda de Ian, movían las cosas pesadas y limpiaba. Así pasaron varias horas.
Ian se deshacía de las cosas que creía innecesarias y desempacaba lo que había en las cajas. Le gustaba que podía tener una buena comunicación con Emely, era una chica bastante madura para su edad, algo seria y callada, pero le gustaba que sólo hablaba para decir lo necesario. Él solía ser algo parlanchín, así que se equilibraban: ella escuchaba y él hablaba.
En la hora de la cena, Ian iba a pedir algo a domicilio, pero Emely se ofreció a hacer comida.
—¿Sabes cocinar? —preguntó algo sorprendido.
—Sí, soy buena cocinando —respondió ella—. ¿Qué tienes en la nevera?
—No tengo nada, te dije que no paso mucho tiempo aquí. Pero, si quieres, puedo comprar.
—Sí, ¿qué quieres comer? —aceptó Emely emocionada.
Ian sonrió ampliamente. Se encontraban en la cocina, él recostó su cuerpo a la pared blanca y se cruzó de brazos.
—Pollo guisado, ¿sabes prepararlo? —soltó él sonriente.
Emely dejó salir una risita.
—Claro que sí, es lo más fácil del mundo —respondió la joven.
Emely le hizo una lista de lo que iba a necesitar, aparte, al ver la nevera tan vacía, pidió algo adicional, pensando en que trataría de darle un servicio más personal a Ian, que no se sintiera tan sólo en aquel lujoso, pero triste apartamento.
Ian observaba a la chica recostada en el mesón de la cocina escribiendo en el papel con una hermosa sonrisa cariñosa en su rostro. Emely llevaba puesta una de sus típicas minifaldas que dejaban a la vista sus largas y delgadas piernas. Era una joven muy hermosa, era más obvio que los hombres se fijaran en ella, su cuerpo se estaba desarrollando bastante bien y él no podía ignorar ese detalle.
Sus glúteos redondos estaban frente a él, dejándole con la intriga de qué podría encontrarse debajo de esa tela gruesa de la minifalda. Aunque sus ojos viajaban por sus largas piernas, dándose cuenta que ahora se veían mucho mejor que el día anterior y le recordaban el por qué se había acercado a ella cuando la encontró en la tienda por primera vez.
Emely volteó a verlo y le extendió el papel que tenía escrita una larga lista. Expandió su sonrisa y sus ojos brillaban de la emoción. Aquello lo sacó de su ensoñación por completo, haciéndole pensar cómo podría soportar el estar a solas con ella en aquel apartamento sin ser capaz de atraerla hasta él para comerla a besos y quitarle aquella pureza que sus ojos le demostraban.
—Trae todo esto —dijo la chica.
Ian tomó el papel y lo observó por un momento mientras sonreía.
—Bien —aceptó.
Emely: una joven hermosa, no sólo físicamente, su personalidad le atraía en gran manera, pero estaba prohibida, lo tenía totalmente claro. Sería su secreto.
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Emely mientras esperaba a que Ian llegara con la compra, siguió ordenando el apartamento. Entró a la habitación principal, había ropa sucia regada por todo el lugar. Comenzó a recogerla y la llevó al pequeño patio cerrado que tenía el apartamento, allí estaba la lavadora.
Al entrar Ian, se dirigió a la cocina con las bolsas, comenzó a llamar a Emely, pero en vista de que no le respondía, la buscó.
Se quería morir de la vergüenza al ver que estaba lavando su ropa.
—Emely, ¿qué haces? —preguntó totalmente ruborizado—, acordamos que la ropa no la ibas a tocar. Yo lo hago después.
—¿Crees que creeré que la vas a lavar? —cuestionó—, por favor, eres sumamente desorganizado. Estoy segura que comprarás más ropa cuando ya no tengas nada que ponerte. Además, lo hago porque es mi trabajo.
—Tu trabajo es limpiar, no lavar mi ropa.
Los ojos de Ian se abrieron en gran manera al ver que Emely había separado la ropa y en el lavadero estaban sus interiores. Su rostro se tornó totalmente rojo.
—¡Oh…! ¡No, no puede ser! —soltó—. ¡Ay, realmente no tienes que hacer eso, deja de hacerlo! Vamos, sal. Yo lo lavo, en serio, yo lo hago.
Tomó a Emely de un brazo, pero la joven hizo que lo soltara.
—Ay, Ian, no te metas en mi trabajo. No me quedaré quieta si veo que hay tanta ropa sucia acumulada en tu apartamento. Sentiré que hago mi trabajo mal.
—Es muy raro que una chica me esté lavando la ropa, por favor.
—¿Y cómo lo hacía la antigua empleada?
—Era una mujer de cincuenta años, y me pedía que le pagara por aparte por hacerlo.
—Bueno, hazlo, —dijo Emely mientras echaba los pantalones en la lavadora— mejor para mí. Así p**o una deuda más de mi mamá.
Ian dejó salir un suspiro, Emely parecía que estaba encontrando la manera de manipularlo. Si mencionaba las palabras “ayuda” y “deudas”, él sentía que estaba en la obligación de aceptar.
Al reloj marcar las nueve de la noche, el apartamento de Ian estaba impecable y con un aroma de desinfectante bastante agradable. Además, Emely le dejó casi listo lo que él podría comer en el desayuno, sólo debía sacarlo de unas portacomidas guardados en la nevera y calentarlo.
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Emely llegó a su casa con un gran cansancio lo único que pensaba era en dormir. Su espalda estaba adolorida y sus piernas ya no podían más. Se acostó en su cama y el sueño la estaba atrapando cuando su mamá entró.
—¿Y?, ¿cómo te fue? —preguntó la mujer sentándose en la cama.
—Realmente estaba sucio su apartamento —respondió Emely—, era un desastre. Todo estaba en cajas, había un desorden gigante. Pasé toda la tarde limpiando su apartamento, menos mal él me ayudó, porque no habría terminado hoy.
La señora tornó su rostro triste y acarició un brazo de Emely.
—Ay, niña, tú no deberías estar trabajando siendo tan pequeña.
—Mamá… No comiences con lo mismo —pidió la joven—. Mejor, saca de mi bolso la plata y compra la comida de mañana.
—¿Quieres que te prepare algo para que comas ahora?
—No, comí antes de venirme. Lo bueno es que Ian es muy amable. Mami, si lo vieras, es muy atento.
—Hija, no es por nada, pero cuando hablas de él, todo me parece muy raro.
—Mamá, no comiences, en serio, él no es malo, además, sabes que necesitamos el dinero.
—¿Y sólo trabajaste con él por hoy?
—No, me contrató, debo limpiar su apartamento todos los días —Emely dejó salir un suspiro—, me pagará el salario mínimo —sonrió de satisfacción—. Así que, mami, con ese dinero, yo hago la compra y tú con tu sueldo pagas las deudas y los servicios, yo te p**o la deuda con el banco. Así no debemos fiarle al señor Francisco, poco a poco pagamos su deuda y saldremos de ese calvario. Lo bueno es que Ian me dejó lavarle la ropa los sábados y eso me lo paga por aparte.
—Ay, hija —la señora comenzó a llorar—. ¿Tú cómo vas a trabajar? Debes estudiar, ¿vas a dejar el colegio?
—No… No mami, sólo trabajaré en las tardes, él me dijo que, cuando termine de arreglar todo, puedo irme para mi casa. Él no está en todo el día, así que sólo es limpiar un poco y ya. Además, él tiene internet y yo puedo hacer mis tareas, así no debo ir al café internet.
—No lo sé, Emely, ese trabajo me parece muy raro.
—Mami, por favor, sabes que necesitamos el dinero, ¿sí? Por favor, espera un tiempo, si ves que con los días no te suena, lo dejo, pero, por favor, deja que siga yendo.
Era lunes, Emely estaba saliendo de clases cuando Diana la alcanzó.
—¡Espera! —dijo con una sonrisa amplia en su rostro—, imagínate, Iván me preguntó por ti, yo le conté que cumpliste años y me dijo que fueras a la casa, que te tiene un regalo.
Los ojos de Emely se agrandaron.
—¿Un regalo?, ¿para mí? —preguntó totalmente perpleja.
—Sí, así que ve hoy.
Emely dejó salir un suspiro.
—No puedo, tengo…
—¿Qué tienes? Si tú no haces nada en todo el día.
—Ahora sí, conseguí un trabajo —respondió seria.
Diana frunció el ceño.
—¿Un trabajo?, ¿y tú para qué quieres trabajar? Qué aburrido.
—¿Cómo que para qué? Pues porque necesito el dinero, ¿para qué más sería? —respondió Emely con tono un poco malhumorado—, además, ya la otra semana salimos de clase y no quiero quedarme sin hacer nada en la casa.
—¿Y en qué estás trabajando?
Emely lo pensó dos veces antes de contestar.
—En una papelería —respondió.
—Uy, qué cosa más aburrida —gruñó Diana—, bueno, no sé cómo harás, pero Iván quiere verte, más te vale que no me quedes mal hoy.
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Emely entró al apartamento de Ian y lo encontró terminando de abotonarse una camisa color crema.
—Menos mal llegas —dijo cruzando la sala—. Dejé una copia de las llaves encima de la mesa del comedor. Necesito irme, se me hace tarde.
—Ian, necesito salir un poco temprano hoy —informó la joven.
—No te preocupes, como te dije, limpias y te vas, no necesitas quedarte aquí toda la tarde. Tampoco me esperes, yo siempre llego muy tarde.
—Vale, muchas gracias.
—Por simple curiosidad, ¿a dónde irás? —preguntó el joven.
—Voy a la casa de Diana.
—¿Otra vez te secuestró para que le hagas sus trabajos?
—No… No es por ella esta vez, es por Iván.
Ian respingó las cejas.
—¿Iván?
—Sí, dijo que quiere verme, —Emely no pudo retener una sonrisa— que me tiene un regalo.
—Cierto —Ian entreabrió sus labios—, cumpliste años. Al final nunca me dijiste qué querías para tu cumpleaños.
—Por favor, con que me hayas dado trabajo es más que suficiente, has salvado mi vida.
El joven sonrió ampliamente mientras llevaba una mano hasta una de las mejillas de Emely.
—No agradezcas tanto, tú mereces mucho más que esto —dijo—, es admirable que quieras ayudar tanto a tu madre. Eres hermosa, Emely.
Ian echó un mechón de cabello de la joven detrás de su oreja mientras la veía fijamente; algo que la ruborizó.
—Bien, me voy, se me hace tarde —informó Ian mientras apartaba su mano de ella.
Después de limpiar, Emely salió a toda prisa hacia la casa de Diana. Llegó casi al anochecer; encontró a Iván, un joven de dieciocho años, sentado en una silla acolchonada en la terraza, acompañado de su hermana.
El chico estaba concentrado en su celular. Cuando escuchó que Diana comenzó a saludar a Emely, alzó la mirada y se levantó de la silla.
—¡Feliz cumpleaños! —felicitó mientras se abalanzaba a ella y le daba un beso en su mejilla derecha.
—Gracias —esbozó Emely.
La joven inspiró profundamente el perfume de Iván, sus fuertes brazos la rodeaban y ella se acurrucó en su fornido pecho. Para ser un joven de dieciocho años, estaba bien formado, eso era gracias a que pasaba su tiempo libre en el gimnasio.
Le pareció corto el tiempo que pasó en los brazos de Iván. El joven tomó una bolsa de regalo que estaba en una silla y se la dio.
Emely con bastante entusiasmo sacó de la bolsa una cajita rosa, la abrió y encontró un collar con un dije de mariposa.
—Ay, qué hermoso —esbozó, miró a Iván—. ¡Gracias, gracias!
Le pidió al joven que le ayudara a ponerse el collar: no se lo quitaría nunca. Era el primer regalo que le daba el chico que tanto le gustaba.
Después de la emoción, pasaron a sentarse y la madre del joven le ofreció a Emely un jugo junto con unas picadas. La señora le tenía mucho aprecio a Emely, en repetidas ocasiones le dijo que le aliviaba ver que su hija tenía amigas tan juiciosas como ella.
—Le había dicho a Ian que Emely cumplía años, pero no le dio nada —dijo Diana—. Es un tacaño de primera.
—Por favor, él no me conoce —replicó Emely.
—Ay, sí, cómo no —soltó Diana con desagrado—. Te quedaste hablando con Ian antes de que se mudara y se notaba que estaba muy interesado en ti.
—¿Eres amiga de Ian? —preguntó Iván.
—No… sólo somos conocidos.
—Ian no es una buena persona —dijo Iván—. Es mejor que no te acerques a él.
—Iván peleó con Ian el día que viniste a hacer la tarea de matemáticas —contó Diana—. Justo después que te fuiste, si hubieras visto, se tiraron al piso y todo.
—Te dije que no contaras eso —regañó Iván.
—¡¿Qué?! —Emely quedó con la boca abierta.
—Sí, mi mamá estaba que le daba algo cuando los encontró peleando —relató Diana—. ¿Ves que tiene el labio partido? Ese fue Ian, le sacó sangre —la joven soltó una carcajada—. El muy desgraciado de Ian lo hubiera matado si hubiese querido; tanto que va al gimnasio y le ganaron.
—Diana —gruñó Iván.
—¿Por qué pelearon? —indagó Emely.
—Porque él es un desagradecido de primera —respondió Iván—. Se va sin decir nada, después que lo recibimos en la casa. Le pregunto que por qué se va y dice que porque sí. Sigo preguntándole y comienza a hablar mal de mi mamá, a decir un montón de mentiras, que mi mamá es una aprovechada y otras cosas más.
Diana tornó su rostro serio y llevó su mirada hasta Emely, como si le estuviese advirtiendo algo.
—¿Sabes, Emely? En un principio admirada a Ian, mira: sólo tiene veinticuatro años y todo lo que ha logrado hasta ahora es por sus esfuerzos —confesó Iván—. Quedó al mando de los hoteles de su padre después de perderlo, no le interesó que nosotros fuéramos pobres, me parecía un tipo humilde, agradable, jugábamos fútbol juntos. Pero después lo conocí mejor, es cierto todo lo que mi mamá dice de él, es un desagradecido, después que le abrimos las puertas de nuestra casa para que no se quedara solo y sin familia, se va, así no más, hablando pestes de mi mamá. Hasta se peleó con mi papá, ¿puedes creer eso?, ¡golpeó a mi papá! Sólo porque él lo regañó por haber llegado borracho a la casa.
Iván no sabía lo que había sucedido entre Ian y su madre. Le había tomado rencor al hombre que admiraba por una mentira, su mamá lo manipuló para ponerlo en contra de su hermano mayor.
Emely se dio cuenta en ese momento que, si quería conservar su trabajo y no tener problemas, lo mejor era mantener una relación alejada de Ian, ser sólo su empleada y nunca mencionarle a Diana o Iván que trabajaba para él.
En las siguientes semanas, fue rara la vez que se topó con Ian en su apartamento. Él se iba muy temprano en las mañanas y ella llegaba a limpiar a las nueve de la mañana, ya que estaba en vacaciones de fin de año. Sólo lo veía un rato los sábados, cuando le lavaba la ropa. Él dejaba el p**o sobre la mesa del comedor y ella siempre le dejaba el desayuno y la cena casi listos en la nevera antes de irse en las tardes.
Así era la rutina de Ian y Emely, algo que les beneficiaba a los dos. Era una buena monotonía. Él dejaba los sábados el dinero, ella limpiaba y se preocupaba por lo que comía en las mañanas y las noches. Cuando se cumplió el mes, Emely encontró la paga en la mesa con una nota de agradecimiento.
Así siguieron pasando los meses, Emely sólo conversaba un poco con Ian los sábados, cuando ella se adelantaba un poco de la hora prevista y él casi adormilado le pedía que no hiciera tanto ruido.
Comenzaba a agradarle la monotonía que se creaba en su vida. Pasar los días de sus vacaciones en aquel apartamento, imaginar que todo lo que había allí era suyo, sentarse en el balcón y observar la vista de la ciudad. Lo bueno de su trabajo era que prácticamente no veía a su jefe, le tomaba un poco menos de dos horas limpiar lo poco que Ian desorganizaba cuando estaba allí y el resto del tiempo era para ella. En sus días escolares Ian le dejaba utilizar su laptop para hacer sus trabajos e imprimirlos en su impresora. Era un trabajo muy bien pagado donde prácticamente quien se beneficiaba era ella.
A veces se preguntaba si Ian también disfrutaba de aquel acuerdo. Los sábados mientras él se arreglaba para salir, lo veía abrir la nevera y sacar la comida semipreparada que ella el día anterior le había hecho. La calentaba con movimientos que se veían bastante monótonos, como si estuviera sumamente acostumbrado a eso.
Ya conocía sus gustos. Su plato favorito era el pollo guisado, era alguien amante a la carne y los jugos cítricos. Ian cuidaba mucho su cuerpo, tenía bastante ropa deportiva y muchísimos zapatos deportivos. Y justamente ese día llevaba puesta esa ropa, una sudadera, camiseta negra y unos tenis negros.
—¿Y cómo te va en el colegio? —preguntó Ian mientras comía sentado frente a la mesa de cristal en el comedor.
La misma pregunta de todos los sábados. Y la misma respuesta de siempre.
—Bien —respondió ella con una ligera sonrisa en su rostro.
—Hablaste con el portero —informó Ian mientras tomaba con su mano derecha el vaso de jugo de lulo—. ¿Qué te preguntó?
Emely se acercó a la mesa y se sentó frente a él.
—Me preguntó si éramos familia y yo le dije que no —respondió la joven—, que trabajaba para ti. Cree que tengo veinte años, parece que sí me veo un poco de esa edad. ¿Has tenido problemas por mi trabajo?
Ian desplegó una corta sonrisa.
—No, ninguno. Al contrario, me ha servido mucho tenerte aquí, no debo preocuparme por el qué voy a desayunar —señaló con una mano el plato.
Emely desplegó una gran sonrisa al sentirse aliviada por aquella respuesta. Sí, todo estaba marchando muy bien, Ian se veía bastante complacido de tenerla allí.
Emely ayudó a su madre a salir de las muchas deudas, hasta compraron una mesa de comedor nueva con unos ahorros que lograron juntar entre ellas. La joven tomó otra ruta para evitar al señor Francisco al llegar del trabajo, era una mucho más larga, pero nadie la molestaba. Al hombre se le pagó todo lo que se le debía; de poco a poco, algo que a él le molestó muchísimo, ya que no le convenía que le dejaran de comprar. Emely siempre sospechó que él agregaba números de más.
Así pasó casi un año, uno donde, tanto la madre de Emely como ella, pudieron progresar mucho, pagaban las cuentas a tiempo y no tenían deudas externas, la nevera al abrirla estaba llena de comida y podían darse pequeños placeres como comprarse una que otras cosillas para ellas. De hecho, en aquel año les había ido tan bien que la madre de Emely encontró un mejor trabajo como secretaria, motivada por su hija a volver a meter hojas de vida en empresas. Es cierto eso de que, si ves que todo comienza a andar bien a tu alrededor, tu mente comienza a cambiar también.
—Deberías dejar de trabajar —dijo su madre una mañana—. Dentro de poco te vas a graduar, debes inscribirte a la universidad.