—No, disculpa, Luciano —dijo Emely con rostro avergonzado—. Tienes razón, yo debo terminar todo esto de raíz. Tienes razón. Luciano dejó salir un suspiro y después sonrió. —Conozco unos lindos apartamentos frente a la playa —comentó—. Son accesibles e idóneos para una chica soltera como tú. Además, te quedaría cerca del trabajo. Puedo darte la dirección para que vayas y los veas. Emely sintió que sus hombros se relajaron. —Muchas gracias, Luciano. . . . El apartamento era pequeño, modesto: perfecto para que viviera una sola persona. —Tiene bonita vista hacia el mar —comentó Diana. Emely desde hace dos años había adoptado un gato angora y lo trajo consigo. Ahora él descansaba en la ventana, disfrutando el frescor de la brisa veraniega del atardecer. Ya se había cumplido u