Emely tomaba un sorbo de café y sus ojos estaban posados en el bello atardecer. El sol se ocultaba lentamente por el horizonte de la playa y el olor a café se mezclaba con la sal de la bahía. Sintió que una mano acarició su cabello rubio. Volteó y notó que Luciano sumergía su rostro en su cuello. —Luciano, ¿qué haces? —preguntó. —Me encanta tu aroma, Emy —susurró. El aliento del hombre golpeaba en su piel y la hacía erizar, haciendo que su corazón palpitara con fuerza. Apretó con fuerza el pocillo blanco en sus manos y tragó en seco. Su meta era no volver a tener sexo con Luciano, pero, desde el momento en que dejó que cruzara la puerta principal de su apartamento, imaginó que algo como esto podría pasar. Luciano alejó sus labios del cuello de la chica y observó que tenía los
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