Capítulo VIII.

1465 Words
Han pasado varias horas para cuando el hombre rechoncho y de baja estatura llega a revisar su pierna. Jacob no dice nada cuando cruza la puerta, vistiendo la misma bata blanca que lo vio usar la noche pasada y siguió guardando silencio por todo el tiempo que el hombre palpó su pierna con manos suaves, guardándose los quejidos de dolor que amenazaban por brotar de su garganta producto de los pinchazos que aún atraviesan su pierna. – Efectivamente, jovencito… – es lo que dice el hombre tras el silencio en el que ambos permanecían sumidos – Me temo que será una recuperación lenta, pero confío en que el dolor no tendrá un nivel muy alto. ¿Ha sentido algún dolor en otra parte del cuerpo? Jacob se niega a responder por un momento, creyendo ilusamente que, si no haba con él las cosas podrían volver a la normalidad, sin embargo, se recuerda que ya han cruzado palabras, que ya todo parece demarcado y que nada es una pesadilla, que, de serlo, su mente ha construido algo demasiado real como para discernirlo. – No… sólo la pierna. El hombre asiente, sentándose a su lado en la cama que cede con facilidad bajo su peso, su mano palmeando ahora su pierna sana: – Eso es bueno porque quiere decir que no hay infección ni otra parte lesionada, una buena noticia, jovencito, muy buena… – ¿Cuándo… cuándo podré caminar de nuevo? – pregunta con aflicción evidente en la voz, queriendo escuchar algo que no sea “la recuperación tardará”, necesita saber cuánto tiempo será, cuánto tiempo se supone que permanecerá sumergido en esa pesadilla. – No puedo decirle un tiempo preciso, jovencito – el hombre luce realmente contrariado por su respuesta, casi como si realmente lo lamentara – Me temo que no cuento con todos los instrumentos que me gustaría, el invierno ha bloqueado muchos caminos y, apenas y puedo asegurar un par de tablillas para sostener el hueso en el lugar correcto, por lo menos durante las siguientes semanas… creería yo que para la siguiente estación su pierna ya debería estar recuperada. La siguiente estación… ¿Acaso espera que eso le diga algo a Jacob? Ni siquiera tenía consciencia de en qué día se suponía que están o cuántas semanas de invierno, si no recuerda mal que mencionó la chica, han pasado. ¿Cómo siquiera se cuentan las semanas de una estación? Jacob nunca había tenido que preocuparse por algo así, no pueden simplemente esperar que ahora lo sepa como por arte de magia, aunque bueno… por arte de magia es que está ahí acostado. Piensa inevitablemente en sí todo se basa en que ha muerto, ¿es esto alguna especie de limbo o de infierno? Jacob está seguro de que nunca iría al cielo, no si todo lo que su madre decía sobre el pecado resulta ser cierto, pero tampoco considera que estar ahí recostado sea algo parecido a un castigo. Entonces, ¿qué se supone que es? ¿En qué sitio espiritual está o cómo, siquiera, funciona eso de estar muerto? Casi se ve tentado a preguntárselo al hombre, O’Sullivan, se recuerda. – Estaré revisando su pierna con regularidad, jovencito – indica el hombre antes de levantarse y dirigirse hacia la entrada de la habitación, que sólo entonces Jacob nota que siempre permaneció abierta de par en par – Como estoy seguro de que será muy agotador permanecer en cama y es una buena idea que tome algo de aire fresco y sol, así sea de invierno, el amo Alexander se ha asegurado de que consigamos la de mejor calidad… Las palabras del hombre se pierden en su volumen bajo mientras regresa de nuevo a la habitación arrastrando una arcaica, muy arcaica, silla de ruedas. Es simplemente extraña, casi parecida a una bicicleta o el carrito auxiliar de una motocicleta y no es como si Jacob supiese mucho de sillas de ruedas, pero se la imagina por demás incómoda, aunque tenga varios cojines rojos como parte del asiento. Tiene dos ruedas traseras de gran tamaño y una tercera, mucho más pequeña, en la parte delantera como una especie de carriola, sin mencionar el asiento acolchado con los cojines rojos que dan a una especie de pedales con las manos que parecen ser el impulso de la enorme y arcaica silla. Jacob no se imagina a sí mismo ahí sentado, pero al mismo tiempo, siente curiosidad por poder moverse libre en el lugar. – Ha sido una suerte conseguir este ejemplar de un día para otro, sobre todo porque no hay fabricantes en Bundoran, pero el amo Alexander sólo ha tenido que preguntar y ya está, una excelente silla de movilidad, jovencito – el hombre no se corta en la emoción, sus manos casi modelando la silla para sus ojos – Vamos, le ayudo a que se acomode para que se acostumbre a ella. – ¿No puedo hacerlo solo y ya? – se atreve a preguntar, impulsándose con sus manos hacia el borde de la cama y tragándose el punzante dolor que le atraviesa desde la pierna hasta la columna. – Es mejor que cuente con ayuda para subirse y bajarse, por lo menos por un tiempo, jovencito – es todo lo que dice el hombre antes de inclinarse hacia él, sus manos rechonchas enganchándose bajo sus brazos y permitiendo que Jacob perciba de cerca el olor de su aliento: algo parecido a sidra exuda de sus labios – Si lo hace sólo puede caerse o golpearse, eso le provocará más dolor. – ¿Es eso posible? – la pregunta escapa sola de sus labios, un tono irónico acompañando a su voz – Además, ¿no puedo tomar algo para el dolor? No sé… lo que sea. El médico parece pensarlo, su rostro frunciéndose en concentración mientras lo alza con evidente esfuerzo de la cama y Jacob trata de ser considerado con él, sabe que no es precisamente de peso ligero, razón por la que se impulsa a sí mismo hacia adelante para encajar en la silla, su pierna sana atravesando la tablilla de metal que unía las ruedas traseras con el soporte delantero. Casi parece hecha a su medida. – ¡Perfecta! ¡Más que perfecta! El amo Alexander estará encantado con esto – es lo primero que dice Sir O’Sullivan, o como sea que se diga – Me encargaré de dejar unas recetas de té para el dolor con las encargadas de la cocina, así ellas estarán preparadas para cuando sea necesario, así como algunas recomendaciones adicionales.  Jacob asiente, distraído con aprender como funciona mejor el armatoste en el que ahora está subido. Sus manos giran las manivelas con fuerza, sintiendo los engranajes ponerse en funcionamiento para que las tres ruedas giren al mismo tiempo, empujándolo levemente hacia adelante. Se siente como sí estuviese aprendiendo a montar bicicleta de nuevo, sólo que sin poder usar sus piernas. – ¿Puedo… puedo moverme con esto? – pregunta entonces, alzando la cabeza porque desde su posición ciertamente el médico es mucho más alto – Es decir… ¿por el castillo? Diablo, eso suena simplemente bizarro. – Claro que sí, para eso la traje para usted, jovencito – el hombre sonríe, hoyuelos marcándose en sus mejillas infladas – Esta es la torre de las habitaciones, da al ala principal de recepción y de las salas sociales, así que no tendrá problemas para moverse. Sí necesita bajar alguna escalera, hay peones dispuestos a ayudarle sin ningún problema. Poco entiende Jacob de todo lo que dice, pero aún así asiente, de pronto ansioso por salir de ahí. Necesita comprobar hasta dónde su mente ha creado esto o, más bien, necesita saber que su cerebro es incapaz de construir con tales detalles un mundo aparte… lo que sea que le de una respuesta a por qué está ahí o cómo llegó.  Se impulsa de nuevo, probando sus propias limitaciones mientras el médico sigue hablando, ahora mencionando algo sobre zonas del castillo que no deben ser visitadas y horarios en los que no debe molestar a la servidumbre o al amo Alexander. Jacob poca atención coloca a sus palabras, ni siquiera cree que pueda toparse con el tal amo Alexander, aunque… El recuerdo de una fugaz mirada color océano durante la noche anterior regresa a él, sus manos deteniéndose al mismo tiempo que gira la cabeza en la dirección en la que cree haberla visto, pero sólo observa los largos telares que adornan las paredes, ningún rastro de alguna puerta o ventana que permitiesen a alguien vislumbrar la habitación desde ese lugar. ¿Fueron, acaso, una alucinación? Tal vez… como aquellos otros ojos negros que lo persiguieron en sueños. 
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