Capítulo X.

1447 Words
Jacob se cocha cinco veces antes de poder entender el funcionamiento de la pesada y complicada silla. Había insistido en que no necesitaba la compañía del regordete médico, sobre todo luego de escuchar su disimulada risa por verlo luchar con moverse sobre las delicadas y polvorosas alfombras de la habitación, sus manos sosteniendo tal vez con más fuerza de la necesaria la pesada varilla que manejaba la dirección de la silla. Había escapado renegando, procurando chocarse lo menos posible mientras la mirada del hombre siguiese sobre él y sus risas mal disimuladas lo persiguieran. Jacob había aprendido con el pasar de los años que el orgullo era necesario en ciertos momentos, sobre todos aquellos en los que no hay respuestas a las innumerables preguntas que lo acosan, guardar silencio y alzar la cabeza habían sido su bote salvavidas. Para cuando consiguió manejar con la suficiente precisión la silla, Jacob se dedicó a observar los exuberantes detalles que habitan cada rincón del enorme castillo. Las ruedas se deslizan suavemente sobre las alfombras de diversos colores y estampados: flores opacas sobre tonos sucios que le llevan de rincón en rincón, de esquina a esquina por los pasillos de toda el ala en la que se encuentra y ya no recuerda. Es más, Jacob está seguro de no saber cómo volver a la habitación, demasiado concentrado en otras cosas como para memorizar el camino. Sus ojos se maravillan con las pinturas de trazos cuidadosos que adornan las vacías y frías paredes, son un contraste maravilloso con el tono grisáceo de los muros: mundos de colores vibrantes que contaban historias sobre paisajes más allá de las montañas, rostros que salvaguardaban secretos innombrables y, fantasea Jacob mientras avanza por los pasillos, tenebrosos sobre calabozos y torturas. Se detiene fascinado en varias ocasiones, detallando con minuciosidad cada pincelada, cada elección de color que lo transporta a sus días de escuela, cuando era su mano la que sostenía el pincel y se dejaba llevar por los trazos, cuando eran las historias que brotaban de sus ojos y corrían por sus dedos, las que empapaban lienzos por doquier, aquellos días cuando el color lo era todo para él. Se ve a sí mismo de quince o dieciséis años, amando lo que ve y sabiendo, aun así, que renunciará a ello. La tristeza que pesa en su corazón desde ese día se acrecienta con el recuerdo de aquel Jacob. Un Jacob infantil que creía que la pintura lo era todo en la vida. Antes de tener que crecer dándose cuenta que en la vida destinada para él no había espacio para los sueños tontos de un niño que un día quiso ser punto y ahora está ahí, recorriendo esos pasillos solitarios y silenciosos, repleto de pinturas que lo único que hacen es recordarle todo lo que una vez quiso y que se le fue arrebatado. Ya sea por la vida, las circunstancias o por su padre al irse cuando era niño o su madre al pedirle que creciera demasiado deprisa. Jacob ya no busca culpables, dejó de hacerlo hace mucho tiempo atrás, cansado de no encontrar respuestas a los miles de por qué llenos de rabia y dolor que se le acomodaban en el corazón. Puede culpar mil veces a su padre o a su madre, puede incluso culpar a su hermana menor por pedirle que dejase de ser su hermano y se volviese el sostén del mundo cuando no había nadie más allí para hacer esa tarea. Podría culpar a cualquiera, cuando la verdad es que fue su culpa por ilusionarse con sueños inalcanzables. Tal vez es eso lo que hace que se distraiga y su mente se aísle de todo a su alrededor, incluso de las hermosas pinturas y los lúgubres pasillos que recorre, sus manos ya moviendo de forma automática las palancas de la pesada silla que de vez en cuando cae en algún pequeño bache en el suelo de maciza roca, causando que use un poco más de fuerza para poder moverse y es precisamente por eso, aplicando tal vez más fuerza de la necesaria, que Jacob termina perdiendo levemente el control en una esquina con una inclinación distinta. – Auch… El gemido de dolor no sale de sus labios, lo que provoca que alce la cabeza como si recién entendiese dónde estaba realmente, observando la figura frente a él que permanece masajeando la pierna que su complicada silla ha golpeado segundos atrás. Jacob se maldice en silencio, pensando en qué no lleva ni dos horas por fuera de la habitación en la que se había visto confinado y seguramente ya estaba en problemas. Además, ¿qué significaría estar en problemas cuando de por sí todo ya parecía sacado de una película de ciencia ficción de poco presupuesto? Rescatado de las aguas en una época distinta a la suya, con una de sus piernas tan lastimada como para no poder caminar y verse obligado a rodar por un enorme y tétrico castillo a merced de cualquier hombre o mujer loca que pudiese salir de entre las paredes para matarlo por haberlo golpeado sin querer. Ah, para el carro, Jacob… ya estás desvariando, casi puede saborear las palabras que su novio solía decirle cuando sus pensamientos parecían ir demasiado rápido y tal vez lo hacen porque ya ha repasado todo el discurso que seguramente su pareja le habría dado antes de comprender quién es la figura que está frente a él, mirándolo con un gesto serio que no alcanza a descifrar antes de que sus ojos color océano le atrapen. Luce impecable, imponente se atreve a decir: Es alto y con el cabello peinado en rizos suaves que caen sobre su piel un poco menos tostada de la suya. Lleva un traje de tonos oscuros con sutiles extensiones de tela de tonos más borgoña decorando puntos estratégicos como los puños de su chaqueta de tela gruesa o los bordes donde botones dorados resplandecen. Hay una elegancia especial en él, en cómo está de pie con las manos detrás de su espalda y en cómo su cuello se echa hacia atrás para que su figura parezca mucho más erguida. Jacob, sin embargo, reconoce que no es una pose natural. Hay tensión en cada uno de sus músculos y el gesto serio de su rostro parece demasiado calculado. Se pregunta cómo se vería riendo, imaginando que seguramente saldrían suaves arrugas alrededor de sus labios delgados o de sus ojos de aquel azul tan único. Imagina cómo sería su risa, tratando de decidir sí sonaría suave como el murmullo de un riachuelo o estridente como el cantar de un pájaro al llegar los primeros atisbos del amanecer. – Veo que ha resultado bien mi intención de conseguir un medio para que se movilice… Su voz es profunda, gruesa y ronca; Jacob escarba en sus recuerdos sí es así como sonaba antes, cuando en la playa trataba de pedirle que se quedase quieto mientras buscaba ayuda. Lo cierto es que sus recuerdos son borrosos, sacudidos por el calor, el agua inclemente y la confusión que no despeja su mente desde que escucho el disparate de estar en 1.840. La recordaría… recordaría su voz, así como sus ojos, es un pensamiento fugaz que lo atraviesa mientras se fuerza a sí mismo a formular una respuesta a las palabras del hombre. Pero, ¿cómo debería dirigirse a él? Había escuchado que lo llamaban “señor”, aunque él no se imaginaba usando esa palabra con tal honorabilidad. Mucho menos cuando por toda su infancia fue esa la misma manera en la que se refirió a su padre hasta que se marchó.  – ¿Ha… resultado fácil de maniobrar? – el hombre vuelve a intentarlo, inclinando levemente su peso en sus talones, provocando que el tacón de sus zapatos resonase en el cemento bajo ellos – Puedo pedirle a Sir O’Sullivan que busque un ejemplar más… adecuado, de ser necesario. Incluso sus palabras son extremadamente cuidadosas, Jacob lo nota enseguida y percibe también la intensidad con que lo mira, esperando que responda a sus palabras, pero Jacob siente que se ha quedado sin ellas, incluso por más que quiere encontrar algo por decir, algo tan adecuado o cuidadoso como lo poco o nada que él le ha dicho, sin embargo, su mente parece un lienzo en blanco. Lo ve balancearse un poco ante su mirada, Jacob incluso puede imaginarse a sí mismo ahí sentado en aquel extraño objeto, con un rostro estoico y la mirada pérdida. Por su puesto, eso es suficiente para romper la cuidadosa pose del hombre de ojos color océano. – No… no sé su nombre… 
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