Capítulo XII.

2396 Words
“Quiero que… quiero que nos veamos”, la voz se pasea con elegancia por los escondrijos de su mente, como sí aún tuviese el teléfono contra el oído, sorprendida por escuchar esa voz. Su voz, luego de tantos años. Luego de haber creído que no era más que un pasado tan lejano que el polvo lo cubría. ¿Cuánto tiempo paso desde su última conversación por teléfono? Desde aquello días en dónde se quedaban horas acostados en sus camas, escuchando la voz del otro, su respiración. Sintiéndose sin poder verse. ¿Cuánto tiempo pasó desde la última vez que marcó su número y escuchó su grave voz al otro lado de la línea? ¿Cuánto hasta ese día? Y ahora, ella está ahí, a la entrada del pequeño parque, sintiendo que su corazón iba a desbocarse. Alisa con algo de nervios los pliegues de su falda de lino n***o mientras el viento mece con suavidad su cabello a la altura de los hombros. ¿Qué iba a encontrar al otro lado? ¿A quién iba a ver y escuchar luego de tantos años? Suspiro, porque no lo sabía, no podía responder eso con seguridad alguna. Él había terminado por convertirse en un enigma para ella, el tiempo que llegaron a compartir no eran ahora más que breves fragmentos difusos de tiempos muy viejos. Por un momento se arrepintió de haber llegado hasta ahí. De haber tomado ese avión desde el otro lado del mundo, desde donde los recuerdos no eran más que voces y rostros borrosos que no tenía interés en rescatar… ¿por qué? ¿Por qué haber escuchado su voz luego de más de diez años la empujó hasta ese parque? Volvió a suspirar, sintiendo las lágrimas traicioneras agolparse en sus ojos. Nervios. Miedo. Tenía miedo de qué iba a pasar una vez lo tuviese frente a ella. Una vez miles de recuerdos golpearan contra su pecho, ¿el tiempo habrá hecho mella? ¿O sería como si nunca hubiese existido distancia ni olvido? Estaba aterrada, y aun así, cruzó la entrada, sintiendo sus hombros más pesados, sintiendo que volvían a ella todas las preguntas, todo el dolor que la acompañó durante tanto tiempo debido a él. Él. Lo reconoció de lejos, de espaldas y con las manos en los bolsillos. Tal alto como lo recordaba, quizás un tanto más delgado y con los mechones de cabello n***o meciéndose con el viento. Sí se quedaba sólo con la vista de él de espaldas, mirando la ciudad desde el lugar en el que construyeron y compartieron tantos sueños… si se quedaba con esa imagen, sabría que el tiempo no había pasado entre los dos. Y entonces él se dio la vuelta, justo cuando ella se detuvo a unos metros de él. … “Me complace amarte, disfruto acariciarte Y ponerte a dormir… Es escalofriante tenerte de frente, hacerte reír.” Él le tendió una mano mientras ella trataba de averiguar cómo subir con sus tacones en la escalatina del mirador sin caerse hacia adelante. La noche empezaba a caer sobre la vieja colina mientras ella soltaba un resoplido cansado al poder sentarse. Llevaba más de 15 años sin sentarse en ese pequeño espacio y sin contemplar la vista de una ciudad en movimiento, una ciudad sin descanso. Una ciudad que durante sus años universitarios no había sido más que una prisión silenciosa e invisible pero que ahora, lejos de los recuerdos, era un pequeño espejo de todo aquello que en su momento dejó atrás para seguir sus sueños. Lo sintió sentarse a su lado, batallando con su pantalón de tela negra. Entonces él colocó su mano sobre la suya, pero no se sentía capaz de mirarlo. No se sentía capaz de despegar sus ojos de la lejanía, no quería hacerlo. Hacerlo significaba clavar sus ojos en aquella mirada amatista que siempre asoció con el amor, con los sueños. Había borrado esa mirada de su vida hacia tanto que no se sentía preparada para traerla de regreso. Una parte, la parte más frágil de sí misma, estaba asustada, asustada de darse cuenta que los años habían sido en vano. Aun así, mordiéndose el labio alzó la cabeza, dejando que las hebras de su cabello golpearan con suavidad sus mejillas, ya no podía seguir agachando la cabeza ante la mirada intimidante de él, ya no era una niña inmadura que sólo quería un abrazo de su parte. Sus ojos, los ojos que la miraban con atención. La mirada que la había cautivado la primera vez, que la había mantenido en un vilo soñador durante mucho tiempo… Y el dolor regreso, haciendo que se mordiese con más fuerza su labio inferior. Sentía bullir un sinfín de emociones en su pecho, atravesándoseles a las palabras justo a la altura de su garganta. Entre todas reconoció a su vieja amiga, la tristeza. Con ella venía el dolor, no el dolor punzante del pasado, el que no la dejaba respirar y la ataba al suelo; era un tipo diferente, pero dolor a fin de cuentas. Y no pudo evitar sorprenderse, preguntarse. ¿Por qué dolía? ¿Por qué, después de tantos años y distancia entre ellos, de tiempos indefinidos sin pensar en él… dolía todavía? La respuesta llegó tan rápida como un suspiró ininterrumpido; era su propia voz en su cabeza, con suavidad, casi como un murmullo: “Porque lo amaste. Lo amaste con cada fibra de tu ser… y él te rompió el corazón.” .- Y, entonces… ¿qué más? – él fue el primero en retirar la mirada, clavándola en el paisaje frente a los dos. La imagen que tantas veces los había visto reír, besarse y compartir silencios, lágrimas. Y que ahora los veía de nuevo, más de una década después, sentarse con algo de incomodidad en el viejo lugar, con los corazones reconstruidos y las vidas cimentadas. .- No mucho, ¿y tú? – fue lo que consiguió responder, sintiendo la voz rasposa. Su mente organizaba una y otra vez una montonera casi infinita de palabras que quería decirle, pero no conseguía hilarlas, tampoco creía que fuera lo mejor. Siempre había hablado de más, y él siempre había odiado eso de ella. … Caminaron con tranquilidad por el camino empedrado, devuelta al mirador de sus recuerdos, de los sueños que en su momento compartieron, cuando sólo eran dos niños dando tumbos por el mundo. El restaurante había desaparecido tiempo atrás, la mesa del segundo cuarto al rincón ya no existía, y las pizzas o gratinados que habían degustado en el pasado ya no se cocinaban más. No habían hablado mucho, sólo para comentar las vidas actuales de viejos amigos, los que habían sobrevivido al tiempo y los que se habían ido quedando en el camino. Ella no sabía mucho de él, de su vida o lo qué hacía. Tampoco le había hablado del hombre que la esperaba esa noche en su habitación de hotel, con una sonrisa amorosa y un masaje en los hombros, ni mucho menos, de los dos niños que le sonreían cada vez que miraba la hora en su celular. “Yo contigo quiero envejecer…” .- Tal vez esto fue un error – su voz acarició sus oídos mientras interpretaba lo que él estaba diciéndole. Se giró, mirándolo incrédula, sintiendo la molestia florecer en cada una de sus venas. ¿Un error? Así siempre terminaba por calificar todo entre los dos, un error. “Fue un error estar juntos”, “un error decirte eso”… “Fue un error amarte”. Ella nunca lo había sentido como un error, ni siquiera la noche en que él le había dicho que ya estaba con alguien más y ella sólo pudo contener el aliento, las lágrimas que pulsaban por brotar de sus ojos. Ni siquiera la tarde que él le dijo, con tono frío y cruel, que nunca la había amado de verdad, que todo había sido una mentira. Lo había odiado casi tanto como lo había amado. .- Eres un idiota – le espetó, tratando de serenarse – Y un cobarde – soltó mientras volvía a subirse al mirador, trastabillando con los tacones y su falda pero sentándose. .- Siempre terminas diciendo que soy un idiota – fue lo que dijo mientras se sentaba también, sus manos jugaron con el borde de piedra - ¿Por qué siempre terminas diciendo que soy un idiota? .- Porque lo eres – le cortó con rapidez – Porque te gusta hacerme daño. Él se quedó en silencio, parecía no saber que responder ante eso. Porque era una verdad que ninguno podía negar; él la había herido incontables veces, incluso, se había burlado de su dolor. Un dolor que él había causado. Ella sintió que su garganta se cerraba, había confiado tanto en él, incluso ya al final, cuando de su corazón sólo quedaban jirones y de su amor, el polvo del olvido. .- Yo nunca… nunca quise hacerte daño. Ella abrió los labios, tratando de decir algo pero ¿qué? Eran emociones demasiado sobrecargadas: .- Pero lo hiciste, una y otra vez, lo hiciste… Y era un dolor tan abrumador, tan horrible. La que persona que amabas y en quien confiabas, hiriéndote una y otra vez… .- Lo siento… De verdad, lo siento. Me duele haberte herido de esa manera… a ti que fuiste… Ahí estaban. Ahí estaban las palabras que siempre quiso escuchar saliendo de sus delgados labios. ¿Por qué no se había disculpado años atrás? ¿Por qué pedía perdón sólo hasta ahora? El dolor ya había sanado, la herida había ido cicatrizando. Su corazón había amado de regreso, tal vez no con esa ilusión como cuando lo amó a él, pero había amado. Amaba y había prometido amar hasta que la muerte los separara. ¿Por qué la había dejado llorar y culparse durante meses? .- Quizá no estábamos listos para amarnos, quizá realmente nunca estaremos listos para hacerlo – se sorprendió de escuchar su voz respondiéndole – Quiero decir, me hiciste mucho daño, tanto que aún duele… pero no sólo fuiste tú, yo también me equivoqué. No éramos más que dos chicos de 18 años conociendo el amor… teníamos que crecer, de alguna forma teníamos que hacerlo. Sus propias palabras tenían un sabor amargo, aunque habían sido años desde entonces, sentía lo salado de las lágrimas derramadas en la punta de su lengua, recordándole que no podía olvidar. Ni lo bueno ni lo malo. No podía dejar atrás a él gritándole, o dejándola en un camino sola mientras lloraba. Ni su engaño. Ni sus mentiras, ni sus jugarretas o palabras crueles. Pero tampoco podía olvidar el calor de su mano entrelazada a la suya, los “hoy estás muy linda, bebé” o sus besos en la frente. No podía olvidar sus cuerpos lado al lado mientras sólo se miraban, o sus lágrimas delicadas en su hombro cuando no sabía qué hacer… Ni los te amo cada 21, mucho menos, los “por siempre y para siempre”. Todo eso era un lindo recuerdo, algo que ya lograba contemplar como si fuese una obra de arte, una de las más hermosas de todas. Ella misma la había pintado, con el hombre a su lado ayudándola. Meses, un año; una historia. Se habían conocido en el momento equivocado de sus vidas. Ella estaba afrontando una de las pérdidas que lloraría por el resto de sus días mientras él afrontaba las consecuencias de decisiones que se había visto presionado a tomar y queriendo a alguien inestable. Se conocieron en el momento equivocado de sus vidas. En el que fue, tal vez, el peor momento para amarse. Y aun así, por un breve espacio de tiempo, pudieron ser el uno para el otro. Se complació al darse cuenta que ya estaba lista para perdonarlo. … .- ¿Eres feliz? – preguntó él casi en un susurro y por un momento ella se sintió de nuevo como una niña de 18 años que estaba viendo como la persona que amaba se alejaba… La misma pregunta, la misma persona. .- Sí, lo soy – la misma respuesta - ¿Y tú? Él sonrió con delicadeza, sin dejar de acariciar con las yemas de sus dedos sus mejillas y sólo asintió. No había más que decir. Ambos habían tomado decisiones difíciles a lo largo de sus vidas, habían decido vivir a su manera, con sus sueños. Años atrás habían decidido que su amor no tenía futuro. Habían decido dejar ir al otro, porque de eso se trataba el amor, lo habían aprendido por fin. Dejar volar y volar también. Y ahora estaban ahí, podían mirarse de nuevo a los ojos, y aunque un resquicio del amor siguiese brillando, sus vidas jamás podrían volver a entrelazarse. Se separaron con lentitud, con los ojos repentinamente brillantes y los cuerpos agotados. Recordar implicaba despertar cosas que creían muertas, tocar heridas que se creían sanadas. Implicaba amarse de nuevo y volver a olvidarse. Era la inevitable aceptación de que una parte suya siempre se amaría, porque fueron un mundo, fueron una historia… Lo fueron todo y a la vez nada. Y eso es algo que pocas veces en la vida puede verse. “Un gusto valorarte, nunca olvidarte. Entregarte mis tiempos. No te fallaré…” Estaban diciendo adiós… eso era lo que sus ojos decían. 15 años atrás, se hubiese echado a llorar en sus brazos, mientras sentía que su mundo volvía a tambalearse con sólo tenerle frente a ella. A él y su sonrisa. Pero no lo hizo. No lo hizo porque ya no era una chiquilla llena de sueños sobre llegar lejos y ser amada. Ahora era una mujer, había cumplido cada uno de esos sueños. Y contrario a lo que pensó tiempo atrás, ninguno lo cumplió con él. Él debía volver a su vida, y ella a la suya. Al hombre que la esperaba y quien le hinchaba el corazón con amor, a los niños que sonreían, a los libros y la gente. La vida que había labrado lejos de él, lejos del amor primerizo que experimentaron juntos. Entonces sonrió y él lo hizo también. Y si estaban hechos el uno para el otro… Realmente ya no importaba.
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