Oscuridad era lo único que le rodeaba, abrazando su ser por completo.
¿Dónde estaba?
Caminó unos cuantos pasos hacia el sonido de la estática de un radio antiguo, cuando llegó hasta él, intentó apagarlo, pero antes de que pudiera posar una mano sobre el artefacto, despertó de golpe, sudoroso y ansioso, temblando por dentro.
De a poco recordó el lugar que le acogía, aunque no sabía con exactitud en qué parte del mapa se encontraba.
Sintiendo la cabeza pesada, se levantó con pasos inseguros, buscando con la mirada algo que le indicara qué día era. Su vista ya estaba enfocando mucho mejor que antes y sus costillas no dolían tanto como el día anterior.
A diferencia de la vez pasada, se encontró cara a cara con la silueta del día anterior. Pudo observar que poseía largos cabellos ligeramente rizados y dorados como rayos de sol, que caían graciosamente sobre una camisa color crema de mangas largas holgadas y cuello alto, muy elegante y antiguo para su estilo, lo que antes le había parecido un disfraz. Subió su mirada, detallando el rostro ajeno, del cual no podía decir con certeza si era femenino o masculino del todo, pero poseía unos ojos grises de ensueño y una nariz tan perfilada que parecía estéticamente arreglada, para complementar, poseía unas cejas pobladas tan claras que no hacían ruido a la delicadeza de su faz, terminando en unos labios finos y rojizos.
Tras el recorrido que dieron sus orbes, el contrario frunció el ceño, bajando la mirada.
—¿Cómo está hoy, mon sir? Espero que pueda compartir la mesa conmigo esta vez, aún se ve pálido y necesita recobrar fuerzas— esto lo había dicho sin dirigirle la mirada directamente, parecía muy interesado en su propio calzado.
—Por favor, llámame por mi nombre, esto es muy extraño— contestó resuelto el más alto —Me siento mejor que antes, sí, pero mi cabeza sigue pesada y dolorida... ¿Dijiste algo de comida?—.
—Me alegra que haya mejorado aunque sea un poco... Mirkov, verá que se repone rápido, he mandado a preparar una buena sopa para su recuperación, sin embargo, he tenido tanta hambre que me he adelantado a comer por mi cuenta, pero le acompañaré a almorzar, sin duda— esto lo dijo con una pizca de alegría bailando en sus ojos, como si disfrutara mucho la compañía.
—No debías molestarte en ello, prometo que te lo recompensaré luego, solo dime qué te gustaría a modo de p**o y me encargaré de que así sea—.
—Oh, no. Esté tranquilo, por mi parte, lo único que realmente deseo es que usted pueda recobrar su salud— el ojigris negó con sus gestos de una manera graciosa, pero luego de hacer dicho comentario, instó a su invitado a llegar hasta el comedor de doce plazas.
Los ubicó a ambos, Mirkov en el asiento anfitrión y el rubio a su diestra, tomaron asiento en los cómodos muebles de caoba e hizo sonar una campana pequeña que estaba dispuesta sobre la mesa, pasados unos segundos, apareció una chica que tenía el aspecto de ser la servidumbre, por el traje que llevaba, muy de antaño. Le sirvió sin reparos, tanta cantidad de comida que sintió que no cabría por el marco de la puerta al salir. Sonrió amablemente hacia la muchacha, agradeciéndole la atención. Comenzó a comer momentos después.
—Dígame, por favor, si recuerda lo que le ha pasado, estoy curioso de saber más sobre lo que le llevó hasta ese punto en el lago— formuló con tono energético el que asumía era el dueño de la casona.
—Contaré mi historia, si también me cuentas la tuya y qué te llevó a encontrarme ahí ¿Trato?— confió el pelinegro a su contrario, intentando convencerle.
Observó la duda en las orbes ajenas, pero de inmediato contestó —Me parece justo, sí ¿Desea usted empezar?—.
Asintió, contento de haber influido en su decisión.
—Verás, manejo una empresa a gran escala, es un legado familiar, y mi madre siempre ha querido que forme parte de ella, es la torre Burgoz, en el centro de la capital. Estábamos de aniversario hace unos días y me tocó hacer un viaje junto al representante del grupo Abyl, cuyo nombre ya te dije, Sergio. Tengo que encontrarlo, así que en cuanto pueda caminar mejor iré a buscarlo— la decisión que vibró en su voz hizo al contrario c******r sus movimientos.
—Podrá hacer cuanto quiera cuando mejore, pero por el momento no se sobre esfuerce— replicó el de blanco.
Ante esto, Mirkov puso una mueca y continuó comiendo su sopa de tomate, como diciendo "es tu turno".
Cuando el más bajo de los dos despertó de su letargo, asintió cayendo en cuenta de la situación.
—Bien, como seguro estarás pensando, sí, soy el dueño de estas tierras, he vivido aquí toda mi vida, tengo una pequeña siembra de trigo, a eso me dedico. Lo que me llevó hacia el lago hace unos días fue acompañar a Liah a pescar para su gente, adora hacerlo cada fin de semana, y créeme que tiene una familia numerosa— a lo último dicho agrandó sus ojos —Nunca he tenido mucha compañía, es por eso que me gusta pasar el tiempo con ellos, hacen bromas muy divertidas y siempre están juntos—.
—Liah es la chica de antes ¿Cierto? Espero que no se haya llevado una mala impresión de mí. Digo, porque encontrar a alguien inconsciente en un lago da mucho en qué pensar— frunció un poco el ceño, mirando su vestimenta por primera vez desde que estaba allí, cayó en cuenta de que no tenía sus ropas, en vez de eso, iba descalzo y con ropa de dormir, unas bastante anticuadas, pero prefirió no hacer ningún comentario sobre ello.
—A decir verdad, creímos que estaba usted muerto cuando lo vimos por primera vez dentro del agua, pero logramos descubrir cómo hacerle respirar de nuevo, Liah le ofreció primeros auxilios, es una buena chica, así que no debe preocuparse—.
Para este momento, ya se le había quitado el apetito, pues había consumido lo que pudo de toda la comida allí dispuesta.
—Vaya, la vida es algo muy frágil ¿No crees?— dijo, habiendo entrado en un pequeño trance, donde solo podía pensar en su madre y qué habría hecho si él, su única compañía, moría.
La mirada que le devolvió el ajeno, le dio a entender que comprendía más de ello que cualquier ser en la tierra, creyó sentir la soledad que brillaba en su interior, escondida tras la muralla de su personalidad.
Tras unos momentos, el más bajo, le pidió expresamente que le acompañara al campo, exigiendo que tomara el sol, pues su piel necesitaba esas vitaminas. El pelinegro le siguió con la velocidad que le permitían sus pies en las condiciones que se encontraba.
Al pasar por las distintas habitaciones, se dio cuenta del estilo gótico de la decoración, con detalles semipuntiagudos, complementados con madera oscura tallada y pulida con esmero. Entonces ¿Por qué la pieza donde había dormido tenía esa cantidad de polvo?
Preguntas que se formulaba mientras daba cada paso hacia el brillante campo por el sol de pleno atardecer. Curiosamente, el rubio no participaba de su alegría por ver al sol esconderse, caminando por la sombra que daba el techo de la casona.
—¿No vienes? También te noto muy pálido— le comentó a modo de broma.
—Ya he tomado mi ración por hoy, mon-... Mirkov— se corrigió a él mismo en plena oración, sonriendo incómodamente desde su lugar, diciéndole que tomara asiento en una pequeña banca dispuesta allí mismo, que él esperaría.
Mientras tanto, sentía la mirada ajena sobre sí intensamente, por lo que se propuso observar todo a su alrededor, volteó y miró con detenimiento los trigos danzantes felices bajo los rayos solares, un pequeño huerto yacía a su lado, cercado con maderas perfectamente alineadas. Más alejado hacia la pradera, logró divisar un amplio campo de lavandas y varios árboles frutales en hilera, todo un paraíso a la vista.
El sol no era demasiado caliente, era más bien una pincelada sobre el mundo, predominando la brisa por sobre todo lo demás, viajando a través de las hojas verdes y bien cuidadas de los árboles. Había pequeños nidos de pájaros en ellos, de los que podía oír su cantar. Cuánto daría por poder quedarse en ese oasis y no volver a la realidad del mundo, pero lo cierto era que tenía que hacerlo, tenía que encontrar a su compañero, que solo el universo sabría su paradero. Estaba aterrado por él, sin saber muy bien por qué.
También extrañaba a su madre y a su esposa, que bien le dijo que tuviera cuidado, si tan solo supieran dónde se encontraba ahora... Con un desconocido, tomando el sol, cuánto cinismo.
No quería aceptarlo, pero en los últimos meses de trabajo había bajado varios kilos por no comer nunca a tiempo, quería que eso cambiara. No sabía de qué huía exactamente, pero se encargaría de averiguarlo apenas recuperara su salud y su vida, quizás el accidente haya servido a modo de despertar de consciencia.
Sea cual fuere la situación, se encontraba extrañamente en paz en ese lugar, se daría un tiempo para sí mismo, para pensar en su plan de acción. Quería contar con el misterioso rubio que le había acogido en su casa, por lo menos llegar a saber su nombre...
No se rendiría.