La alarma del celular de Raquiel sonó, y Vlad gruñó al ver la hora en el reloj digital que estaba en la mesa de noche.
Las cuatro y media de la mañana.
—¿Se puede saber por qué tan temprano? —preguntó el ruso, y el rubio, todavía algo adormilado, se acercó para darle un pico en los labios.
—Buenos días a ti también, mi amorcito bello —murmuró en los labios del azabache, y este sonrió con malicia.
—Pues menos mal nos levantamos temprano —se ubica sobre Raquiel, haciendo que sus erecciones se rozaran deliciosamente —, creo que anoche nos quedó faltando algo.
—Me dejaste seco, Vlad, ¿y en serio quieres más? —replicó Raquiel, aunque a decir verdad no le molestaría tener sexo mañanero. La cuestión es que, debe salir temprano —. Me gustaría hacerlo, bebé, pero...debo verme con el ministro de defensa antes de que amanezca.
—¿Por qué? —se interesó en saber Vlad, aunque en realidad no le importaba de a mucho el tema de la política.
—Me mostrará un nuevo misil que ha enviado Estados Unidos, y dice que hacerlo de día solo llamará la atención.
—¿La atención de quienes? ¿De los rusos? —preguntó, arqueando la ceja de una manera en que a Raquiel siempre le excitaba.
—Y de los chinos —respondió el rey de Israel, y cuando Vlad meneó sus caderas, soltó un vergonzoso jadeo.
—Solo será un rapidin —insistió Vlad, hablándole al oído, para después lamerle el lóbulo de la oreja —, y así como eres de precoz cuando estás conmigo, te correrás en dos minutos.
—¿Precoz yo? —replicó Raquiel, fingiendo sentirse ofendido, y tembló al sentir los labios de Vlad en su cuello.
—Pues ya estás duro, cosita bonita —dijo el príncipe celestial, restregándose contra la dureza de su novio —. Mierda, ¿sabes qué? Cambiemos de rol. Quiero que tú me des a mí.
Raquiel sonrió con malicia, y tomó el lubricante que reposaba en la mesa de noche.
Toda la “masculinidad” de Vlad, aquella de la que tanto se jactaba como cualquier ruso, quedaba a un lado cuando era el pasivo en la cama.
El azabache se quedó acostado boca arriba, y el rubio se arrodilló frente a él, se embadurnó el pene con lubricante, tomó las largas piernas de Vlad para posarlas sobre sus hombros, y lo penetró de una fuerte estocada que hizo gritar al ruso.
—Mierda...carajo..., estás tan apretado —dijo Raquiel entre jadeos, mientras bombeaba con fuerza.
Vlad gimió como gata en celo. Con cada estocada, Raquiel tocaba su próstata y lo hacía ver estrellitas. Quería más, más y más...
Vlad sentía que nunca tendría suficiente de Raquiel. Cada día que pasaba, el uno se sentía más enamorado del otro; también sentían que el hambre que se tenían solo iba en aumento, y en aumento, y en aumento.
Ambos se corrieron al tiempo en un monumental orgasmo mañanero. Oh...Raquiel no podía ver una imagen más sexy que la de un Vlad sudoroso, estremeciéndose y recibiendo todo su semen hasta lo más profundo de sus entrañas.
Se ducharon y se alistaron para sus respectivos días laborales.
Vlad, como de costumbre, le preparó a Raquiel el desayuno mientras este se terminaba de alistar, y también le alistó el almuerzo de ese día.
Raquiel hace años que había dejado de insistirle a Vlad que no se tenía que desgastar en eso, y, a decir verdad, le encanta como cocina el ruso. No hay una sazón como la de él.
Y mientras Raquiel se terminaba de alistar, Vlad miró la hora en su celular, pero lo único en que se concentró fue en el fondo de pantalla de bloqueo.
Una foto de la última vez que estuvo con Lucifer.
Después de la batalla contra Pandora y Pandarus, las cosas entre ambos habían mejorado significativamente, y Vlad le abrió su corazón.
Cuánto se arrepentía Vlad de haber hecho eso, justamente porque..., porque ahora estaba sufriendo al no poder tener a su padre a su lado. No se quería imaginar las cosas que Astaroth le estaría haciendo en el infierno.
Solo fueron tres años los que Vlad tuvo para poder pasar tiempo de calidad con Lucifer, pero fueron los suficientes para que entre ambos se formara n vínculo inquebrantable.
Vínculo que, por supuesto, no fue de agrado en el Tercer Cielo, porque hasta allá llegaron los rumores de la cercanía entre el ángel rebelde y su hijo.
Tal vez los ángeles ya se habían acostumbrado a la cercanía de Jelena con Lucifer, pero la cuestión es que ella no está ocupando el trono del principado de la Casa Real de Jehová. Vlad sí. Y que sea tan cercano al demonio culpable de la primera guerra celestial, por supuesto que no fue de agrado para muchos.
*****Flashback*****
Cinco años atrás...
Vlad estaba en la oficina de Lucifer, en el club “El Edén”. Estaba parado frente a los grandes ventanales, mirando hacia la gran pista de baile, con un vaso de whisky en la mano.
Tenía puesto un impoluto traje n***o, sin corbata. Nunca le habían gustado las corbatas. Se dejó dos botones sueltos de la elegante camisa negra manga larga, y no se dejó de ver elegante por eso.
—Necesito el litus para mañana —le decía Lucifer a alguien por el comunicador intergaláctico —. No me importa cómo lo tengas que conseguir, y sobra decirte qué pasará si no obtengo lo que quiero.
Litus. Es el metal más preciado del universo, con el que se hacen los portales de teletransportación, negocio que comanda Lucifer en Karis, aparte de sus demás negocios al margen de la ley.
Vlad y Jelena sabían que su padre nunca sería un santo, porque...bueno, es el diablo. Así que no se meten en sus negocios, pese a que los heredarán si a él le llega a pasar algo.
—¿Todo bien? —preguntó Vlad, cuando vio por el reflejo del cristal que su padre se acercaba a paso lento.
—Solo un hijo de puta que no se toma en serio los negocios —respondió el demonio, también con un vaso de whisky en la mano —. Pero ya aprenderá.
¿Qué hacía Lucifer para vengarse si le quedaban mal en un negocio? Vlad no quería saberlo. Si algo le había repetido Jelena, es que simplemente no pensara en sus métodos.
—La noche es joven, deberías salir allá a bailar con alguna chica —dijo Lucifer, haciendo tintinear los hielos del vaso —, o con algún chico —sonríe con complicidad —. Invité a varias de mis demonizas esta noche a casa, tal vez quieras venir.
Vlad sonrió de la misma manera en que lo hacía Lucifer. Torcidamente y con algo de malicia en los ojos zafiros.
—Suena tentador —dijo el nefilim, dándole un largo trago a la bebida —, pero sabes que no le haré eso a Raquiel.
Lucifer chasqueó la lengua y siguió bebiendo. Por supuesto que sabía que su hijo le es fiel al hijo de Monder de una manera en que no sabía que algún hijo suyo, teniendo el gen del mal en el ADN, podría serlo.
—Dejas que ese semi querubín se folle a mi hija, lo menos que él podría hacer para que quedaran en iguales condiciones sería dejar que te divirtieras con alguien más —opinó Lucifer, chasqueando los dedos para volver a llenar su vaso —. Esa es mi humilde opinión.
A Vlad no le hacía gracia que su padre supiera tantas cosas, entre esas, que Jelena se suele acostar con Raquiel, obviamente con aprobación de Merlín. Si a Lucifer se le daba algún día por traicionarlos, le contaría aquello a todo Tercer Cielo.
Pero Vlad no quería pensar en esa posibilidad. Ya quería a su padre lo suficiente como para ser incapaz de enfrentarlo en alguna batalla.
—Y hablando de eso..., por favor dile a esos dos que no sean tan escandalosos la próxima vez —dijo Lucifer, y Vlad soltó una risotada.
Jelena está viviendo con Lucifer tras su separación de Alec. Es cierto que terminaron su matrimonio en buenos términos, y siguen velando juntos por Myrddion, pero..., acordaron que lo mejor para ambos sería vivir separados.
Y en las visitas que Raquiel hacía en Karis, aprovechaba para reforzar su amistad con Jelena, y Vlad sabía de primera mano que esos dos no son para nada discretos a la hora de tener sexo.
Gimen, gritan, se hacen arañazos, rompen la cama, se dejan moretones y mordiscos..., son unos completos salvajes.
Pero son más salvajes él y Merlín por permitir aquello, y que les excite verlo.
Vlad por supuesto que no se ha atrevido a ver a su hermana en acción, lo consideraba el pecado más mortal que podría haber. No le interesaba ver desnuda a su hermana, pero Merlín..., cuando él no estaba participando en aquello, simplemente se quedaba mirándolos, deleitándose con ese porno en directo.
—Se los diré, pero no harán caso —dijo Vlad, dando otro largo trago, sintiendo cómo el líquido quemaba su garganta.
La estridente música retumbaba en el vidrio, haciéndolo vibrar un poco.
Papá e hijo solo se quedaron frente al gran ventanal que daba una panorámica de todo el club, observando y bebiendo.
Vlad sabía que el tiempo se le había agotado a Lucifer. Lo había notado angustiado en estos últimos días. Astaroth cobraría el favor que le hizo en la guerra contra Pandora, y pronto tendría que regresar al infierno.
Jelena no sabía nada. Lucifer no había querido decírselo para que no sufriera tanto, y Vlad detestaba tener que guardarle aquel secreto a su hermana.
—Iré contigo —dijo Vlad con firmeza, y Lucifer apenas suspiró, no teniéndole que leer la mente para saber a lo que se refería.
—¿Y dejarle a tu hermana el pesado cargo de regente de universo? Claro que no —saca un cigarro de su elegante cigarrera de plata que tiene su nombre grabado en ella, y lo enciende solo con dar un chasquido —. Solo irías allá a sufrir.
—Estoy reuniendo un ejército de caídos para recuperar el infierno, solo dame algo de tiempo —rogó Vlad, y se acerca al demonio para tomarlo suavemente de los hombros. Tosió ante la calada que este dio, pero continuó —. Monder me está ayudando a convencer a los caídos que se han mantenido neutrales en todos estos eones.
Lucifer se apartó del agarre de su hijo. No era capaz de ver aquellos ojos idénticos a los suyos tan...tristes.
Sí, Vlad se siente miserable por la inminente partida de Lucifer. Después de la guerra contra Pandora, la relación entre ellos mejoró, y Vlad no supo en qué momento le empezó a decir “papá”. Y eso terminó por destrozar la coraza de Lucifer.
El trabajo lo había empezado Jelena hace años, pero Vlad lo terminó, metiéndose hasta lo más profundo de su ser.
—Ya estoy a punto de encontrar a Amenadiel —agregó Vlad, y Lucifer lo miró con asombro.
Amenadiel había sido, junto con Monder, uno de sus más fieles querubines durante su principado en el Tercer Cielo, y el primero que no dudó en acompañarlo en la rebelión.
Y fue uno de los más influyentes entre todos los ángeles, después de Miguel y Raziel.
El hecho de que haya acompañado a Lucifer en la rebelión fue doloroso para la mayoría de los ángeles, y tras la Caída, Amenadiel no pudo con la vergüenza de la derrota, y se fue con una legión de caídos que no querían estar gobernados por Lucifer en el infierno, a un mundo desconocido en donde se les perdió el rastro hace eones.
Si lograban encontrar a aquel querubín rebelde y convencerlo de apoyar su causa de la retoma del infierno, Los Vigilantes también los apoyarían. Vlad ya había hablado con Raziel sobre el tema, y aunque muchos estaban reacios a participar en una guerra contra Astaroth y su ejército demoniaco, lo cierto es que tanto ellos como el Tercer Cielo preferían a un Lucifer renovado gobernando el inframundo, que un descontrolado Astaroth.
—Y el tío Mike está convenciendo a uno que otro olímpico...—dijo Vlad, y Lucifer bufó, dándole otra calada al cigarro.
—¿Ahora le tienes apodos cariñosos a Miguel?
—Ustedes aún se siguen queriendo, y no me vengas a decir que no —replicó, y el demonio volvió a bufar.
—Te recuerdo que él me hizo esto —señala su reflejo en el vidrio, el cual mostraba su cara quemada —. No tuvo contemplación a la hora de usar la Espada de la Justicia contra mí.
—Él sufrió al tener que hacerlo, créeme, me lo ha dicho.
—Como sea —apaga el cigarro metiéndolo en el poco whisky que le quedaba en el vaso —. Vámonos. Tu hermana se debe estar divirtiendo de lo lindo con mis duques, y yo no pienso permitirlo.
Vlad, a pesar de la tristeza que estaba sintiendo, sonrió y caminó con Lucifer hacia la zona VIP en donde siempre se hacía con sus demonios en el club.
Padre e hijo se robaron muchas miradas, tanto de alienígenas como de demonios. Y es que parecen dos sexys gemelos, solo que Vlad no tiene un rostro tan...malvado.
Y para completar, estaban vestidos igual. Ambos con unos elegantes trajes negros, con las camisas desabotonadas dejando ver sus fornidos pechos.
Varias demonizas suspiraron al ver a sus dos príncipes, pero sabían que no se podían hacer muchas ilusiones con Vlad. Todos seguían creyendo que es eunuco.
Jelena, como siempre, estaba socializando con los duques de Lucifer, mientras bebía un mojito. Su vestido de lentejuelas apenas y tapaba lo que tenía que tapar, y las miradas de todos, en especial la de Leviatán, parecía irse más de la cuenta.
Ella estaba sentada en la silla con aspecto de trono de Lucifer. Prácticamente es el único trono que tiene el demonio en estos momentos, y los duques la rodeaban, algunos parados y otros sentados en el suelo, como si fueran unos perros hambrientos.
Se veía como...una reina. Una reina del infierno.
Lucifer sonrió ante la imagen de su hija siendo coronada como la reina del inframundo. Oh...cuánto disfrutaría Lucifer con esa escena, sobre todo si era Astaroth el que la coronaba, obligado por él.
—¿Ahora también me quitarás este trono, querida? —preguntó Lucifer, acercándose al improvisado trono, y los duques se irguieron de inmediato para hacerle una profunda reverencia a su rey.
—¡Oh! ¡Hola papi! —exclamó Jelena, saltando a los brazos del demonio y dándole un sonoro beso en la mejilla —. Estaba adelantando algo de agenda con tus duques.
Lucifer le sonrió dulcemente, y dando un chasquido, hizo aparecer otras dos sillas de trono idénticas a la de él.
—Sentémonos, queridos hijos —dijo el demonio, y así hicieron los gemelos Petrov.
Lucifer podría haberse sentado en la silla del centro, pero...Jelena era la que se merecía estar en el centro.
Por milenios, desde que Jehová le dio vida a la humanidad, Lucifer había rebajado el papel de las mujeres en la sociedad. Pero se reivindicaría por medio de su hija.
Fue Jelena la que se sentó en el centro, y su padre y su hermano la acompañaron a cada lado.
Los demonios dejaron lo que estaban haciendo para darles una profunda reverencia a sus reyes.
Legalmente, Lucifer seguía siendo el rey del infierno, todavía tenía las escrituras de propiedad, a las cuales había agregado los nombres de sus hijos, así que no hacía falta tener un trono en el infierno para ser reconocido como tal.
Fuera en ese club, o en una playa, o en cualquier lugar, Lucifer seguía siendo el príncipe de las tinieblas. No era un castillo o una silla de trono en determinado lugar lo que lo hacía ser rey.
Y era a Jelena a la que pasaría el manto de reina de los demonios apenas tuviera que irse para cumplir su trato con Astaroth.
Leviatán estuvo a punto de invitar a bailar a Jelena, hasta que sintieron una poderosa presencia que hizo que todos los duques quisieran salir corriendo despavoridos.
El engendro de Asmodeo. Dijeron varios mentalmente.
Merlín entró a la zona VIP, también vestido con un elegante traje n***o como el de Vlad. Jelena sonrió al ver a su esposo, y este, para cumplir con el “protocolo” y que Lucifer no le causara una migraña, se arrodilló ante Jelena con mucho gusto y besó su mano.
—El duque que faltaba —dijo Lucifer.
Merlín irguió sus dos metros de estatura, ignorando a su suegro.
Por supuesto que Merlín nunca se va a llevar bien con Lucifer, no cuando lo tuvo tantos siglos encerrado en el infierno. Simplemente...se respetan el uno al otro, a regañadientes.
—¿Todo este protocolo es necesario? Yo solo quiero beber un poco e irme —dijo Vlad, y Lucifer les indicó a sus hijos con un ademán de que ya se podían ir.
—¿Myrddion y Bella al fin se quedaron dormidos? —le preguntó la princesa celestial a su esposo, y él asintió, mientras la escaneaba de pies a cabeza, con hambre en su mirada.
—Este vestido...—ronroneó él, viendo que la atrevida prenda tenía unas aberturas en las caderas que dejaban ver que Jelena no llevaba ropa interior —te queda genial.
Merlín ya había aprendido a aceptar que Jelena es...Jelena. Derrocha sensualidad hasta por los poros y le gusta ser el centro de atención. Y, a decir verdad, a Merlín se le había contagiado el fetiche de Alec de excitarse al ver cómo otros varones miraban con deseo a su esposa, y tal vez por eso aún no había matado a Leviatán. Ese duque infernal no era para nada discreto a la hora de mirar a Jelena.
La feliz pareja de esposos se fue a la pista de baile, mientras que Vlad se quedó sentado en su intento de silla de trono, bebiendo unas margaritas, con Lucifer a su lado.
—¿En serio no vas a bailar? —le preguntó Lucifer, y el nefilim negó con la cabeza —. ¿Así de fiel le eres a Raquiel?
—Sí —mira la sortija plateada en su anular izquierdo.
Aunque Vlad y Raquiel no se habían hecho una propuesta romántica común en la que alguno de ellos se pusiera de rodillas para pedirle matrimonio al otro, sí estaban comprometidos; ellos consideraban que no necesitaban de una simbólica ceremonia para ser esposos, ni identificarse como tales para “confirmar” su amor. Ellos nunca habían tenido etiquetas, no se identificaban como homosexuales o bisexuales. Simplemente son dos hombres que se aman, y, al fin y al cabo, eso del matrimonio les parecía una costumbre arcaica.
De igual manera pensaba Edgrev, que a pesar de que tiene una relación estable con el príncipe de Evelon desde poco después de que naciera Eridan, piensa que no necesita de un casamiento para demostrar su amor, y así están bien.
Pero tal vez la única costumbre que habían seguido, es la de las sortijas de compromiso. Sintieron la necesidad de usarlas, aunque no pensaran en casarse realmente. Era como una forma de recordar al otro mientras estuvieran separados por unos pocos días.
Vlad siempre se reía al recordar cómo los tabloides reaccionaron cuando el rey de Israel apareció por primera vez ante el público con aquella sortija.
—Es tanto mi amor por él, que si me pidiera que dejara mi trono para tener la vida que tanto deseamos, con miles de hijos en un gran castillo, lo haría —dijo Vlad, acariciando la sortija con melancolía —, pero claro, él es lo suficientemente responsable como para no pedirme aquello. Sabe que la humanidad necesita de alguien que los represente en un alto mando celestial.
—A mí no me molestaría tener más nietos —dijo Lucifer, alargando su mano para acariciar la nuca de Vlad —. De la combinación de tus genes y los de Raquiel, resultarán naciendo los niños más preciosos que el universo haya visto jamás.
Vlad sonrió con nostalgia, al recordar el sueño recurrente que ha tenido en los últimos años. La imagen de tres guerreros con armaduras celestiales, una mujer y dos varones; la mujer parecía ser la mayor, con el cabello rubio insignia de la familia Wood, y con los ojos azul zafiro tan insignia de los Petrov. Aquella mujer se veía feroz, más que Jelena inclusive, con una mirada capaz de matar, y armada hasta los dientes; pero los dos varoncitos de aspecto adolescente, gemelos idénticos, se parecían a Raquiel, con bondad en sus ojos celestes, pero la misma letalidad de un Petrov, y esa cabellera azulada como la noche era lo único que le habían heredado a Vlad físicamente.
—Tal vez los tengas, en un futuro —le dijo Vlad a su padre, inclinando su cabeza para pesar la mano del demonio con ternura.
Lucifer se veía...triste, y aunque no decía nada, Vlad sabía la razón.
—Tomémonos una foto, no tenemos muchas juntos —dijo el ruso, sacando su celular.
Aprovechó que una de las luces de la disco los iluminó un poco, y tomó la selfie. Papá e hijo sonrieron a la cámara, estirándose lo más que pudieron para que sus caras quedaran juntas, inmortalizando el último momento que tuvieron juntos antes de que, al día siguiente, Lucifer tuviera que regresar al infierno, para no regresar hasta Dios sabría cuándo.
*****Fin Flasback*****
Vlad guardó su celular, no siendo capaz de ver aquella foto por mucho tiempo.
Recordó cómo había reaccionado Jelena cuando se enteró de que Lucifer se había ido para no volver. Dio un desgarrador grito de dolor y duró deprimida dos meses, sin querer hablarle.
Vlad sabía que tenía que hacer algo por rescatar a su padre. Pero la cuestión no era solo rescatarlo, sino recuperar el infierno para él, para su legítimo rey.
Ok, bueno..., el legítimo rey del inframundo es Hades, pero Lucifer conquistó aquel territorio de una manera...no tan pacifica, pero en donde logró obtener las escrituras de propiedad, cuya copia reposa en los archivos del Tercer Cielo.
Vlad hizo los quehaceres de la casa durante la mañana, y en la tarde se encerró en su despacho a tratar los asuntos celestiales. Su oficina tenía una buena panorámica del mar Mediterráneo, así que eso lo relajaba un poco.
Una foto reposaba en su escritorio, divinamente enmarcada, en donde aparecían todos los nefilim con sus respectivos hijos.
Vlad sonrió, sabiendo que, en un futuro, se podrían volver a tomar una foto así, pero con los hijos que tendría con Raquiel.
—¡Cariño! ¡Estoy en casa! —escuchó la voz del rubio unas horas después, y el azabache no pudo sentirse más contento.
A esto le llamaba hogar.