Myrddion recordaba poco sobre esa conversación de los arcángeles, pero si algo le quedó muy claro, es que está destinado a ocupar el lugar de su tío Vlad. ¿Qué pasaría con él entonces? Esperaba que nada malo.
Salió del baño, se secó la rubia cabeza, y se vistió con una cómoda ropa de andar por casa, que constaba de unos pantalones de pijama y una holgada camisa de Stars Wars. Le encantan las películas de Stars Wars, es lo menos que a alguien amante de las cosas espaciales le puede gustar.
Su habitación seguía siendo la de un niño. Se había traído todas las cosas que había tenido en su habitación en Karis. Eso, junto con cosas que su tío Raquiel le había regalado que pertenecieron a Bea, aunque Alec no le dejó tener nada que tuviera que ver con la NASA, argumentado que eso es “muy estadounidense” y él es un ruso.
Su cama en forma de cohete espacial ya le había quedado pequeña hace años, así que ahora la usaba para guardar chécheres, pero pensaba dejársela a su hermanito que veía en camino, Damien. Bella algo había visto sobre el futuro del hijo varón (de sangre) de Merlín, y dijo que sería un guerrero espacial.
Tenía su pequeño laboratorio, con implementos que le había regalado su abuelo, como un ultra moderno telescopio astronómico, y un inteligente equipo computacional con un sistema de hackeo que le permitía acceder a los datos de los satélites de todas las agencias espaciales de la tierra sin que lo pillaran.
Miró las anotaciones que tenía en su tablero sobre su investigación del misterioso electromagnetismo que siempre ha existido en el dichoso Triángulo de las Bermudas, también conocido como “el triángulo del diablo”.
—No sé por qué rayos le echan la culpa a mi abuelo de todo —murmuró el adolescente, observando con detenimiento los datos que arrojaba su computadora y los iba anotando, haciendo los difíciles cálculos matemáticos en su cabeza.
Los datos variaban cada día, y Myrddion se partía la cabeza intentando descifrar aquel misterio que ningún científico de ese mundo había podido desentrañar.
Por lo que le había dicho Raziel, Myrddion sabía que existían ciertos puntos en el planeta en donde había muchas variaciones magnéticas, que no venían siendo más que portales que se abrían cada cierto punto entre ambos mundos. El mortal y el mágico, y que eso había causado en todos estos eones alguno que otro problema.
Myrddion quería acabar con ese problema, pero necesitaba...estudiarlo más de cerca.
Y cuando estaba concentrado checando otros datos, que tenían que ver con la preocupante variación del comportamiento del núcleo del planeta, su celular sonó, logrando sobresaltarlo.
Contestó a la videollamada, y vio la cara de su padre aparecer en la pantalla.
—Privet papa —saludó Myrddion en un perfecto ruso, ubicando su celular sobre el escritorio, volviendo a sus apuntes.
—Privet sin —respondió el ruso, que al parecer se había acabado de bajar de un avión.
Como Canciller entre la Tierra y Marte, y representante de la humanidad ante el Concejo Intergaláctico, Alec Ivanov es un hombre muy ocupado, pero siempre saca tiempo para hacerle una llamada su hijo.
—¿Todo bien? — preguntó el hombre que ya se estaba acercando a los 40 años, pero que era como el vino. Entre más pasaran los años, más bueno se veía — ¿Tu madre aún no ha explotado?
—Nop. Papá Merlín dice que explotará en semana y media.
—Intentaré estar allá —dijo Alec, haciendo maromas para lidiar con su equipaje usando una sola mano —, y me gustaría llevarte a Rusia por unas semanas, hay que visitar a tu abuelo, no sabemos cuánto tiempo siga estando con nosotros.
Su abuelo Alexei ya iba por los 70 años, y aunque no estaba tan viejo, los muchos años de estrés siendo presidente de Rusia y posteriormente presidente de la Unión Europea habían hecho estragos en su salud, aunque el muy terco jurara que estaba bien.
—Sé que tengo que hablarlo con tu madre, pero creo que lo más sensato será esperar a que dé a luz y pasen algunos días después de eso —continuó Alec, saludando a personas que le estaban tomando fotos en el aeropuerto.
—¿Y van a hablar sobre el asunto de mi trabajo? —se aventuró a preguntar Myrddion, teniendo algo de esperanza en que su padre reconsiderara su decisión de no dejarlo trabajar hasta que tuviera 18.
—Eso no está en discusión, Myrddion Ivanov —dijo Alec con seriedad, y el muchacho se desinfló.
—Aunque me gusta entrenar con Arturo, me estoy aburriendo al no hacer casi nada todos los días.
—Pues vete con tu tío Vlad, él sabrá qué hacer para matar el aburrimiento, es amo de casa, ¿no? —dijo, y el joven soltó una risotada.
—Le voy a decir que dijiste eso.
—Hazlo y te dejo sin mesada por un mes, mocoso.
Myrddion soltó otra risita. Su padre es cool. No es el típico padre ruso gruñón.
—O podrías irte una temporada al mundo mágico con cierta ninfa...—propuso, sonriendo con diversión, y Myrddion rodó los ojos.
—No gracias, no quiero que Dorev me coma los ojos.
Duraron hablando otro rato, hasta que Myrddion escuchó que lo llamaron para la cena.
Se despidió de su padre y bajó a comer, pero se extrañó al no ver a Bella. Merlín y Jelena apenas lo miraron con pésame.
El adolescente exhaló aire pesadamente y se sentó a la mesa, en realidad no teniendo muchas ganas de comer. Si su hermana no estaba ahí, él simplemente no comería hasta que ella también lo hiciera.
—Ha pasado de nuevo lo mismo de siempre, ¿verdad? —preguntó, y Merlín asintió.
—Ella solo te escucha a ti en este tipo de situaciones —dijo Jelena, pinchando sin muchas ganas los macarrones con brócoli —¿Puedes al menos intentar que coma algo?
—Sí, por supuesto —dijo Myrddion, levantándose de la mesa, llevándose su plato y el de Bella a la habitación de ella.
Tocó la puerta levemente con su pie, y esta se abrió lentamente, dejando ver los tristes ojos verdes de la niña pelirroja.
—¿Puedo pasar? No quiero cenar solito —dijo el rubio, mostrando los dos platos, y la niña lo dejó entrar.
La habitación de Bella está llena de cosas alusivas al fútbol y a Harry Potter.
Se ha tomado muy en serio eso de ser la hija del mítico mago Merlín, y quiere aprender magia, aunque él insista en que siendo una mortal no puede practicarla.
Y en realidad no le molesta que le digan “bruja”. Lo que le molesta es la manera en que se lo suelen decir.
Ya quisiera ella ser una verdadera bruja, pero una buena, como Hermione Granger o Alex Ruso.
Myrddion y toda la familia sabía que ella podría ser como Merlín. Vlad aún tiene guardado el brazalete de Nimue, el que le dio casi los mismos poderes mágicos que tiene Merlín. Bella podría ponérselo, obtener los poderes de su padre y que este la enseñe a manejarlos, pero...él considera que podría representar un peligro, y que su hija es perfecta así, siendo una humana común y corriente.
—¿Qué ocurrió hoy? —preguntó Myrddion, sentándose en la cama, y su hermana se le acercó, tomando su plato.
—Lo mismo de siempre —dijo la niña, haciendo un puchero —. No puedo hacer ni decir nada sin que me digan “bruja”.
—Esos niños tontos solo te envidian porque eres hija de un prestigioso médico cirujano —dijo Myrddion, dándole un gran bocado a los macarrones, y la nena lo siguió —¿Sabes qué me dijo mi abuelo Luc que debería hacer si los niños me molestaban? —Bella negó con la cabeza, y entonces él continuó —: que los mandara al diablo, y que él se encargaría de ellos, porque claro...él es el diablo.
Bella se rió ante el chiste malo. Myrddion siempre resultaba con algo así cuando quería contentarla, y aunque no era bueno con los chistes, sí lograba hacerla de reír de lo malos que eran.
—Quisiera que papá me enseñara magia, para poderme defender de los niños tontos que me molestan —dijo Bella después de un rato, cuando terminaron de comer.
Se quedaron acostados en la cama. Bella con la cabeza apoyada sobre el abdomen de Myrddion, observando el techo. Myr había apagado la luz de la habitación, y prendió el proyector de galaxias que le había regalado a su hermana de cumpleaños hace dos años.
—Nunca debes usar la magia para vengarte, Bella —dijo Myrddion, acariciándole la cabeza cobriza —, y prométeme que nunca lo harás.
La pequeña hizo un puchero, pero asintió. Ella por supuesto que sabía que no debía hacerle daño a nadie, a menos que fuera estrictamente necesario.
—No sé por qué los niños son tan malos, me hacen sentir mal —dijo ella, y Myrddion suspiró con dolor.
—Simplemente ignóralos y...—acaricia su frente —piensa en mí cada vez que te hagan sentir mal.
La nena sonrió. Por supuesto que pensar en su hermano le daba paz. Él es su paz.
—Cántame algo —pidió ella, encantándole la voz angelical de su hermano.
Myrddion sonrió y empezó a cantar la canción que solía cantarle su padre cuando llegaba a casa triste después de la escuela, por las mismas razones que Bella. Porque los niños eran crueles.
Le cantó la canción de la película de Tarzán, “En mi Corazón Vivirás” de Phil Collins.
Como me apena el verte llorar
Toma mi mano, siéntela
Yo te protejo de cualquier cosa
No llores más, aquí estoy
Frágil te ves, dulce y sensual
Quiero abrazarte y te protegeré
Esta fusión es irrompible
No llores más, aquí estoy
En mi corazón, tú vivirás
Desde hoy será y para siempre, amor
En mi corazón, no importa qué dirán
Dentro de mí, estarás siempre
Y así, Myrddion le cantó más canciones de Disney, hasta que ella se quedó dormida en su pecho.
Él sonrió, tomó la sabana y los cubrió a ambos, la abrazó, y antes de quedarse dormido, le susurró:
—Buenas noches, mi princesa.