Bella y Myrddion: Burbujita, Parte 1

4948 Words
Merlín estaba en su oficina, cuando lo llamaron de la escuela de Bella. Había golpeado a una niña en su entrenamiento de fútbol, y estaba en la oficina del director.  Generalmente, la que acudía a la escuela para esas cuestiones era Jelena, pero considerando que ella está a semana y media de dar a luz, el mago tuvo que ocuparse de una situación que no era nueva para él.  Bella es una niña...complicada. Desde sus tempranos cinco años, se le manifestó el mismo don de Merlín, el de la profecía.  Puede que la niña no fuera su hija de sangre, pero él y todos sabían que era posible que un humano mortal tuviera esos dones. Nostradamus es una prueba de ello, que siendo un humano común y corriente, tuvo ese don aún más desarrollado que el de Merlín.  Merlín se dio cuenta del don de su hija porque...en un día como cualquier otro, cuando la fue a recoger en la escuela, ella le dijo a una compañerita del mismo curso, mientras iban saliendo, que moriría en seis meses. Y lo dijo tan seriamente, que la mamá de la niña se asustó y le dijo a Merlín que llevara a su hija a un psiquiatra.  Y a los seis meses...la susodicha niña murió en un accidente de auto.  La inconsolable madre, que justo dio la coincidencia de que es una mujer muy supersticiosa, fue la encargada de esparcir el rumor en la escuela de que Bella era una bruja, y fue tanto el bullying que le hicieron a la pequeña, que Merlín tuvo que cambiarla de escuela.  Al año siguiente, Bella empezó a tener pesadillas en las noches, en donde veía las visiones catastróficas del fin del mundo. Las mismas visiones que Merlín había tenido hace siglos, y las había dibujado en la escuela cuando le pidieron en la clase de artes que dibujaran lo que quisieran.  La maestra se aterró, le mostró a la directora, y esta citó a Merlín y...a una psiquiatra infantil, y a una trabajadora social. Querían saber si Bella tenía algún tipo de trauma causado por...violencia doméstica.  Y así, casi cada año, Merlín tuvo que cambiar de escuela a su hija cuando las cosas se complicaban.  Y la cuestión solo empeoró cuando hace un año, ella empezó a tener pesadillas más recurrentes y gritaba casi todas las noches, no dejándolo dormir ni a él, ni a Jelena ni a Myrddion.  Habían tenido que recurrir a instancias mayores, y fueron los serafines los que con su poder angelical le dieron algo de paz a la niña, pero le hicieron la advertencia a Merlín de que su don, al igual que el de él, seguiría estando ahí de por vida.  Fue así que Bella creció siendo una niña muy introvertida, pero ante la más mínima ofensa, reaccionaba agresivamente, en parte porque su tío Vlad es una mala influencia que siempre le dice que no debe dejarse rebajar por nadie, y tal vez, solo tal vez, le había enseñado a pelear.  Pero todos esos problemas Bella los dejaba a un lado cuando estaba en la cancha. Era la mejor en cualquier equipo en el que jugara, con una capacidad innata de analizar muy bien las jugadas de las rivales, encontrar sus puntos débiles y usarlo en beneficio de su equipo, y tenía una velocidad  y una fuerza en las piernas que casi ninguna niña tenía a esa edad.  Merlín llegó a la recepción de la oficina del director, en donde vio a Bella sentada en una de las sillas frente al cubículo de la secretaria, con su chándal puesto del equipo de fútbol femenino infantil de la escuela, y el cabello cobrizo desgreñado. Un claro signo de haber tenido una pelea.  —Doctor McCartney —lo saludó la secretaria en un básico hebreo. Por sus rasgos y el hiyab que tenía puesto, Merlín supo que era de descendencia árabe —. Lamentamos tener que molestarlo, sabemos que es un hombre muy ocupado.  Aurelius McCartney. Esa era la identidad que le había conseguido Raquiel en Israel.  Merlín le dedicó una sonrisa comprensiva a la mujer, y volteó a mirar a su hija, que no fue capaz de sostenerle la mirada por mucho tiempo, sabiendo que en casa la esperaría un regaño.  Merlín ingresó a la oficina del director Mizrahi, que lo saludó afablemente, como cualquier director de una de las mejores escuelas privadas del país saludaría a un respetado médico cirujano.  —Lamento hacerlo venir, sé que usted es un hombre muy ocupado, doctor —dijo el israelí, tomando asiento. Merlín hizo lo mismo —, pero ya es la segunda vez en menos de tres meses que se presenta esta situación con Isabella. La primera vez no lo quisimos molestar a usted y llamamos a su esposa, pero en esta ocasión nos vimos obligados a acudir a usted porque...—mira con gravedad al galeno —porque lo de hoy sí que fue grave.  —¿Qué tan grave? —preguntó Merlín, en realidad no queriendo escuchar la respuesta.  —La otra niña resultó en el hospital. Está bien, pero con la nariz rota —respondió el director, y Merlín suspiró con pésame —. Los padres obviamente están más preocupados por el bienestar de su hija que en pensar en las cuestiones legales, pero no dudo en que no tardarán en pedirle a usted, como mínimo, una compensación económica —se reacomoda en su cómoda silla de escritorio —, pero bueno...eso no es el tema que quería tratar con usted, sino...  —Mi hija será corregida de la forma debida, y ese tipo de incidentes no se volverán a presentar —interrumpió Merlín, al leerle la mente al hombre.  El hombre de piel oscura sonrió un tanto nervioso, por la mirada tan seria de Merlín. Es el hijo de un demonio, por supuesto que podía intimidar a alguien con la mirada.  —Es una niña brillante —aseguró el director —. Primera en su clase, la mejor del equipo, ya varios ojeadores de la liga femenina de fútbol le están echando el ojo, sería una lástima que por problemas de comportamiento no pueda tener ese futuro prometedor que claramente puede llegar a tener.  —El problema de comportamiento lo tienen los otros niños que le dicen cosas hirientes a mi hija —replicó el mago, mirando amenazadoramente al director, haciéndolo sentir más nervioso de lo que ya estaba —. Si mal no recuerdo, el motivo porque el que usted tuvo que llamar a mi esposa hace tres meses, fue porque Bella reaccionó agresivamente cuando unos niños tomaron sus cuadernos y le escribieron con rotulador rojo en varias páginas la palabra “bruja” —arquea una ceja, y el director pareció dejar de respirar por un momento, como si algo o alguien lo estuviera asfixiando —, y si mal no recuerdo, esos niños resultaron impunes.  —Yo...no es que haya sido condescendientes con esos niños, claro que no —dijo el hombre, recuperando la respiración. Ya estaba sudando por los nervios —, pero...lamento tener que decírselo, doctor, pero...—aprieta los labios, sin saber cómo expresárselo de una manera en que no lo molestara —, la psicóloga de la escuela la ha tratado y...está muy preocupada, todos lo estamos, las cosas que le dice a estudiantes y profesores sobre cómo van a morir los asusta, y lo dice de una manera tan segura, tan seria, como...como si fuera un asesino en serie el que estuviera hablando y no ella —Merlín tuvo que contener sus ganas de causarle un derrame cerebral —. En fin...la psicóloga dice que lo mejor es que vaya a un psiquiatra infantil, la niña muestra claros signos de psicopatía y...  Merlín dio un puño sobre la mesa, tan fuerte, que atravesó la madera. El director dejó de hablar al instante.  El mago hizo un gran esfuerzo por controlarse. Él siempre había sido lento para la ira, pero cuando se trataba de su hija, no se podía contener.  Aceptaba que tal vez le dijeran “bruja”, porque después de todo, Merlín ya se había hecho a la idea de que los hijos que llegase a tener serían apodados así, pero no iba a tolerar que dijeran que es una psicópata, una antisocial, y una asesina en potencia, cuando claramente no es así.  —Me voy, director. Y mi hija no volverá a esta escuela —sentenció el galeno, saliendo de la oficina, alzando a su hija en brazos y llevándosela.  —¿Estoy castigada? —preguntó la pequeña, una vez estuvieron en la lujosa camioneta Range Rover de Merlín.  —¿Qué te dijo esa niña para que reaccionaras así? —preguntó él, mientras salía del estacionamiento.  —Lo mismo que me dicen todos —se cruza brazos, y se mira los botines llenos de tierra y un poco de césped —. Que soy una bruja que arderá en el infierno —frunce el hermoso ceño y se apoya en la ventanilla —. A veces quisiera tener tus poderes para darles una lección y mostrarles que en serio puedo llegar a ser una bruja.  —No digas esas cosas, Bella —la amonestó Merlín —. Yo nunca he usado mis poderes para la venganza, y créeme que a mí me dijeron cosas más hirientes cuando tenía tu edad, y la pasé mucho peor que tú.  —Pero, aun así, si en serio fuese una bruja, los niños malos me temerían y me respetarían —insistió la nena, y soltó un sollozo que le dolió a Merlín en el alma —, ¿por qué tuve que nacer así, papi? ¿Por qué tengo este don? Veo cosas muy horribles.  Llegaron a casa. Una bonita mansión inteligente de 750 metros cuadrados, en una villa que tenía una gran piscina, una zona que Arturo y Myrddion utilizaban para entrenar, seis suites, un gimnasio, una cómoda oficina con biblioteca y una sala de cine.  Bella entró directamente a su habitación, haciendo mala cara, sin saludar a nadie, ni siquiera a Kira, que la esperaba con ansías en la puerta.  No era la misma Kira que Merlín y Jelena habían comprado en su primer año de matrimonio. Esa Kira había muerto hace seis años, y fue doloroso para toda la familia. Incluso Ethan se puso triste apenas Merlín le comunicó la noticia; y no evitaron comprar una perrita de la misma r**a, y llamarla igual.  Ahora tiene tres años y es más activa que la anterior Kira, tanto, que hizo alguno que otro estrago en la casa cuando todavía era una cachorra, y ha sido un gran apoyo para Bella, su única amiga.  Merlín resopló con tristeza al ver a su hija irse a su habitación, y volteó a mirar hacia el patio de entrenamiento.  Arturo entrenaba a Myrddion, como hacía todas las tardes desde que el muchacho alcanzó la edad en la que ya podía sostener una espada sin caerse de espaldas cuando la alzaba.  Aunque Arturo ya había alcanzado los 50 años, seguía estando regio, con un buen físico, el suficiente para lograr vencer a Myrddion en casi todos sus enfrentamientos.  Lucifer había iniciado con el entrenamiento de su nieto cuando este tenía unos escasos diez años, pero obviamente no había podido enseñarle todavía a luchar. Lo había enseñado a tener equilibrio, conectarse con su cuerpo y concentrarse.  Raziel lo ha instruido en los temas de angelología y demonología, y Arturo lo está entrenando para ser el caballero ideal. No había nadie mejor para entrenar a Myrddion que un humano común y corriente, teniendo en cuenta que Myrddion no tiene el mismo físico de los nefilim. Tiene la misma fuerza de un humano común, aunque sus movimientos son un poco más rápidos.  En esa ocasión, Arturo le estaba enseñando al muchacho cómo usar un escudo no solo como defensa, sino también como un arma.   Merlín se acercó al patio, mirando con orgullo aquella escena. Él nunca se había imaginado que Arturo llegase a entrenar a un hijo suyo.  Merlín había pasado de ser el maestro de Arturo, a Arturo ser el maestro del hijo de Merlín. ¿Alcanzaría Arturo a entrenar a los dos niños que pronto nacerían? Eso el mago no lo sabía. Su amigo ya tenía 50 años, y si bien sigue estando regio, la verdad era que a los mortales cualquier cosa podría matarlos, desde un accidente en auto, hasta una enfermedad.  Los dos varones rubios se dieron cuenta de la presencia del mago, y lo saludaron con la mano.  Merlín intentó devolverles el saludo con una sonrisa, pero no le salió. Arturo supo de inmediato que algo sucedía, se conocía a su primo como a la palma de su mano, pero no quiso pausar su entrenamiento a Myrddion y siguió corrigiéndole las posturas.  No fue sino hasta hora y media después, cuando el tiempo de entrenamiento llegó a su fin y Myrddion fue a su habitación a darse una ducha, que Arturo fue a la cocina, en donde vio a Merlín bebiéndose una botella de cerveza, de esas que había ocultado muy bien para que Myrddion no pudiera siquiera mirarlas.  —Es Bella de nuevo, ¿verdad? —preguntó el antiguo rey, sentándose en una de las butacas de la barra americana de la cocina.  Merlín asintió y le dio un largo sorbo a la cerveza. El alcohol del mundo mortal no lo podía embriagar, pero quería creer en esos momentos que sí.  —Si mi hija hubiera nacido en nuestra época, ya la hubieran quemado junto a otras mujeres en la hoguera —dijo Merlín, haciendo una mueca al recordar esa oscura época en donde varias mujeres eruditas, incluyendo la sabia mujer que lo había instruido en las artes de la medicina cuando era tan solo un niño, fueron quemadas por ser consideradas herejes —, y ella ni siquiera lo es, ¿te imaginas entonces lo que sufrirán mis hijos de sangre? En especial Ivanna.  Ivanna Merlina y Damien Arturo. Así se llamarían los hijos que Merlín y Jelena verían en poco más de una semana, según los cálculos del tiempo de parto.  Jelena insistió en que sus hijos debían tener sí o sí nombres rusos, y fue ella la que los escogió, y dio la libertad a Merlín de escoger los segundos nombres.   Ivanna significa “Dios misericordioso”, y Damien “domador”.   Fue obvio que Jelena había escogido el nombre de su hija en agradecimiento a Jehová por tantos milagros que había hecho en su vida, y quería rendirle un tributo con los frutos de sus entrañas. Porque si Jehová no hubiera salvado a Merlín cuando estuvo a punto de morir, ella no podría estar hoy con la dicha de estar a punto de dar a luz, al fin, a los frutos de su amor con Merlín.  Y Merlín también estaba muy agradecido con Jehová por permitirle esta vida, en donde al fin era feliz después de tanto sufrimiento, pero...temía que sus hijos sufrieran lo mismo que él, y lo que estaba sufriendo Bella, que aunque es una mortal, tiene su mismo don.  Y si Bella es tan discriminada por un don, no se imaginaba cómo sería el caso de sus hijos, que nacerían con sus mismos poderes mágicos, aunque claro, deberían ocultarlos si vivirían en este mundo.  Y considerando que este es un mundo machista, sería Ivanna la que llevaría del bulto, y muy posiblemente también sería llamada “bruja”.  —Estos son tiempos diferentes, Merlín. No van a quemar a tus hijas por...ser diferentes a las demás —dijo Arturo, que estuvo a punto de decirles también “brujas”, pero no a manera de insulto —, y opino que, en vez de ofenderte porque les digan “brujas”, les deberías enseñar a ser unas de verdad, justo hablaba con Myrddion de eso hoy mientras calentábamos.  Merlín soltó un bufido y abrió otra botella de cerveza. Arturo sabía que él iba a reaccionar así. Lo conocía taaaan bien...  —A lo que quiero llegar es que...no debes transmitirles tus inseguridades y temores a tus hijos, ¡eres el puñetero mago Merlín! —hace un dramático gesto con su mano, señalando a su amigo — Es apenas obvio que tus hijos sean magos, brujas...  —Hay una diferencia muy grande entre mago y brujo —le recordó Merlín, señalándolo con la botella de cerveza alemana —, los segundos practican la magia negra.  —¿Y tú no lo has hecho alguna vez? —inquirió Arturo, enarcándole una rubia ceja, y Merlín rodó los ojos.  —Solo lo hice en unas cuantas ocasiones, y fue en defensa propia.  —Como sea, ya me voy —dijo Arturo, mirando la hora en su reloj de muñeca —. Deberías ir a ver a tu esposa, lleva en el gimnasio toda la tarde, no sé qué tan recomendable sea eso para una mujer que está a nada de parir.  Merlín, que hacía rato ya se había quitado la chaqueta y la corbata, fue al gimnasio de la casa, y encontró a Jelena sentada sobre la pelota de pilates, haciendo los ejercicios que tanto eran recomendados a las embarazadas para reducir los dolores de espalda, e ir acomodando la pelvis para que los bebés adquirieran una buena posición en el parto.  Tenía puestos unos leggins deportivos y un top que casi que no daba para sostener esos grandes senos llenos de leche, y su barriga ya parecía a punto de explotar.  Jelena paró con sus suaves ejercicios apenas sintió las fuertes patadas de sus bebés, que habían sentido la presencia de su papi y estaban emocionados.  La azabache sonrió, y Merlín se acercó para ayudarla a ponerse en pie.  Jelena hizo una mueca al sentir aquel punzante dolor en las rodillas, que se extendió hasta sus pies hinchados.  Jelena había sufrido en las últimas dos semanas. Con el peso de los bebés, y los efectos de por sí normales que causaba cualquier embarazo, se sentía...fea. No se sentía atractiva para Merlín, y ya que el tamaño de su panza y el cansancio le imposibilitaba tener sexo con él, eso solo la hacía sentirse más sensible y llorona.  Pero lo que no sabía Jelena en esos momentos, es que Merlín estaba haciendo un gran esfuerzo para que su virilidad no se endureciera y se le notara en los pantalones.  Verla con ese top deportivo, cuya tela se tensaba ante las lechosas tetas que parecían de muñequita Hentai, ponía a limite a Merlín. Por supuesto que se imaginó siendo asfixiado por esas dos sandias, y sí que pensaba divertirse esa noche con ellas, pero...ahora había temas más importantes que tratar.  —Hola mi amor —saludó Merlín a su esposa, dándole un tierno beso en los labios —. ¿Qué tal todo?  —Con un dolor de espalda que me tiene al límite, y con las hormonas al mil, gracias a ti —señaló la entrepierna de su marido, y este se sonrojó —, es que justo tuviste que cargarte dos bendiciones de una vez...  —Lo de los gemelos de hecho viene en tu código genético, ya que al tu madre haber tenido gemelos, por supuesto que era probable que tú los tuvieras también —se defendió Merlín, mostrando las palmas de sus manos —, así que culpa mía no es.  Jelena rodó los ojos, como solo ella y Vlad sabían hacer, y replicó:  —Te recuerdo que yo quería esperarme hasta la boda, y que de hecho fui yo la que tuvo la idea de dormir en habitaciones separadas, pero...  —Pero las cosas se descontrolaron en la cocina —completó él por ella, fingiendo cara de niño inocente —. Si no te hubieras puesto ese sensual negliglé, tal vez me hubiera controlado...  Jelena volvió a rodar los ojos, pero se empinó para darle otro beso a su marido, esta vez uno más pasional. Lamentablemente, el tamaño de su barrigón impedía poder darle un abrazo y encaramarse a él como tanto le gustaba hacer cuando lo besaba.  Pasarían meses para que pudieran volver a tener momentos ardientes, porque aunque la v****a de ella se recuperara del parto en cuestión de días, no es que sea fácil hacer vida marital con unos recién nacidos llorones y hambrientos.  —Te llamaron de la escuela de Bella, ¿verdad? —preguntó ella, y él asintió. La tristeza en sus ojos fue evidente —. Supongo que fue por lo mismo de siempre.  —No quiero preocuparte con eso estando tan cerca el gran día, pero...—acarició la panza, y sintió también la tristeza de sus hijos, que habían dejado de patear hace unos segundos. Era como si los bebitos se sintieran mal por su hermanita —, pero creo que deberemos tomar acciones.  —¿Y cuáles serán? —preguntó ella, pero ya se imaginaba qué podría ser.  —Continuará su educación en casa. No puede seguir yendo a la escuela —propuso él, y sintió una patadita. Uno de sus hijos estaba de acuerdo con eso, pero el otro no, y lo demostró dando una patada rabiosa —. Apuesto a que ese fue Damien.  —Supongo que será él el que heredará mi carácter —dijo ella, sonriendo, apoyando su mano sobre la que Merlín tenía en su panza —, y si llega a ser tan tremendo como yo, estoy segurísima de que te dará muchos dolores de cabeza.  —Dios me dé paciencia —murmuró Merlín, inclinándose para dar un dulce beso a su esposa —. ¿Quieres hablar con Bella?  —Ella querrá estar sola —dijo Jelena, triste al imaginarse por lo que estaba pasando su hija, pero sonrió al imaginarse la razón que la contentaría —, o bueno...tal vez reciba a Myrddion en su cuarto, ya sabes cómo son ellos.  —Sí...se juntan y se encierran en su burbujita. Viven en su propio mundo —confirmó Merlín, también en una sonrisa —. Pero claro que tendremos que hablar con nuestra hija mañana. No puedo permitir que golpee a alguien cada vez que se sienta ofendida.  Y mientras la pareja discutía sobre otras cosas menos relevantes, y se daba alguno que otro cariñito, Myrddion tomaba su relajante baño.  Últimamente, para matar tiempo y no sentirse aburrido por no estar haciendo casi nada, se demoraba haciendo las tareas más básicas, tales como bañarse.  No se daba duchas rápidas, sino que llenaba la tina, le aplicaba aceites esenciales hasta hacer burbujear el agua, se ponía sus Airpods en donde escuchaba su música favorita, se recostaba en la tina y...dejaba que el tiempo pasara.  Incluso se depilaba las piernas, para ocuparse en algo. Desde pequeño, había visto a su padre sin un solo vello corporal, así que le había heredado en algo su obsesión por verse estéticamente perfecto.  Diferente a su padrastro Merlín, que parecía un oso. Pero Myrddion admitía que a Merlín le lucía el vello corporal, y mucho. Lo hacía ver...masculino.  Myrddion no se sentía masculino. Si bien es la viva estampa de Alec, la poca genética angelical que había heredado de su madre lo hacía tener un rostro casi femenino, pero hace rato que le había dejado de importar de a mucho lo que pensaran las chicas sobre él al verlo, porque...porque para Eirwen era perfecto. Ella se había enamorado de su alma, no de su físico.   Y él...bueno, se había enamorado de ella por las dos cosas. Primero que todo, por su alma pura, y segundo pero no menos importante, su extrema belleza.  Myrddion intentó recordar cuándo fue que se enamoró de Eirwen.  Prácticamente desde pequeño. Se conocen desde que estaban en pañales, y fue algo que simplemente nació, un amor infantil e inocente.  Y por más inocente que fuera ese enamoramiento, y por más que Myrddion trataba de no pensar en Eirwen de manera indecente, nada podía contra sus impulsos apenas normales de un varón adolescente.  Su mano bajó lentamente por su abdomen y llegó a su duro pene. Cerró los ojos y se ordeñó con fuerza mientras se imaginaba el perfecto cuerpo de Eirwen cabalgándolo, mamándole los generosos senos de pezones rosados. No sabía si Eirwen tenía pezones rosados, pero así se los imaginaba, porque todo en ella era perfecto, hasta los pies los tenía bonitos.  Debió haberla besado con más pasión en la piscina aquella vez, debió haberla apretado más contra su cuerpo, debió haberse restregado contra ella hasta hacerla gemir de placer, debió...  Se corrió en un ronco gemido, sintiendo esa oleada de placer que le hizo expulsar un gran chorro blanco que se diluyó en el agua de la tina.   Apenas se recuperó del orgasmo se sintió...culpable. Sí, se sentía culpable no solo por haber pensado en Eirwen de esa manera, sino porque consideraba el solo hecho de masturbarse como algo muy pecaminoso.  Myrddion se consideraba el cristiano ideal. Va a la iglesia incluso entre semana, canta en el grupo de alabanza, ayuda en todo lo que puede en la iglesia, lee la biblia todas las noches y no se olvida de orar antes de dormir.  No fuma, no bebe, no sale de fiesta, es virgen...su tío Vlad a veces bromea diciendo que debería reemplazarlo como el príncipe del Tercer Cielo.   Y contrario a lo que muchos podrían creer, el que lo acercó a las cosas de Dios fue su abuelo materno. Lucifer, el mismísimo diablo.  Fue él el que le regaló su primera biblia y le enseñó a leerla e interpretarla. Fue él el que le enseñó todo lo relacionado con teología, angelología, demonología...Raziel simplemente lo estaba puliendo en algunas cosas, pero ya la mayoría se las había enseñado su abuelo.  Myrddion recordaba una ocasión en casa de su abuelo, cuando tenía apenas 10 años y leyó un versículo en donde hablaban de...Satanás. Uno de tantos versículos.  —¿Por qué hablan tan mal de ti en la biblia? —le había preguntado un inocente Myrddion a su abuelo, que estaba sentado al otro lado de la mesa, bebiendo un vaso de whisky, como solía hacer siempre.   —Porque soy malo —respondió el demonio con sinceridad. Sería mejor que su nieto supiera la verdad desde pequeño así sufriera un poco, y no que se llevara una gran decepción cuando grande.  —¿Qué tan malo? —preguntó Myrddion, curioso.  —Causé una gran guerra en el Tercer Cielo, poniendo en contra a hermanos contra hermanos —respondió el demonio, haciendo tintinear los hielos —. Sembré la iniquidad en los corazones de los hombres, creé las peores enfermedades que han azotado a la humanidad en mis laboratorios infernales, incité a guerras...—torció su gesto, al recordar las miles de veces que Vlad le sacó en cara eso —fui desterrado de casa, abandonado por mi propio padre, tratado como la peor escoria en todos estos eones —volvió a mirar a su nieto, que había quedado en shock, y le sonrió con ternura —, pero ahora todo está bien en mi vida, con mis hijos y mi adorado nieto.  Myrddion tenía mucho por procesar y entender, pero lo único que le importaba en ese momento es que...tiene un abuelo que lo adora.   —Ven aquí, pequeño diablillo —le dijo Lucifer, y el chiquillo corrió a sentarse en el regazo de su abuelo. Abrazó por la cintura a su nieto y le dio un beso en la rubia cabeza —. Por lo que más quieras, Myr, no te apartes de los caminos de Dios.  El recuerdo se esfumó tan rápido como los restos de su orgasmo, y Myrddion le subió el volumen a la música. Le daba tristeza pensar en su abuelo.  Recordó aquel día en que su madre, con los ojos hinchados de tanto llorar, le dijo que no volvería a ver a su abuelo en quién sabe cuánto tiempo.  Myrddion se deprimió hasta el punto de haber descuidado las cosas de la escuela y su salud misma. Tuvo que ser llevado al Tercer Cielo para que sus tíos arcángeles lo sacaran de su estado de shock con medicina angelical.  Fue muy consentido por sus tíos Gabriel y Rafael, el primero siendo el experto con los pequeños. Mientras que Miguel fue un poco más distante, pero siempre estuvo ahí, al menos asegurándose de que comiera.  —No parece nieto de Lucifer, ni hijo de Jelena —escuchó el murmullo de Gabriel, en una ocasión en que creyeron que ya estaba dormido.   Los tres arcángeles estaban en su recamara. La que había sido de Lucifer, y en la que ahora se estaba quedando él. Estaban guardando su sueño, ya que el inocente niño les pidió que se quedaran con él un rato, porque se supone que eso hacían los ángeles.  —Y no es que esté diciendo que Jelena tenga algo de malo, antes de que me partas un ala —completó Gabriel, mirando con temor a un serio Miguel.  —Salió a su familia humana, supongo —comentó Rafael, acariciando la rubia cabeza del pequeño —. Todavía quedan humanos buenos.  —Él será nuestro príncipe —reveló Gabriel, observando con esperanza al chiquillo rubio —. Vlad solo le está allanando el camino, pero es Myrddion quien está destinado a llevar definitivamente la corona del principado.  —¿Qué más has visto de él, mi revelador hermano? —preguntó Rafael, intrigado.  —Será inmortal —respondió Gabriel —, y también lo será su princesa.  —¿Y quién será esa princesa? —preguntó Miguel, pero justo en ese momento, Myrddion se quedó dormido.   
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