Islas feéricas del Norte.
Hace un milenio atrás...
El fuerte sonido de una bala de cañón impactando contra el puerto de la isla, irrumpió con la tranquilidad nocturna de la tribu de lord Marker.
—¿Qué sucede? —preguntó Marker, saliendo de inmediato de su habitación, aun con sus ropas de dormir, seguido por su comandante.
—Son barcos, señor. Barcos muy grandes y muy armados —respondió el comandante, con un evidente temor en sus ojos y en su voz.
—Solamente un reino tiene barcos de ese tipo —respondió el lord hada, con el rostro crispado por el odio —. Mentholia.
—¿Qué hacemos, señor? —preguntó uno de los generales del ejército.
—Que todo el ejército se reúna en el puerto, no los podemos dejar pasar de allí —ordenó Marker, llegando al balcón de ese piso del palacio, que tenía una buena panorámica de la costa, y en efecto ver desde allí a los más de cuarenta barcos que se acercaban, lanzando sus cañones y arrasando con todo —. Mentholia ya ha conquistado casi todos los territorios del norte, pero no podrán con nosotros —desenvaina su espada —. Miserables brujos, y miserable rey Edward.
Los sonidos de los cañones impactando, el fuego consumiendo las casas, los gritos de las mujeres..., todo eso era música para los oídos de los hombres que estaban en aquellos barcos celebrando una inminente conquista.
Tenían listas sus armas forjadas con hierro encantado para someter a las hadas, ya todo estaba preparado para conquistar un territorio más y así extender aún más el poderío de los hombres en el mundo mágico, cuando hasta hace unos pocos siglos habían sido la especie más azotada por la violencia de las hadas, la especie predominante. Ahora, los papeles se habían invertido, y eran los hombres los más temidos.
En tierra, las hadas ya se estaban preparando para defenderse con todo. Todos los varones se habían unido para el contraataque, incluyendo al Círculo de Cazadores, comandado por un joven elfo llamado Orkur, que había crecido en una isla desconocida pero que llegó a aquel territorio a terminar su formación como cazador.
—Los elfos de la tribu de lord Kariall vienen en camino, los alerté tocando el cuerno de los cazadores —le dijo Orkur al comandante del ejército fae —. Los cazadores tenemos las mejores armas contra los humanos, podremos con ellos.
El ejército de hadas y elfos se fue engrosando, pero nada podían hacer con las balas que caían y caían en el puerto, arrasando con muchos soldados.
Los arqueros lanzaron sus flechas, logrando darles a varios hombres en los barcos, pero sabían que no era suficiente. Se acercaban al puerto y poco podrían hacer si venían armados con hierro encantado.
Pero se escuchó el fuerte rugido de una bestia en los cielos, y cuando todos en tierra levantaron sus cabezas, vieron a un dragón n***o acercarse, no tan grande como los que habían exterminado islas enteras, pero lo suficientemente peligroso como para asustarlos a todos.
—Ahora para colmo de males, llega un dragón —masculló Orkur, levantando en el aire su lanza de cazador, un gesto que indicaba a todos los cazadores que debían estar preparados —¡Cazadores! ¡A sus posiciones!
Los cazadores alistaron las armas con las que solían atacar a los dragones. Lanzas y flechas mágicas, forjadas con el aliento de un dragón capturado, y unas redes listas para someter a la gran bestia alada.
Pero el dragón no se enfocó en los varones en tierra, sino en los barcos. Voló sobre ellos a gran velocidad y soltó llamaradas de fuego que quemaron a varias embarcaciones y a sus tripulantes.
Pero uno de los barcos de Mentholia había logrado llegar a puerto antes del ataque del dragón, aprovechando el despiste de las hadas y elfos, que estaban alertas por si el dragón los atacaba a ellos. Los soldados humanos corrieron con sigilo y empezaron a cortar cabezas a diestra y siniestra, y fue así como se formó una sangrienta batalla en el puerto, mientras que en el mar los hombres se tiraban de los barcos para intentar sobrevivir al ataque del dragón.
Orkur peleaba contra un guerrero humano con escudo y espada, y claramente Orkur estaba teniendo la ventaja por su fuerza élfica, pero no contó con que el mentholiano tenía polvo de yorik. Una planta venenosa para los elfos.
El hombre le lanzó una buena cantidad de polvo a Orkur en la cara, y este sintió cómo se ahogaba y cayó de rodillas. El mentholiano sonrió con malicia y levantó su espada, listo para acabar con Orkur, pero el dragón pasó por encima de ellos, tan cerca, que el hibrido pudo notar que había un hombre montado en el lomo del dragón, domándolo.
El varón que estaba domando a la bestia apuntó con su ballesta y con un disparo certero, hizo que el mentholiano que estuvo a punto de matar a Orkur cayera muerto al suelo, con una flecha atravesando su cabeza.
Los pocos barcos que habían sobrevivido al ataque del dragón retrocedieron para nunca jamás volver, y los pocos mentholianos que habían logrado llegar a tierra, fueron asesinados. Las hadas y los elfos no perdonaban nada.
El dragón aterrizó con suavidad, un claro signo de que no deseaba atacar aquel reino, y su domador se bajó, saltando con elegancia.
A medida que se fue acercando, Orkur pudo notar que aquel varón tenía la misma vestimenta que los cazadores humanos del continente occidental. Capa negra, abrochada en el cuello con el medallón plateado del símbolo del Círculo, vestimentas igual de oscuras, y armado hasta los dientes. Dagas amarradas por cinturones a sus muslos, la ballesta colgándole de la espalda en medio de dos sables medianos que formaban una X, y un cinturón con todo un arsenal de pócimas y polvos mágicos.
Tenía puesta la capucha de la capa, así que nadie pudo ver su rostro de buenas a primeras, pero estaba claro que era un hombre, así que todos los elfos y hadas le apuntaron con sus arcos.
—Los he salvado de una conquista por parte de Mentholia, ¿y así me reciben? —habló el hombre, que por su voz se notaba que era alguien joven.
—Déjanos ver tu rostro al menos —dijo Orkur, haciendo un gesto con la mano para instar a sus colegas cazadores de que bajaran sus armas, y así lo hicieron.
Los demás soldados también bajaron las armas, asustados por el gruñido del dragón, que aunque se mantenía a una distancia prudencial, estaba muy al pendiente de los movimientos de su amo.
El hombre caminó hasta estar en medio de la multitud de soldados y cazadores, y bajó su capucha, dejando ver un rostro joven y hermoso, con unos ojos ámbar que parecían brillar en la oscuridad, y una caballera negra casi azulada recogida en una trenza.
—¿Quién eres? —preguntó uno de los generales del ejército élfico.
—Soy Oslakit Ganger, cazador de occidente —respondió, y uno de los capitanes hada le volvió a apuntar con su flecha.
—Es de Emrystiel, he oído hablar de él por parte de los comerciantes del continente —dijo el hada, tensando más su arco —. Trabaja para la dinastía Waldermon, que no son muy diferentes a los Carlion y su sed de poder.
—No trabajo para nadie —respondió Oslakit, manteniendo la calma, y el dragón volvió a gruñir, esta vez un poco más fuerte, y el arquero hada casi se orina en los pantalones y guardó su flecha —, además...todos aquí deben saber que Emrystiel y Mentholia son reinos enemigos, y ya que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, ustedes deberían recibirme con más cordialidad.
—Es cierto —acotó Orkur, acercándose al hombre —. Me salvaste la vida, y la de todos aquí —señala hacia la aldea, queriendo así abarcar a todo el reino —. Disculpa que seamos tan irrespetuosos, respetado cazador, pero somos muy desconfiados cuando de hombres se trata.
—Y no los culpo por eso —dijo Oslakit, palpándose el plano abdomen —. Creo que un guiso de calabaza me hará bien.
Y mientras el cazador humano era conducido al castillo de lord Marker, Orkur caminaba a su lado, frotándose la cara, que había quedado afectada por el polvo de yorik. Oslakit entonces sacó uno de los tantos frascos pequeños que cargaba en su cinturón y se lo tendió a Orkur.
—Tengo amigos elfos que son sanadores, aprendí de ellos a preparar brebajes que contrarrestan los efectos del yorik —explicó el hombre, y el hibrido le recibió el frasco, y se echó el líquido en la cara. El malestar pasó de inmediato.
—Gracias. Ya te debo dos —dijo Orkur.
El mago cazador fue atendido como un rey. Le sirvieron los mejores platos, y es que era lo menos que podían hacer por alguien que había salvado a todo un reino de una sanguinaria conquista.
—Entonces... ¿no fuiste enviado por el rey Waldermon? —preguntó Marker, y Oslakit negó con la cabeza mientras chupaba un hueso de res.
—Soy como un lobo solitario —dijo el hombre, bebiendo de su copa de vino —. Trabajo solo.
—Eso he escuchado —dijo lord Hanikan, el líder de otra tribu élfica de las islas vecinas —. Los comerciantes elfos del continente occidental hablan mucho de ti, dicen que eres un domador de dragones.
—Algo que creo que ya confirmé hace un rato —dijo Oslakit, sonriendo con orgullo, acomodándose con relajo en la silla —. Empecé cazando quimeras y ogros en la frontera sur de mi reino, pero me cansé y quise buscar aventuras fuera del continente —tomó un pequeño hueso afilado para sacarse la suciedad de entre los dientes —, me gano el pan de cada día salvando a pueblos indefensos de bestia, como el de ustedes, pero en esta ocasión tuve que salvarlos de mí misma especie, lo cual no me sorprende —prueba uno de los exquisitos postres que le sirvieron —, espero que esto no tenga dulce feérico, una de mis amigas hadas, Mathila, casi me mata con un postre.
—Entonces eres un caza fortunas —indagó otro de los lores, y Oslakit le sonrió ladinamente.
—Solo hago mi trabajo, así como ustedes se dedican a robarse el dinero del pueblo.
Orkur no pudo estar más de acuerdo con eso último. Si bien él es un príncipe (algo que nadie fuera de Evelon sabía), es consciente de que los monarcas y lideres de tribus tienen una dudosa moralidad.
—Pues...recompensarte por haber salvado a este reino de una desgracia es lo menos que podemos hacer por ti —dijo Marker —. Dime, ¿qué deseas, joven cazador?
Oslakit se quedó pensando por un buen rato, entrecerrando los ojos ambarinos y sobándose la lampiña barbilla.
—Cincuenta monedas de oro serán suficientes, y...—sonríe con malicia —una noche con las damas más sensuales de su reino.
Orkur rodó los ojos, no sorprendiéndole para nada que un humano pidiera esas dos cosas, en especial la segunda.
El cazador humano tuvo lo que quiso. Su oro, y sus amantes de una sola noche, a las cuales tuvo que dejar muy temprano a la mañana siguiente, porque le urgía salir de esa isla antes de que su dragón se impacientara e hiciera algún estrago.
Y fue así que mientras el mago cazador alistaba su poco equipaje, asegurando muy bien el saco de monedas de oro en su mochila, Orkur se le acercó, ofreciéndole una taza de cocoa caliente.
—Creo que eres el único elfo que ha sido amable conmigo —dijo el hombre, recibiéndole con gusto la bebida.
—Es lo menos que puedo hacer, me salvaste la vida —dijo el mestizo, viendo el medallón de cazador de su salvador —. Entonces eres un lobo solitario.
—Sí, se me da mejor trabajar solo —sopla un poco la humeante bebida y le da un sorbo. Suelta un sonidito de placer al encantarle la bebida —. Siempre me ha encantado todo lo que sea preparado por los elfos.
—Quería agradecerte formalmente, mi respetado colega —dijo Orkur al fin, tendiéndole la mano al mago —, si bien nuestras especies siempre han estado enemistadas, eso no es óbice para que yo reconozca que me has salvado la vida, y que estaré en deuda contigo por siempre.
Oslakit le estrechó la mano y le sonrió cordialmente, para después terminar de beber su cocoa antes de partir.
—¿Te volveré a ver? —preguntó el medio elfo, y el hombre negó con la cabeza.
—No lo creo. Viajo mucho, no me quedo en un solo lugar, y rara vez me quedo en mi reino por una temporada larga —respondió, colgándose la mochila de viaje en la espalda —. La única manera en que deje este estilo de vida, sería teniendo una familia, algo que claramente no quiero —da un silbido, y Orkur ve con algo de temor cómo el dragón n***o se acerca a ellos —. Eso de tener una esposa e hijos no es lo mío.
Isla de Evelon
Época actual.
Tras una semana en que Edgrev duró en Emrystiel por el cumpleaños de Dorev y queriendo pasar un tiempo con su familia, fue transportado por Vlad de vuelta a Evelon, su hogar.
No es que Edgrev no considerara a Emrystiel como su hogar, por supuesto que lo hacía, a pesar de que no es un reino de hadas. Creció allí y su corazón siempre estaría allí, pero ahora tiene una familia en Evelon.
Cruzó las puertas del palacio real, y caballeros y sirvientes lo saludaron haciendo profundas reverencias, como si fuera el príncipe de ese reino, y es que para los ojos de todo el pueblo de Evelon, lo es.
Su relación con el príncipe Gwyllion fue pública desde el principio, y los reyes de por sí ya habían acogido a Edgrev como un integrante de la familia, concediéndole el título de conde, título que los monarcas utilizaban para mostrarle su gratitud a sus amigos más allegados que no fueran de la realeza y/o que no tuvieran sangre noble, y poderles dar un mayor estatus en la sociedad, dándoles también propiedades para administrar.
Incluso le habían dado a Edgrev una hermosa propiedad en el campo, para que pudiera tener algo de privacidad con su hijo y no estuvieran bajo las miradas constantes de los cortesanos, pero Edgrev no había sido capaz de irse, por una razón que tiene nombres y apellidos.
Gwyllion Hagnoriw, príncipe heredero de Evelon. Ese era el motivo por el que Edgrev no se había ido del palacio real, y por el que había aceptado seguir las costumbres cortesanas, cuando eso nunca le había gustado en Emrystiel, en donde prefería salir a cazar monstruos.
Gwyll tenía tal vez la sangre más mestiza entre todos los mestizos de la isla. Su padre, el rey Orkur, es hibrido entre humana y elfo, y su madre, la reina Mab, nació de la unión entre elfo y ninfa. Lo que hace que Gwyll tenga cosas de las tres especies. Se le puede considerar un tri-hibrido, como lo es Eirwen.
Gwyll tenía la belleza de las ninfas, con un rostro de facciones finas y belleza exótica, el sedoso cabello n***o de los elfos y sus orejas puntiagudas, pero...tenía la contextura física de un humano. Espalda ancha, abultados músculos y vello corporal. Y también el olor corporal de los humanos.
Edgrev había detestado el olor de los humanos en sus primeros años viviendo en Emrystiel; para las hadas no hay un peor olor que ese, les causaba repulsión...pero Edgrev se terminó acostumbrando, y ahora dicho olor se le hacía delicioso, empezando porque su hijo también huele así.
Ensanchó sus fosas nasales para percibir por medio de su olfato si Eridan estaba cerca, pero conociéndoselo, estaría en el puerto con otros niños con sangre de hada, saltando entre los barcos y jugando a que eran infantes de marina enfrentando a piratas.
Si algo tenía Eridan de hada, era la velocidad y la fuerza descomunal de las hadas, y lo que más le gustaba era poder saltar muy alto, lo cual le había costado muchos raspones de rodilla en todos estos años, y unas cuantas fracturas que sanaron rápido gracias a su sangre feérica.
Edgrev entonces percibió un olor que le hizo esbozar una sonrisa al instante. El olor de su amado.
Gwyll bajó las escaleras, seguido de su séquito de secretarios reales y sirvientes, quienes le recordaban los deberes de ese día, y, como de costumbre, no estaba vestido como alguien de la realeza sino como un cazador. Sí, Gwyll es el líder del Círculo de Cazadores de Evelon, como lo fue su padre hace siglos.
Evelon, a pesar de ser una isla invisible a los ojos indeseados, no se salvaba de ser víctima de bestias merodeadoras, y correspondía al Círculo de Cazadores mantener a la isla a salvo de esos no-invitados.
Edgrev sonrió como un idiota al ver a su pareja. Gwyll le devolvió la sonrisa y corrió hacia él, lo alzó en volandas, y se besaron tiernamente mientras Gwyll le daba vueltas.
Los sirvientes que estaban cerca y presenciaron aquel momento, suspiraron. Para todos en aquel reino, no podía haber una pareja más perfecta.
El príncipe Gwyllion, el primogénito del rey Orkur y la reina Mab, tenía 650 años de edad, y en todo ese tiempo no había tenido una pareja seria. Tuvo amantes por montones, claro que sí, tanto varones como féminas, pero había caído irremediablemente enamorado de ese joven hada que llegó a la isla hace ocho años, embarazado, y buscando quien lo ayudara.
Prácticamente había sido un enamoramiento a primera vista, al menos para Gwyll.
Recordaba aquel día en que Edgrev llegó al castillo como si fuera ayer. Fue un aldeano el que le llevó la noticia a la familia real de que a su casa había llegado un hada primitiva, con un claro aspecto de ser un príncipe, y con un olor que delataba su embarazo.
El rey Orkur ordenó de inmediato que llevaran a Edgrev al palacio. Las hadas como Edgrev, que siendo varones podían quedar embarazados, siempre habían sido tratados en la cultura de Evelon como unos tesoros, y casi que como a unos dioses.
Y cuando Orkur se enteró que el joven príncipe es hijo adoptivo del rey de Emrystiel, Marco Ganger, con mayor razón le ofreció su protección. Siempre se sentiría en deuda con el cazador que le salvó la vida, y tenía la conciencia tranquila si podía saldar esa deuda ayudando a su nieto hada.
—¿Me extrañaste? —preguntó Edgrev, mientras que Gwyll lo bajaba con delicadeza al suelo.
—Una semana sin ti se siente como un siglo — respondió, dándole otro beso en los labios, esta vez más pasional, y le susurra al oído —: y sabes cómo es mi apetito s****l.
Edgrev se sonrojó y le dio un codazo juguetón. Por supuesto que sabía que para Gwyll una semana sin sexo es un martirio. Y, a decir verdad, para Edgrev también lo es.
—Eridan no está por aquí, ¿verdad? —preguntó el hada, percibiendo el olor de excitación en Gwyll y se aferró al cuello de su chaleco.
—Está en el muelle brincoteando, sabes cómo es —respondió el mestizo, importándole poco que hubiera sirvientes cerca, y rodeó con sus musculosos brazos la cintura del hada y lo pegó a su cuerpo, mordiéndole una puntiaguda oreja. Edgrev soltó un jadeo ante eso —. Quiero hacerte el amor, ahora.
Edgrev se estremeció, sintiéndose también excitado. Ese era el efecto que causaba Gwyll en él. Lograba prenderlo a mil con tan solo unas palabras.
Corrieron como dos jovencitos traviesos a la recamara que ambos compartían desde que formalizaron su relación hace siete años, y apenas cerraron las puertas tras de sí, se desvistieron mientras se comían las bocas, y llegaron en trompicones a la gran cama con dosel y finas sábanas blancas.
Aunque a ambos les gustaba el sexo rudo, eso no era óbice para que le agregaran algo de ternura, y antes de ir al grano, le dedicaron bastante tiempo a las caricias y al juego previo.
Se besaron con lentitud, saboreándose mientras se acariciaban cada parte de sus cuerpos.
Edgrev blanqueó los ojos cuando sintió la boca de Gwyll atrapar su virilidad, mientras que con un dedo entraba y salía lentamente de su v****a. Si algo tenía de positivo ser intersexual, es que podía tener una doble sensación. Un doble orgasmo. A veces sus orgasmos eran tan intensos, que chillaba por el placer.
Eso, y que Gwyll era condenadamente bueno en la cama. Demasiado bueno. Y fue por eso que duraron casi tres horas haciendo el amor, y Edgrev terminó rendido, totalmente liquidado, y todo lleno con la semilla de Gwyll.
Para Gwyll no había imagen más excitante y hermosa que la de Edgrev extendido en la cama, con su bella carita sonrosada y sudada, los labios hinchados, y la vulva húmeda y llena de su semen.
Gwyll deseaba que su semilla algún día diera fruto. Anhelaba tener hijos con Edgrev. Anhelaba ver a muchos bebés parecidos a Edgrev corriendo por todo el palacio, pero...eso sería decisión de Edgrev.
El hada hasta hace poco había podido reincorporarse a su entrenamiento como cazador, teniendo en cuenta que estuvo al 100% dedicado a su hijo, y ya que estaba más o menos grande, era su oportunidad para tratar de perseguir su sueño, aunque era plenamente consciente de que la vida de un cazador estaba muy limitada si tenía hijos. De ahí que el legendario cazador Oslakit Ganger, su abuelo, se retirara apenas Marco llegó a su vida.
Tenían muchos siglos para tener hijos, pero por el momento, Edgrev se sentía bien con su pequeño Eridan.
—Conozco esa mirada —dijo Edgrev después de un rato, cuando Gwyll ya lo había limpiado, arropado y mimado como un bebé —. Estás pensando en embarazarme.
—No sabía que existía una mirada de “quiero embarazarte” —dijo el mestizo, acariciando la espalda de su hada —. Pero para serte sincero, sí. Sabes que deseo muchos hijos tuyos —le dio un tierno beso en la frente —, pero es tu cuerpo, así que es tu decisión.
Se dieron un burbujeante baño, para después vestirse con sus elegantes ropas de príncipes y alistarse para la cena con los reyes.
La guardia real llegó después de un rato con un travieso Eridan, que estaba todo mojado y lleno de algas. Edgrev lo miró con una clara amonestación, mientras que Gwyll se rio al imaginarse qué había pasado: el pequeñín había estado jugando a que era un tritón, como su tío paterno.
—Hola papi —saludó el pequeño a su padre con un fuerte abrazo, y es que esa semana sin él también le había parecido una eternidad.
Edgrev se tendría que volver a cambiar la túnica ahora que su hijo se la había mojado y llenado de algas, pero no le importaba. Es su pequeñito, podrá hacer las mil travesuras, y siempre le va a terminar alcahueteando todo, como hizo Marco con él, que hasta le aplaudía ser cruel con lord Callias y amenazarlo con comerse sus ojos.
—Veo que te divertiste en el mar —dijo Edgrev, quitando una pequeñita estrella de mar que se le había quedado pegada en el cabello al pequeño.
Edgrev le había querido cortar el cabello varias veces a su hijo para que siguiera las costumbres de los varones del continente occidental, pero Eridan se había negado rotundamente, diciendo que quiere seguir las costumbres feéricas, y es que para las hadas es una abominación cortarse el cabello.
—Me encargaré de Eri, tu adelántate en la mesa —le dijo Edgrev a su pareja, dándole un pico en los labios.
—No hay necesidad, alteza, nosotras podemos encargarnos del príncipe —dijo una de las tantas niñeras que Gwyll le tenía a Eridan, pero Edgrev tomó la mano de su hijo, más que dispuesto a hacerse cargo.
—Ya es hora de que vayan a sus casas, sus esposos y sus hijos las están esperando para la cena —alzó a su hijo en brazos, el cual, como de costumbre, le acarició las orejas puntiagudas —. Gracias por todo.
Las mujeres le dirigieron una profunda reverencia, y se dispersaron por los pasillos. Nadie en Evelon estaba en la obligación de inclinarse ante Edgrev, pero siendo la pareja del príncipe, ya lo consideraban su igual.
No habían necesitado de una boda pomposa ni decir unos votos frente a muchas personas para sentirse y ser considerados por los demás como esposos. Ya lo eran.
Pero Gwyll sí quería una gran ceremonia en la cual, ante los ojos del pueblo y ante los ojos de los elementales —los dioses menores en los que creen algunas comunidades mágicas —confirmara su eterno amor por Edgrev, hacer los ritos tradicionales, y poder al fin ponerle la corona de príncipe de Evelon.
Fue así que Gwyll esperó con mucha paciencia en esa semana que el joyero de confianza de la familia real le entregara una bonita sortija de compromiso, al mejor estilo de las hadas, con esa delicadeza que tanto las caracteriza. Pero tendría que esperar a que el rey Marco fuera de visita a la isla para pedirle formalmente la mano de su hijo.
***
En una tranquila mañana en el puerto de Evelon, Edgrev caminaba junto a Eridan, el cual corrió a uno de los barcos mercantes apenas vio a los niños con los que siempre solía jugar ahí a que eran marinos y piratas.
Y mientras Edgrev observaba jugar a su hijo, pudo ver a lo lejos un barco que no era de Evelon.
Reconoció aquel barco por su majestuosidad, y la bandera que ondeaba en lo alto. Un barco de la marina real de Mentholia.
Los guardas de la isla se pusieron alertas, aunque sabían que solamente un tripulante de esa embarcación podía verlos. Alguien que pertenece a esa isla, pero que se fue hace mucho.
Pero, tal y como se lo imaginó Edgrev, ese barco solo iba de pasada. Como lo había hecho al menos dos veces al año, desde hace ocho años.
—El barco real del emperador —comentó uno de los marinos de Evelon que estaba al lado de Edgrev en esos momentos, observando a la embarcación más de cerca con su catalejo —, con el mismísimo emperador en la proa.
Edgrev sintió que su corazón dio un pequeño brinco al escuchar aquello. Estuvo tentado a decirle al marino que le prestara el catalejo para poder ver a Andrew, pero temía que al marino se le hiciera sospechosa esa actitud.
—Según mis amigos marinos y comerciantes de las islas feéricas cercanas, a las que sí pueden desembarcar los hombres comunes, el emperador se pasa dos veces al año por los puertos, y camina por las plazas y las aldeas, como si estuviera buscando a alguien —reveló el marino, y Edgrev sintió cómo se le partía el alma.
Miró a su hijo, que estaba jugando con el timón de un barco, ignorando que el monarca que estaba en el barco a la distancia, es su padre.
El hada se llevó una mano al corazón e hizo un gran intento por no ponerse a llorar.
Andrew, el hombre con el que estaba enlazado de por vida, llevaba buscándolo ocho años.