Andrew estaba acostado en el chaise longue de su recamara, bebiendo una copa de vino y dándole caladas a su pipa.
Estaba cubierto por una gran manta de piel de oso, y usó su magia para hacer que el fuego de la chimenea fuera más intenso.
El invierno ya había comenzado en ese hemisferio del mundo mágico, pero el castillo, por lo solitario que estaba desde hacía años, se sentía aún más frío de lo que Andrew lo había sentido antes, y cada año empeoraba.
Andrew se puso en pie para caminar un poco y que sus músculos no se entumecieran por el frío, se acercó a la ventana, y vio a los copos de nieve caer con delicadeza, y como notó que la ventana estaba empañada, dibujó un corazón.
Anoche, Andrew había tenido un dulce sueño. Uno de esos sueños en donde su mente recordaba cosas que en realidad habían pasado, y de los que deseaba nunca despertar.
Se había soñado con Edgrev. Su mente rememoró una de esas mañanas que compartieron en aquel viaje en barco que terminó por unirlos y separarlos.
En el sueño recordatorio, un jovencísimo Edgrev de 19 años estaba dormitando en el pecho de Andrew, con sus largos cabellos castaños desparramados en la cara de Andrew, mientras que este acariciaba perezosamente la espalda de su amante, queriendo durar así toda la vida con él.
Edgrev se despertó, miró a Andrew con profundo amor, pero también se sonrojó al recordar las porquerías que habían hecho la noche anterior, estando seguro de que todos en el barco los habían escuchado.
—Te voy a comer los ojos —murmuró Edgrev, besando con ternura cada ojo de Andrew.
Andrew sonrió, y atrapó los labios del hada en un hambriento beso, y se ubicó sobre él, para después besarle el cuello, dejándole leves chupetones.
—Y yo te voy a comer a ti —le dijo Andrew, bajando aún más.
Andrew pegó su frente contra el vidrio, sintiéndose miserable por aun no ser capaz de borrar a esa hada de su mente. Joder, ya habían pasado casi 9 años, se suponía que ya debía de haberlo superado.
—Mi lord —lo interrumpió uno de sus caballeros —. Lord Monroe está aquí.
—Gracias, sir Gineon, pero ya todo el mundo sabe que no necesito anunciarme con su majestad —dijo el rubio, entrando como si nada a la recamara del emperador, como si fuera la suya —. Puedes retirarte.
El caballero de la guardia real dejó solos a los dos hombres que ya todo el mundo mágico sabía que se querían como hermanos, y Monroe solo pudo ver con pena a Andrew. Se veía terrible. Estaba delgado, su rostro casi cadavérico, dando cuenta de lo mal que se había alimentado los últimos días.
Aunque Monroe sabía que el lamentable aspecto de Andrew no era solo por la mala alimentación y el alcohol, sino por el uso indiscriminado de la magia negra.
—¿Qué quieres? —preguntó Andrew, sin dejar de mirar a la ventana.
—El cumpleaños 17 de la princesa Eirwen de Emrystiel es en dos semanas, y la reina Sariel todavía sigue esperando la confirmación de tu asistencia.
Andrew rodó los ojos. Él era consciente de que en realidad no era de los afectos de la reina Sariel, no después de que él le rompiera el corazón a uno de sus hijos, pero aun así ella lo había estado invitando a cada cumpleaños de Eirwen solo por mero formalismo, y Andrew siempre se había negado encontrando alguna excusa válida, pero siempre le enviaba buenos regalos a la princesa.
Regalos que iban a parar a los bolsillos de los pobres, según él tenía entendido.
La princesa Eirwen era...la princesa perfecta. La digna hija de Marco y Sariel Ganger, que no le importaba quitarse la corona para venderla y darle de comer a los pobres, y a la que no le importaba ensuciarse sus vestidos de las más caras telas para ayudar con lo que hubiera que hacer en las aldeas cercanas al palacio.
—Y ahora sí que tienes una razón para ir, hermano —continuó Monroe, ahora sonando más nervioso —. Mi espía me ha dicho que los lores van a hacerte un golpe de estado cuando el invierno se vaya. Es algo que han planeado desde hace años, prácticamente desde el momento en que nuestro padre murió. Sabes lo peligroso que es para cualquier monarquía no tener herederos, y ya llevas 8 años en el trono sin querer contraer nupcias con tu prometida y...
—¡Ella era una bebé cuando ascendí al trono, por el amor de Dios! ¡¿Qué es lo que querían los lores, entonces?! ¡¿Que desposara a una infanta?! —exclamó Andrew, enojado, y se volteó para encarar a su hermano —. Ella se merece decidir con quién va a compartir su vida, haya o no un contrato de compromiso firmado.
—¿Me vas a dejar terminar de hablar? —preguntó Monroe, y Andrew le hizo un ademán para que continuara —. No es solo por no haber una línea sucesoria en el trono que los lores quieren hacerte un golpe de estado, sino porque eres un rey déspota y desalmado, y una cantidad considerable de nobles y plebeyos los apoyan, sobre todo los de las aldeas alejadas a las que no has querido enviar ayuda.
—No han pagado sus tributos, así que no es culpa mía que no se merezcan la ayuda que tanto piden —dijo Andrew, llenando su copa de vino, y Monroe soltó una exhalación, exasperado.
—Si no han pagado sus tributos, es porque te recuerdo que hace unos años sufrimos los golpes de una plaga que exterminó a la mitad de la población mundial, y que poco después de eso una deidad loca regresó de su encierro para amenazar con terminar de exterminar a los que quedamos vivos —le recordó Monroe, intentando mantener la calma —. Hermanito...sé que es lamentable todo por lo que has tenido que pasar, yo también quería a Edward, también quería a nuestro padre, y supongo que debe ser una mierda eso de haber nacido en la monarquía y no tener poder de decisión sobre tu propia vida, pero lamentablemente es así, y debes ver por el bien de tu pueblo.
—Pues el pueblo no me quiere —dijo Andrew, volviendo a mirar hacia la ventana, bebiendo de su copa de vino —. Tal vez debería dejar que haya una guerra civil y que nazca un nuevo gobierno, tal vez uno democrático, como el de las tribus del norte.
—Sabes muy bien como yo que la mayoría de los lores no van a querer exactamente un gobierno democrático, y que lo que en realidad quieren son las riquezas de la corona, y que cuando se lo roben todo, nos van a dejar en la miseria —dijo Monroe, empezando a perder la paciencia con su hermano, pero respiró hondo, contó hasta diez, y continuó —. Has escuchado hablar de la princesa Eirwen. Ella suele ir a la aldea que el rey Marco destinó para albergar a los mentholianos que han emigrado a Emrystiel, y ella ya se ha ganado el cariño incluso de nuestra gente; así que sí, puede que el pueblo en estos momentos te esté odiando, pero quieren a tu prometida, así que, si te casas con ella, no habrá guerra civil, así los lores lo quieran, porque estoy seguro de que hasta ellos caerán encantados ante ella, y si tienes herederos con ella pronto, será mucho mejor.
Andrew no estaba de acuerdo con nada de esto. Se suponía que él había pedido a Eirwen en matrimonio solo por el momento, cuando las ninfas estaban amenazándola llevando tan poco tiempo de nacida.
Pero ahora, esto era un asunto meramente político. Lo de las ninfas pasaba a un segundo plano.
Indiscutiblemente, Eirwen aun así habría sido prometida a Andrew, así no hubiera recibido esa amenaza de las reinas ninfas al nacer. Era la única princesa de un reino humano, y Andrew no hubiera podido casarse con nadie más que no fuera de la realeza, dado su importante rango de emperador.
—Sabes que tienes derecho a tomarla incluso sin estar casados —dijo Monroe con mucha vergüenza, no queriendo que su amigo lo malinterpretara, pero por supuesto que Andrew lo hizo, y lo miró con cara asesina.
—¿Me estás queriendo decir que aproveche el cumpleaños de la princesa Eirwen para violarla y embarazarla de mi primogénito? —preguntó Andrew, empezando a sentir cómo la magia oscura volvía a invadir sus venas.
—No, por supuesto que no —se corrigió Monroe, por supuesto que no pensando en hacerle tal daño a ninguna mujer —. No será una violación si es consensuado.
Andrew soltó una risotada, y siguió bebiendo el vino, para luego decirle a su amigo:
—¿Qué te hace pensar que ella querrá acostarse conmigo?
Ahora el que se rió fue Monroe, y saliendo de la recamara, dijo:
—Si te alimentas bien en estos días y recuperas tu peso y tu buen aspecto, ella no se resistirá a ti. Eres el humano más hermoso que haya existido alguna vez en este mundo, aprovecha eso.
****
Marco y Sariel paseaban con Eridan por el muelle de Evelon.
Si bien ellos acostumbraban a visitar a Edgrev y a Eridan al menos dos veces al mes, esta vez habían venido para la fiesta de compromiso entre Edgrev y Gwyll.
Marco y Sariel veían el entrañable parecido entre Eridan y Andrew, y no sabían por cuánto tiempo más podrían seguir ocultándole al susodicho rey que tenía un hijo.
Sariel se lo quería decir por cuestiones morales, porque no sentía que estuviera bien ocultarle a un hombre —que por cierto, estaba más solo que un lobo— que tenía un hijo, y Marco lo quería revelar no por hacerle un bien a Andrew, el hombre al que siempre iba a odiar por haberle roto el corazón a su hijo y tras de eso haberlo embarazado siendo un jovencito, sino para ver si así no seguía habiendo más presión sobre Eirwen para que se casara y les diera herederos a ambos reinos.
Y, aprovechando que estaban fuera del continente, sin oídos curiosos —porque hasta los árboles hablaban en el mundo mágico—, Marco al fin sacó ese tema que tanto había querido hablar con Sariel.
—Querida...—dijo Marco, cuando Eridan se alejó para recoger algunas piedritas coloridas que el mar arrastraba desde el arrecife hasta la orilla —tengo que hablarte de algo importante, aprovechando que nuestros muchachos no están escuchando, ni nadie de la corte.
—¿Qué es? —preguntó Sariel, de a ratos mirando hacia donde estaba Eridan, no pudiéndolo descuidar, como a típico niño que podía en cualquier momento cometer alguna locura.
—Un grupo significativo de nobles de Mentholia le va a hacer un golpe de estado a Andrew dentro de poco —dijo Marco, y Sariel abrió los ojos como platos.
No, un golpe de estado no sería para nada bueno en Mentholia. Tal vez Andrew no se mereciera seguir siendo rey, pero una guerra civil nunca podría ser bueno para ningún reino, porque el que sufriría sería el pueblo con el innecesario derramamiento de sangre y la crisis económica.
—Recibí una carta de Monroe hace unos días, en donde me confirma la asistencia de Andrew al cumpleaños de Eirwen —continuó Marco, y Sariel lo miró asustada, sabiendo lo que eso significaba —, no me dijo nada más, pero creo que será muy obvio lo que Andrew quiere si asiste al cumpleaños de Eirwen, estando ya en la edad en la que la mayoría de mujeres de la nobleza contraen matrimonio.
Sariel miró a su nieto, que se había adentrado un poco más en el agua para ver los pececitos.
—Un príncipe heredero. Eso es lo que calmaría las cosas en Mentholia —dijo Sariel, ya habiendo aprendido lo suficiente de política en todos los años que llevaba siendo reina consorte, y volvió a mirar a su esposo —. No voy a atreverme a usar mis poderes para leer tu mente, Marco, pero... ¿piensas sacrificar la tranquila vida que Eri tiene aquí, para entregárselo a Andrew y así salvar a nuestra hija?
Marco, con todo el dolor del mundo, asintió, y Sariel no pudo sentirse más miserable.
Por supuesto que ella quería que Eridan conociera a su padre, pero no ahora; mucho menos en plena crisis socio-política que estaba atravesando Mentholia.
Además, Merlín había dicho que Eridan solo se podía cruzar con Andrew cuando tuviera la mayoría de edad, y Sariel, habiendo sido alumna de Merlín, sabía lo malo que era no obedecer a un profeta.
—Edgrev no te lo perdonaría, y Gwyll...él sería capaz de declararte la guerra por llevarte a su hijastro, que te recuerdo será el segundo en la línea de sucesión del trono de Evelon —le recordó Sariel —. Aparentemente este es un reino de paz, pero no sabemos de lo que son capaces los mestizos cuando se los hace enojar.
Marco era muy consciente de los riesgos que habían. Y también era consciente de que estaba siendo un egoísta por sacrificar la aparente paz que había en su reino y hasta de sacrificar la buena relación que tenía con sus hijos adoptivos, solo por el bienestar de Eirwen.
—Ni siquiera la misma Eirwen va a consentir algo así, y lo sabes —dijo Sariel con convicción —. Es digna hija tuya y digna hija mía, la hemos criado tan bien, que se pasa de buena persona. No dudará en casarse con Andrew y darle hijos, si así puede evitar que su amado sobrino cargue con el peso con el que ella ha cargado desde el primer día en que nació.
—¿Entonces estás de acuerdo con que nuestra hija se case aun siendo una niña? —preguntó Marco, ya empezándose a enojar —. ¡Por Dios, Sariel! ¡Ella todavía sigue jugando con las muñecas!
—Que ella sea la que decida, no nosotros —dijo Sariel, como siempre tan sabia, como su antepasado el rey Salomón —. Le vas a decir lo mismo que me dijiste a mí, y le vas a poner todas las cartas sobre la mesa, y que ella escoja. Aparentemente es una niña, pero la he escuchado hablar con los lores cuando tú no te das cuenta, Marco. Ella solo usa esa inocencia a su favor para sus planes astutos, conseguir junto con Dorev que el consejo te apruebe proyectos de ley, y hasta para manipularte a ti —sonrió con malicia ante la cara de sorpresa de su esposo —. Es más peligrosa que tú y yo juntos, como digna nieta del querubín temible.
Por supuesto que Marco sabía que su hija era astuta, y por eso mismo le iba a poner todas las cartas sobre la mesa, esperando que ella fuera tan ambiciosa como él, y lo ayudara en su plan de derrocar a Andrew, pero no con un golpe de estado, sino con algo más silencioso y efectivo.