Vlad estaba recostado en la cama, feliz de la vida, sintiéndose el tío más feliz del mundo, con Damien dormitando en su pecho.
Jelena estaba a su lado, amamantando a una también somnolienta Ivanna, y casi que quedándose ella también dormida en el proceso. No había una sensación más deliciosa para Jelena que amamantar a sus hijos después de almorzar y quedarse dormida con ellos.
Los mellizos ya tenían dos meses de nacidos, y eran la adoración de todos. Eran, literalmente hablando, unos angelitos, solo cuando estaban así dormiditos, porque cuando lloraban...
Vlad tuvo el sumo cuidado de no moverse para no despertar a su sobrino, porque Damien era un tanto...complicado. El chiquillo podía estar riéndose a carcajadas, pero al ratico ya estaba llorando, mientras que Ivanna ni siquiera se escuchaba, era muy tranquila.
Raquiel solía bromear diciendo que Damien ya estaba demostrando que se parecería mucho en su forma de ser a Jelena, mientras que Ivanna sería igual de pasiva a Merlín, sin dar muchos problemas.
Merlín se alegró de que al menos uno de los mellizos no fuera a dar problemas, porque según vio en sus visiones, Damien sería un dolor de cabeza. El mago profeta esperaba estar equivocándose cuando en sus sueños veía a un hombretón musculoso de cabello largo y con media cabeza rapada en un look muy rebelde, con brazos y pecho totalmente tatuados, luchando con una brutalidad que solo podía ser digna de alguien entrenado por Lucifer.
Pero no sería por el hijo de Merlín y Jelena de quien se tendrían que preocupar, oh no..., el mago ya había visto que la hija que iban a tener Vlad y Raquiel sería la más letal de la segunda generación de nefilims. ¿Qué más podía esperarse de alguien que tuviera los genes de Monder y Lucifer combinados? Y para colmo, entrenada por esos dos.
Sí, la primogénita del matrimonio Wood-Petrov sería el terror del cielo y el infierno, pero habría que esperar varias décadas para eso.
— Jel, vas a ahogar a la mocosa con tus tetas —le dijo Vlad a su hermana, y ella despertó, en efecto dándose cuenta de que la pequeña en algún momento había dejado su pezón en paz y tenía la carita metida entre sus senos.
—¡Ay! ¡Ivanna! —exclamó Jelena, de inmediato sacando a la niña de ese profundo valle, y se guardó los melones dentro de su sostén materno —, ay, mi vida, si tu tío no está pendiente, te hubieras ahogado.
—Es que cualquiera se ahogaría ahí —dijo Vlad en un ronroneo —, a saber cuántas veces se habrá ahogado el Merlín, que sí que se debe estar divirtiendo con esas tetas llenas de leche.
—¡Vlad! ¡Cállate! —dijo Jelena, dándole un golpe telepático a su hermano, y este soltó un quejido que despertó a Damien —, ay, no.
Damien soltó un fuerte chillido que resonó por toda la mansión, y Vlad entonces se puso en pie con el bebé llorón en brazos para intentar calmarlo y hacer que se volviera a dormir.
El ruso por poco y se da por vencido hasta que sintió que un portal se abrió a unos metros, y las auras que salieron de este él ya las conocía muy bien.
Damien dejó de llorar enseguida cuando la puerta de la habitación se abrió y Eirwen entró, seguida de Sariel, que tenía una cara de que claramente su hija la había obligado a venir.
—¡Ay! ¡Mira no más como estás de regordete, Damien! —dijo Eirwen, usando esa vocecita que todo el mundo usaba para hablarle a los bebés, prácticamente rapándole el bebé de los brazos a Vlad —. Creo que llegué en el momento justo, ¿a que sí?
Damien sonrió adorablemente, y a Eirwen le brillaron los ojos. Oh, ella quería esto, quería hijos. No sabía si era porque prácticamente le habían metido en la cabeza desde pequeña que tenía que darle herederos al reino...a ambos reinos, tanto a Emrystiel como a Mentholia, pero ella estaba segura de que quería ser mamá, no ahora, claro, pero sí soñaba con tener una familia.
—Damien parece estar enamorado —comentó Vlad, acercándose a Sariel y saludándola con un beso en la frente —, al parecer mi sobrino me heredó el gusto por las rubias Wood.
Sariel le dio un codazo a su mejor amigo, y Jelena soltó una risita. Solo faltaba Raquiel para completar la cuadrilla, pero claro, tanto él como Merlín estaban ocupados con sus respectivos trabajos.
Ahora que Jelena estaba viviendo de nuevo en ese mundo, y que tenía prohibido por los ángeles volver a revelarse ante la humanidad, tenía que vivir como una esposa mantenida, viendo por los hijos y por la casa, y tanto de lo mismo Vlad, pero...no es que les incomodara, porque después de todo, ambos habían sabido desde hace mucho que resultaría en esas.
Pero Jelena se sentía contenta y realizada. Ya había pasado por muchas cosas, ya había experimentado lo que tenía que experimentar, así que quedarse en casa con los niños lo veía como su definitiva realización como mujer.
—¿En dónde está Myrddion? —preguntó Eirwen, al no percibir el aura del muchacho en la casa.
—Está en casa de su padre —respondió Jelena, dándole a Ivanna a Sariel para poder ir al baño —, regresará maña...
Jelena no alcanzó a terminar de hablar cuando Eirwen ya se había ido corriendo, dejándole de nuevo el bebé a Vlad.
Antes de que su hija desapareciera del perímetro en donde Sariel era capaz de utilizar su magia, chasqueó para que Eirwen tuviera una vestimenta normal, no una que en ese mundo sería considerada un disfraz, aun cuando al día siguiente sería 31 de octubre y se celebrara el halloween. Pero en Israel no se celebraba tal cosa, teniendo en cuenta que la mayoría de la población era judía ortodoxa, así que Eirwen no tenía una excusa creíble para andar por ahí con sus vestidos de princesa.
Eirwen vio las vestimentas típicas de las judías ortodoxa cubrir todo su cuerpo y gran parte de su cara, y resopló. No estaba de acuerdo con que las mujeres de esta parte del mundo mortal debieran cubrirse de tal manera, por eso le gustaba más el otro continente, pero qué se le podía hacer si en ese país era en el que vivía Myrddion.
Aunque, a decir verdad, tales vestimentas le ayudaban a esconder sus orejas puntiagudas.
La casa de Alec no quedaba muy lejos de la de Merlín y Jelena, así que Eirwen no tardó en llegar. Había visto a algunos indigentes en su trayecto, y detestó no haber llevado algo de dinero consigo, pero precisamente su tío Vlad no le daba ningún pedazo de papel al que los humanos de ese mundo llamaban “billete” porque ella los regalaba todos. Así era Eirwen, vaciaba sus bolsillos con tal de no ver que alguien aguantara hambre, razón por la cual su padre controlaba muy bien su mesada, porque moneda que le daban a Eirwen, moneda que desaparecía al instante para ayudar al pueblo.
Eirwen también debía reconocer que esas ortodoxas vestimentas ayudaban a que las personas no se la quedaran mirando por su inhumana belleza. Si ella ya llamaba mucho la atención en el mundo mágico, por supuesto que lo hacía aún más en estos lares.
El timbre de la mansión sonó. Eirwen podría haber abierto solo con el poder de su mente, pero sus padres siempre le habían repetido que debía ser educada y tocar a la puerta.
Alec fue el que abrió, y por supuesto que reconoció esos ojazos ambarinos, y dejó pasar a la ninfa.
—¡Hola, Alec! —saludó Eirwen, y apenas ingresó a la moderna vivienda, se quitó todos esos pedazos de tela que habían cubierto su cabeza, e incluso Alec no evitó suspirar internamente ante semejante belleza —. Me dijeron que Myrddion está aquí.
—Sí, está en su habitación, pero te advierto que está muy ocupa...
Alec no terminó de hablar cuando ese torbellino rubio subió corriendo las escaleras, dejando todavía un olor a flores y lavanda en la estancia.
Alec sabía que debía ser un papá responsable y no dejar que ambos adolescentes se quedaran solos en una habitación, pero eran muchachos al fin y al cabo, y ya le había dado muchas charlas a Myrddion sobre la cuestión del sexo y que debía cuidarse si iba a tomar la decisión de hacerlo con una chica, pero que en lo posible se esperara hasta los 18, ya que eso de compartir fluidos con otra persona debía ser una decisión adulta.
Myrddion tenía laboratorios en ambas casas. Tanto en la de su madre como en la de su padre; pero era en la de su padre en donde tenía los equipos más avanzados, porque cuando estaba en lo de su madre, ella no hacía sino estar fisgoneando en sus cosas, así que era en casa de Alec en donde podía hacer sus investigaciones más...secretas, por así decirlo.
Se encontraba desarrollando su prototipo de máquina de viajes en el tiempo. Sí, era algo muy de Hollywood, pero era posible. La física cuántica ya había confirmado desde hace muchos años que era posible, pero por el momento, ninguna especie contaba con la tecnología necesaria para hacerlo realidad.
Aunque Myrddion sabía perfectamente que no era cuestión del avance tecnológico, sino cosas de Dios. Si Dios no quería que alguna especie del universo descubriera todavía la clave para el viaje en el tiempo era porque estaba prohibido. Si los ángeles tampoco sabían cómo viajar en el tiempo, siendo los más allegados a Dios, por supuesto que tampoco podrían saberlo las demás especies de la creación.
Aun así, Myrddion ya estaba empezando a trabajar en eso, para que cuando Jehová lo autorizara a viajar en el tiempo, ya tener algo avanzado.
Estaba de lo más concentrado en sus fórmulas, cuando sus fosas nasales percibieron un inconfundible olor a ninfa, y la puerta se abrió sin siquiera avisar.
—¡Myrs! —exclamó Eirwen, emocionada, lanzándosele encima.
Y claro, Eirwen tenía mucha más fuerza que él, así que Myrddion perdió el equilibro en su silla y cayeron al suelo. Myrddion acostado boca abajo, y Eirwen sobre él.
La rubia le dio un sonoro pico en los labios, y Myrddion se sonrojó como un tomate.
—¡Hola! —dijo Eirwen, contentísima de al fin ver a su amigo —. Te he extrañado, mucho muuucho.
—Ummm...yo también te he extrañado, pero porfis, ¿podrías quitarte de encima? Me aplastas.
—Oh, lo siento —dijo la rubia, retirándose.
Eirwen podía ser delgada como su madre, pero era alta, y eso de por sí ya la hacía pesada.
Pero Myrddion en realidad no le había pedido que se apartara porque le pesara, sino porque eso causaba una reacción muy impropia en él. Podía ser un santo, pero seguía siendo hombre, al fin y al cabo.
—No sabía que vendrías en estos días —dijo Myrddion, regresando la silla a su lugar.
—Ya casi es la noche de brujas, ¿no? Quiero salir a pedir dulces —dijo Eirwen, emocionada, siendo eso lo que más le gustaba de aquella extraña festividad humana.
En los años anteriores, Eirwen se había disfrazado de hada. Era el disfraz que más le gustaba, porque podía exhibir sus orejas sin que a la gente se le hiciera raro.
—Pero...ya estamos muy grandes para salir a pedir dulces, no nos van a dar —dijo Myrddion, y Eirwen hizo un puchero.
Myrddion no podía creer que esa inocente niña que hoy estaba emocionada por salir a pedir dulces, se fuera a casar en poco más de un año. Poco había escuchado hablar de ese asunto a su madre, pero al parecer la situación de Emrystiel estaba tan compleja, que, aunque las ninfas no amenazaran de muerte a Eirwen si no casaba, aun así, tendría que hacerlo por el bien de su reino.
Myrddion había pensado decirle que podía quedarse en ese mundo, con él, y que él la iba a mantener, que no les iba a faltar nada, y que tal vez pudieran tener algunos bebés, formando así una bella familia, pero no. Este mundo no era para Eirwen, así como el mundo mágico no era para él.
De repente, el equipo de Myrddion emitió un sonido, y él supo entonces que había recibido un mensaje.
Él solía recibir mensajes de uno de sus amigos que vivía en Karis, pero se sorprendió al ver que no era de él.
Es más...se sorprendió al ver que la ubicación de donde recibía ese mensaje era de un lugar desconocido en la galaxia, uno que sus avanzados equipos no lograban captar, y eso de por sí ya era raro. Sus equipos eran de Karis, y tenían alcance en todo el universo.
Era como si...como si estuviera recibiendo un mensaje de alguien que estaba en otra dimensión, lo cual era posible, pero después Myrddion ahondaría su estudio en esa cuestión de las dimensiones.
Checó los datos para estar seguro.
Galaxia: sin datos.
Coordenadas: sin datos.
Años luz de distancia: sin datos.
Myrddion checó los otros datos, y se quedó frío con lo que vio.
Nombre del remitente: Myrddion Ivanov-Petrov.
Año en tiempo terrano: 3.281 d.C.
Myrddion había configurado hace unos meses su ordenador cuántico de comunicación para recibir supuestos mensajes del futuro, pero lo había hecho sin muchas esperanzas, no creyendo que en serio pudiera captar un mensaje enviado desde el futuro, logrando sortear las intrincadas curvas cerradas del tiempo, y atravesando el tejido espacio temporal.
Myrddion había logrado crear tal sistema después de meses encerrado en su laboratorio, estudiando el tema de la relatividad y el entrelazamiento cuántico, y había hecho eso como un simple experimento.
Leyó el mensaje que estaba en idioma angelical, al parecer para que ningún otro humano que llegara a ver el mensaje lo entendiera:
Lucifer no debe ser liberado del infierno. Jamás. Detén a mamá y a Vlad.
Por ese error, ahora están muertos. Casi todos lo están. Me he quedado solo con la segunda generación de nefilims: Eirwen, Damien, Ivanna, Caroline, y los gemelos Isaac y Benjamín.
Tu esposa y tus hijos...también están muertos.
No confíes en nadie, ni siquiera en los ángeles.
Estarás solo.
No. No estarás solo, en realidad.
Jehová está contigo.