Los weltrugs. Grandes bestias salvajes que salieron hace muchísimos eones de los laboratorios infernales de Lucifer a vagar por todo el universo, para atormentar a las criaturas de la creación.
Eran Los Vigilantes los encargados de cazar a esas bestias antes de que pudieran llegar a algún planeta y causar grandes estragos, porque tenían el poder de comerse planetas enteros.
Y era así como muchas criaturas de la creación dormían en paz en la comodidad de sus camas, sin saber que los ángeles libraban grandes batallas para evitar que algún mal los aquejara.
Chitriel había abandonado hace ya muchos años su misión como espía en el inframundo para acompañar a Monder en sus misiones de caza weltrugs. Ambos habían sido inseparables antes de la caída, antes de que Chitriel fuera una de las tantas que cayó ante los engaños de Lucifer.
Porque eso fue todo lo que Lucifer hizo con una tercera parte del Tercer Cielo, engañarlos.
Chitriel en serio había creído que estaba en lo correcto al seguir a su príncipe en la rebelión. Recordaba como si hubiera sido ayer las convincentes palabras de Lucifer, cuando se reunió con sus huestes más allegadas y les dijo que Jehová no estaba en su cordura; les aseguró que había tenido una visión en donde veía al Tercer Cielo caer por cuenta de un celestial con sangre humana, y que la humanidad, la nueva especie que el Padre ya estaba creando en los laboratorios celestiales, sería la culpable de la extinción de los ángeles.
Chitriel había sido de aquellas que confiaba ciegamente en la Estrella de la Mañana, porque...se suponía que era perfecto, el favorito de Dios, su mano derecha. Y se terminó de convencer de seguirlo en la rebelión cuando Raziel se le unió.
Pero apenas Chitriel vio que Monder, el que se suponía que era la mano derecha de Lucifer, lo abandonó, ella supo que algo andaba mal.
Chitriel aun recordaba la sangrienta batalla. Y si alguien creía que los ángeles no sangraban, pues estaba muy equivocado.
Ver a hermanos contra hermanos enfrentándose a capa y espada, con una violencia que ella nunca había visto en el reino celestial, fue desgarrador.
La legión de Raziel fue la primera en rendirse, cuando vieron que las cosas no eran como Lucifer se las había prometido. El príncipe les había asegurado que no habría una batalla, que solo necesitaba que lo acompañaran hasta el palacio de Jehová, para que este viera que Lucifer tenía el apoyo necesario para hacer una negociación con el Rey de reyes.
Pero cuando Miguel llegó en su carruaje, tirado por cientos de corceles celestiales, seguido de legiones que superaban en número a las de Lucifer, en donde por supuesto estaba Monder, ahora como la mano derecha de Miguel..., supieron que eso sería una carnicería.
Chitriel se había alcanzado a rendir antes de que iniciara la batalla, y Miguel había prometido que los que se rindieran no sufrirían mayores consecuencias, pero tres serafines se la llevaron hacia un rincón de la plaza central de la ciudad dorada y...le hicieron vejámenes que ella nunca había creído posible que se pudiera hacer entre seres celestiales.
Nada podía hacer una querubín como ella ante el poder de tres serafines, eran los más poderosos al estar en la cima de la jerarquía angelical.
Y como si no hubiera sido suficiente que la hubieran ultrajado de tal manera, la dejaron colgada en el centro de la plaza, con cadenas de fuego en pies y manos, como una clara advertencia de qué les pasaría a los seguidores de Lucifer.
Fue Monder el que bajó a Chitriel de ahí, la curó y la llevó a un lugar seguro mientras la guerra tenía lugar.
Cuando todo eso pasó, Miguel se enteró de lo que sucedió por boca de Monder, y aunque esos serafines fueron duramente castigados, eso no evitó que aun así Chitriel tuviera que ser exiliada junto a los demás que habían alcanzado a seguir a Lucifer pero que se arrepintieron a último minuto.
No fueron condenados al inframundo, pero sí a vagar por el universo sin poder regresar a la presencia de Jehová, al menos hasta que llegara el Juicio Final.
Monder no había dejado de visitar a Chitriel en todos esos eones, y cuando él también fue castigado por el simple hecho de haberse enamorado de una humana y haber tenido hijos con ella, se habían vuelto aún más unidos al ahora formar parte del mismo equipo. Ahora ambos eran Vigilantes.
Monder capturó a la última bestia que faltaba, y Chitriel abrió el portal para enviarlo de vuelta al infierno, y que allí se diera un festín con los demonios que encontrara despistados.
—¡Misión cumplida! —exclamó Chitriel, chocando palmas con Monder —. Vamos a celebrar a la Tierra, a la dimensión mortal, quiero comer...¿cómo es que le dicen a eso que tiene queso y pepperoni?
—Pizza —respondió Monder, envainando su espada.
—¡Eso! —dijo Chitriel, ajustando la coleta que recogía su larga cabellera negra —, y de paso visitas a tu hijo, que tanto se queja de que no lo visitas.
—Y las pocas veces que lo hago, siempre encuentra una excusa para no estar mucho tiempo conmigo —musitó el rubio, y ella lo miró con pésame.
—Tal vez, cuando él sea padre, vaya a entender muchas cosas — dijo ella, y el querubín asintió.
—Vamos a Nueva York, allá preparan las mejores pizzas.
Los dos ángeles caídos viajaron en sus figuras humanas a Nueva York, en donde terminaron sentados en un local de pizza en Park Avenue, el que había sido el favorito de Sariel.
Monder aun no le había contado la chistosa anécdota a Marco de que Sariel se escapaba con su amigo de la escuela, Dylan, a comer pizza, o simplemente a darse un paseo por el central park y comer helado.
Y mientras comían una gran pizza de pepperoni, Monder no evitó notar lo hermosa que se veía Chitriel con sus ropas humanas. Jersey n***o cuello tortuga que se le pegaba deliciosamente al cuerpo que parecía de barbie, pantalones de cuero y unas botas negras altísimas de tacón aguja.
Y no se molestaba en ocultar sus ojos violetas, y la gente se la quedaba mirando, creyendo que estaba utilizando lentes de contacto, y comentaban sobre lo genial que se le veía ese color supuestamente irreal.
Chitriel también admiraba lo bien que se veía Monder vestido con una chaqueta de cuero, y el rubio cabello recortado en un peinado tupé.
Ambos se gustaban, y lo sabían, pero ninguno se había atrevido a nada porque..., porque Monder sentía que le sería infiel a la memoria de Sara, con la que esperaba encontrarse en el Paraíso tras el Juicio Final, y Chitriel respetaba eso.
—¿Cómo está tu nieta? —preguntó Chitriel, y es que mientras estaban en misiones, no tenían mucho tiempo de hablar sobre trivialidades y cosas de familia.
—Nietos. Acuérdate que tengo más de una nieta, y un bisnieto, de hecho —dijo Monder, harto de que los demás no entendieran que los hermanos hada también eran hijos de Sariel, tal vez no de sangre, pero hijos al fin y al cabo —. Bien, todos están muy bien, a ellos también tengo que visitarlos.
—También escuché que ya nacieron los hijos de Jelena y Merlín —se cruzó de brazos y le dio un gran sorbo a su cerveza. Si bien no la emborrachaba, le gustaba el sabor —, esa pareja de semi demonios sigue reproduciéndose sin control alguno, el Consejo debería ponerles un alto.
—Te voy a pedir, mi querida Chitriel, que cuando hables de alguno de los nefilim, lo hagas con respeto —dijo Monder, conservando la calma.
—No considero haber dicho algo ofensivo. Merlín y los gemelos Petrov son hijos de demonios, ¿no? Eso los hace semi demonios, y Jelena de hecho es la reina de los demonios a falta del innombrable —dijo ella, no atreviéndose a decir el nombre de Lucifer desde la Caída, por miedo a invocarlo.
—Pues cada vez que hablas de los hermanos Petrov lo haces despectivamente, así que controla tu lengua, al menos en mi presencia.
Para Monder había sido prácticamente imposible no encariñarse con los Petrov, en especial con Vlad, su yerno.
Monder había tardado un poco en procesar que a) su hijo es queer, y b) que estaba enamorado del hijo de Lucifer.
Monder, al igual que todos los ángeles, se había asustado cuando supo que los otros dos nefilim que habían nacido el mismo día que sus hijos, eran engendros de Lucifer, porque creía que serían igual que él. Malvados.
Pero apenas los conoció, le quedó claro que eran todo lo contrario a él, o al menos en esa faceta de demonio, porque por lo demás, le parecía que tenían muchas cosas de él, las únicas buenas, al menos.
Jelena le parecía hermosísima, una mujer de armas tomar, atrevida y un poco rebelde, pero de la rebeldía buena, no de la rebeldía mala como la de Lucifer. Un poco tremenda, eso sí. Jehová de seguro tendría una seria conversación con ella cuando regresara de donde quiera que estuviera, porque no tenía problema en soltar un poco la lengua en el Tercer Cielo y enfrentarse con Jofiel, diciéndole cosas como que de seguro envidiaba que ella se pudiera hundir en sexo con cualquier persona que ella quisiera, mientras que él no, o no que los demás supieran.
Monder recordó haber soltado la risotada apenas supo que Jelena le había dicho tal cosa a Jofiel. A nadie en el Tercer Cielo le caía bien Jofiel, era el arcángel menos querido, pero precisamente por su jerarquía, nadie se atrevía a decirle nada, solo Jelena.
Y en cuanto a Vlad..., Monder lo consideraba el hombre y el ángel perfecto, tan perfecto como lo había sido Lucifer en sus años de gloria. Al principio lo había querido matar al darse cuenta de que tenía el lazo de apareamiento con Sariel —sí, algunos ángeles podían notar ese tipo de cosas, de ahí que todos miraran tan mal a Jelena, porque tenía ese lazo con casi todos los nefilim, incluso con Raquiel, cosa que sí le sorprendió a Monder en su momento, pero le restó importancia —, pero no es que quisiera provocar la furia de Lucifer, no de nuevo.
Monder nunca iba a perdonar a Lucifer por haber secuestrado a Sara en el infierno y tratar de evitar que sus hijos nacieran, y aun tenía cuentas pendientes con él, pero tal vez había hecho una tregua temporal con el demonio por...Vlad.
Chitriel y los demás Vigilantes que querían vengarse de Lucifer, querían hacerlo dañando a sus hijos, porque sabían lo mucho que él los amaba, pero había sido Monder el que había aplacado esas ganas de los Vigilantes por hacerles algún daño a los Petrov.
Jelena tal vez no significara nada para Monder, pero Vlad era su puñetero yerno, ese que estuvo para Raquiel cuando nadie más pudo estar, ni siquiera él como padre.
Monder se había perdido los momentos más importantes en la vida de sus hijos y que ellos como humanos consideraban importantes; sus primeros pasos, algunos cumpleaños, la caída de sus dientes, las entregas de notas en la escuela..., prácticamente fue Merlín el que los crio, él había sido su padre putativo, mientras que él..., él seguía cumpliendo con sus funciones de ángel como si nunca lo hubieran expulsado del cielo, y no sabía ni siquiera qué cosas eran importantes para los humanos.
Él no podía saber lo mal que se sintió Raquiel por no haberlo acompañado a un partido de los New York Jets, cuando Monder ni siquiera sabía quiénes eran los New York Jets, ni cuando aún no entendía por qué un deporte era tan importante para los humanos.
Él no podía saber lo mal que se sintió Raquiel cuando no estuvo en algún cumpleaños, cuando los ángeles no celebraban tal cosa porque eran inmortales y ya habían perdido la cuenta de cuántos eones tenían de edad.
Él no podía saber lo mal que se sintió Raquiel cuando no estuvo en sus ceremonias de ascenso en el ejército, porque en el Tercer Cielo no hacían tal cosa. Miguel solo les asignaba las misiones, sin haber mucho tiempo para protocolos porque el destino del universo estaba en sus manos, así que no había tiempo para celebrar.
Pero sí había sabido lo mal que se sintió Raquiel cuando Bea murió, porque Monder sí que entendía el dolor de la muerte de un ser amado, y estuvo para él en esos primeros meses de duelo.
Sariel sí había sido un poco menos dura con él, porque ella siempre había sido un paz de Dios.
“Ella sí es una digna hija de un ángel, la única nefilim por la que valdría la pena meter las manos al fuego”, escuchó Monder en una ocasión decir a un ángel enviado del Tercer Cielo para asignarle una misión a su equipo de Vigilantes.
“Lástima que arruinó su vida casándose y sometiéndose a un hombre”, había respondido una ángel.
Si esa ángel vigilante no hubiera sido una fémina, Monder le hubiera dado sus buenos madrazos.
Sariel no había echado su vida a perder. Simplemente se había enamorado y estaba cumpliendo con la misión que Jehová le había encomendado incluso desde muchos siglos antes de nacer: mantener el orden en el mundo mágico, y si para eso le tocaba someterse a la voluntad de su esposo el rey, pues que así fuera.
Pero Monder sabía lo mucho que Marco respetaba a su hija y la honraba como mujer, esposa, madre y reina; así como también sabía que Sariel era feliz así, viendo por su reino y por sus hijos, que como ya estaban grandes ahora sí podía dedicarse a otras cosas, como dar clases en el Instituto de Magia de Emrystiel, algo que había empezado a hacer hace dos años, cuando Eirwen alcanzó la edad suficiente para que no tuviera que andar correteándola por el palacio, cuidando de que no rompiera algún caro jarrón por andar saltando tras los pajaritos de colores que se metían por las ventanas.
Eirwen..., ella era la luz en la vida de Monder, aparte de sus hijos y sus nietos hada, claro. Cargaba en un bolsillo un pequeño álbum de fotos instantáneas que Sariel le había regalado hace años, en donde en cada visita le regalaba más fotos, para que tuviera algo con lo que recordar a su familia.
Tenía fotos de sus hijos, nietos y su bisnieto en las diferentes etapas de su vida.
Monder siempre miraba con nostalgia las fotos de sus nietos hada, al darse cuenta de lo mucho que han crecido. Le parecía que hubiese sido ayer cuando llegó a visitar a sus hijos en una recién recuperada Emrystiel, tras la guerra con los Waldermon, y después de que casi le dio algo cuando Marco le pidió la mano de Sariel en matrimonio, un pequeño Dorev de apenas tres añitos, tan pequeño que apenas y podía caminar, llamó su atención y tiró de su túnica, y le dirigió una dulce sonrisa que lo dejó sin habla, y cuando Sariel llegó de inmediato y levantó en brazos al diminuto hada y, así sin más, le reveló que ahora era mamá de tres hadas, sí que le quiso dar algo y le tuvieron que ofrecer una copa de vino.
Y fue en esos años anteriores a la llegada de Eirwen que Monder pudo conocer el extraño pero único amor de un abuelo. Tal vez Kailus fue un poco distante por ser el mayor, y porque él ya había tenido una familia feérica, pero Dorev, tan pequeñito que estaba cuando llegó a la vida de Sariel, la única familia que conocía era esa, la que lo adoptó y le dio amor por montones.
Monder no podía decir que tenía nietos favoritos, a todos los quería por igual, y con su bisnieto Eridan era un consentidor de primera, pero con Eirwen y con Dorev era más cercano.
Y él también había notado con sus ojos de ángel que ambos tenían el lazo. No un simple lazo como el que habían tenido durante un tiempo Sariel y Vlad porque se les había ocurrido acostarse, y que se había roto con el pasar de los años porque así sucedía con los lazos de apareamiento. No, el lazo de Eirwen y Dorev era el mismo que tenían Sariel y Marco, Raquiel y Vlad, Merlín y Jelena: el lazo de las almas gemelas.
Monder se había dado cuenta de todos esos lazos con sus ojos angélicos apenas nacieron sus hijos. A Raquiel, que fue el primero en salir del vientre de Sara, le vio ese hilillo entre colores blancos y dorados, que se conectaba con otro ser que también había nacido ese día, y a Sariel también le vio ese hilillo, que se iba hacia la misma dirección por la que Marco había zarpado unas semanas antes de su nacimiento, huyendo hacia Mentholia.
A Merlín también le vio un lazo que antes no había tenido. Un lazo que se había formado ese día, a la misma hora en que les avisaron que habían nacido los hijos de la oscuridad, pero como todo buen ángel, guardó silencio y dejó que las cosas tomaran su curso.
Así como también calló el hecho de que ese mismo lazo lo tenía Eridan con la hija de Matt, Edgrev con Andrew, y Myrddion con Bella.
—Lo siento, no quise hablar mal de los Petrov —dijo Chitriel, pidiendo más cerveza —, es que...joder, se parecen tanto a Lucifer, en especial Vladimir, es su viva estampa.
—Pero una estampa buena —dijo Monder, y chocó la botella de cerveza con Chitriel —. Por el bien del universo, y que podamos seguir enviando más weltrugs al infierno.
—¡Salud! —brindó Chitriel, dándole unos grandes sorbos a la botella, como si fuera agua.
Después de comer, caminaron un rato por las abarrotadas calles de la gran manzana, hablando y riendo de a ratos.
Monder...se sentía bien con Chitriel. Ella había estado para él cuando nadie más estuvo, y sentía que tenía una gran deuda con ella.
Y sentía que estaba enamorado. Sí, él, enamorado de una colega ángel. No es que fuera pecado, pero se suponía que los ángeles no fueron creados para amar, no al menos de la manera en que él ya lo había estado de Sara, y como ahora sentía que lo estaba de Chitriel.
Y él no quería fallarle a la memoria de Sara, por supuesto que no, pero si algo él había aprendido de las criaturas racionales de la creación, era que podían darse una segunda oportunidad en el amor si su pareja había fallecido o si se habían separado por alguna circunstancia, y que eso no estaba mal.
—Oye, Chitriel...—llamó Monder su atención, cuando estaban comiendo un helado en el central park —, ¿quisieras acompañarme a visitar a Raquiel?
La ángel lo dudó por un momento, porque sabía que si vería a Raquiel, también vería a Vlad; ella nunca había visto en persona al actual príncipe celestial, pero si era cierto lo que decían, entonces sería como volver a ver a Lucifer, y ella detestaba a ese demonio, pero ya que veía a Monder tan anhelante de presentarla con su hijo, nada pudo hacer ante esos ojitos azules suplicantes, y esbozando una dulce sonrisa, respondió:
—Claro que sí.